La ventaja de ser poco y/o eventualmente leído en este lugar, perteneciente a ese etéreo ámbito virtual llamado -las más de las veces de forma harto pedante- blogósfera, que en realidad es una especie sui generis de vecindario o romería donde se fraguan gran cantidad de chismes, falsas pretensiones y expectativas no satisfechas, es que puedo escribir cualquier estupidez con la mayor tranquilidad del mundo, sin recibir mayores comentarios que aquellos convencionales, formulados a partir de la lectura de las primeras o las últimas líneas de las fumadas que suelo tirar. Lo que supone, a su vez, que estoy relativamente a salvo de las mentes culteranas y escrupulosas en el uso del lenguaje, o peor aún, de los conceptos y categorías que en ocasiones utilizo de forma desenfadada.
Con esa salvedad me he propuesto escribir el siguiente post, en el que no obstante, no estaría de más aclarar que no hay mucha seriedad, pero sí muchos pareceres. Para seriedad están las revistas académicas o los proyectos de investigación y, por supuesto, este espacio no es una revista académica ni un proyecto de investigación; aunque sí me ha permitido hacer observación sociológica muy interesante y divertida acerca de las (en algunos casos exageradas) ínfulas de pretendida profundidad reflexiva y estilismo literario, que en el fondo revelan la carencia de cierta dosis de reconocimiento social en los entornos inmediatos de vida.
En fin, que en caso de que llegase a interesarle el tema a mi única lectora y fan, y quisiera ahondar de forma tanto más seria al respecto, pues ya tiene un buen pretexto para acercarse a mí, en lugar de andar espiándome en los pasillos de la Facultad cuando termino de dar mis clases.
Eufemismo y teoría social I
Un riesgo latente y frecuente en las ciencias sociales, particularmente en aquellas que observan directamente la interacción social y política, es la importación de conceptos y categorías de otras disciplinas que, o bien resultan demasiado amplias y por tanto abarcan gran cantidad de objetos de estudio, o bien resultan demasiado precisas y su “estiramiento” metodológico deriva en pequeños galimatías teóricos sólo entendibles por unos cuántos iluminados.
Este riesgo suele venir acompañado, además, por la fuerte inclinación de los estudiosos a especular siempre en un plano hipotético sobre la viabilidad de la teoría, dejando de lado la atención de los problemas y fenómenos sociales concretos, que reclaman el desarrollo de herramientas teóricas e instrumentos metodológicos para poder ser observados, analizados y explicados.
Sin embargo, y por fortuna, existe una perspectiva dentro de la sociología que se enfoca al estudio de los fenómenos sociales cotidianos y por ello resulta tanto más atractiva e interesante, sin desmeritar por ello su impronta teórica.
La sociología de la vida cotidiana, como su nombre lo dice, está dedicada al estudio de la cotidianidad, es decir, de aquel conjunto de pautas sociales, de conducta individual e interacción colectiva, reproducidas de forma sistemática y rutinaria.
Aunque pudiera parecer algo ordinario y sin importancia –como de hecho lo es para los teóricos de grandes vuelos- el estudio de la cotidianidad permite entender muchos fenómenos sociales que por ser constantemente reproducidos, pasan desapercibidos a la gran mayoría de las personas, pero que son importantes para poder explicar sus comportamientos, preferencias y orientaciones.
Por su parte, los eufemismos son figuras del lenguaje que sirven como elementos de atenuación en la descripción o calificación de una circunstancia, comportamiento, actitud o acción, tanto individual como colectiva, sin cambiar por ello la naturaleza y/o intencionalidad del objeto matizado con el empleo de palabras suaves y amables.
En este sentido, lo que interesaría a la sociología de la cotidianidad es precisamente el objeto del eufemismo; y tal interés se expresa en la pregunta acerca del por qué de la atenuación lingüística de una determinada circunstancia, acción o fenómeno social.
No obstante, el propio contenido del eufemismo desde el momento mismo de atenuar mediante un matiz lingüístico aquella circunstancia o acción social, permite observar la existencia de un juicio de valor y de una prohibición moral que intentan disimular o contener la verdadera naturaleza o cualidad del objeto atenuado.
Al respecto y para ejemplificar, se puede señalar la existencia de ciertas costumbres y hábitos que la gran mayoría preferimos mantener en el secreto de la intimidad como actos (pecados) privados, debido al bochorno que nos causaría el que los demás se enterasen de que las practicamos sistemáticamente.
Sacarse los moscos, rascarse el trasero o tirarse pedos (pude haber escrito “flatulencias”, pero no soy partidario de los eufemismos) son actos que habitualmente realizamos con total desinhibición en la intimidad de nuestra habitación y en general, de nuestra casa.
Continua.
P.S El pinche y obvio riesgo de prestar libros es que no los devuelvan; sin embargo eso no es lo que me molesta, lo que realmente me encabrona es que no recuerdo a quién diablos le presté mi Two Treatises on Civil Government de John Locke que necesito urgentemente para preparar mis clases de las siguientes dos semanas.