(y sí, otra vez a los episodios de melancolía)
Hubiera preferido un estado de ánimo más animado - válgase el
redundar- para venir nuevamente a este espacio y comprobar que la infinita
bondad de los dueños de ese emporio mediático llamado Google Inc ha permitido
que permanezca disponible en el insondable océano de la web para aquellos lectores atribulados que tengan a bien dispendiar
su ocio leyendo el inventario de insensateces que aquí han quedado plasmadas a
lo largo ya de muchos días y pocos años.
Pero no, hoy vengo imbuido con una sensación de incertidumbre y
angustia existencial que hacía ya un tiempo que no experimentaba. Sólo con la
intención de emplear estas líneas como una terapia catárquica que me permita siquiera
aliviar la pesadumbre existencial.
Quizá se trate de uno esos episodios que periódicamente se presentan
en el transcurso de la vida de cualquier ser humano para moldear el carácter, o
sólo tal vez para recomponerlo después de haberse atrofiado embebido de largos
periodos de calma y ausencia de preocupaciones.
La existencia humana, y ello es un saber ancestral, no es sencilla. Hay
quienes afirman incluso que es dolorosa y apenas apaciguada por breves instantes de calma que a falta de
mejor nombre se han denominado con el pomposo y demasiado extenso término de
felicidad.
Pero dolorosa o no, lo cual es fuente de interminables debates, lo
paradójicamente cierto es que la existencia es incierta y, para más INRI de la
situación, fortuita.
Estamos aquí sin haberlo solicitado y parte esencial de nuestro ser
que piensa, habla, razona y siente y actúa, no es ajeno. Es resultado de la
convergencia de un conjunto de factores azarosos. Nosotros no los escogimos
para poder ser de tal o cual manera.
Este yo que ahora se acongoja y que busca respuestas casi
clarividentes del futuro es así de agustiado y quejumbroso no por una voluntad
ontogenética (perdón por la palabra dominguera) definida y conciente, sino por
la contingencia de las reacciones químicas de los procesos celulares del traje
biomecánico que le da sustento, por el curso de los acontecimientos alrededor
de su existencia y hasta por la ridiculez de las canciones de los Hombres G y
las películas de Ismael Rodríguez que tuvo que padecer durante su infancia.
Y es este yo el que se pregunta, ahora, aquí, imbuido de angustia, incertidumbre
y ansiedad, cómo serán las circunstancias de su existencia más adelante, cuando
el tiempo y las convenciones sociales (vaya redundancia gramatical) decidan que
ha entrado plenamente en la vida adulta.
En esa etapa todo lo que se hace hoy tendrá repercusiones. Cuáles
serán, de qué magnitud, con qué intensidad.
Si tan sólo se pudiera saber…