26 mar 2009

La invención del personaje

Sucede a menudo que algunos productos del pensamiento se nos presentan como realidades autónomas que poco o nada tienen de artificio humano, o bien, como frutos que sólo pueden ser cosechados por sembradores especializados en el cultivo de ciertas parcelas.

La filosofía, por ejemplo, es uno de esos productos. La gran mayoría de las personas consideran que el acto de filosofar es exclusivo de quienes decidieron dedicarse profesionalmente a la actividad de pensar. Sin embargo no es así. Todo tenemos la capacidad de preguntar, de inquirir acerca de aquello que nos rodea; incluso, y más importante todavía, todos tenemos la capacidad de autoreflexionar y por lo menos en algún momento de nuestra vida lo hemos hecho.

Ya desde el momento en que exclamamos esa popular frase de efecto que sentencia que “así es la vida” estamos reflexionando implícitamente acerca de las características de la existencia en el mundo; o cuando en un momento de zozobra y angustia causado por una penosa experiencia sentenciamos “cuando te toca, te toca”, cavilamos acerca de lo efímero, lo contingente y lo determinado.

El problema, en cualquier caso, no es cuán desarrollada pueda estar nuestra capacidad reflexiva y nuestra disposición a filosofar; sino más bien en la percepción inconciente de que el pensar conlleva el dolor de conocer y a nadie que no sea masoquista le gusta experimentar el dolor.

Pero el punto acá no es la capacidad para filosofar, ni el dolor de la conciencia. Eso fue sólo un recurso para ejemplificar que hay ciertas actividades para las que todos estamos provistos, y por lo tanto no debemos verlas como cuestiones ajenas o especializadas.

La invención de un personaje y su representación en el gran teatro del mundo, es otra de ésas capacidades que nos son innatas que desarrollamos casi de forma inconciente todos los días, aunque en algunas ocasiones lo hacemos también en forma deliberada.

Con todo y lo mal que me cae, debo reconocer que Octavio Paz es uno de los autores contemporáneos que se dedicaron explícitamente a reflexionar acerca de la capacidad creativa -presente con más ahínco en algunas culturas que otras- que conlleva a la construcción de un personaje, o bien de una máscara con la cual dicho personaje es representado.

En el ámbito de la filosofía política hace ya más de tres siglos Thomas Hobbes habló del actor y su importancia en el derecho contractual. Y tanto en Paz como Hobbes está presente la misma idea de la representación.

Todas las personas inventamos un personaje que representamos ante las demás; incluso quienes a si mismos absolutamente auténticos representan precisamente ésa autenticidad ante alguien más.

Inventar un personaje y representarlo es una medida precautoria muy relativa. Por una parte nos permite mantenernos a salvo de las demás personas, o más bien, de las demás representaciones; pero por la otra nos conduce a un exceso de histrionismo y por tanto de falsedad. Esto porque la mayor parte del tiempo no sabemos quién está detrás del personaje que observamos actuar ante nosotros. Y así sucede también que a mayor calidad y veracidad del personaje representado por el actor, mayor la decepción cuando éste se muestra a si mismo en su verdadera naturalidad.

Como decía Paz –otra vez, aunque me caiga mal- “un exceso de autenticidad puede conducirnos a formas refinadas de la mentira”.

No obstante, el personaje no sólo sirve para engañar, sino también para divertir y entretener. Incluso puede suceder que un mismo actor sea autor de diversos personajes y represente a cada uno de ellos según sea la ocasión que se le ponga en frente.

Rodolfo Usigli, gran maestro del teatro mexicano contemporáneo, escribió una obra en la que precisamente aborda el tema de la representación y su relación con la mentira y la falacia. Sólo que Usigli no habla de personajes y actores, sino de gesticuladores.

Para el autor de “Ensayo de un crimen” (Usigli, pues), todos somos gesticuladores, tomamos palabras que son de otros y nos las apropiamos con el objetivo de impresionar y tratar de engañar a los demás.

Desde la perspectiva de Usigli todos representamos un personaje y sabemos que los demás hacen lo propio y aún así creemos en sus palabras, con lo cual damos cabida a la falacia, es decir, a ésa figura lógica en la cual la conclusión de dos premisas opuestas es resultado de un razonamiento erróneo que trata de presentarse como acertado.

Así por ejemplo yo represento el personaje del pequeño pretencioso al que no le importa el mundo de los simples mortales, y quizá haya algún lector que lo crea y hasta lo encuentre divertido, que finalmente ése sería el objetivo de mi representación. Pero también habrá quien lo encuentre irritante y como mi amigo Mauro, me mande a la chingada por antipático, mamón y arrogante.

Pero finalmente para eso me he autoinventado. Ya si alguien más cree en mis sandeces o más bien, representa el personaje del crédulo que así lo hace, pues será muy su asunto, pero en lo que a mi hace, representaré entonces el personaje que no compra al personaje que representa al crédulo que finge creer en lo que yo quiero que crea no creer… o bueno, la idea era ésa.

24 mar 2009

El Coco

Hace poco leía un post de Fidel Samaniego, gran maestro en el difícil arte de la crónica, en el cual relataba la confesión que le hacía uno de sus amigos, hombre adulto, casado y padre de familia, respecto al miedo que sentía al vivir en una ciudad tan grande y caótica como lo es la Ciudad de México.

El hombre en cuestión se encontraba en ése momento en un apuro existencial, pues dada su condición de adulto responsable no podía darse el lujo (o el alivio) de mostrar su miedo.

Samaniego, tan agudo y corrosivo como es, decía que en realidad todos tenemos miedo de algo o a alguien, y eso es verdad. Aunque no sé si sea una cuestión cultural o más bien propia de la condición humana, porque siempre han existido de miedos a miedos.

No es el mismo miedo el que se siente al pensar en la muerte, que el miedo generado por la incertidumbre económica. Uno es casi innato, está en nuestra esencia, mientras que el otro es un producto de la cultura.

No obstante, hubo un punto en el post de Samaniego que en principio me causó mucha risa, pero después me hizo pensar que algo de cierto tenía como trasfondo. Y es que él decía que el miedo que experimentaba su amigo se fundaba en realidad en un trauma de la infancia, pues durante generaciones muchas mamás utilizaron como canción de cuna y como recurso intimidatorio la canción del “coco”, ésa que dice: “duérmete mi niño/duérmeteme ya/porque viene el coco y te comerá”.

O sea, jelou, pero ¿cuántos y cuántos niños no fuimos asustados con el “coco”? Yo lo fui y creo que toda mi generación también lo fue, por eso es que somos unos miedosos reprimidos.

En lugar de que se nos hubiera incentivado a hacerle frente al coco y tratar de desvelar su naturaleza ultramundana, se nos enseñó a temerle y a no convocar su presencia con nuestro mal comportamiento.

Visto desde una perspectiva izquierdosa medio marxistoide, el “coco” fue un recurso de dominación ideológica empleado por el poder hegemónico encarnado en la figura materna. O desde una perspectiva pseudolacanina, el “coco” era la prueba fehaciente de que el inconciente está estructurado como un lenguaje, mediante el cual se interioriza una estructura de limitación de la conducta y el pensamiento.

Si todos los adultos contemporáneos nos rehusamos a admitir nuestros miedos, pero más aún, si todos tenemos miedos, eso se debe en gran medida al “coco” que nuestras madres invocaban en sus supuestas canciones de cuna.

Por eso es que ahora el “coco” puede asumir tantas formas como sean las preocupaciones y angustias de las personas.

Para mi el “coco” es el regreso del PRI a la Presidencia de la República en 2012, es Hillary Clinton como Secretaria de Estado de los Estados Unidos; Tzipi Livni y su disfraz de oveja en medio de los lobos judíos que quieren exterminar a los palestinos; es Hugo Chávez y sus intentos de cantar canciones mexicanas; es la posibilidad de que termine atrofiada mi habilidad para expresar sarcásticamente mi visión de la realidad luego de dejar de escribir en este espacio por largos periodos de tiempo.

Y para los sobrevivientes y persistentes visitantes de este blog, ¿cuál es su “coco?

17 mar 2009

¿Normal? ¿Feliz?

Si escribo hasta ahora es porque apenas me he recuperado del episodio de crisis existencial al que me condujeron las críticas "constructivas" mi estimado colega y Doctor en Sabiduría del Mundo, don Mauro Santander Borges.
Es que de veras que vivía en el error hasta antes de que sus sabias palabras me hicieran ver como un émulo mal hecho de Dr. House, o más patético todavía, de Malcom el de en medio, nomás por haber escrito que el amor es un metarelato.
No fue sino hasta que mi estimado colega (quien sabe si todavía sea mi amigo, porque al parecer se molestó que le haya dicho estúpido; aunque, dicho sea de paso, no lo hice como insulto, sino como descripción) me hizo ver que más allá del sombrio mundo de los cafés y las librerías (como si nunca haya sido mi compañero de juerga en otros establecimientos tanto menos respetables de cierto rumbo de la Ciudad de México del que no quiero revelar el nombre, pero que se refiere a las inmediaciones de uno de los mercados más famosos del centro) hay un mundo de unicornios, cisnes y ositos saltarines, cuando me di cuenta de que todo este tiempo había vivido en el error.
Así que de ahora en adelante habré de prepararme para comenzar a ser feliz, lo cual en la lógica de las personas "normales" que no emplean su tiempo en divagar acerca de pendejadas y asuntos sin importancia, significa hablar sobre banalidades, leer sobre naderías y pensar lo mínimo suficiente.
Pero mientras eso sucede, he aquí una cita textual de Bertolt Brecht acerca de ése tipo de personas, con dedicatoria especial para quienes piensan que ser "normal" es ser feliz:
“el peor analfabeto es el analfabeto político. El que no ve, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. El que no sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pescado, la harina, del alquiler o de sus medicamentos, dependen de las decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece e hincha el pecho diciendo que odia la política. No sabe, el imbécil, que de su ignorancia nace la prostituta, el menor abandonado, el asaltante y el peor de los bandidos que es el político corrupto y el lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”.

7 mar 2009

Las narrativas del amor

Eso de alejarse del ambiente académico tiene sus consecuencias; entre ellas olvidar paulatinamente algunos términos, teorías y títulos de libros e investigaciones que pueden resultar útiles en una sobremesa; en una plática casual en los pasillos de una librería con una chica chic que piensa que piensa (con el objetivo declarado de causarle un orgasmo mental); o bien, en la redacción de un texto fatuo y pretencioso, escrito con la finalidad de brindar un momento de solaz y esparcimiento al respetable.

Lo anterior viene a colación porque hace ya bastante tiempo que leí a Llyotard y su fumada ésa de la posmodernidad, formulada allá por lejanos años setenta.

Palabras más, palabras menos, y según lo que entendí de La Condición Posmoderna y de la introducción al estudio de la posmoderniad que leí en un librito cuyo autor no recuerdo, pero que se llama Postmodernidad y está editado por Tirant lo blanc, el pensamiento posmoderno ve a la modernidad y a las demás etapas culturales por las que ha atravesado la humanidad, como grandes relatos presentes en la mente de las personas.

Con el advenimiento de la posmodernidad, esos grandes relatos llegaron a su fin y dieron paso a la simplicidad y la desestructuración de los individuos, cualquier cosa que esto signifique para los franceses, que de siempre han gustado inventar o emplear palabrejas rimbombantes pa’ referirse a cuestiones igualmente estrambóticas.

Como sea, el punto es que para los pensadores posmodernos (léase Lyotard, Vattimo, Virilio y demás hierbas), la modernidad fue una etapa prolija en la creación de lo que ellos llaman “metarelatos”, narraciones que adquieren una dimensión de temporalidad y concreción, como el liberalismo, el marxismo y el cretinismo, que más que un relato es una realidad perceptible en personajes como yo.

En pocas palabras, el metarelato es una historia creada y reproducida para legitimar la existencia de un determinado estado de cosas; por ejemplo, el metarelato del liberalismo se creó para justificar la emancipación de una clase social en ascenso que desplazó mediante la creación de un discurso y la implementación de una estrategia de toma del poder, a otra clase que igualmente había desarrollado un metarelato (el absolutismo) para justificar su hegemonía.

En el metarelato del liberalismo el hombre es presentado como un sujeto dotado de derechos por el simple hecho de ser hombre, y por tanto obligado a ejercerlos. Se trata, además, de un hombre racional que llegado a un determinado estadio histórico tiene que asumir la responsabilidad de pensar y construir su propio entorno a partir de los productos de su pensamiento, que son las ideas reificables en una realidad de normas y prácticas consuetudinarias a las que da el nombre de instituciones, las cuales habrán de garantizar su libertad y fomentar el empleo de su raciocinio.

Sin embargo, con el advenimiento de la conciencia postmoderna, ése relato llega a su fin, porque los hombres caen en la cuenta de que se trata de un discurso que por más estructurado que haya estado, no pudo ni podrá contener o eliminar las pasiones, los miedos y en general todo aquello que conforma la parte volitiva de la existencia. De modo que lo único que existe más allá de los relatos, que son producto del ejercicio y desarrollo de la razón, lo único que existe, es lo sensitivo. De aquí que algunos filósofos como Michel Maffesoli hayan comenzado a hablar de la razón sensible.

Con el fin de los metarelatos también sucumben las ideas de la universalidad y lo absoluto y se da paso, en una supuesta oportunidad para desarrollar plenamente la libertad, a lo subjetivo y a lo relativo, que es válido por el simple hecho de ser algo intuitivo.

II
Así pues, uno de los metarelatos producidos por la modernidad, pero que hunde sus raíces en la antigüedad, específicamente en la cuna de la cultura occidental, que es Grecia, es el metarelato del amor.

El amor forma parte de una constelación de conceptos que Norbet Elías denominó los “universales humanos”, que no son otra cosa que aquellas ideas que en algún momento surgen en la mente de las personas y las culturas, tales como la libertad, la felicidad, lo absoluto y lo universal.

Sólo que a diferencia de esos conceptos, que tienen una definición específica que delimita y esclarece su significado, el amor carece de una acepción precisa y por tanto ha recurrido al desarrollo de múltiples narrativas que tienen la finalidad de justificar ideológicamente la vacuidad o la imprecisión de su contenido.

Ya desde el planteamiento del amor como un sentimiento acudimos a la construcción de una narrativa, pues ¿cómo podemos estar seguros de que lo que se siente hacia un determinado sujeto u objeto puede ser denominado como “amor” y no como correr, pensar o dormir? Incluso la propia palabra es un sustantivo y no un verbo; no describe una acción sino una indeterminación, porque un sustantivo puede ser cualquier cosa, menos una acción. Eso sí, puede ser una actuación o una representación, pero de ser éste el caso, ya no sería una realidad genuina sino una farsa o tergiversación de la realidad.

Otra narrativa que se ha construido para justificar la inexistencia de significado del amor es la que lo asocia a otros conceptos o situaciones, como por ejemplo, la sublimación o el carisma. Y a este respecto un ejemplo muy ilustrativo es el encuentro entre dos personas que con el tiempo pueden desarrollar un vínculo afectivo. En muchas ocasiones es común escuchar preguntas y tentativas ociosas de explicación acerca de los factores que propiciaron el encuentro, como que los planetas se alinearon, o las circunstancias se confabularon, cuando, en realidad, se trató de un acto meramente fortuito, en el cual no confluyeron factores causales; lo cual, puesto en perspectiva, nos llevaría a la conclusión necesaria de que el mundo, la mar de personas que lo habitan, es producto de la casualidad y no de la causalidad; a menos que se tengan en cuenta experimentos deliberados de eugenesia.

Las personas se conocen por accidente y se relacionan afectivamente por accidente. Ya todo lo demás es, como dirían los posmodernos, puro cuento; o sea, pura narrativa.

Por otra parte, las narrativas también tienen la finalidad de justificar una realidad inobjetable y por lo mismo, inaceptable: la realidad del miedo a la soledad.

Las personas se vinculan afectivamente y desarrollan una vida gregaria por el miedo a estar solas, y también por el razonamiento teleológico de que con la ayuda de otros pueden satisfacer mejor sus propios deseos y necesidades.

Pero como ésa realidad resulta muy difícil de aceptar y en muchas ocasiones condenable por considerarse utilitaria y egoísta, se construye otro metarelato: el de la entrega mutua y la fusión en una sola unidad, como si se tratase de un proceso de endosimbiosis. Sin embargo, en este metarelato se esconde una terrible aberración, quizá la más terrible de todas, que es la pérdida de la libertad y la alineación de la conciencia. Es decir, que bajo el argumento de la mutua entrega, las personas renuncian a su capacidad de autodeterminación y terminan supeditando su voluntad y su existencia toda, a la voluntad y la existencia de otro, de tal manera que en algún momento de ése proceso se desconocen a si mismas y se perciben como unidades incompletas.

En suma, las narrativas del amor pretenden esconder un hecho objetivo que igualmente ya desde la antigüedad se había percibido con toda claridad. Ése hecho es que el amor, o lo que se ha denominado con ésa palabra, es una enfermedad psicosomática, temporal y curable, pero peligrosa.

6 mar 2009

That's All, Nicole Henry y el pobrismo como recurso afectivo

Por ahí de 2002 la joven Nicole Henry, nacida en Filadelfia, Pensilvania, cursaba los últimos semestres de Arquitectura en la Universidad de Miami. El gusto por el arte le había sido inculcado desde su niñez, debido a que su madre le había enseñado a tocar el piano y la había inscrito en clases de balet y de canto.




A punto de graduarse, Nicole grabó las vocalizaciones para un disco de dance music del productor y DJ Noel Sanger. Poco tiempo después se fue de gira con él, recorriendo diversos clubes y bares de Florida y Missouri. Muy pronto No greater love, nombre del track que había grabado con Sanger, llegó a las listas de dance music de Billboard y Nicole Henry consideró muy seriamente darle un giro a su vida profesional, y en lugar de ser prácticamente una albañil con título universitario, le hizo un favor al mundo del jazz y se convirtió en una de las mayores promesas de la escena contemporánea.

El estilo interpretativo de Nicole combina muy bien el soulful, el pop, el R&B y el jazz. Frente a ella, y no es humor negro, palidecen Norah Jones, Diana Krall, Jane Monheit y Stacey Kent. Bueno, ni siquiera Regina Belle o Natalie Cole le llegan a la calidad interpretativa; o tal vez sí, pero como recién he escuchado el disco completo de Nicole, The very thought of you, estoy encantado por esta mujer.

Y a propósito de ése disco, para la mejor canción es That’s All que tiene una letra simpática, sí, pero también medio exagerada y constituye una muestra de que el pobrismo como recurso afectivo o de chantaje y generación de un sentimiento de culpa en una relación sentimental, no es exclusivo del “looser” trovador latinoamericano estilo Ricardo Ajo… ¡ése”! o Fernando Delgadillo.

El pobrismo afectivo reivindica la perniciosa idea de que lo único que importa para mantener una relación es la pasión y por tanto lo material es meramente un epifenómeno, producto del maldito capitalismo que todo lo corrompe.

Se trata de un recurso bastante patético utilizado por cretinos igualmente patéticos, que ante su fracaso en el proceso de conquista o mantenimiento de los favores afectivos de su otrora pareja, lo utilizan como método de chantaje o contraste.

Para el simpatizante del pobrismo los conceptos de amor propio y susceptibilidad son de primera importancia. El pobrista afectivo cree que sólo él sabe la forma correcta de amar (suponiendo sin conceder, que exista el amor). Así pues, no importan cuán perdedor pueda ser en la vida real, donde la competencia, el individualismo, el utilitarismo y la búsqueda del éxito y la movilidad social son los valores imperantes.

El pobrista afectivo se puede pasar la vida vendiendo collares y artesanías en alguna plaza pública, o conduciendo un camión de transporte público o cantando guitarra en manos canciones de Atahualpa Yupanqui en el metro, sin importarle lo que huela a “burgués” y “superficial”, porque él, aunque pobre y fracasado, está en contacto con su verdadero yo y por tanto es auténtico.

Sin saberlo, el pobrista es heredero de las estupideces que en torno a los afectos y la vida moral se le ocurrieron a Jean Jacques Rousseau cuando escribió La Nueva Eloísa, o a Goethe en Las desventuras del joven Wherter, y si me apuran, hasta a Jack Kerouac en On the way.

Como forma de autoafirmación, que en realidad es un escape a la autohumillación, el pobrista recurre a recursos retóricos para contrastarse con quienes han tenido mejor suerte que él, y descalifica sus logros en el mundo de lo material tachándolos de superfluos, insensibles e inexpertos en lo que ellos consideran el difícil “arte de amar”.

Y para muestra precisamente la letra de That’s All, que dice más o menos lo siguiente:

I can only give love that lasts forever/and the promise to be near each time you call
And the only heart I own is yours and yours alone, that’s all, that’s all
Sólo puedo darte amor por siempre/y prometerte que estaré cerca de ti cuando me llames
Y que el único corazón que tengo es para ti y nadie más, es todo, es todo.

I can only give you country walks in springtime,/And a hand to hold when leaves begin to fall/And a love whose burning light to warm the winter night, that's all, that's all.
Solo puedo ofrecerte paseos primaverales por el campo/y mi mano para sostenerte cuando resbales/y un amor que dará un tibia luz en una noche invernal, es todo, es todo.

There are those I am sure who have told you,/they will give you the world for a toy.
All I ask for these arms to enfold you, and a love, time can never destroy.
Estoy seguro que hay quienes te han dicho que te darán el mundo para que juegues con él/

Yo lo que tengo son mis brazos para ceñirte y amor que el tiempo nunca destruirá.

Y ya, es suficiente tanta estupidez. He ahí una clara muestra del pobrismo como recurso afectivo.

Como se puede observar, la letra escrita por Alan Brandt y Bob Haymes exhibe el total desprendimiento de lo material y exhibe a “esos” que prometen el mundo como juguete como unos pinches burgueses insensibles que no saben cómo hacer feliz a una persona…

… en fin, que así podría seguir con muchas otras canciones muy populares, las cuales han sido las causantes de tantas y tantas historias de fracaso sentimental teñidas de color rosa.

P.S Por cierto, That’s All es la primera canción que suena en mi playlist.

1 mar 2009

Hasta ahora

No puede ser. Me doy a mi mismo. Hasta ahora, después de no sé cuántas semanas, he podido venir al blog a escribir algo.
Pero el problema no es escribir o no; el problema es que no se me ocurre ni madr... nada, no se me ocurre nada. Tan sólo se me ocurre quejarme amargamente porque el viernes pasado que fui a la Feria del Libro en el Palacio de Minería, con la finalidad de autoregarlarme unos libros por el día de mi cumpleaños, que fue el pasado martes 25 de Febrero (por si alguien gusta anotar la fecha para el próximo año); el viernes, decía, fui a la Fería del Libro nomás a hacer puros corajes. Nadie me dijo que cerraban a las 9 de la noche los muy culer... mala onda. Y ahí voy yo de güey a comprar mi boleto como a las 8:40 y ni siquiera en la taquilla tuvieron la gentileza de avisarme que faltaban 20 minutos para que cerraran.
Sólo hasta que entré y vi que estaban cerrando los stands y avisaban por los altavoces, caí en la cuenta de que era inútil. Me sentí como señora shoppaholica que es corrida del centro comercial por el personal de seguridad.
Y bueno, sobra decir que no compré ni madres; bueno, en realidad sólo compré un libro de Martín Gardner y uno de Dietrich Swanitz, y ya.
Mi intención era comprar muchos más; de hecho había destinado cierta cantidad de dinero, pero ni modo, esos culeros de los organizadores y vendedores se lo pierden. Ahora de puro curaje iré a gastarme esa lana a Gandhi que dicho sea de paso, ofrece mejores promociones y descuentos.
En fin, que terminó Febrero y comenzó Marzo, no sé para ustedes, pero para mi el año va a un ritmo trepidante y qué bueno, porque así pasarán más rápido las furias de la economía.
Muchas gracias a Paola Estrada por sus comentarios provocativos y melodramáticos. Si no estuviera seguro de que eres colombiana, diría que eres bien mexicana, por aquello de los melodramas rancheros que sueles hacer cuando describo los problemas de tu país. Y bueno, haz caso a los expertos y aprende a reirte de tu situación, si nosotros los mexicanos fueramos tan temperamentales como tú, hace tiempo que hubieramos hecho realidad la letra nuestro himno, y cual soldados que en cada hijo tiene nuestra patria, ya nos hubieramos lanzado a la guerra nomás por un gritito.
En fin, saludos para ti, que al menos eres una de las contadas personas que leen este espacio cada vez más abandonado.
Un saludo para Juan también, que ha sido testigo involuntario de los lances que he tenido que sostener con la siempre belicosa e impulsiva Paola.