Existe cierta clase de filósofos cuyos libros deberían de llevar una advertencia, semejante a la que llevan las cajetillas de cigarros (“fumar es causa de enfisema pulmonar”) o las botellas vino y de cerveza (“evite el exceso; todo con medida”), en la que se prevenga al lector acerca de las potenciales consecuencias que tales textos podrían acarrearle; generalmente asociadas a crisis existenciales, episodios de angustia y depresión, o todo junto.
De manera que la leyenda preventiva que libros como La fenomenología del Espíritu o Así habló Zaratustra, deberían de llevar sería la siguiente: “Cuidado. Lectura no apta para megalómanos de closet y pretenciosos patibularios. Se recomienda la lectura bajo la supervisión de un adulto que verdaderamente haya estudiado filosofía”.
Pero hay otros textos que por su densidad, crudeza y rudeza in(necesaria), deberían de llevar una leyenda más temeraria; algo así como: “No apto para suicidas potenciales, poetas frustrados y amantes desilusionados. Se recomienda evitar su lectura cerca de puentes elevados, vías de tren, autopistas, líneas de alta tensión y farmacias de similares”.
Lo libros del filósofo húngaro Emile Michel Cioran y Del sentimiento trágico de la vida, de don Miguel de Unamuno –texto que, por cierto, no pudo correr peor suerte que caer en manos de alguien que ni siquiera lo lee, o que si lo lee no lo entiende, cuando, en un arrebato de estupidez, tuve la mala idea de regalarlo- deberían de llevar esa leyenda, porque hay en sus páginas un desgarrador grito de la conciencia ante la miseria de la materia, que permite que la existencia del Ser devenga mundana.
Leer a Cioran y a Unamuno –curiosamente ambos han sido prologados por Fernando Savater- es como asomarse al fondo de un abismo cuya profundidad es imposible siquiera advertir, debido a la densidad de la penumbra que lo rodea. Y es tal el riesgo, que si no hay un entrenamiento espeleológico previo, consistente en la sistemática complicación de la existencia, el espíritu podría quedarse para siempre ahí perdido; dando tumbos en medio de la oscuridad, totalmente desorientado y vaciado de fe y de sentido.
De manera que lo realmente importante no es leer los libros de ambos filósofos; esto es, asomarse al abismo de la Nada. Lo realmente importante es asomarse y no morir en el intento.
En lo personal me identifico sobremanera con los planteamientos de ambos pensadores, así como sus particulares estilos siempre corrosivos, apasionados y directos.
Los dos fueron hombres que remaron a contracorriente -como decía Isaiah Berlín- porque se mostraron renuentes a abrazar la filosofía en boga y, por el contrario, se dedicaron a afirmar sus propias ideas y críticas, con todo y que eso no les acarreara precisamente las simpatías de sus respectivos establishment’s filosóficos.
Como sea, todo este preámbulo ha sido para presentar este pequeño texto de E. M. Cioran, en el que se puede observar su agudeza, su melancolía y su desconsuelo acerca de lo que otrora se creyó absoluto.
De manera que la leyenda preventiva que libros como La fenomenología del Espíritu o Así habló Zaratustra, deberían de llevar sería la siguiente: “Cuidado. Lectura no apta para megalómanos de closet y pretenciosos patibularios. Se recomienda la lectura bajo la supervisión de un adulto que verdaderamente haya estudiado filosofía”.
Pero hay otros textos que por su densidad, crudeza y rudeza in(necesaria), deberían de llevar una leyenda más temeraria; algo así como: “No apto para suicidas potenciales, poetas frustrados y amantes desilusionados. Se recomienda evitar su lectura cerca de puentes elevados, vías de tren, autopistas, líneas de alta tensión y farmacias de similares”.
Lo libros del filósofo húngaro Emile Michel Cioran y Del sentimiento trágico de la vida, de don Miguel de Unamuno –texto que, por cierto, no pudo correr peor suerte que caer en manos de alguien que ni siquiera lo lee, o que si lo lee no lo entiende, cuando, en un arrebato de estupidez, tuve la mala idea de regalarlo- deberían de llevar esa leyenda, porque hay en sus páginas un desgarrador grito de la conciencia ante la miseria de la materia, que permite que la existencia del Ser devenga mundana.
Leer a Cioran y a Unamuno –curiosamente ambos han sido prologados por Fernando Savater- es como asomarse al fondo de un abismo cuya profundidad es imposible siquiera advertir, debido a la densidad de la penumbra que lo rodea. Y es tal el riesgo, que si no hay un entrenamiento espeleológico previo, consistente en la sistemática complicación de la existencia, el espíritu podría quedarse para siempre ahí perdido; dando tumbos en medio de la oscuridad, totalmente desorientado y vaciado de fe y de sentido.
De manera que lo realmente importante no es leer los libros de ambos filósofos; esto es, asomarse al abismo de la Nada. Lo realmente importante es asomarse y no morir en el intento.
En lo personal me identifico sobremanera con los planteamientos de ambos pensadores, así como sus particulares estilos siempre corrosivos, apasionados y directos.
Los dos fueron hombres que remaron a contracorriente -como decía Isaiah Berlín- porque se mostraron renuentes a abrazar la filosofía en boga y, por el contrario, se dedicaron a afirmar sus propias ideas y críticas, con todo y que eso no les acarreara precisamente las simpatías de sus respectivos establishment’s filosóficos.
Como sea, todo este preámbulo ha sido para presentar este pequeño texto de E. M. Cioran, en el que se puede observar su agudeza, su melancolía y su desconsuelo acerca de lo que otrora se creyó absoluto.
Teología
Estoy de buen humor: Dios es bueno; estoy tristón; es malo; indiferente: es neutro. Mis estados le confieren atributos correspondientes: cuando gusto del saber, es omnisciente, y cuando adoro la fuerza, es todopoderoso. ¿Me parece que las cosas existen? Él existe: ¿Me parecen ilusorias? Él se evapora. Mil argumentos Le apoyan, mil Le destruyen; si mis entusiasmos Le animan, mis malhumores Le ahogan. No sabríamos formar imagen más cambiante: le tememos como a un monstruo y le aplastamos como a un insecto; si Le idolatramos, es el Ser, si Le repudiamos es la Nada. La Oración, aunque debiera suplantar a la Gravitación, no lograría nunca asegurarle una duración universal: siempre permanecería a merced de nuestras horas. Su destino ha querido que no permaneciese inmutable más que a ojos de los ingenuos o de los ignorantes. Un examen Le revela: causa inútil, absoluto sinsentido, patrón de los bobos, pasatiempo de solitarios, oropel o fantasma según divierta a nuestro espíritu u obsesione nuestras fiebres.
Si soy generoso, se magnifica de atributos; si amargado, se grava de ausencia. Lo he vivido bajo todas sus formas: no resiste ni la curiosidad ni la investigación: su misterio, si infinito, se degrada; su brillo se oscurece; sus prestigios disminuyen. Es un traje raído del que hay que desnudarse: ¿Como seguir revistiéndose de un dios harapiento? Su despojo, su agonía se prolonga a través de los siglos; pero no nos sobrevivirá, pues ya envejece: su estertor precederá al nuestro. Agotados sus atributos, nadie tendrá energía para forjarle otros nuevos; y la criatura que los asumió, para rechazarlos después, irá a reunirse en la nada con su más alta invención: su creador.
E.M Cioran, Breviario de Podredumbre, Taurus, Madrid 1988.
8 comentarios:
Muy de acuerdo contigo en lo de la advertencia en los libros. Sobre todo los de Irvine Welsh, deberían decir "libro escrito por hombre con mucha imaginación y contenido en su mente que ningún humano debería poseer".
Creo que tendré que conseguirlos...
Esa probadita fue muy poco :).
Saludos!
oye me dio mucha risa el comentario de uno de tus amigos a ver cuando me los presentas que se ve que son iguales que tu de fufurufus
me gusta la cancion de matchbox 20 que tienes en tu playlist
besitos pingos ;)
Disculpa por mi comentario del post pasado seguramente fue un lapsus brutus que tuve je! (Es que como que se me figuro a Peter Parker pero ya)
Realmente me llama la atenciòn todos esos pensamientos bien revolucionados pero creo que no es precisamente lo mio.
Un saludo!
De acuero con Cioran, pero Unamuno no creo que haya que meterlo en el mismo saco, porque creo que si algo he aprendido de Unamuno, es que el queria ser como Dios, porque Dios es el unico que no muere. Unamuno amaba la vida, a el lo matarian, no se moriria. Cioran no, el la desprecia. Saludos
Habló en pueblo. Poco queda por agregar. Pero si acaso -oh vicario de tu propio ocio, propietario y patrón de este blog, víctima confesa del amor- piensas hacer caso a alguno de sus clamores y delatarme, te recuerdo que me debes un café caro en un sitio caro, o chela bara en un lugar bara. Así que antes de presentar a uno "de tus amigos", firmémoslo con un pacto de saliva.
Tú dí "salta".
JM
Definitivamente tengo que leer ese libro, ideas revolucionarias, iban contracorriente, eso me gusta,
buena lucidez.
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