Olvidar y recordar son verbos diádicos; esto es, que el uno no se entiende sin el otro. Son también verbos y conceptos provistos de cierta carga de trascendencia, porque el conocimiento y la realización activa de uno, depende de la omisión y la negación pasiva del otro.
El día sólo tiene sentido frente a la noche, la afirmación frente la negación, el Ser frente a la Nada y la Bondad frente a la Maldad.
Todos esos son conceptos diádicos: necesitan de un par contrario para tener sentido.
Por otra parte, la evocación o la realización de alguna acción o noción diádica comporta de forma indeliberada e inconsciente a su par; es decir, que el día, la conciencia del día, comporta inconscientemente la noción de la noche. Es de día porque hay luz, no se miran las estrellas y la temperatura es cálida; es de día, pues, porque no hay noche.
Así, el olvidar y el recordar son acciones diádicas que no pueden ser realizadas sin referir de forma negativa, soterrada e indefectible, la una a la otra.
Sin embargo, en el caso de estas dos acciones existe cierta complicación analítica, debida a su mayor carga de trascendencia que las equipara a otras nociones que al menos en la filosofía constituyen auténticos problemas ontológicos, como lo Absoluto y lo Relativo y Dios y la Nada.
Si recuerdo es porque no he olvidado, pero el no recordar no implica necesariamente haber olvidado; muy probablemente sólo implica que el valor dado por mi conciencia a cierto momento de la experiencia vivida es menor que el dado a otros momentos considerados más importantes. Es decir, puedo recordar el día que me gradué del bachillerato, porque seguramente fue un día considerado por mí mismo como importante y le asigné un valor mayor en mi memoria; sin embargo es posible que no recuerde un día ordinario de clases, sino hasta el momento en que encuentre a alguien más a quien ese día sí le pareció importante y por tanto le otorgó un valor mayor; por ejemplo, un admirador o admiradora secreta que ése día que nosotros no recordamos, nos miró pasar junto a él o ella y lo consideró un gran acontecimiento.
Hasta ahí con el recordar parece no haber problema, porque es sólo no olvidar.
El problema aparece con el olvidar, porque como tal y en estricto sentido no puede existir más que como una noción de referencia.
Olvidar es recordar inconscientemente aquello que se pretende borrar de la memoria. Y generalmente lo que se desea olvidar es algo desagradable, funesto, dramático o bochornoso.
Cuando se dice “ya te he olvidado” se cae irremediablemente en una trampa mental, porque al momento de referir el objeto del olvido se le recuerda, a querer o no (de aquí que resulte jocoso y más original afirmar “se me olvidó que te olvidé”).
Olvidar es imposible, porque el olvido es la presencia inconsciente, indefectible e indeliberada (o a veces muy deliberada) de una ausencia, que puede ser un lugar, un objeto, una persona o una situación que implique lugares, objetos y personas.
En el caso de la letra de “Te lo agradezco pero no” hay una chaqueta mental espantosa, porque al momento de afirmar “no hago otra cosa que olvidarte” lo que se está haciendo es precisamente recordar, traer directamente a la conciencia a esa persona que supuestamente se amó, pero que ya no se ama; y hacerlo además todo el tiempo.
Olvidar es imposible y esa es la gran piedrita en el zapato de las relaciones amorosas que terminan de forma desafortunada. Se quiere olvidar, pero intentarlo no es más que recordarla(o) y generar cierto sentido de culpa, malestar, angustia o ansiedad que lleva al también desafortunado intento de transferir esa tarea al otro: “olvídame tú, que yo no puedo”; y en los casos más extremos al suicidio, que es una de las pocas formas de olvidar auténticamente. Las otras dos son la locura y la muerte natural.
El día sólo tiene sentido frente a la noche, la afirmación frente la negación, el Ser frente a la Nada y la Bondad frente a la Maldad.
Todos esos son conceptos diádicos: necesitan de un par contrario para tener sentido.
Por otra parte, la evocación o la realización de alguna acción o noción diádica comporta de forma indeliberada e inconsciente a su par; es decir, que el día, la conciencia del día, comporta inconscientemente la noción de la noche. Es de día porque hay luz, no se miran las estrellas y la temperatura es cálida; es de día, pues, porque no hay noche.
Así, el olvidar y el recordar son acciones diádicas que no pueden ser realizadas sin referir de forma negativa, soterrada e indefectible, la una a la otra.
Sin embargo, en el caso de estas dos acciones existe cierta complicación analítica, debida a su mayor carga de trascendencia que las equipara a otras nociones que al menos en la filosofía constituyen auténticos problemas ontológicos, como lo Absoluto y lo Relativo y Dios y la Nada.
Si recuerdo es porque no he olvidado, pero el no recordar no implica necesariamente haber olvidado; muy probablemente sólo implica que el valor dado por mi conciencia a cierto momento de la experiencia vivida es menor que el dado a otros momentos considerados más importantes. Es decir, puedo recordar el día que me gradué del bachillerato, porque seguramente fue un día considerado por mí mismo como importante y le asigné un valor mayor en mi memoria; sin embargo es posible que no recuerde un día ordinario de clases, sino hasta el momento en que encuentre a alguien más a quien ese día sí le pareció importante y por tanto le otorgó un valor mayor; por ejemplo, un admirador o admiradora secreta que ése día que nosotros no recordamos, nos miró pasar junto a él o ella y lo consideró un gran acontecimiento.
Hasta ahí con el recordar parece no haber problema, porque es sólo no olvidar.
El problema aparece con el olvidar, porque como tal y en estricto sentido no puede existir más que como una noción de referencia.
Olvidar es recordar inconscientemente aquello que se pretende borrar de la memoria. Y generalmente lo que se desea olvidar es algo desagradable, funesto, dramático o bochornoso.
Cuando se dice “ya te he olvidado” se cae irremediablemente en una trampa mental, porque al momento de referir el objeto del olvido se le recuerda, a querer o no (de aquí que resulte jocoso y más original afirmar “se me olvidó que te olvidé”).
Olvidar es imposible, porque el olvido es la presencia inconsciente, indefectible e indeliberada (o a veces muy deliberada) de una ausencia, que puede ser un lugar, un objeto, una persona o una situación que implique lugares, objetos y personas.
En el caso de la letra de “Te lo agradezco pero no” hay una chaqueta mental espantosa, porque al momento de afirmar “no hago otra cosa que olvidarte” lo que se está haciendo es precisamente recordar, traer directamente a la conciencia a esa persona que supuestamente se amó, pero que ya no se ama; y hacerlo además todo el tiempo.
Olvidar es imposible y esa es la gran piedrita en el zapato de las relaciones amorosas que terminan de forma desafortunada. Se quiere olvidar, pero intentarlo no es más que recordarla(o) y generar cierto sentido de culpa, malestar, angustia o ansiedad que lleva al también desafortunado intento de transferir esa tarea al otro: “olvídame tú, que yo no puedo”; y en los casos más extremos al suicidio, que es una de las pocas formas de olvidar auténticamente. Las otras dos son la locura y la muerte natural.
Lo más cercano que tenemos al olvido es el no recordar, porque se trata de un genuino ejercicio de libertad de la voluntad conciente.
No obstante, si olvidar es imposible, no recordar resulta difícil y precisa de disposición y de tiempo.
El no recordar está asociado con los valores otorgados por la memoria a los momentos vividos, y siendo aquellos relativos, eso significa que lo que en un determinado momento se valoró como importante, puede ser reemplazado por otra experiencia considerada mucho mejor y, por tanto, disminuir el valor de la primera, enviándola así a lo más recóndito de la memoria.
Sin embargo ser concientes de que es imposible olvidar no debe ser causa de suicidios masivos, porque no se trata de algo tan malo. De lo contrario, habría que considerar lo que piensa Imré Kertész, un genial escritor húngaro de origen judío -cuyas novelas recomiendo ampliamente, con la advertencia de que no son aptas para suicidas potenciales, hombres con uniforme y mujeres embarazadas- que sobrevivió a esa atrocidad llamada Auschwitz:
“... simplemente no está en nuestras manos, no podemos olvidar, hemos sido creados así, vivimos para saber y para recordar y talvez, incluso con toda posibilidad y hasta casi con total seguridad, sabemos y recordamos para que alguien se avergüence de nosotros ya que nos ha creado, si, recordamos para él, exista o no exista, porque al fin y al cabo da igual que exista o no, lo esencial es que alguien -quien quiera que sea- se avergüence de nosotros y (quizá) por nosotros”.
Imré Kertesz, Kadissh por el hijo no nacido, Acantilado, Madrid 2001
5 comentarios:
Me agrada tu blog.... siento que puedo aprender algo. Escribes muy.... inteligente.
Saludos y gracias por tu visita :)
buen desarrollo respecto al olvido... hace tiempo que no pasaba a mirar tus letras.... pero veo que la reflexión sobre el olvido es muy buena... creó que los recuerdos y sensaciones que nos traen hechos del pasado no se olvidan nunca pero si se pueden reemplazar por acontecimientos mejores....
Pues tienes toda la razón del mundo. Alejandro y Shakira... A LA HOGUERA!
caray!!
ya se me olvido...
bye!!!
jajaja
mi teoría...
no pretender olvidar, solo tener la fortaleza para hacer a un lado los recuerdos que estorban para avanzar en nuestra vida...
HOla!
me encanto tu blog, interanse...
especialmente la musica... mi arte
saludos
pasare seguido a leerte
Joisy
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