Debido a que Elisa –a quien no tengo el gusto de conocer todavía- me recordó que a ella sí le interesa leer la segunda parte de mi análisis sobre la coyuntura política nacional, aquí lo publico.
La política y sus instituciones no actúan por si mismas, ni tienen vida propia. Más bien la dinámica de los procesos que ambas suponen está animada por un determinado grupo social, especializado en el tratamiento, análisis y debate de los asuntos públicos (sin embargo, es conveniente precisar que esto no excluye la participación de la sociedad). Ése grupo social es precisamente el de los políticos de profesión.
Si bien éstos conforman subgrupos afines en términos ideológicos, e institucionalizan su organización mediante la forma de partidos políticos que pueden tener alcance local, regional o nacional, su origen es netamente social. Es decir, los políticos surgen de la propia sociedad y al mismo tiempo que desempeñan el papel de protagonistas del quehacer político, también desempeñan otros roles sociales mediante los cuales adquieren y reproducen determinadas pautas de comportamiento, hábitos y tradiciones que ya en su actuación en la esfera de los asuntos públicos se proyectan de forma exponencial.
De manera que los políticos y su desempeño son un reflejo del estado cultural que guarda la sociedad a la que pertenecen. De ahí que sea atinado decir que cada sociedad tiene los políticos que se merece, o el reflejo de lo que en realidad es.
En el caso de México, ha sucedido algo muy interesante, consistente en una especie de desfase cultural y generacional entre la clase política y algunos de los sectores de la sociedad que se muestran más activos, enterados y propositivos en torno a la política. Y, a su vez, se ha abierto una brecha entre estos sectores y el grueso de la población que aun padece los remanentes autoritarios engendrados por más de siete décadas de gobierno no democrático de un solo partido.
Así pues, en esta coyuntura se observa una preocupante fragmentación cultural acompañada de un deterioro del tejido social, que la clase política pareciera acentuar en lugar de intentar contener.
Esto porque una de las principales tareas del entramado institucional de la política, consiste precisamente en procurar la cohesión de los diversos sectores de la sociedad, alimentar el consenso que permite la existencia del Estado y buscar salidas negociadas a la gama de conflictos que entre aquellos sectores se presentan.
La clase política encargada del funcionamiento de ese entramado en nuestro país, ha dejado de lado esas tareas, ha propiciado el debilitamiento del consenso y se ha desentendido de los reclamos y los planteamientos que diversos grupos sociales le han sugerido.
Por tal razón resulta paradójico plantear la posibilidad de reformar al Estado, pues pareciera más bien que las modificaciones legales que se han aprobado en los últimos días, tienen por objetivo disgregar a las partes sustentantes del consenso que lo funda –al Estado-, con la finalidad de que sea únicamente la clase política el único grupo social beneficiado.
Por otra parte, los grupos sociales –pero fundamentalmente económicos- que han resultado afectados por las disposiciones reformatorias de la clase política, poco han abonado al mantenimiento del consenso, y por el contrario, se han dedicado a promover la fragmentación social mediante la manipulación de la información y de la opinión pública.
En el caso de las modificaciones a las instituciones y procedimientos electorales, que se han presentado como “reforma electoral”, ha sido más que evidente la posición disgregadora y de abierta confrontación que han adoptado tanto los diversos grupos parlamentarios del Congreso de la Unión, como los concesionarios de radio y televisión.
No se percibe en ninguna de las dos partes, pero principalmente entre los diputados y senadores, un mínimo de noción de lo que significa el Estado y de la conveniencia de su fortalecimiento.
Salvo una excepción que resulta paradójica e irónica, debido a la filiación y trayectoria política del personaje –el senador por el estado de Sonora, Manlio Fabio Beltrones, que a la sazón de la reforma dijo, refiriéndose a los concesionarios de radio y televisión, “podrán quebrar a un político o dos, pero nunca podrán quebrar al Estado”- no se ha observado una visión de Estado y un liderazgo comprometido con esta visión y conciente de la importancia del actual momento político para la vida futura del país.
Aunado a lo anterior, el conjunto de modificaciones que se ha pretendido presentar como “la reforma del Estado”, son en realidad reformas muy específicas que en lugar de fortalecerlo, lo debilitan en el proceso de discusión y eventual aprobación de sus modificaciones, adiciones o derogaciones.
Así pues, la pretendida reforma electoral es en realidad una modificación muy puntual al sistema electoral, es decir, a la forma de organizar y administrar la competencia política; que si bien tiene sus aciertos (excluir al menos formalmente a los medios de comunicación de las campañas electorales), también tiene sus riesgos; entre ellos, el excesivo protagonismo de los partidos políticos en la determinación de las reglas bajo las cuales habrán de jugar la contienda electoral; es decir, el riesgo de que se conviertan en juez y parte del juego.
La llamada reforma fiscal –que es en realidad una modificación a la miscelánea fiscal- se encauza en la misma dirección; sólo que con un matiz compensatorio, pues mientras a los grandes consorcios de medios se les excluyó del negocio electoral, en el ámbito fiscal se les dejaron intocados sus privilegios, trasladando, o más bien asignando deliberadamente, su responsabilidad de contribución fiscal a las amplias mayorías ya de por sí sobrecargadas de impuestos y obligaciones para con la hacienda pública.
Aunado a lo anterior se debe considerar también el efecto negativo que tendrán en el corto plazo las alzas de precios tanto en la capacidad de ahorro e inversión de los sectores pequeño y mediano de la industria, como en el control de la inflación por parte de la autoridad monetaria, el Banco de México.
En suma, como se ha podido observar, la lógica subyacente en la pretendida reforma del Estado es aquella que hiciera célebre uno de los personajes de Giuseppe Di Lampedusa en “El Gatopardo”: cambiar para que todo siga igual.
Lluvia y ¿encharcamientos?
La tarde del miércoles una lluvia intempestiva que se precipitó implacable por más de tres horas, nos sorprendió a la gran mayoría de habitantes del sur de la Ciudad de México.
Sin decir agua va –en el sentido más literal de la expresión- repentinamente comenzaron a caer cubetadas de agua del cielo, acompañadas de un fantasmagórico espectáculo de relámpagos y truenos.
A esas horas me dirigía al hospital donde trabaja la doctora corazón, el cual por culpa de una bola de ingenieros y arquitectos irresponsables y carentes de visión a largo plazo, fue construido a lado del “anillo periférico” -la avenida que alguna vez rodeara las afueras de la ciudad- que para esas horas parecía más bien canal de desagüe.
Como tengo la insana costumbre de escuchar los noticiarios radiofónicos vespertinos, sintonicé la estación del reporte vial. Un insensato (por no decir estúpido imbécil) locutor decía que se reportaban “encharcamientos” en el cruce de periférico y viaducto tlalpan. Al escucharlo de plano me dieron ganas de darme de topes en el volante.
Lo que estaba frente a mi, o más bien, en medio de lo yo y otras decenas de conductores estábamos, no era un “encharcamiento”, ¡era una auténtica laguna con todo y olas incluidas! Pero ese idiota desinformado reportaba que eran encharcamientos.
Un encharcamiento es, como su nombre lo indica, un miserable charco que se puede sortear de un brinco, mas no un pinche océano de agua aceitosa de más de 40 centímetros de altura y 10 metros de largo.
Malpensado, aguafiestas y quejumbroso como soy, mientras estaba en ese “encharcamiento” (a quién se le habrá ocurrido tal eufemismo) me pregunté: ¿por qué el carnal Marcelo en lugar de andar haciendo consultitas pendejas sobre temas ecológicos, no promueve un programa para que la gente no tire su basura en las coladeras? o ¿por qué en lugar de haber construido un puto segundo piso que los pobres que decía defender ni siquiera usan, el hijo de su “#%=& madre del peje no le metió esa lana al mejoramiento del drenaje de la ciudad?
Habrán de dispensar los improperios, pero es que ahora sí me dio rete harta muina.
Moraleja de la historia: en esta época de lluvias, no está de más traer una lancha inflable en la cajuela del coche o, en su defecto, una muñeca; la ventaja de esta última es que también resulta útil en otro tipo de emergencias…
P.S. 1. Ya a ver si la siguiente semana pongo aquí el logo del premio al que me hizo acreedor la siempre simpática Manijeh, así como mis respectivas nominaciones. Aunque adelanto que no serán las que se piden como requisito.
P.S. 2 El próximo 24 de septiembre se presentará en el Teatro Metropolitan de la Ciudad de México Jorge Drexler ¡y yo lo voy a ver! Para quien no le suene este cantautor uruguayo, basta decir que varias de sus canciones aparecen de fondo en comerciales de caldos de pollo (Sea y Me haces bien) y de pan (Todo se transforma) y que sin ser pretencioso, rebuscado y de mal gusto como aquel Serrat del personal de servicio doméstico, mejor conocido como Arj… ¡ése! tiene canciones muy llegadoras que se podrían catalogar como soft pop.
Para comenzar a conocerlo recomiendo escuchar “Todo se transforma” del album "Eco".