22 oct 2007

Contingencia

Creo que nunca dejará de asombrarme la contingencia y creo que tampoco –oh, gran tragedia- dejaré de cuestionarme de forma inútil el por qué de la propia contingencia.

Es decir de aquellos actos, sucesos y/o fenómenos que sin estar contemplados en el curso de la vida, influyen en ella, la alteran o la transforman radicalmente.

Lo contingente es un auténtico punto de inflexión, es un accidente, un error, una casualidad, una coincidencia.

Es misterio, es asombro, es curiosidad. Es lo inesperado.

El Universo, nuestra galaxia, nuestro sistema solar, nuestro planeta y nosotros mismos, somos producto de la contingencia. Venimos de ninguna parte y nos dirigimos a un igual destino.

La propia muerte es contingente. No sabemos cuándo ocurrirá ni lo que sucederá en el momento justo de exhalar el último aliento.

La contingencia es la repentina ráfaga de viento que sustrae abruptamente de la somnolencia al tranquilo beduino, que se refugiaba del inclemente sol del desierto bajo una palmera.

Es la línea vertical que desvía el curso de la línea horizontal.

Pero de todas las contingencias, la más sorprendente, misteriosa y asombrosa, es la contingencia del amor. El encuentro fortuito de dos almas que ya desde la mirada se reconocen como parte de una unidad primigenia.

El propio encuentro, las circunstancias en las que tiene lugar, son en si mismas contingentes: es estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.

Es prodigioso que un acontecimiento tan fortuito pueda sobrevivir a la fugacidad de lo contingente y prolongarse durante el tiempo que la propia contingencia permita.

Milán Kundera, el genial escritor checho autor de ese portento de novela que es La insoportable levedad del ser, describe en las páginas de esa misma obra lo asombroso de la contingencia en el amor cuando pregunta:

¿Pero un acontecimiento no es tanto más significativo y privilegiado cuantas más casualidades sean necesarias para producirlo?

Sólo la casualidad puede aparecer ante nosotros como un mensaje. Lo que ocurre necesariamente, lo esperado, lo que se repite todos los días, es mudo. Sólo la casualidad nos habla. Tratamos de leer en ella como leen las gitanas en las figuras formadas por el poso del café en el fondo de una taza.



No es la necesidad, sino la casualidad, la que está llena de encantos. Si el amor debe ser inolvidable, las casualidades deben volar hacia él desde el primer momento, como los pájaros hacia los hombros de San Francisco de Asís.

En lo personal siempre encuentro extraordinario el hecho de encontrar una pareja de ancianos tomados de la mano, caminando por la calle; porque ese acto no sólo significa el gran afecto que sienten el uno por el otro, sino también el triunfo de ambos ante la contingencia, que así como los unió en un momento fortuito, imprevisto, no deseado, así también pudo mantenerlos juntos hasta el momento en que la propia contingencia de los procesos biológicos, interrumpa esa unión física, aunque no así la espiritual, de la que no hay forma de saber si es finita o eterna.


¿Por qué la contingencia, Dios? ¿es que acaso sí te gusta jugar a los dados?

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Partidario feroz de la causalidad, en oposición a la casualidad, no puedo sino ver a la contingencia sólo como una reunión todavía no resuelta de circunstancias, tensión no liberada, aunque acaso patente, acaso favorable, del tiempo. Kundera hace recordar a Mallarmé cuando éste dice que la poesía es el lenguaje de un estado de crisis (definición no menos válida que otras incluso contrarias). La experiencia poética sería entonces, juzgo yo, ese estado. Y si acudo a la poesía es porque, si por tu lado tú apuntas al amor, yo no veo mayor distancia entre la una y el otro. Extendiendo mi argumento, creo que el milagro verdadero es cuando la última de las incontables condiciones para que un hecho sobrevenga se da cuando todas las demás se han dado o están por darse: estar ahí. Acudir a "ese" pasillo, a "esa" esquina, cuando el amor (o la poesía) pasa por ahí y todos los demás factores intervienen para que así sea. Un cruce de varios caminos. Una estrella de innumerables brazos cuyo centro tenemos, no la fortuna, sino el mérito de ocupar. Cabría entonces no dar paso sin huarache, o al menos tomarnos más en serio esto de que si estamos en tal lugar, en tal situación, se lo debemos tanto a la decisión que significa nuestro último paso como a la que significa el primero, y no a ese sobrevaluado ente mitológico que los que no estudiaron para el examen llaman suerte.

Saludos y grito de guerra
JM

Anónimo dijo...

Por cierto, te invito a mi caja de juguetes.

http://apropositodenada-javiermardel.blogspot.com/

Irá creciendo. Ya sabes: todo, para saltar, debe subir antes a su puente (y si no, pregúntale a Celan).

JM

Anónimo dijo...

Quizá no todo es producto de la casualidad. Si bien los medios o situaciones para llegar a nuestro fin no siempre son los esperados, cada uno busca lo que quiere que pase.
Nos encontramos en alguna situación, como consecuencia de nuestros actos u omisiones. Yo también creo que más que casualidad es causalidad.
Saludos y buen día.

Anónimo dijo...

También considero que detrás de las cosas que vivimos, más que resultado de la casualidad son causalidadades. Todo lo que nos pasa siempre lo buscamos ya que es el resultado de la ambición en algunos casos, del hecho de que la gran mayoría somos seres inconformistas y los que no lo son, pues finalmente buscan otros medios que invariablemente los llevarán a un resultado que ellos mismos propiciaron. El destino para cada uno ya está plasmado y la vida se basa en tomar decisiones.. lo dificil es saber cuál tomar y siento que la decisión que tomemos sea cual fuese, para cada una ya tenemos preparada una nueva opción.
Un saludo y me gusta mucho tu blog.

Anónimo dijo...

Ah! Pero no quiero que se piense que soy fatalista. Sabemos que el azar, el hermoso azar, existe y que su fondo es inescrutable. Termino con esto: hace unos años un científico connotado, no recuerdo su nombre, al ser interrogado sobre si creía en el destino o en el azar, dijo: somos como una botella echada al mar (es decir, llevados por el oleaje del azar),con un mensaje escrito dentro de ella (nuestro destino ya escrito de antemano). Chistoso, ¿no?

JM