No, no se trata del titulo de la canción de Pau Donés, sino de una oprobiosa carga moral que me ha atormentado desde que me volví una persona decente e intelectual (ajá). Y es que por más que me he cultivado en las ciencias del espíritu -me refiero a las humanidades y no a las patrañas esotéricas- mi intelectualidad, agudeza crítica y lucidez, no han sido suficientes para eliminar las reminiscencias del homínido que, otorgándole el crédito que se merece la teoría darwiniana de la evolución, fue nuestro ancestro inmediato en la línea evolutiva que nos emparenta con los macacos y los orangutanes.
Para ser más claro, debo confesar que aún me causa gran placer contemplar y palpar (si es posible) las voluptuosas formas femeninas, como si fuese un vil gorila en celo que sólo quiere fornicar con la hembra.
Pero eso no es lo más irritante y vergonzoso en un intelectual de mi talla, sino el hecho de compartir con las amplias masas de comunes mortales pertenecientes a mi mismo género, la emoción por competir y marcar territorios, como si fuésemos bestias salvajes.
En ese tenor se enmarca mi fuerte inclinación por mirar el Fútbol. Simplemente no me puedo explicar porque continúa siendo de mi agrado mirar un viejo ritual deportivo que exhibe el pobre avance de nuestra evolución cultural, pues eso de ver a 22 gatos –-o más bien, simios semi evolucionados- corriendo detrás de una pelota y celebrar sus habilidades y movimientos, cuya apoteosis es alcanzada cuando se logra introducir la pelota en un marco metálico rectangular protegido por una red, resulta realmente anacrónico.
Pero el hecho mismo de que ese ritual provoque pasiones, emociones y sentimientos ligados al furor y al drama, refleja que ni con todo y la Ilustración, la revolución industrial y el avance tecnológico permanente -símbolos todos ellos de la modernidad- hemos logrado superar nuestros instintos, apetitos e inclinaciones silvestres.
Tal fenómeno no sólo ocurre alrededor del fútbol, que es uno de los deportes más universales, sino alrededor de todas las prácticas deportivas que impliquen la competencia. Y para muestra los juegos olímpicos en sus ediciones de verano e invierno.
Así que ni hablar, me entregaré con placer culposo a mirar los juegos de Fútbol. Aunque ello no significa que renunciaré a observar que detrás de ciertos torneos, como la justa mundialista, hay un intenso e intricado juego de intereses mercantiles, así como una enorme ambivalencia en torno a la formación de la identidad cultural, pues si bien se trata de un torneo entre distintas naciones, los representativos de las mismas son en realidad agrupaciones de jugadores de clubes privados que se arrogan el derecho de representar a un país entero, con la contradicción de traer en sus camisetas (que con un anuncio más estarían a punto de convertirse en secciones amarillas móviles) la publicidad de empresas multinacionales.
De hecho, ahora que lo pienso bien, ver el fútbol me dará la oportunidad de hablar de un tema común con el taxista, el bolero o cualquier otro simple que se halle ajeno a la ciencia política, la filosofía y la teología...
... aunque en caso de que el tema del fut no resulte efectivo, siempre queda el tema del trasero de Jennifer López o de los prominentes pechos de Pamela Anderson: ni modo, hombre al fin y al cabo, a mucha honra.
1 comentario:
Pues que creía usted hombre, que por haber estudiado se ivan a ir de su existir las bajas pasiones, pues no, le digo somos humanos con el derecho y la inclinación a ciertos pecadillos y tambien a descabelladas y horrorosas costumbres insanas como eso de ver futbol, que espanto!!!!!!!!!
¡que bueno que se preocupe por tener de que hablar con las demás personas, debería de entrarle un poco a la cocina, que tal si un día se encuentra conmigo será un total aburrimiento así que profesor: apliquese vaya aprendiendo una que otra recetita.
otro beso amistoso, es que hoy amanecí feliz.
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