¿Fue acaso porque en su momento no me gustó la novela o porque la adaptación cinematográfica es a todas luces deplorable? Aun no he logrado formular una respuesta concluyente a esta interrogante, desde que el viernes por la tarde acudí a la sala de cine para ver “El perfume. Historia de un asesino”, la versión cinematográfica de la novela homónima escrita por el alemán Patrick Süskind, y salí con una mueca de desaprobación.
Generalmente cuando tengo la intención mirar alguna cinta en el cine, evito leer las opiniones de los críticos especializados porque para ellos todo es decadencia, banalidad y chafez absoluta; y no hay nada como las joyas antiguas, es decir, los célebres largometrajes que durante su proyección mantienen despiertos sólo a los cinéfilos convencidos. De manera que en lugar de motivar a los espectadores comunes –entre los que, aunque resulte difícil creerlo, me incluyo- terminan por predisponerlos o de plano hacerlos desistir de su intención de mirar tal o cual filme.
Sin embargo, pienso que en esta ocasión debí haber leído las críticas; de esa manera hubiese evitado (maldito pretérito pluscuamperfecto, como te odio) que me doliera la espalda luego de estar aplastadote dos horas viendo una pésima adaptación de una pésima novela.
Sí, sé que la posible respuesta de quienes han leído con gusto la historia del aprendiz de perfumista Grenouille, es que yo mismo tengo la culpa por haber escogido mirar esa cinta y no otra. Pero la verdad es que me declaro inocente porque cedí el derecho de elección a cambio de unas palomitas y una coca-cola, además de pretender proyectar una imagen de apertura hacia la cultura comercial con la finalidad de no quedar frente a mi acompañante como un culterano rancio y aburrido (eso de quedar bien en la primera cita tiene un alto costo y no precisamente económico).
Pero haciendo a un lado los elementos secundarios, quiero expresar porqué en mi opinión la adaptación cinematográfica de la novela de Süskind es tan mala -o aún más mala que la novela.
Primero porque a pesar de que la producción tuvo uno o dos buenos momentos a lo largo de la cinta (la reconstrucción de la vida cotidiana de los núcleos populares de las villas y ciudades francesas del siglo XVIII, la congregación multitudinaria para observar la ejecución de la sentencia de Grenouille, en donde se observa con claridad la división estamental de la sociedad), en general no logró proyectar la atmósfera lúgubre que Süskind delineó en la novela como telón de fondo para el desarrollo de toda la historia. Quizá la fotografía tampoco ayudó.
La dirección es tan deficiente que el actor que interpreta al aprendiz de perfumista parece un auténtico tarado y no logra proyectar nunca la esencia tétrica y de siniestra obsesión por los olores propia del personaje. Más bien parece un perro husmeando el aire o un cocainómano snifeando los restos del polvo que le quedaron en la nariz. Y ese es todo su potencial. Bueno, es tan chafa la dirección que hasta un actor de los vuelos de Dustin Hoffman parece adolescente de bachillerato representado la obra de teatro de su escuela.
Ni qué decir de la escena de la orgía comunitaria. Es tan fresa y mojigata que más bien parece una escena romántica extraída de una película de Sandra Bullock o Julia Roberts, cuando que para ese acto de furor sexual desmedido hubiera sido mejor que contrataran a un director de cine porno.
La musicalización es igualmente desafortunada. No ayuda en nada a realzar los momentos álgidos de la trama. En lugar de aumentar el suspenso y la expectativa, produce somnolencia.
El guión está tan mal adaptado que termina degenerando aún más la calidad de una historia ya sobradamente deficiente en términos literarios. Los diálogos son parcos, simples y sin gracia. Además, la voz en off narra la trama con un acento británico demasiado irritante, que paradójicamente contrasta con la locación francesa de los acontecimientos.
En fin, que lo único rescatable de “El perfume” son los trailers de las otras películas y eso para quienes gustan de los churros enlatados.
P.S. A propósito de la mecánica cuántica, porque tendría que apoyar el Estado mexicano una industria privada como la cinematográfica, estando copada por pequeñas mafias de actores y directores que pretenden hacer dizque “denuncia social” a través de historias muy chafas en las que si no salen dos o tres escenas de desnudos vulgares -remanentes del cine de ficheras- no son consideradas por ellos mismos como buenas cintas.
Si la industria del cine en México no es rentable es porque los propios productores, directores y actores se han encargado de llevarla a la quiebra.
Cierto, el gobierno debería promover regulaciones de competencia para que los circuitos comerciales abran sus salas a la exhibición de cintas nacionales. Pero no sé hasta qué punto resulte tan atractivo para los espectadores (y lucrativo para los exhibidores, porque el cine antes que arte es negocio) ver a Demian Bichir interpretando a un drogadicto, a un periodista izquierdoso y a un looser demente en tres distintos filmes proyectados durante una sola semana.
Puede ser una frivolidad o una “burda imitación” del cine de Hollywood, pero Lemon Films demostró con “Matando cabos”, que en México se puede hacer buen cine, con un sello propio, sin recurrir a los clichés de las ciudades oscuras y las almas atormentadas. Ahí está la muestra, es cuestión de honestidad aceptar que es funcional e intentar seguirla.
Generalmente cuando tengo la intención mirar alguna cinta en el cine, evito leer las opiniones de los críticos especializados porque para ellos todo es decadencia, banalidad y chafez absoluta; y no hay nada como las joyas antiguas, es decir, los célebres largometrajes que durante su proyección mantienen despiertos sólo a los cinéfilos convencidos. De manera que en lugar de motivar a los espectadores comunes –entre los que, aunque resulte difícil creerlo, me incluyo- terminan por predisponerlos o de plano hacerlos desistir de su intención de mirar tal o cual filme.
Sin embargo, pienso que en esta ocasión debí haber leído las críticas; de esa manera hubiese evitado (maldito pretérito pluscuamperfecto, como te odio) que me doliera la espalda luego de estar aplastadote dos horas viendo una pésima adaptación de una pésima novela.
Sí, sé que la posible respuesta de quienes han leído con gusto la historia del aprendiz de perfumista Grenouille, es que yo mismo tengo la culpa por haber escogido mirar esa cinta y no otra. Pero la verdad es que me declaro inocente porque cedí el derecho de elección a cambio de unas palomitas y una coca-cola, además de pretender proyectar una imagen de apertura hacia la cultura comercial con la finalidad de no quedar frente a mi acompañante como un culterano rancio y aburrido (eso de quedar bien en la primera cita tiene un alto costo y no precisamente económico).
Pero haciendo a un lado los elementos secundarios, quiero expresar porqué en mi opinión la adaptación cinematográfica de la novela de Süskind es tan mala -o aún más mala que la novela.
Primero porque a pesar de que la producción tuvo uno o dos buenos momentos a lo largo de la cinta (la reconstrucción de la vida cotidiana de los núcleos populares de las villas y ciudades francesas del siglo XVIII, la congregación multitudinaria para observar la ejecución de la sentencia de Grenouille, en donde se observa con claridad la división estamental de la sociedad), en general no logró proyectar la atmósfera lúgubre que Süskind delineó en la novela como telón de fondo para el desarrollo de toda la historia. Quizá la fotografía tampoco ayudó.
La dirección es tan deficiente que el actor que interpreta al aprendiz de perfumista parece un auténtico tarado y no logra proyectar nunca la esencia tétrica y de siniestra obsesión por los olores propia del personaje. Más bien parece un perro husmeando el aire o un cocainómano snifeando los restos del polvo que le quedaron en la nariz. Y ese es todo su potencial. Bueno, es tan chafa la dirección que hasta un actor de los vuelos de Dustin Hoffman parece adolescente de bachillerato representado la obra de teatro de su escuela.
Ni qué decir de la escena de la orgía comunitaria. Es tan fresa y mojigata que más bien parece una escena romántica extraída de una película de Sandra Bullock o Julia Roberts, cuando que para ese acto de furor sexual desmedido hubiera sido mejor que contrataran a un director de cine porno.
La musicalización es igualmente desafortunada. No ayuda en nada a realzar los momentos álgidos de la trama. En lugar de aumentar el suspenso y la expectativa, produce somnolencia.
El guión está tan mal adaptado que termina degenerando aún más la calidad de una historia ya sobradamente deficiente en términos literarios. Los diálogos son parcos, simples y sin gracia. Además, la voz en off narra la trama con un acento británico demasiado irritante, que paradójicamente contrasta con la locación francesa de los acontecimientos.
En fin, que lo único rescatable de “El perfume” son los trailers de las otras películas y eso para quienes gustan de los churros enlatados.
P.S. A propósito de la mecánica cuántica, porque tendría que apoyar el Estado mexicano una industria privada como la cinematográfica, estando copada por pequeñas mafias de actores y directores que pretenden hacer dizque “denuncia social” a través de historias muy chafas en las que si no salen dos o tres escenas de desnudos vulgares -remanentes del cine de ficheras- no son consideradas por ellos mismos como buenas cintas.
Si la industria del cine en México no es rentable es porque los propios productores, directores y actores se han encargado de llevarla a la quiebra.
Cierto, el gobierno debería promover regulaciones de competencia para que los circuitos comerciales abran sus salas a la exhibición de cintas nacionales. Pero no sé hasta qué punto resulte tan atractivo para los espectadores (y lucrativo para los exhibidores, porque el cine antes que arte es negocio) ver a Demian Bichir interpretando a un drogadicto, a un periodista izquierdoso y a un looser demente en tres distintos filmes proyectados durante una sola semana.
Puede ser una frivolidad o una “burda imitación” del cine de Hollywood, pero Lemon Films demostró con “Matando cabos”, que en México se puede hacer buen cine, con un sello propio, sin recurrir a los clichés de las ciudades oscuras y las almas atormentadas. Ahí está la muestra, es cuestión de honestidad aceptar que es funcional e intentar seguirla.
Un saludo a mi lector anónimo, que pasó de revisor de estilo a cupido. Gracias pero no gracias.
1 comentario:
Hola, cuanto gusto que regrese a las andadas!!!!!!
bueno espero que la próxima vez que vaya a er un film, lo escoja usted y que sea de su agrado, oiga espero que su acompañante sí lo haya disfrutado...
saluditos y un beso de bienvenida.
¡¡¡caray que susto me dió!!!!
pd.a proposito de Julia Roberts es una de mis fávoritas, estoy haciendo mi colección de peliculas cursis y las de ella en especial me parecen muuuuuuy lindas y bueno yo no critico el cine, lo disfruto es más provechoso aunque sus criticas son bastante entretenidas.
ahora sí, hasta pronto.
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