Comenzaba a caer la tarde en aquella agreste y lejana región donde se ubicaba, en lo alto de una montaña, la ermita donde el maestro había decidido vivir en retiro para dedicarse por completo a la meditación.
Soplaba un viento frío de mediana intensidad, suficiente para erizar la piel y mover los hábitos como pendones flotantes en lo alto de un asta.
El discípulo caminaba con la cabeza gacha detrás del maestro, tratando de adivinar el camino en una discreta lucha que sus ojos libraban contra la oscuridad que acaecía más deprisa.
Al llegar cerca de un risco, cuya sola percepción provocaba un vértigo aterrador, el maestro se detuvo, suspiró y permaneció en silencio.
El discípulo, contrariado, le inquirió con cierto temor:
-Maestro ¿es que acaso no responderá a mi cuestionamiento acerca de la naturaleza finita o infinita del amor?
El maestro, sin volver la mirada comenzó a hablar en el tono enigmático que le caracterizaba y dijo:
-El amor por si mismo no desea morir. Es más bien el entorno el que le resulta hostil. Cuestionado por todos lados, en muchas ocasiones caricaturizado, trivializado, se ve constantemente sometido a la duda, a la vacilación y al titubeo.
El amor siempre trata de luchar contra cuestionamientos corrosivos, que lo asaltan permanentemente: ¿es correcto esto que hago? ¿realmente me conviene invertir tiempo y energías en el porvenir de una ilusión? Y si mis expectativas no resultan satisfechas ¿qué haré? ¿tendré aun capacidad para volver a creer? ¿existirá realmente alguien que me complemente como pensé que me complementaba él o ella? ¿valdrá la pena esperar más tiempo? ¿es posible que todo eso que busco en él o ella, realmente lo tengo justo frente a mí, pero debido a mi obstinación lo ignoro?- El discípulo frunció el ceño en señal de sorpresa ante las palabras del maestro, pero éste, luego de una breve pausa prosiguió:
-El amor verdadero despierta en el que lo siente la conciencia de su fragilidad, y genera una sensación de fugacidad. Es por eso un despertar trágico de la conciencia, que todo el tiempo estuvo plácidamente dormida, arrullada por el silencio de la indiferencia respecto a los estertores producidos en el corazón por la patología amorosa.
El amor produce delirio, el delirio de que algún día, talvez hoy, mañana o pasado, acabará y no volverá jamás. No por lo menos como vino en esta ocasión, tan imprevisto, tan sublime, tan especial, tan tierno, tan apasionado. Por eso tratamos de aferrarnos a él, de adelantarnos al futuro, de cerrarle todas las puertas para que se quede con nosotros; por eso a pesar de que amamos, de que estamos seguros de amar como nunca antes, nos sentimos tristes, melancólicos. Por eso mantenemos el permanente nudo en la garganta y nos sentimos vulnerados en nuestra autonomía y subjetividad; nos sentimos una variable dependiente de la existencia del otro, porque ya nos sentimos uno; porque ése uno resulta de la incomprensible aritmética amorosa y divina, en la que la suma de dos almas da por resultado una sola.
El amor conlleva la tragedia, pero la tragedia no necesariamente implica al sufrimiento.-
Luego de esta larga argumentación, el maestro se volvió para mirar al discípulo. Al hacerlo encontró en éste una expresión de estupefacción y horror. Entonces le preguntó -¿qué sucede? ¿es que acaso no te ha complacido mi respuesta?- El discípulo lo miró con una seriedad poco habitual y respondió:
-Maestro, con todo respeto, ahora sí se la jaló.
Soplaba un viento frío de mediana intensidad, suficiente para erizar la piel y mover los hábitos como pendones flotantes en lo alto de un asta.
El discípulo caminaba con la cabeza gacha detrás del maestro, tratando de adivinar el camino en una discreta lucha que sus ojos libraban contra la oscuridad que acaecía más deprisa.
Al llegar cerca de un risco, cuya sola percepción provocaba un vértigo aterrador, el maestro se detuvo, suspiró y permaneció en silencio.
El discípulo, contrariado, le inquirió con cierto temor:
-Maestro ¿es que acaso no responderá a mi cuestionamiento acerca de la naturaleza finita o infinita del amor?
El maestro, sin volver la mirada comenzó a hablar en el tono enigmático que le caracterizaba y dijo:
-El amor por si mismo no desea morir. Es más bien el entorno el que le resulta hostil. Cuestionado por todos lados, en muchas ocasiones caricaturizado, trivializado, se ve constantemente sometido a la duda, a la vacilación y al titubeo.
El amor siempre trata de luchar contra cuestionamientos corrosivos, que lo asaltan permanentemente: ¿es correcto esto que hago? ¿realmente me conviene invertir tiempo y energías en el porvenir de una ilusión? Y si mis expectativas no resultan satisfechas ¿qué haré? ¿tendré aun capacidad para volver a creer? ¿existirá realmente alguien que me complemente como pensé que me complementaba él o ella? ¿valdrá la pena esperar más tiempo? ¿es posible que todo eso que busco en él o ella, realmente lo tengo justo frente a mí, pero debido a mi obstinación lo ignoro?- El discípulo frunció el ceño en señal de sorpresa ante las palabras del maestro, pero éste, luego de una breve pausa prosiguió:
-El amor verdadero despierta en el que lo siente la conciencia de su fragilidad, y genera una sensación de fugacidad. Es por eso un despertar trágico de la conciencia, que todo el tiempo estuvo plácidamente dormida, arrullada por el silencio de la indiferencia respecto a los estertores producidos en el corazón por la patología amorosa.
El amor produce delirio, el delirio de que algún día, talvez hoy, mañana o pasado, acabará y no volverá jamás. No por lo menos como vino en esta ocasión, tan imprevisto, tan sublime, tan especial, tan tierno, tan apasionado. Por eso tratamos de aferrarnos a él, de adelantarnos al futuro, de cerrarle todas las puertas para que se quede con nosotros; por eso a pesar de que amamos, de que estamos seguros de amar como nunca antes, nos sentimos tristes, melancólicos. Por eso mantenemos el permanente nudo en la garganta y nos sentimos vulnerados en nuestra autonomía y subjetividad; nos sentimos una variable dependiente de la existencia del otro, porque ya nos sentimos uno; porque ése uno resulta de la incomprensible aritmética amorosa y divina, en la que la suma de dos almas da por resultado una sola.
El amor conlleva la tragedia, pero la tragedia no necesariamente implica al sufrimiento.-
Luego de esta larga argumentación, el maestro se volvió para mirar al discípulo. Al hacerlo encontró en éste una expresión de estupefacción y horror. Entonces le preguntó -¿qué sucede? ¿es que acaso no te ha complacido mi respuesta?- El discípulo lo miró con una seriedad poco habitual y respondió:
-Maestro, con todo respeto, ahora sí se la jaló.
6 comentarios:
Me encantó tu post... creo que pasaré seguido a visitarte
Saludos
Que hermoso post sobre el amor…
Muy romántico y cierto.
Me gustó muchsisimisimo.
Salu2
Lindas palabras. Pero me recuerdan a un difunto muerto.
no inventes esto esta super padrisimo
oye tampoco te emociones solo quiero conocerte, saber quien eres no quiero contigo... bueno todavia
pero deberias estar bien atento a lo mejor ya hasta te e visto en tu facultad y tu cero que te das cuenta
mmm veo que no te gustaron los besitos pingos pero no me importa otra ves te mando besitos pingos
Oye que lindo cuento, me encanto.
Mmmmm aunque no se porque presiento que tu eres el discipulo.
Bueno cuidate ok?
yo creo que al maestro le falto añadir:
encontrar a alguien que te complemente perfectamente es casi imposible, sin embargo si observas bien te daras cuenta que llegado el momento el amor hace que las personas parezcan perfectas a nuestros ojos.
enamorarse no es trágico, lo trágico es desenamorarse pero cuando ese momento llega el amor ya hizo lo suyo, dejar la semilla que lo fortalecerá en nuestra vida y le permitirá dejar de ser ese chiquillo soñador y romántico, para convertirse en un ser nuevo y maduro dispuesto a dar lo mejor de sí.
lo que yo traduzco como "el amor también evoluciona, el enamoramiento es el nacer del amor, los recien enamorados son la tierra en la que cae la semilla, depende de su buena voluntad que el amor crezca y se mantenga".
bueno ya estoy divagando, lo visito luego. bye.
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