Originalmente había pensado en poner como título a este comentario, que marca mi regreso al virtual, insensato y vacuo mundo de las bitácoras electrónicas, "Regreso a Comalá", en alusión a las primeras líneas con las que Juan Rulfo da inicio a Pedro Páramo; la celebre novela que describe puntualmente al México costumbrista y aldeano de principios del siglo XX, poblado por personajes sórdidos, parroquianos y cerriles.
Y es que por más que intenté resistir, fue inevitable padecer el jet lag cultural propio de quienes, luego de pasar una temporada fuera del país –particularmente en Estados Unidos y Europa- y conocer la modernidad, sus lujos y comodidades, sienten cierto rechazo, decepción y calosfríos al contemplar nuevamente el pintoresco paisaje de globos y bicicletas del México lindo y querido, que con todo y sus asegunes, amlos y calderones, nos hace sentir orgullosos de haber nacido en su suelo.
A punto, pues, de escribir aquel título, recordé súbitamente la frase que –de creerle a las malas y envidiosas lenguas de la época- alguna vez pronunciara la “Güera” Rodríguez a propósito del costumbrismo prevaleciente a lo lago y ancho del país en el siglo XIX: fuera de México, todo es Cuautitlán.
[En este punto hay que hacer la acotación geográfica: Cuautitlán es uno de los municipios del Estado de México, ubicado al norte del Distrito Federal, a pocos kilómetros de la caseta de cobro de la autopista México-Querétaro].
El propósito de la frase de la “Güera” era evidenciar –no sin cierto desdén y sarcasmo- que el único centro urbano del país, era la Ciudad de México y que todo lo demás era un gran pueblote.
Influenciado todavía por el jet lag cultural y aun en contra de mi acendrado chovinismo, tan sintomático del mes que transcurre, creo que la meretriz preferida de Iturbide se equivocó en su frase. Aunque es comprensible, porque además de ser una disoluta, en el fondo era también una ordinaria aldeana con disfraz de citadina.
Hasta antes de largarme del país pensaba como la “Güera” Rodríguez, que fuera de Coyoacán todo era Cuautitlán, pues para mi el norte de la ciudad comenzaba en la avenida Miguel Ángel de Quevedo; sin embargo, ahora que he descubierto el verdadero significado de lo cosmopolita, pienso que lo correcto es que fuera de los centros urbanos del primer mundo, todo es Cuautitlán.
De ahí que haya regresado a Cuautitlán.
Greyhound; o de los guajoloteros gabachos
Con todo y que los Estados Unidos de Norteamérica son la primera potencia económica mundial, que tienen una infraestructura carretera envidiable y gratuita, además de una docena de aeropuertos internacionales enormes e importantes, resulta increíble descubrir que tienen un servicio de autotransporte carretero más chafa e incómodo que los chimecos de la ruta Cd. Neza-Metro Pantitlan .
Pero más que increíble resulta doloroso, en el sentido literal de la palabra. Esto porque ya en la última semana de estancia en la universidad, Carolina tuvo la peregrina idea de que regresáramos a México en autobús, porque además de que sería una buena oportunidad para conocer un poco más del otrora territorio mexicano que el imbécil de Santa Ana vendió por el precio de unas sabritas y una coca-cola, representaba la oportunidad de ahorrar una significativa diferencia en dólares respecto al costo de los boletos de avión.
Así que compramos nuestros boletos de Greyhound para Laredo, Texas, donde conectaríamos con Autobuses Sultana para llegar hasta Monterrey, Nuevo León.
Ya desde el itinerario del viaje la cosa comenzó a pintar mal. El autobús saldría de Nahsville a las 5 de la tarde del jueves 30 de Agosto y llegaría a Memphis a las 10:45 de la noche, para de ahí abordar otro autobús con rumbo a Dallas, Texas, pasando por Little Rock, en Kansas; y una vez en Dallas, abordar otro autobús a las nueve de la mañana del viernes 31 con dirección a Laredo, el cual llegaría a esta ciudad fronteriza a las seis de la tarde.
Animado por el choro mareador y sentimentalista de la Caro, acerca de que serían los últimos días que estaríamos juntos, procedí a mentalizarme que sería un viaje agradable y no tan largo.
Pero desgraciadamente mi capacidad de autosugestión no dio para tanto, pues al subir al autobús descubrí que sus pinches asientos ni siquiera tenían cabeceras y eran más rectos que un ángulo de 90 grados. Es más, ni siquiera tenía video.
Carolina nada más se reía de mi expresión, que imagino que era lo suficientemente cómica o angustiada, o las dos cosas.
Para no hacer el cuento largo, diré que de Nashville a Memphis no hubo tanto problema porque fueron sólo cinco horas; y todos los que íbamos viajando estábamos despiertos, comiendo la chatarra que habíamos comprado en una gasolinera en la que el autobús había hecho escala, además de que íbamos viendo todos los Cuautitlanes por los atravesaba la autopista.
El problema comenzó en el trayecto de Memphis a Dallas, porque no pude dormir ni siquiera cinco minutos durante toda la noche, a causa de la incomodidad de los asientos y del pequeño detalle de que al pinche autobús se le había descompuesto el aire acondicionado y olía a picadero de cocainómanos, por causa de los somníferos que los resignados pasajeros habían tomado para poder dormir. Aunque en lo personal, yo hubiera preferido tomar una dosis de prozac.
Ya en Dallas a Carolina se le había acabado el entusiasmo y cuando llegamos a Laredo estuvimos a punto de echarnos a llorar, al ver la fila enorme de autos y camiones que hacían fila para la revisión aduanal. Así que después de casi tres horas pudimos pasar hacia Nuevo Laredo para abordar nuestro próximo y último autobús hacia Monterrey, donde, muy a pesar nuestro, Carolina y yo tiramos la toalla y nos fuimos directo al aeropuerto, ella a tomar el primer vuelo a Culiacán y yo a la Ciudad de México.
Moraleja de la historia: siempre es mejor viajar en avión, aunque en la revisión para entrar a los andenes te miren hasta el color de los calzones.
En fin, lo importante es que ya estoy de regreso, y en mi próximo comentario escribiré todo lo que no pude escribir en las últimas semanas.
Por lo pronto, como dice una canción popular: “ya llegué de donde andaba, se me concedió volver”.
Y es que por más que intenté resistir, fue inevitable padecer el jet lag cultural propio de quienes, luego de pasar una temporada fuera del país –particularmente en Estados Unidos y Europa- y conocer la modernidad, sus lujos y comodidades, sienten cierto rechazo, decepción y calosfríos al contemplar nuevamente el pintoresco paisaje de globos y bicicletas del México lindo y querido, que con todo y sus asegunes, amlos y calderones, nos hace sentir orgullosos de haber nacido en su suelo.
A punto, pues, de escribir aquel título, recordé súbitamente la frase que –de creerle a las malas y envidiosas lenguas de la época- alguna vez pronunciara la “Güera” Rodríguez a propósito del costumbrismo prevaleciente a lo lago y ancho del país en el siglo XIX: fuera de México, todo es Cuautitlán.
[En este punto hay que hacer la acotación geográfica: Cuautitlán es uno de los municipios del Estado de México, ubicado al norte del Distrito Federal, a pocos kilómetros de la caseta de cobro de la autopista México-Querétaro].
El propósito de la frase de la “Güera” era evidenciar –no sin cierto desdén y sarcasmo- que el único centro urbano del país, era la Ciudad de México y que todo lo demás era un gran pueblote.
Influenciado todavía por el jet lag cultural y aun en contra de mi acendrado chovinismo, tan sintomático del mes que transcurre, creo que la meretriz preferida de Iturbide se equivocó en su frase. Aunque es comprensible, porque además de ser una disoluta, en el fondo era también una ordinaria aldeana con disfraz de citadina.
Hasta antes de largarme del país pensaba como la “Güera” Rodríguez, que fuera de Coyoacán todo era Cuautitlán, pues para mi el norte de la ciudad comenzaba en la avenida Miguel Ángel de Quevedo; sin embargo, ahora que he descubierto el verdadero significado de lo cosmopolita, pienso que lo correcto es que fuera de los centros urbanos del primer mundo, todo es Cuautitlán.
De ahí que haya regresado a Cuautitlán.
Greyhound; o de los guajoloteros gabachos
Con todo y que los Estados Unidos de Norteamérica son la primera potencia económica mundial, que tienen una infraestructura carretera envidiable y gratuita, además de una docena de aeropuertos internacionales enormes e importantes, resulta increíble descubrir que tienen un servicio de autotransporte carretero más chafa e incómodo que los chimecos de la ruta Cd. Neza-Metro Pantitlan .
Pero más que increíble resulta doloroso, en el sentido literal de la palabra. Esto porque ya en la última semana de estancia en la universidad, Carolina tuvo la peregrina idea de que regresáramos a México en autobús, porque además de que sería una buena oportunidad para conocer un poco más del otrora territorio mexicano que el imbécil de Santa Ana vendió por el precio de unas sabritas y una coca-cola, representaba la oportunidad de ahorrar una significativa diferencia en dólares respecto al costo de los boletos de avión.
Así que compramos nuestros boletos de Greyhound para Laredo, Texas, donde conectaríamos con Autobuses Sultana para llegar hasta Monterrey, Nuevo León.
Ya desde el itinerario del viaje la cosa comenzó a pintar mal. El autobús saldría de Nahsville a las 5 de la tarde del jueves 30 de Agosto y llegaría a Memphis a las 10:45 de la noche, para de ahí abordar otro autobús con rumbo a Dallas, Texas, pasando por Little Rock, en Kansas; y una vez en Dallas, abordar otro autobús a las nueve de la mañana del viernes 31 con dirección a Laredo, el cual llegaría a esta ciudad fronteriza a las seis de la tarde.
Animado por el choro mareador y sentimentalista de la Caro, acerca de que serían los últimos días que estaríamos juntos, procedí a mentalizarme que sería un viaje agradable y no tan largo.
Pero desgraciadamente mi capacidad de autosugestión no dio para tanto, pues al subir al autobús descubrí que sus pinches asientos ni siquiera tenían cabeceras y eran más rectos que un ángulo de 90 grados. Es más, ni siquiera tenía video.
Carolina nada más se reía de mi expresión, que imagino que era lo suficientemente cómica o angustiada, o las dos cosas.
Para no hacer el cuento largo, diré que de Nashville a Memphis no hubo tanto problema porque fueron sólo cinco horas; y todos los que íbamos viajando estábamos despiertos, comiendo la chatarra que habíamos comprado en una gasolinera en la que el autobús había hecho escala, además de que íbamos viendo todos los Cuautitlanes por los atravesaba la autopista.
El problema comenzó en el trayecto de Memphis a Dallas, porque no pude dormir ni siquiera cinco minutos durante toda la noche, a causa de la incomodidad de los asientos y del pequeño detalle de que al pinche autobús se le había descompuesto el aire acondicionado y olía a picadero de cocainómanos, por causa de los somníferos que los resignados pasajeros habían tomado para poder dormir. Aunque en lo personal, yo hubiera preferido tomar una dosis de prozac.
Ya en Dallas a Carolina se le había acabado el entusiasmo y cuando llegamos a Laredo estuvimos a punto de echarnos a llorar, al ver la fila enorme de autos y camiones que hacían fila para la revisión aduanal. Así que después de casi tres horas pudimos pasar hacia Nuevo Laredo para abordar nuestro próximo y último autobús hacia Monterrey, donde, muy a pesar nuestro, Carolina y yo tiramos la toalla y nos fuimos directo al aeropuerto, ella a tomar el primer vuelo a Culiacán y yo a la Ciudad de México.
Moraleja de la historia: siempre es mejor viajar en avión, aunque en la revisión para entrar a los andenes te miren hasta el color de los calzones.
En fin, lo importante es que ya estoy de regreso, y en mi próximo comentario escribiré todo lo que no pude escribir en las últimas semanas.
Por lo pronto, como dice una canción popular: “ya llegué de donde andaba, se me concedió volver”.
6 comentarios:
Ayer lo vi en los pasillos de la Facultad, y quiero pensar que ha estado muy ocupado resolviendo sus asuntos, y que por eso no se ha reportado con los cuates, si quiera para avisar que ya llegó.
Como sea, bienvenido Doctor. Ahora ha aumentado mi respeto hacia usted, que es mi guía espiritual.
jajaja...
bueno esta entrada me ha traído algunos no gratos recuerdos muy pero muy parecidos a los suyos:
verdad que resulta insolito el servicio de transporte carretero?
como dice mi dueño, esta pensado para los mexicanos, de ahí que devieramos tener un poco más de dignidad y no enzalzar tanto a los Estados Unidos de America, (que bueno que los estados Mexicanos no entran).
mi comentario al respecto va más allá de los sillones sin cabezera, rotos y sin tornillos y más allá de las goteras que tuve que padecer en mi último viaje a Dalas, hubiera usted visto, llovía dentro del autobus, yo no sabía si llorar, reír, enojarme o preocuparme por que mis padres no se mojaran fué un caos, pues como le decía.
es realmente triste y degradante para un país de primer mundo,( que se ensalza sobre todo en la defensa del bienestar humano, del bien vivir y que quiere imponer sus canones de conducta a todos los países)el hecho de no velar por los intereses de quienes resultan ser una importante fuente economica en su país. esta acción se traduce en elitismo, despotismo y me atrevería a señalar algo de racismo. A propósito, se fijo? al cruzar el puente aduanal justamente a la mitad dónde empieza nuestro querido México (si es que pasa caminando) empieza a disfrutar de una agradable sombra vien provista por nuestro gobierno, antes de eso el sol quema horriblemente la piel, tampoco para eso disponen nustros opulentos vecinos.
y si le buscamos le aseguro hay más de que hablar.
claro que EUA es bonito, mas me gustaría cambiar un poco su frase, que dicho sea de paso me hará ver como una ilusa patriota defendiendo su terruño: más alla de los límites de México todo es Cuautitlan.
ah y por favor no se sienta tan importante que por aca en provincia lo último con lo que soñamos es con ir a vivir a su "precioso" D.F. ya sabe, pueblerinos al fin.
gusto de volver a leerlo y divertirme con su amena forma de relatar sus sucesos. ó...eventos?
saludos y hasta pronto. suerte!!
aunque creo que alguien como usted no la necesita.
Víctor,
curiosa forma de llegar a mi blog, nunca lo he intentado, un día de estos, tal vez... Creo que también tienes buen gusto cinematográfico.
Me agradó tu blog, así que pasaré leerte de vez en vez.
Saludos.
Que bueno que esta de regreso. Ya extrañaba usar mi diccionario jaja no en realidad no tanto.
Espero leerlo pronto
Tendrías que haber estado enamorado de Caro para acceder a viajar todo ese trayecto en camión. Lo siento pero no creo que la vista de las carreteras gringas valgan tanto la pena como para preferir esto a viajar en un cómodo avión y llegar a tu destino final en mucho menos tiempo.
Pero me da harrrrtísimo gusto verte de vuelta.
Coincido con g, son misteriosas las maneras de llegar a algún blog perdido en el ciberespacio...
Y quiero comentar que, además de ser entusiasta de la frase de la Güera (leer su vida y obra en las palabras de Artemio del Valle Arizpe, muy jocosas por cierto), quiero comentar que durante unos 16 años y pese a ser orgullosa tapatía, yo viví en Cuautitlán...
Muchos saludos!!!
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