6 jul 2007

Fantasmas

Esa noche había llovido. El ambiente era húmedo y el viento, que llegaba en fuertes y repentinas ráfagas, era en exceso fresco; talvez demasiado frío.

Al fondo de las vertientes, cubiertas de una nutrida vegetación que en la oscuridad era imposible admirar, se escuchaba el estruendo de los torrentes que transportaban el agua de la lluvia hacia un lago rodeado de oyameles.

En tanto, la leña que alimentaba la fogata se negaba a ser consumida por el fuego, pues había retenido un poco de humedad, provocando la implosión de breves chirridos seguidos de pequeñas chispas que saltaban en el aire de forma intempestiva, para consumirse casi instantáneamente.

El maestro miraba detenidamente cómo una espesa nube cubría lentamente la luna llena, con su avance propiciado por el viento. En su semblante, las más de las veces inescrutable, se podía adivinar cierto dejo de melancolía y un poco de tristeza.

Mientras contemplaba la fogata con aire absorto y temeroso, el discípulo preguntó:

-Maestro, ¿usted cree en los fantasmas?

El maestro, sin dejar de observar la sombría escena de la luna llena eclipsada lentamente por aquella nube, sonrió con cierto desprecio mientras reflexionaba lo que habría de contestar.

A punto de emitir una respuesta negativa, de improviso experimentó una sensación de deja vu que asoció la oscuridad de esa fría y húmeda noche de luna llena, con una voz y un rostro que le resultaban lejanos pero misteriosamente conocidos.

Entonces respondió:

-Por supuesto que creo en los fantasmas. Algunas noches, cuando la luna está resplandeciente y me invita a admirar su esplendor, suele aparecerse un fantasma, que lejos de aterrarme, me hace feliz; porque en su mirada puede vislumbrarse la eternidad y, en su rostro, la inmensidad de ese desbordante cúmulo de sentimientos que los rústicos llaman amor.

Sorprendido por lo inusual de las palabras pronunciadas por el maestro, el joven discípulo dejó de contemplar el fuego y dirigió su mirada al rostro de su mentor. Su sorpresa fue todavía mayor cuando vio que los ojos del viejo monje brillaban con un fulgor inusual, mientras que con la mano derecha acariciaba el aire, como si percibiera una presencia invisible.

En ese momento comenzó a sospechar que el maestro había enloquecido...

3 comentarios:

MAEL dijo...

wooow!!!
Este blog me fascino, despierta las emociones....
saludos!!!!!

Burbrujiux dijo...

Muy buena selección de este fragmento para postearlo.

Creo que todos podemos considerarnos locos, pues no creo que haya alguien que por lo menos una vez no haya experimentado el recuerdo de este tipo de "fantasmas".

Es de tu autoria? O de que libro es?

Saludos!!

manijeh dijo...

Que buena historia, me gustó muchísimo y me dio un poquitín de miedo jaja. Saludos!