En Mateo 5, 3 que narra el famoso sermón de la montaña, Jesús dice algo así como “felices los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos”. Por supuesto que existe una gran variedad de interpretaciones hermenéuticas del sentido de esta frase; algunas apuntan a la humildad como valor social, otras a la pobreza material y cada una ha predominado durante algún tiempo ganando adeptos que han intentado ponerlas en práctica para apropiarse un acre en ése tan preciado Reino celestial del que solía hablar el predicador judío que siglos más tarde fue tomado por verdadero Dios y verdadero hombre por una religión que él muy probablemente no se propuso fundar.
Nada menos que en el Medioevo existieron gran cantidad de sectas, órdenes religiosas y posturas filosóficas que intentaban llevar a la práctica ese consejo dictado por Cristo durante sus días en la Tierra.
Ya durante el Renacimiento y la Modernidad, principalmente durante el siglo XIX, cuando en Europa comenzaron a surgir con gran fuerza los movimientos anarquistas y marxistas, la interpretación dada a la bienaventuranza en torno a la pobreza afirmaba que ésta en realidad era un recurso de dominación ideológica para aplacar los ánimos rebeldes de las clases oprimidas, haciéndoles creer que en el plano espiritual la pobreza era buena y la riqueza mala.
Sea como fuere, el punto es que debemos al cristianismo la glorificación de la pobreza, en cualquiera de sus vertientes.
Los pobres, en tanto seres vulnerables, marginados y desesperanzados, son los más propensos a descubrir y hacer suyo el llamado de la fe, que es la búsqueda de la salvación del alma.
La riqueza, por el contrario, ha estado asociada en la versión del cristianismo católico, a la avaricia, la ambición y la soberbia, antivalores todos ellos promovidos por el antagonista espiritual de Dios, es decir, el demonio. Caso contrario el de las confesiones protestantes, en las que la riqueza es fruto del trabajo consagrado a Dios.
Pero más allá de estas consideraciones, muy interesantes por lo demás, lo que me interesa resaltar aquí es la idea de que sólo los pobres, debido a su condición de carencia material están dotados de una especie de capacidad especial para expresar auténticamente su pensamiento y sus sentimientos, debido a una suerte de inocencia que ha logrado mantenerse intocada, porque al estar excluidos de la sociedad y sus vicios, ésta no ha podido corromperla.
De ahí surge el estereotipo que atraviesa tantas y tantas historias literarias que lo mismo se han escrito en Europa que en América en diferentes momentos históricos, pero con un denominador común: los pobres, en medio de su pauperismo, son los únicos que son auténticamente felices.
El Cuento de Navidad de Charles Dickens es quizá el ejemplo más claro de esta situación, en la que la felicidad de los pobres radica en su capacidad para estar unidos y prodigarse afecto, en contraste con la avaricia e insensibilidad de Mr. Scrooge que aunque rico, es soberbio y amargado.
En el México posrevolucionario de los años cuarenta del siglo XX, el arquetipo cultural de la pobreza entendida como pureza de espíritu y condición para la redención individual a través del sufrimiento causado por las carencias materiales, es “Pepe el Toro”, el personaje interpretado por Pedro Infante, que vive en los márgenes de una Ciudad de México en proceso de expansión y modernización.
En la saga Nosotros los pobres (1947)-Ustedes los ricos (1948)-Pepe el Toro (1952) se hace evidente la relación inversamente proporcional entre riqueza y felicidad: los pobres son felices y la pasan bomba porque son solidarios; en cambio, los ricos son avaros, individualistas, codiciosos y siempre viven angustiados. Ya en Escuela de rateros (1958) surge el otro estereotipo que se va a reproducir posteriormente en las telenovelas para perdurar hasta nuestros días: el pobre feliz y audaz que es capaz enamorar a una riquilla frívola y prejuiciosa, sólo que en esta ocasión ya no se trata de un pobre ingenuo y bonachón, emigrado del campo a los márgenes de la ciudad, sino de un individuo netamente urbano, desvergonzado y parlanchín, es decir, el pelado.
El pelado es el ancestro directo del naco de nuestros días, pero en términos estrictamente afectivos, el pelado es el abuelo en línea directa del looser, ése espécimen bucólico que ronda por los bares bohemios interpretando con su guitarra canciones de su propia autoría, en las que exalta su capacidad para amar con sinceridad y hace apología de su condición de pobre que no quiere progresar para no contaminarse con las perversiones de la movilidad social, y que con esa verborrea lograr enamorar a mujeres que en otras condiciones estarían fuera de su alcance, pero que al final terminan abandonándolo.
Como en otros tiempos y lugares, en México la exaltación de la pobreza como virtud ha sido empleada como instrumento de dominación ideológica. En los años cuarenta fue a través del cine popular de Pedro Infante, Tin Tan y Cantinflas, y a partir del último tercio del siglo XX, mediante las telenovelas: Rosa Salvaje, María Mercedes y recientemente Hasta que el dinero nos separe (refrito de una producción sudamericana), son los ejemplos más claros de esta situación, donde el mensaje implícito es el siguiente: los pobres son felices y pueden amar con sinceridad, mientras que los ricos debido a su codicia están imposibilitados para hacerlo.
No obstante, el sustrato de la idea del amor auténtico hunde sus raíces en el planteamiento rousseauniano del buen salvaje, esto es, un hombre evolucionado apenas lo suficiente para caminar erguido y para tomar de la naturaleza sólo lo necesario para subsistir, sano, inocente, y por tanto, carente de toda noción de malicia.
En el caso particular de México, este planteamiento adquirió una expresión concreta en lo que se podría denominar como “costumbrismo afectivo”, una mezcla de inocencia campirana y pobreza que permite a los individuos expresar con autenticidad sus sentimientos debido a su sencillez e ignorancia respecto al hecho de que las palabras tienen significado y su pronunciación genera consecuencias.
A diferencia del looser, que es más citadino, lírico y rebuscado en la expresión de sus afectos, el individuo costumbrista es más franco y directo, emplea referencias y analogías propias de su entorno, como en la letra de “La Ley del monte” que es la canción por antonomasia del costumbrismo afectivo, que dice algo así como “grabé en la penca de un maguey tu nombre/unido al mío entrelazados/como una prueba ante la ley del monte/que ahí estuvimos enamorados”; o bien, la “Flor de capomo”: trigueñita hermosa/linda vas creciendo/como los capomos/que se encuentran en la flor….
Pero sin lugar a dudas, la canción que mejor expresa el pleno significado del costumbrismo afectivo” es El Chubasco, que narra la historia de un hombre que está al borde del insondable precipicio del desamor, debido a que la mujer que ha amado en silencio durante mucho tiempo, está a punto de partir hacia un lugar desconocido en un buque de vapor, ¡un buque! es decir, pondrá mar de por medio, y el pobre, totalmente incapaz de hacer nada para detener su partida se consuela imaginando la posibilidad de manipular las fuerzas de la naturaleza para formar un chubasco, con el declarado objetivo de detener la navegación del buque de vapor.
Por hoy ha sido demasiado; ya en el siguiente post entraremos al análisis puntual de la letra de “El Chubasco” y las implicaciones filosóficas que subyacen detrás del costumbrismo afectivo en el que se inscribe.
Lo que quería dejar en claro en este texto es que a diferencia de la concepción del amor como producto de consumo, el costumbrismo lo entiende como un sentimiento complejo y auténtico que no precisa de muchas elaboraciones sociales para poder ser expresado y experimentado. Asimismo hay que evidenciar el aspecto clasista del tema; mientras que el costumbrismo no precisa grandes elucubraciones y recursos para poder expresarse, el amor pequeño burgués de las redes sociales precisa de la tecnología y de un espacio virtual para poder subsistir. En fin, que la idea quedó inconcluso pero es porque ya me estoy doblando de sueño…
Nada menos que en el Medioevo existieron gran cantidad de sectas, órdenes religiosas y posturas filosóficas que intentaban llevar a la práctica ese consejo dictado por Cristo durante sus días en la Tierra.
Ya durante el Renacimiento y la Modernidad, principalmente durante el siglo XIX, cuando en Europa comenzaron a surgir con gran fuerza los movimientos anarquistas y marxistas, la interpretación dada a la bienaventuranza en torno a la pobreza afirmaba que ésta en realidad era un recurso de dominación ideológica para aplacar los ánimos rebeldes de las clases oprimidas, haciéndoles creer que en el plano espiritual la pobreza era buena y la riqueza mala.
Sea como fuere, el punto es que debemos al cristianismo la glorificación de la pobreza, en cualquiera de sus vertientes.
Los pobres, en tanto seres vulnerables, marginados y desesperanzados, son los más propensos a descubrir y hacer suyo el llamado de la fe, que es la búsqueda de la salvación del alma.
La riqueza, por el contrario, ha estado asociada en la versión del cristianismo católico, a la avaricia, la ambición y la soberbia, antivalores todos ellos promovidos por el antagonista espiritual de Dios, es decir, el demonio. Caso contrario el de las confesiones protestantes, en las que la riqueza es fruto del trabajo consagrado a Dios.
Pero más allá de estas consideraciones, muy interesantes por lo demás, lo que me interesa resaltar aquí es la idea de que sólo los pobres, debido a su condición de carencia material están dotados de una especie de capacidad especial para expresar auténticamente su pensamiento y sus sentimientos, debido a una suerte de inocencia que ha logrado mantenerse intocada, porque al estar excluidos de la sociedad y sus vicios, ésta no ha podido corromperla.
De ahí surge el estereotipo que atraviesa tantas y tantas historias literarias que lo mismo se han escrito en Europa que en América en diferentes momentos históricos, pero con un denominador común: los pobres, en medio de su pauperismo, son los únicos que son auténticamente felices.
El Cuento de Navidad de Charles Dickens es quizá el ejemplo más claro de esta situación, en la que la felicidad de los pobres radica en su capacidad para estar unidos y prodigarse afecto, en contraste con la avaricia e insensibilidad de Mr. Scrooge que aunque rico, es soberbio y amargado.
En el México posrevolucionario de los años cuarenta del siglo XX, el arquetipo cultural de la pobreza entendida como pureza de espíritu y condición para la redención individual a través del sufrimiento causado por las carencias materiales, es “Pepe el Toro”, el personaje interpretado por Pedro Infante, que vive en los márgenes de una Ciudad de México en proceso de expansión y modernización.
En la saga Nosotros los pobres (1947)-Ustedes los ricos (1948)-Pepe el Toro (1952) se hace evidente la relación inversamente proporcional entre riqueza y felicidad: los pobres son felices y la pasan bomba porque son solidarios; en cambio, los ricos son avaros, individualistas, codiciosos y siempre viven angustiados. Ya en Escuela de rateros (1958) surge el otro estereotipo que se va a reproducir posteriormente en las telenovelas para perdurar hasta nuestros días: el pobre feliz y audaz que es capaz enamorar a una riquilla frívola y prejuiciosa, sólo que en esta ocasión ya no se trata de un pobre ingenuo y bonachón, emigrado del campo a los márgenes de la ciudad, sino de un individuo netamente urbano, desvergonzado y parlanchín, es decir, el pelado.
El pelado es el ancestro directo del naco de nuestros días, pero en términos estrictamente afectivos, el pelado es el abuelo en línea directa del looser, ése espécimen bucólico que ronda por los bares bohemios interpretando con su guitarra canciones de su propia autoría, en las que exalta su capacidad para amar con sinceridad y hace apología de su condición de pobre que no quiere progresar para no contaminarse con las perversiones de la movilidad social, y que con esa verborrea lograr enamorar a mujeres que en otras condiciones estarían fuera de su alcance, pero que al final terminan abandonándolo.
Como en otros tiempos y lugares, en México la exaltación de la pobreza como virtud ha sido empleada como instrumento de dominación ideológica. En los años cuarenta fue a través del cine popular de Pedro Infante, Tin Tan y Cantinflas, y a partir del último tercio del siglo XX, mediante las telenovelas: Rosa Salvaje, María Mercedes y recientemente Hasta que el dinero nos separe (refrito de una producción sudamericana), son los ejemplos más claros de esta situación, donde el mensaje implícito es el siguiente: los pobres son felices y pueden amar con sinceridad, mientras que los ricos debido a su codicia están imposibilitados para hacerlo.
No obstante, el sustrato de la idea del amor auténtico hunde sus raíces en el planteamiento rousseauniano del buen salvaje, esto es, un hombre evolucionado apenas lo suficiente para caminar erguido y para tomar de la naturaleza sólo lo necesario para subsistir, sano, inocente, y por tanto, carente de toda noción de malicia.
En el caso particular de México, este planteamiento adquirió una expresión concreta en lo que se podría denominar como “costumbrismo afectivo”, una mezcla de inocencia campirana y pobreza que permite a los individuos expresar con autenticidad sus sentimientos debido a su sencillez e ignorancia respecto al hecho de que las palabras tienen significado y su pronunciación genera consecuencias.
A diferencia del looser, que es más citadino, lírico y rebuscado en la expresión de sus afectos, el individuo costumbrista es más franco y directo, emplea referencias y analogías propias de su entorno, como en la letra de “La Ley del monte” que es la canción por antonomasia del costumbrismo afectivo, que dice algo así como “grabé en la penca de un maguey tu nombre/unido al mío entrelazados/como una prueba ante la ley del monte/que ahí estuvimos enamorados”; o bien, la “Flor de capomo”: trigueñita hermosa/linda vas creciendo/como los capomos/que se encuentran en la flor….
Pero sin lugar a dudas, la canción que mejor expresa el pleno significado del costumbrismo afectivo” es El Chubasco, que narra la historia de un hombre que está al borde del insondable precipicio del desamor, debido a que la mujer que ha amado en silencio durante mucho tiempo, está a punto de partir hacia un lugar desconocido en un buque de vapor, ¡un buque! es decir, pondrá mar de por medio, y el pobre, totalmente incapaz de hacer nada para detener su partida se consuela imaginando la posibilidad de manipular las fuerzas de la naturaleza para formar un chubasco, con el declarado objetivo de detener la navegación del buque de vapor.
Por hoy ha sido demasiado; ya en el siguiente post entraremos al análisis puntual de la letra de “El Chubasco” y las implicaciones filosóficas que subyacen detrás del costumbrismo afectivo en el que se inscribe.
Lo que quería dejar en claro en este texto es que a diferencia de la concepción del amor como producto de consumo, el costumbrismo lo entiende como un sentimiento complejo y auténtico que no precisa de muchas elaboraciones sociales para poder ser expresado y experimentado. Asimismo hay que evidenciar el aspecto clasista del tema; mientras que el costumbrismo no precisa grandes elucubraciones y recursos para poder expresarse, el amor pequeño burgués de las redes sociales precisa de la tecnología y de un espacio virtual para poder subsistir. En fin, que la idea quedó inconcluso pero es porque ya me estoy doblando de sueño…
3 comentarios:
Estimao Vitochas, desde una perspectiva suficiente, si de felicidad se trata es por mas escribir que solo depende de uno, principalmente evitar el compararnos.
Y lo del amor me quedo con "si el rio suena es que piedras lleva"; atiendalo como lo entienda.
Saludos, buen inicio de semana.
Tu texto que ahora nos regalas me gustó más como anecdotario que como exposición a la que tanto nos tienes acostumbrados pero no por ello deja de ser tan auténtica y llena de vivires (tus vivires), como siempre acostumbras, pero como diría el que mencionas, Cantinflas "ahora si chato, no la amueles".
Coincido en todo lo que nos detallas, en esta manera de hacernos creer que la pobreza es noble y la riqueza corrompida, que si Dios designa asigna, pero entonces me pregunto, si los reyes eran nombrados directos de Dios y eran en su mayoría, unos hijos de puta, o Dios estaba equivocado (primer absurdo), o no eran elegidos por Dios pero vivían como si lo fueran, o definitivamente Dios no existe y es pura tomadura de pelo para el que quiere creer, por supuesto que tengo mi respuesta, pero ahí estas interesantes preguntas.
Y bueno, dirás entonces a estas alturas en qué difiero contigo? Pues bien, a manera de anecdota te cuento que un día de esos domingueros en que me dirigía a mi "barrio", vivo en Santa Fe, no la zona recidencial, sino el barrio jijiji, se subieron unas niñas claramente empleadas domésticas, intercambiando información respecto a sus respectivas páginas de internet, el msn, los contactos, en fin ¿cuál amor pequeño burgués de las redes sociales mi estimado?
Y para que se note que el costumbrismo y la pobreza si me tocarón de a montones:
"Está chido como siempre". ;)
pues comparto la idea de que la riqueza no es todo, pero prefiero llorar en un ferrari y secarme las lagrimas con un pañuelo de seda, por lo demas no entendi ni m... tal vez despues lo lea con detenimiento por que tambien me dio sueño
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