Un fantasma recorre México. El fantasma del PRI, que amenaza con materializarse y regresar al centro del poder que es la Presidencia de la República en 2012 y para ello está preparando muy bien el contexto; tanto, que no es descabellado que su retorno sea por aclamación.
En estos tiempos aciagos es imposible no recordar los “años dorados” del PRI en la Presidencia de la República, cuando México era la gran potencia de Latinoamérica y podía mirar y tratar a los demás países de la región con un dejo de desdén y paternalismo disfrazados de un falso panamericanismo de manual nacionalista.
Entre los años 40 y 60 del siglo XX el Estado mexicano era el ejemplo político y económico de la región; ni siquiera Brasil o Argentina podían presumir de contar con una economía pujante y un entorno político de gobernabilidad que garantizaba el ejercicio de casi todas las libertades y garantías políticas; porque es un hecho que el único factor disfuncional en la política mexicana era la simulación democrática que había montado precisamente el PRI para mantenerse en el poder.
Todavía en los años ochenta y noventa, con todo y la emergencia de Chile y Brasil como las dos promesas económicas y políticas latinoamericanas, México era considerado un país estable en muchos aspectos, pero principalmente en el de la gobernabilidad. Cierto, había movimientos sociales, expresiones guerrilleras antisistémicas y algunos conflictos electorales, pero el factor central de la capacidad de gobierno, que era la seguridad pública, estaba garantizado por una serie de acuerdos tácitos de complicidad y mutuos beneficios entre los distintos grupos delincuenciales y los distintos órdenes de gobierno. Se podían criticar esos acuerdos y considerarlos reprobables desde una perspectiva de moral pública, pero su eficacia era perceptible.
Sin embargo, a partir de la inauguración del periodo de la alternancia en el poder, es decir, desde el año 2000, esos acuerdos se rompieron, se desgastaron o no fueron asimilados por los nuevos cuadros burocráticos que, inexpertos, llegaron a ocupar las posiciones que habían ocupado durante décadas los funcionarios priístas.
Aunado a lo anterior, el debilitamiento del tejido social causado por factores como las recurrentes crisis económicas que padeció el país durante casi tres décadas consecutivas, hicieron crecer un mercado informal en el que la dinámica “delincuencia-consumo” se expresó con mayor claridad en la industria ilegal del tráfico de drogas. Como se sabe, México pasó de ser un país distribuidor-productor a un país consumidor.
Las organizaciones delincuenciales de trasiego de estupefacientes se expandieron con gran rapidez primero por el norte-norteeste del país, y posteriormente por casi todo el territorio nacional.
Todavía a inicios de la década que corre era posible advertir que el peor ejemplo de lo que México debería de evitar como experiencia de ingobernabilidad, era Colombia, Estado débil supeditado en los hechos a la tutela de Estados Unidos debido a su incapacidad para resolver dos problemas fundamentales: su propia institucionalización como Estado y el mantenimiento de la unidad de la Nación. Esos dos problema hicieron posible que en muy poco tiempo una expresión antisistémica armada (la guerrilla) se vinculara con grupos delincuenciales dedicados al trasiego de marihuana y cocaína, dando como resultado una coalición de intereses que condujeron a ése país a una grave situación de ingobernabilidad de la que apenas ahora parece estarse recuperando, con el altísimo costo de la pérdida de su capacidad de autodeterminación.
En la hora actual parece irreversible el proceso de “colombianización” de México; tanto que las agencias de inteligencia y seguridad nacional norteamericanas han comenzado hablar no sin razón de un “Estado fallido” que en verdad lo es.
La capacidad de fuego y las tácticas empleadas por los grupos armados que brindan protección a los traficantes de drogas en los años recientes, son una clara muestra de que no se trata de personajes fantoches que disparan y después “verigüan”, sino de auténticos terroristas que han roto incluso los pactos regionales de apoyo y lealtad con los núcleos poblacionales, a cambio de beneficios económicos y posibilidades de desarrollo.
Lo más grave y peligroso es que el Ejército mexicano, otrora entrenado para socorrer a la población civil en situación de desgracia a causa de alguna contingencia ambiental, parece por momentos incapaz de hacerle frente a pequeñas células de gatilleros que emplean técnicas de combate muy parecidas a las empleadas por las guerrillas urbanas de los años setenta, lo cual hace pensar que, o ya existe un pacto entre los cárteles de la droga y las pequeñas pero persistentes expresiones guerrilleras que aun existen en el país, o que han comprado la capacitación de mercenarios probablemente colombianos o centroamericanos que les han enseñado a enfrentar a un Ejército lento y carente de la experiencia en el combate a civiles que actúan en forma muy diferente a la que actuaría un cuerpo armado convencional.
Desafortunadamente llegó el día en que México conoció el vallenato y para confirmarlo sólo falta ver grupos de población civil desplazados de sus lugares de residencia a causa de los altos índices de violencia y criminalidad.
Cuando eso suceda habrá que adaptar “Los caminos de la vida” a una versión del chuntaro style y rogar porque entre los cuadros priístas haya un Álvaro Uribe, que se preste a ser marioneta de un gobierno extranjero que nos salve de caer en el abismo…
En estos tiempos aciagos es imposible no recordar los “años dorados” del PRI en la Presidencia de la República, cuando México era la gran potencia de Latinoamérica y podía mirar y tratar a los demás países de la región con un dejo de desdén y paternalismo disfrazados de un falso panamericanismo de manual nacionalista.
Entre los años 40 y 60 del siglo XX el Estado mexicano era el ejemplo político y económico de la región; ni siquiera Brasil o Argentina podían presumir de contar con una economía pujante y un entorno político de gobernabilidad que garantizaba el ejercicio de casi todas las libertades y garantías políticas; porque es un hecho que el único factor disfuncional en la política mexicana era la simulación democrática que había montado precisamente el PRI para mantenerse en el poder.
Todavía en los años ochenta y noventa, con todo y la emergencia de Chile y Brasil como las dos promesas económicas y políticas latinoamericanas, México era considerado un país estable en muchos aspectos, pero principalmente en el de la gobernabilidad. Cierto, había movimientos sociales, expresiones guerrilleras antisistémicas y algunos conflictos electorales, pero el factor central de la capacidad de gobierno, que era la seguridad pública, estaba garantizado por una serie de acuerdos tácitos de complicidad y mutuos beneficios entre los distintos grupos delincuenciales y los distintos órdenes de gobierno. Se podían criticar esos acuerdos y considerarlos reprobables desde una perspectiva de moral pública, pero su eficacia era perceptible.
Sin embargo, a partir de la inauguración del periodo de la alternancia en el poder, es decir, desde el año 2000, esos acuerdos se rompieron, se desgastaron o no fueron asimilados por los nuevos cuadros burocráticos que, inexpertos, llegaron a ocupar las posiciones que habían ocupado durante décadas los funcionarios priístas.
Aunado a lo anterior, el debilitamiento del tejido social causado por factores como las recurrentes crisis económicas que padeció el país durante casi tres décadas consecutivas, hicieron crecer un mercado informal en el que la dinámica “delincuencia-consumo” se expresó con mayor claridad en la industria ilegal del tráfico de drogas. Como se sabe, México pasó de ser un país distribuidor-productor a un país consumidor.
Las organizaciones delincuenciales de trasiego de estupefacientes se expandieron con gran rapidez primero por el norte-norteeste del país, y posteriormente por casi todo el territorio nacional.
Todavía a inicios de la década que corre era posible advertir que el peor ejemplo de lo que México debería de evitar como experiencia de ingobernabilidad, era Colombia, Estado débil supeditado en los hechos a la tutela de Estados Unidos debido a su incapacidad para resolver dos problemas fundamentales: su propia institucionalización como Estado y el mantenimiento de la unidad de la Nación. Esos dos problema hicieron posible que en muy poco tiempo una expresión antisistémica armada (la guerrilla) se vinculara con grupos delincuenciales dedicados al trasiego de marihuana y cocaína, dando como resultado una coalición de intereses que condujeron a ése país a una grave situación de ingobernabilidad de la que apenas ahora parece estarse recuperando, con el altísimo costo de la pérdida de su capacidad de autodeterminación.
En la hora actual parece irreversible el proceso de “colombianización” de México; tanto que las agencias de inteligencia y seguridad nacional norteamericanas han comenzado hablar no sin razón de un “Estado fallido” que en verdad lo es.
La capacidad de fuego y las tácticas empleadas por los grupos armados que brindan protección a los traficantes de drogas en los años recientes, son una clara muestra de que no se trata de personajes fantoches que disparan y después “verigüan”, sino de auténticos terroristas que han roto incluso los pactos regionales de apoyo y lealtad con los núcleos poblacionales, a cambio de beneficios económicos y posibilidades de desarrollo.
Lo más grave y peligroso es que el Ejército mexicano, otrora entrenado para socorrer a la población civil en situación de desgracia a causa de alguna contingencia ambiental, parece por momentos incapaz de hacerle frente a pequeñas células de gatilleros que emplean técnicas de combate muy parecidas a las empleadas por las guerrillas urbanas de los años setenta, lo cual hace pensar que, o ya existe un pacto entre los cárteles de la droga y las pequeñas pero persistentes expresiones guerrilleras que aun existen en el país, o que han comprado la capacitación de mercenarios probablemente colombianos o centroamericanos que les han enseñado a enfrentar a un Ejército lento y carente de la experiencia en el combate a civiles que actúan en forma muy diferente a la que actuaría un cuerpo armado convencional.
Desafortunadamente llegó el día en que México conoció el vallenato y para confirmarlo sólo falta ver grupos de población civil desplazados de sus lugares de residencia a causa de los altos índices de violencia y criminalidad.
Cuando eso suceda habrá que adaptar “Los caminos de la vida” a una versión del chuntaro style y rogar porque entre los cuadros priístas haya un Álvaro Uribe, que se preste a ser marioneta de un gobierno extranjero que nos salve de caer en el abismo…
... y cuando eso suceda, yo ya estaré tomando el sol en los tres metros de playa caribeña que tiene Belice.