24 nov 2012

Soundtrack

A todas las personas que nos gusta la música nos ha sucedido en más de una ocasión, y también a quienes no les gusta tanto, que ciertas canciones tienen eso que a falta de una palabra adecuada en español se llama en inglés mood, que si hemos de creer a los psicólogos, es un estado emocional intimo relacionado con determinadas circunstancias. 

En una analogía quizá un tanto forzada, el mood es a la psique lo que el soundtrack al film. 

Para mi, esta canción es mi soundtrack del otoño. La letra y el tono evocan a esos momentos en los que estando solos con nosotros mismos, o como diría Hannah Arendt , estando en la "solitud", reflexionamos sobre lo que ha sido, lo qué es y lo que será de nuestra existencia. 

Sobre todo porque esa reflexión es motivada por las propias circunstancias del presente y por la angustia que produce la incertidumbre respecto al futuro. La pregunta básica que nos asalta en esos momentos es: qué será de nuestras vidas. 

Quizá por eso es que nos perdemos dentro de nuestra propia mente, pero sólo un poco. 


Rectificación de hechos


Pues nada. Sucede que la publicación de mi último texto en esta atalaya de pendejadas y asuntos sin importancia ha levantado la ceja de más de uno de mis dos asiduos lectores provocando extrañeza, no sé si por mi muy oxidado estilo narrativo, o por el contenido del relato.

En el primer caso, perdonadme ortodoxos. Yo que más quisiera que poseer una técnica fluida. Pero no soy profesional. Escribo a lo lírico.

En el segundo caso, no hay nada qué leer entrelíneas. No es un desahogo, no es una confesión, ni tampoco una proyección. Sencillamente se me ocurrió jugar un poco con esos elementos motivado más o menos por un texto que leí acerca de la existencia de las dimensiones paralelas y la hipotética expansión del Universo.

Sé que el resultado, es decir, mi texto, es bastante piñaton. Pero quería hacerlo, a ver qué resultaba.

Y resultó.

Agradezco a quienes se toman el tiempo menesteroso en leerme y por eso pensé que sería demasiado aburrido atosigarlos con alguna fumada política, teológica o pseudofilosófica.
De vez en vez hay que escribir algo diferente.

Por lo demás, y a propósito de escribir, ya superé la cantidad de textos escritos en el 2011, lo cual es un sano indicio de que mi racha de buena voluntad para retomar mis vomitadas textuales ha sido muy prolongada durante este año.

Ya en los próximos días escribiré un poco sobre un tema que entre sorna y no, da para detenerse a pensar un rato: el final del mundo.

¿Qué haríamos si realmente el mundo acabara algún día preciso? ¿Cómo sería ese último día sobre la Tierra? ¿Qué pensaríamos? ¿Cómo nos sentiríamos? Son preguntas que tal vez nunca nos hemos planteado en serio, o tal vez lo hemos hecho en lo individual y en la intimidad, si es que tenemos tendencias suicidas, en cuyo caso la noción del final de la existencia es precisamente eso, un final individual.

Pero tal vez la perspectiva cambia si se piensa el tema en términos colectivos. El mundo es un artificio humano, hecho por la colectividad; por tanto, uno pensaría que su final sería una preocupación de todos.

En tanto encuentro el tiempo para poder escribir acerca del tema, doy aquí una señal más de vida y de ganas de continuar escribiendo.

Un saludo para todos los que me leen. 

9 nov 2012

Liberación

“En un Universo paralelo tal vez sería posible -comenzó a escribir en el procesador de textos de su computadora portátil- pero en este, ambos cursos se intersecaron tarde. En otra dimensión tal vez se podría experimentar la posibilidad de ese encuentro, pero en estas cuatro que delimitan nuestra existencia material es tanto como imposible. La imaginación es lo único que queda para proyectar esa vivencia. Y bueno, también queda extrañar". 

Después de este pequeño párrafo, el escritor reclinó la espalda en la silla. Puso sus manos sobre su nuca, levantó el rostro y fijó su mirada en el techo, tratando de encontrar ahí arriba las imágenes de esa posibilidad.

Transcurrido un tiempo, inclinó nuevamente su cuerpo y continuó escribiendo. La intención de sus letras no era tanto construir un gran relato como exorcizar un molesto demonio que había poseído a su imaginación, torturándola permanentemente con pensamientos y añoranzas, disonancias temporales e imposibles realidades.

¿Qué sucedió? ¿Por qué? ¿Cómo?

Eran preguntas a las cuales intentaba dar respuesta mediante su relato, cuyo único personaje padecía una crisis de nostalgia al evocar aquellos recuerdos y traer a su presente paradójicamente ficticio esas conversaciones, esas imágenes y esas voces.

“Si tan sólo hubiera llegado un poco antes -pensó, al tiempo que exhalaba un suspiro y el humo del cigarrillo que sostenía en su mano derecha se elevaba ceremonioso nublando su vista, absorta en la contemplación del vacio…”.

Fue así como el escritor terminó de narrar la que, aunque quiso disimular mediante la invención de un personaje, no es más que su propia historia.

Al hacerlo se sintió liberado, al menos por algún tiempo.

¿Cuánto? Imposible determinarlo. Probablemente hasta que la fuerza de sus recuerdos se debilite y el paso del tiempo los difumine en su memoria.

7 nov 2012

Fiesta de XV años. Entre el ritual de paso y el mal gusto


Recuerdo que en mis primeras clases de sociología en el Colegio de Ciencias y Humanidades, impartidas como parte de una asignatura que no se llamaba precisamente Sociología, pero que contenía muchos temas propios de esta disciplina, los autores que leía se esforzaban en acentuar el carácter social de los seres humanos.

En ese momento, si bien lograba entender el concepto, me parecía demasiado rebuscado, estilizado o tal vez obvio; máxime porque las páginas de las antologías en las que aparecían esos temas eran ilustradas con fotografías de personas aglutinadas en la esquina de una gran avenida esperando el cambio en la luz del semáforo.

De modo que no fue sino hasta muchísimos años después que adquirí plena conciencia de que, como decía Aristóteles en la mala traducción hecha por los pensadores latinos, el hombre es un animal social.

Esta breve introducción viene a cuento porque hace poco fui invitado y asistí a una fiesta de XV años. Al estar sentado en aquella mesa adornada para la ocasión, con los mismos colores que el vestido de la festejada, y al mirar a toda esa gente comiendo y bebiendo en ocasión de ese evento, recordé las ilustraciones de las antologías que había leído en mis años mozos (pus sí, ya estoy ruco, qué se le va a hacer).

Pero más allá de ese hecho lógico, concerniente a la naturaleza social de los hombres (sobra hacer la acotación de que “hombres” es un genérico gramatical) que una vez más pude constatar sentado en medio de aquella pequeña multitud (los padres de la quinceañera invitaron a poco más de ¡400 personas!), lo que me interesa abordar aquí es el festejo mismo, la simbología que porta implícita y la reproducción de pautas culturales que muy poco abonan, desde mi perspectiva, a la construcción de una sociedad  ya no digamos más equitativa, sino aunque sea un poco más refinada.  

Supongo que tanto para los antropólogos como para los sociólogos queda muy claro el hecho de que la fiesta de XV años es un ritual de paso. Aunque en realidad tanto para los antropólogos como para los sociólogos todo es ritual y constatación de que los humanos somos simios semi evolucionados con una rústica noción e impetú de trascendencia.  De modo que para mí, como politólogo, analizar una festividad de ese tipo es un acto relativamente novedoso, no tanto por lo sorprendente o llamativo que pudiera parecerme tal acontecimiento (anteriormente había asistido a otros que me sí impresionaron, sobre todo por el mal gusto), como por las observaciones que realicé durante mi asistencia al más reciente.

En el entendido de que dicha festividad es popular en toda América Latina obviaré su descripción, y aun más, en el entendido de que no pretendo aquí elaborar un estudio académico sino simplemente perder mi tiempo divagando sobre una estupidez, tampoco intentaré rastrear su genealogía. Baste pues sólo mencionar que fue la primera vez que traté de dimensionar la fiesta más allá de su significación inmediata como ocasión para comer, beber y bailar de gorra y en su lugar pasarla por un crisol de observación tanto más elaborado, en el que confluyen en una enorme y difusa cápsula ideológica todas mis rudimentarias nociones politológicas, sociológicas, antropológicas y religiosas.

Así, lo primero que quisiera comentar es el sello sexista de la celebración en varios aspectos. El primero y más evidente es que en su mayor parte es una festividad reservada exclusivamente para las niñas. La industria de consumo que existe a su alrededor así lo demuestra. Los vestidos, las zapatillas, los velos, los ramos de flores y hasta los “chambelanes” son  confeccionados exclusivamente para el target femenino (ignoro si también se contemple a la comunidad LGTB).

No hay trajes de XV años para niños, ni chambelanas (el modelo table dancer, en caso de existir, sería muy exitoso), ni zapatos, ni invitaciones.

¿El motivo? Aparentemente muy sencillo: en una sociedad predominantemente machista –aunque en tránsito hacia otras pautas culturales tanto menos atávicas- son las niñas las que deben casarse para ser mantenidas por el hombre, y por tal razón hay que anunciar que han entrado ya en la edad reproductiva.  

Los niños no tienen esa “necesidad” y por tanto no es necesario armarles ese fasto.

El segundo aspecto que denota el sexismo de la celebración es el fuerte acento en su simbolismo, es decir, que ese acontecimiento significa el trásito de “niña a mujer”, pasando por alto el proceso de maduración implícito en la adolescencia propia de esa edad.  El rito mismo del ofrecimiento del “último juguete” evidencia el hecho de que la festejada es aun una niña que es arrancada violentamente de esa condición en un acto público, a la vista de la comunidad. Es violencia simbólica tout court (los créditos del concepto corresponden a Pierre Bordieu).

El tercer aspecto es el reforzamiento de la noción mujer-objeto, tan sólo matizado por el eufemismo de la “presentación en sociedad”, que es por lo demás un término anacrónico. Esto es, que en las sociedades hispanoamericanas parroquiales y las más de las veces aldeanas del siglo XIX y principios del XX, el término “sociedad” se reservaba para los estratos presuntamente altos, aunque muchas veces no quedaba claro si la naturaleza de ese estatus provenía de una cultura refinada o de una pudiente condición económica basada en las rentas agrícolas. De tal suerte que, en esas pequeñas sociedades cerradas, con un poco más de noción de la urbanidad que el grueso de la población que vivía dispersa en el campo, era común “presentar” a las hijas de los hacendados, pequeños comerciantes y profesionistas, para arreglar matrimonios de conveniencia a partir de la negociación de determinadas dotes.

La mujer, pues, era un objeto de cambio para asegurar la prosperidad de los negocios familiares.

En la fiesta de marras a la que tuve oportunidad de asistir, durante el preámbulo del vals, la festejada tomó las copas de una charola que le había acercado otra niña ¡para repartirlas entre sus “chambelanes”! en un acto que adicionalmente proyectó la imagen de la mujer como servidumbre del hombre.

Ahora, la pregunta es ¿hasta qué punto las personas que organizan y participan en ese tipo de acontecimientos son conscientes del carácter ritual que implica la celebración? O si se prefiere, ¿hasta qué punto ésta es sólo un reflejo de su mal gusto y escaso bagaje cultural o a lo más, una burda expresión de su esnobismo?

Al respecto, uno de los aspectos que se muestran en forma exponencial y se reproducen en la celebración de la fiesta de los XV años es el aspiracionismo de las clases medias bajas por alcanzar un estatus más respetable, no tanto frente a los otros estratos de la sociedad, sino entre aquellos de su misma condición. Esto es, que entre más fastuosa sea la festividad mayor será imagen de pujanza económica, aunque esto diste demasiado de la realidad.

De modo, pues, que en la fiesta de XV años convergen y se reproducen una serie de prácticas culturales que lejos de vulnerar los valores conservadores y anacrónicos, los afianzan; y sea tal vez esa circunstancia la que propicie que los otros valores, es decir, los de la democracia, no terminen de enraizar y exhiban las contradicciones de una sociedad que en lo público aspira a la modernidad y al progreso, pero que en lo privado mantiene el tradicionalismo.

Tal vez haya sido demasiado pretencioso lo vertido en este texto, pero no pretendo que se convierta en referente de estudio. Son sólo mis impresiones a partir de una observación más detallada de un acontecimiento social común en nuestra  sociedad.