21 dic 2012

Testamento

México, Distrito Federal; diciembre 21 de 2012

Imbuido en la paranoia milenarista derivada de las interpretaciones del calendario Maya, que aunada con mi delirio de persecusión y mi trastorno obsesivo compulsivo me han convertido en una extraña mezcla de presentador cubano de talk shows en Miami y señora gorda histérica, he decidido escribir mi testamento faltando unas cuantas horas para que se ciernan sobre nuestras cabezas las calamidades que habrán de terminar con nuestra existencia en la Tierra, o quizá hasta con la Tierra misma (los Mayas no especificaron si nomas nos iba a cargar el payaso a los humanos o al planeta entero).

Lo hago con el firme propósito de que, si en medio de la debacle lograsen salvarse las pequeñísimas ondas eléctricas producidas por los bits en los que habrán de convertirse estas letras para poder viajar por el espacio virtual de la red, algún día puedan ser detectadas por un radar súper avanzando de alguna otra civilización allende las fronteras nuestra galaxia.

Así que, más que testamento, esto es un testimonial del rudimentario estado mental de la especie humana que no sé cuantos millones de años (es la unidad métrica que empleamos para medir el transcurso del tiempo) tendrá de haber desaparecido de la faz del Universo como resultado del atinado cálculo de una civilización antigüa que se la pasaba comiendo cochinita pibil y construyendo piramides a la orilla de playas paradisíacas para posterior regocijo de los spring breakers (humanoides semi evolucionados dotados de una gran carga hormonal combinada con cadenas de etanol en su ADN), cuando el antropólogo alienígena encuentre estas líneas y las descifre adecuadamente.

Así pues, lo primero que debo señalar de nuestra especie que según las teorías más aceptadas hasta el momento de su desaparición desciende de los chimpances, es su predilección por el gregarismo que genera vínculos afectivos. Sencillamente nunca entendí porque las relaciones sociales de ayuda mútua tenían que desembocar en el surgimiento de sentimientos de proximidad o rechazo, pues tengo para mi que en esos sentimientos se fincó en gran medida la suerte de nuestra especie, sus tumbos evolutivos y su fatal desaparición el 21 de diciembre de 2012.

Me explico.

Las personas para sobrevivir necesariamente teníamos que cooperar para ayudarnos. Organizamos socialmente el trabajo. Pasábamos muchas horas del día haciendo una diversidad de labores en compañía de otras personas y por virtud de todo ese tiempo generábamos sentimientos de aceptación, que en algunas ocasiones llamábamos Amistad, y en otras Amor. Éstos eran los más complejos y dramáticos porque cuando terminaban algún humano salía llorando o traumado psicológicamente durante periodos en ocasiones muy prolongados.

Los sentimientos de rechazo no eran menos peligrosos. Generalmente siempre terminaban en la implementación de diversas acciones para complicarle la existencia a la persona rechazada o en una bola de madrazos entre ambas.

En los casos más acuciantes las relaciones de rechazo constituían conflictos, los cuales se volvían colectivos y las personas terminaban confrontándose violentamente en ocasiones hasta matarse.

Quizá si en lugar de desarrollar afectos nos hubiésemos contentado con satisfacer únicamente las necesidades mutuas mediante el trabajo colectivo otro hubiera sido nuestro desenlace. Pero no; en lugar de eso los humanos preferimos consumirnos en la hoguera de nuestros sentimientos y sus complejidades, al cabo que para enmendar los errores cometidos en la vida mortal existía un "Dios" que los perdonaría en la "Eternidad" en la que el "espíritu" (nombre dado por los humanos a la parte volitiva de la consciencia con ansias de trascendencia más allá de la vida material) permanecería después del efímero paso por la Tierra.

Y ese es el otro tema que nunca entendí: la invención de los dioses como productos para aliviar las angustias de la existencia.

Al principio, cuando andábamos casi desnudos por la Tierra y vivíamos en cavernas, le dimos ese nombre a los fenómenos de la Naturaleza que nos impresionaban por su fuerza, como el rayo, la energía del Sol o la fertilidad de la tierra. Así fue como confeccionamos tantos dioses como miedos acechaban a nuestra existencia. Era necesario paliarlos con el consuelo de que eran divinidades, es decir, esencias humanas desprovistas de la posibilidad de cometer burradas y provistas de todas las facultades que los hombres anhelabamos precisamente porque de ellas carecíamos: sapiencia, ubicuidad, eternidad, etc.

Ya con el tiempo, cuando fuimos creciendo desde la etapa infantil de las cavernas a la etapa adúltera de los edificios multifamiliares, concentramos todos los anhelos en un sólo Dios e incluso en algunos casos le inventamos agencias de representación institucionalizadas bajo el nombre de iglesias.

Lo alabamos, lo bendecimos y lo glorificamos bajo la ingenua creencia de que nos salvaría de todas las atrocidades propias y ajenas. Sin embargo, llegó el 21 de diciembre y Él nunca apareció por ningún lado para detener la barbarie cósmica.

Así que si usted, estimado antropólogo de otra galaxia que descifra este testiminio, también cuenta con un sistema de creencias trascendental en su sociedad, no se haga muchas expectativas respecto a la existencia de Dios. Aunque al final es sólo una cuestión de fe.

Finalmente, porque ya comienzan a sentirse las vibraciones de la tierra (independientes del camión de 80 toneladas que justo ahora mismo circula sobre la calle en la que se ubica el edificio desde cuyo piso ahora escribo esto) y porque ya se siente el aire más gélido en el sistema acondicionado que está instalado en mi oficina, lo cual presagia el final, debo hacer un acto de contrición y pedir humildemente disculpas a todas las personas que irrité con mi vibrante personalidad pretenciosa, corrosiva, fatua y arrogante: discúlpense humildemente.

También quiero decirles a todas las personas que me conocieron, que convivieron y que trabajaron conmigo, que siempre fue un placer para ustedes conocerme. Sé que me van a extrañar porque soy muy inteligente, crítico y mordaz. Pero ni modo. Imagino que debe ser difícil tenerme y después perderme. Aunque en este caso nos perderémos todos.

A todos los que siempre me cayeron mal, desearía decirles que al final me cayeron bien. Pero no es así. Sin embargo, les deseo que los atropellen... los buenos deseos y que un rayo los reviente como sapos... en la alegría del Señor.

Ahora sí. Prepararé todo para el final. Ya está listo mi extintor y estoy a pocos metros de la ventana del piso 18. 

Pinchis Mayas los veré en el Infierno!


18 dic 2012

El Doomsday Clock de los Mayas y los milenarismos de café ¿qué haríamos si fuera real? (II)

En general se le denomina Cosmovisión a la forma en que una determinada civilización concibe al mundo, es decir, al entorno artificial creado por los hombres para su propia convivencia.

Los Mayas tenían una Cosmovisión compleja y sorprendente, muy similar a la desarrollada por los pueblos semitas de Medio Oriente en cuanto a la narrativa de la creación del mundo. De hecho, los orígenes de la civilización maya son más o menos contemporáneos con el desarrollo de las principales tesis del mazdeísmo de Zaratustra, situadas alrededor del 1500 a.C.

Así pues, dentro de la religión maya existe Nun-Yal-He, que es el dios creador del mundo. Esta deidad separa al cielo de la tierra, en una narrativa muy similar a la del libro del Génesis, que fue escrito alrededor del 1500 a.C. también.

La antítesis de Nun-Yal-He es Xilbalbá, señor del Inframundo.

Sin embargo, a diferencia de las culturas semíticas en las que la destrucción del mundo y con ella el final de los tiempos surgía de la lucha entre el Bien y el Mal encarnados en los dioses respectivos, en la cosmovisión maya el tiempo es cíclico y no lineal y si bien existe antagonismo entre el dios del cielo y el dios del inframundo, el resultado de éste no es el fin del mundo, sino el cierre de un ciclo. Así, a diferencia de las otras civilizaciones en las que existe una visión apocalíptica, en la de los Mayas el fin de una era trae consigo la regeneración del Cosmos y el consecuente inicio de otra que durará aproximadamente 5 mil años, lo cual por si mismo constituye otra diferencia sustancial respecto a los milenarismos occidentales que, como su nombre lo indica, cada mil años suponen que acabará el mundo.

Ahora, ¿qué sucedería si todo eso del final del mundo fuera cierto?

Lo primero que habría que dilucidar es si lo que acabará será el mundo o la Tierra, que son dos cosas totalmente distintas. En el primer caso, como ya se adelantó líneas arriba, el mundo es un artificio humano, diferente de la naturaleza, de la cual también formamos parte y tomamos distintos elementos para construir el mundo.

La tierra es el planeta sobre el que construimos el mundo. Una y otro son distintos y el fin de uno no significa necesariamente el fin del otro; esto es, puede acabar el mundo, desaparecer la humanidad, pero la Tierra continuará girando sobre su eje y gravitando alrededor del Sol. Pero si se acaba la Tierra entonces sí se acaba todo.

Ni una ni de otro podemos tener certeza acerca de cuándo dejarán de existir, pero sí tenemos nociones muy generales de los riesgos que podrían acrecentar esa posibilidad.

Al respecto, después de la Segunda Guerra Mundial se creó en la Universidad de Chicago el Doomsday Clock, cuya finalidad era indicar mediante las manecillas de un reloj las posibilidades de una catástrofe global que pusiera en riesgo la existencia de la humanidad.

En esa lógica, los creadores del Doomsday Clock pensaron que el final del mundo podría representarse cuando el reloj marcara las 12:00 y la magnitud de los riesgos podría medirse según las manecillas del reloj se acercasen a esa hora. Aunque actualmente estamos en las 11:45, eso no significa que exista en el horizonte próximo alguna amenaza para nuestra existencia.

En cuanto a la Tierra, gracias a los avances científicos sabemos que aún le restan unos 4.5000 millones de años, que son bastantes como para preocuparnos desde ahora.

Así y todo, resulta interesante situarnos hipotéticamente en las 11:59:59 del Doomsday Clock, o en el año 4.4999.99 y tratar de imaginar qué haríamos ante la inminencia del final. ¿Qué haríamos en lo personal? ¿Qué pensaríamos? ¿Cómo reaccionaríamos? ¿Habría arrepentimiento? ¿Resentimiento? ¿Fe?

Son todas ellas preguntas para tratar de responder en las charlas de milenarismos de café, a propósito de estos días.

P.S.: Murakami y Kundera están agotados en las librerías... comienzo a creer que el final de los tiempos sí está realmente cerca. Que las masas palurdas y apestosas que todo lo infestan consuman la literatura de ambos autores es una clara señal.

¡Paenitemini et credite evangelio!

13 dic 2012

El Doomsday Clock de los Mayas y los milenarismo de café ¿qué haríamos si fuera real? (I)

La idea de la finitud de la vida ha estado presente en la conciencia de los hombres prácticamente desde su origen como especie. No debemos olvidar que aun antes de considerarnos seres racionales, los humanos somos animales y por tanto estamos dotados de intuiciones básicas (en el caso de las mujeres esas intuiciones han perdurado y se han desarrollado en forma sorprendente).

Ya las primeras especies de homínidos –hace unos 190 000 años- eran conscientes de la fragilidad de la existencia al afrontar múltiples condiciones climáticas adversas y acechanzas de otras especies mucho más fuertes y hostiles.

Sin embargo, la clave de su sobrevivencia hasta donde sus propios medios de lucha contra el entorno natural lo permitieron, fue el trabajo colectivo que, paradójicamente, también dio pauta al surgimiento de la idea colectiva del transcurrir del tiempo y a la postre, de que éste en algún momento acabaría y con él todo aquello que la embrionaria conciencia de aquellos seres primitivos les permitía concebir como totalidad de las cosas de la cual ellos formaban parte.

Así, conforme la vida social se fue volviendo más compleja, la consciencia de la condición mortal y de la finitud del tiempo fue adquiriendo la forma de productos intelectuales más elaborados, que contenían explicaciones acerca del origen de los tiempos y justificaciones de su final. De ahí que los mitos sean prácticamente consustanciales a las experiencias de lo religioso, que porta en sí la idea de una vinculación permanente con el origen, una religatio a través de distintas liturgias.

Si bien las nociones del origen y el final adquirieron distintas narrativas y matices en Oriente y Occidente, debemos en gran medida la noción del dualismo temporal al mazdeísmo que, como se sabe, es la religión fundada por Zaratustra durante la segunda mitad del Imperio Persa.


Al respecto, no hay que olvidar que Persia se situó geográficamente en una región estratégica que fue conocida como la Ruta de la Seda, a lo largo de la cual se desarrollaron distintas culturas con sus distintas manifestaciones religiosas, entre ellas la de los Hebreos que asimilaron del mazdeísmo la idea de la existencia de un solo Dios creador (para los persas es Ahura Mazda y para los hebreros es Yahveh Sebaot), que posteriormente fue retomada por los cristianos.

Sin embargo, tanto en el mazdeísmo como los monoteísmos occidentales –incluido el Islam- la unicidad del Dios creador es relativa, porque también existe una especie de lado oscuro de si mismo, un Anti Dios. En el zoroastrismo es Angra Mainyu, en el judaísmo y el cristianismo es Satanás, en el Islam es Iblis. En los tres casos, el Anti Dios es el responsable de la destrucción.

De la confrontación de ambas divinidades surgen todas las visiones milenaristas del mundo occidental.

Pero qué hay con los Mayas y en general, con las otras culturas que se establecieron en lo que ahora es América. ¿Tenían esa noción del principio y el fin del mundo y de los tiempos?

12 dic 2012

Y ahora los muertos ¿de quién van a ser?

Recuerdo aquella ocasión en la que el entonces secretario de Gobernación, Santiago Creel, tuvo la genial idea de confeccionar un neologismo para denotar la permanente actitud de sospecha que permea en el ethos nacional bautizándola como sospechosismo. 

Fue ocasión para muchas semanas de crítica mordaz en los medios de comunicación y de permanencia en la posteridad del léxico político mexicano. 

Así y todo, hay algo de razón en lo que animó a don Santiago Creel a acuñar tal término. Y viene ahora a colación porque, sospechosista, curioso y mal pensado como uno es, no puede dejar de señalar el curioso vuelco de la línea editorial de la gran mayoría de los medios de comunicación de alcance nacional ocurrido a partir del pasado 1 de diciembre. 

Hasta antes de aquella fecha el panorama que esos medios presentaban de las diferentes regiones del país era muy parecido al que acontecía en Siria y en general en el Oriente medio. Pero a partir de la toma de protesta del presidente Peña Nieto (lo escribo con todo el dolor de mi corazón), el país se convirtió de pronto en la España transicionista de finales de los años 70, en donde todo eran acuerdos y prevalencia del interés superior de la Nación. 

Así que ante esa suerte de borrachera mediática a la que ha visto sometido el grueso de la chusma palurda y apestosa de este país de globos, bicicletas y personajes copetudos, no queda más que -oh si- ser la voz que disiente para señalar que, aunque ya no sea proyectada en la pantalla de la televisión y en las columnas de los diarios, la realidad de violencia y crisis de seguridad en distintas regiones del país continúa siendo álgida. Los muertos -y permítaseme emplear la siguiente tropicalísima figura de estilo- siguen muriendo, pero ahora ya no hay un record que nos permita saber si ya podemos llenar con sus cadaveres el Foro Sol, o de menos, el Estadio Azteca, como ocurría hasta hace bien poco cuando se hablaba, se debatía y se denunciaba con un halo melodramático de "los muertos de Calderón". 

Independientemente de que Peña y en general todo su gabinete me parecen personajes del museo de la Memoria y Tolerancia (no por ser precisamente tolerantes, sino al revés), les confiero el sensato beneficio de la duda. Pero tal vez comenzar a gobernar pretendiendo ocultar la realidad sacándola de las ondas hertzianas y de las prensas, no me parece un buen inicio para un gobierno que pretende demostrar su renovada dermis democrática, y sí más bien el de un gobierno que, como el Presidente, es un producto de la industria cosmética que maquilla su talante autoritario. 

10 dic 2012

Además de escribir...

Pues nada, que después de convertirme en fan de Haruki Murakami, ahora, además de escribir sobre mis quiebres existenciales y exhibirme con un chico influenciable, cursi y melodramático, también he adoptado el sano hábito de correr como una forma saludable de canalizar las tensiones y el estrés que produce no sólo vivir en una ciudad tan convulsiva y en ocasiones bizarra como la Ciudad de México, sino las propias vicisitudes de lo cotidiano.

Confieso que aun no he leído "De qué hablo cuando hablo de correr" del gran Murakami, pero al igual que él y muchos otros que no necesariamente son escritores, le he tomado un enorme gusto al running.

Para algunas personas puede parecer un deporte o actividad aburrida, porque no implica más que acumular kilometros en las piernas y resistencia en general mientras se recorren calles y avenidas, o sencillamente se dan vueltas alrededor de una pista.

Sin embargo, correr proporciona la oportunidad de ejercitarse y pensar al mismo tiempo, tal vez porque sea un deporte casi solitario en el que la emoción y la recompensa es mirar atrás de vez en cuando y ver a una enorme distancia el punto de partida mientras se reflexiona acerca de muchos temas que van desde qué desayunar (si se corre por la mañana), cuáles son los pendientes del día, o cómo arruinarle la vida al vecino para que sufra lo que nosotros no sufrimos.

En lo personal prefiero salir a correr por las mañanas, sentir el aire fresco entrar en mis pulmones y mirar cómo la ciudad es iluminada poco a poco por el ambar de los rayos del sol matutino.

Y bueno, si antes no había escrito sobre mi gusto personal por esa actividad es porque la he adquirido recientemente. Tendrá unos cuatro o cinco meses que, angustiado por ver cómo mi cuerpo creía hacia los lados y mi panza hacía el frente en un medio circulo con un radio cada vez más amplio, decidí realizar alguna actividad física.

Debido a que soy muy proclive a la cultura del ahorro y a que tengo una personal aversión por los gimnasios porque generalmente son hogueras de las vanidades de la clase media en peligro de extinción, concluí que una actividad prácticamente gratuita era salir a correr. No implicaba más que tener unos shorts viejos, unos tenis sucios y apestosos y una sudadera con cachucha.

Sin embargo, como en todos los comienzos, el de mi faceta de atleta no fue fácil. Prodigiosamente no caí fulminando por una insuficiencia respiratoria en los primeros cien metros, pero sí hacía enormes esfuerzos por mantener el ritmo y no desistir.

Ya conforme fueron pasando las semanas fui tomando más condición y también recibí la enorme gratificación de bajar unos kilos que eran ostensiblemente notorios.

Fue así como, después de un tiempo de estar corriendo prácticamente en un trayecto, decidí hacerlo saliendo más allá de los linderos de mi colonia, llegando en cada ocasión un poco más lejos que en la anterior, hasta que descubrí que podía correr más de 5 kilómetros en una sola salida.

Pero lo mejor y más satisfactorio es cuando se tiene la oportunidad de probarse ante los demás que se puede llegar a una meta, recorriendo una ruta con pendientes, rectas y curvas. Por eso decidí correr la carrera que anualmente organiza la compañía para la que trabajo.

El resultado, para ser la primera vez, fue el recorrido de 5 kilómetros en 28 minutos. Desde luego que estuve a más de 10 minutos de diferencia del primer lugar, pero la idea no era tanto ganar como participar y saber que al correr junto a los demás, cada quien va haciendo su propia carrera, concentrado en sus propios pensamientos, pero tambíen compartiendo la satisfacción de saber que existen muchos otros que, como uno, encuentran ese deporte apasionante.

Por eso es que, ahora, además de escribir, pienso hacerle competencia a Forrest Gump.


7 dic 2012

Simplemente duele vivir

La teoría, por muy refinada, reflexionada, ponderada y aterrizada que intente ser, nunca podrá suplantar a la experiencia de los fenómenos y los acontecimientos.

Los psicólogos podrán elaborar muchas teorías acerca del comportamiento, el desarrollo humano y el crecimiento, pero éstas nunca podrán aportar el aprendizaje que comporta la experiencia, el tomar de decisiones, enfrentar disyuntivas.

En ocasiones la teoría acerca del dolor elaborada por el más docto de los filósofos no se acerca ni siquiera un poco al sentimiento del dolor, el físico, pero especialmente el espiritual.

Hay ocasiones en las que sencillamente lo que queda por expresar es que duele vivir y duele tomar decisiones.

La paradoja reside en que muchas veces teorizamos sobre ello, y hasta corrientes de pensamiento formamos –el estoicismo es una de ellas- pero todo eso es en ocasiones superado por el fracaso personal, la incertidumbre y el miedo.

En ocasiones no hay algo a lo que asirse, ni remedio o consuelo.

Sólo queda la soledad.

5 dic 2012

Los ardientes transportes...

Al cabo de un largo rato de permanecer en silencio, el maestro habló con las siguientes palabras: 
-No sé por qué te cuestionas acerca de las dificultades que experimentan los burdos y ordinarios mortales que padecen la vida mundana, particularmente en torno a esa quimera indefinible que nombran "Amor". Aunque te comprendo, algún día de hace ya muchos años, un alemán que se dedicaba a la literatura escribió en el colmo de su exasperación "¡maldigo al amor y sus ardientes transportes", y agregaría yo: "que siempre conducen al espíritu por inescrutables caminos de incertidumbre y angustia".-

Tan pronto terminó de escuchar las sentenciantes palabras pronunciadas por el maestro, el discípulo lo miró con sorpresa. Comprendió que sus reflexiones no eran producto de la paráfrasis de escritores muertos, sino de la experiencia viva en los recuerdos de su pasado.