Recuerdo que incluso en algún ensayo presentado en cierto coloquio sobre la "modernidad tardía", llegué a criticar a esos autores calificandólos de cosmopolitas y culteranos, por el hecho de centrar sus trabajos en el análisis de las sociedades europeas.
Sin embargo, ahora que he leído una nota en el diario que acostumbro, acerca de la creación de un museo dedicado a honrar el dolor causado por las relaciones amorosas fallidas, creo que puedo comprender a esos sociólogos y sus elaboraciones teóricas acerca de la reflexividad y la identidad del yo. (Este no es el espacio apropiado para tirar el rollo acerca de esas teorías, pero si a alguien le interesa, hágamelo saber en los comentarios y con gusto le doy algunas referencias bibliográficas).
Resulta que en Sarajevo, la organización artística Labirint decidió abrir un museo dedicado a exponer todos aquellos objetos que acumulados a lo largo de una relación amorosa, se tornan insoportables luego de que ésta se derrumba y queda reducida a escombros de despecho, desesperación y decepción.
Desde luego que se trata de una idea bastante original y utilitaria. Aunque poco exportable a otras regiones del orbe.
Digo, los europeos ya están más allá del bien y del mal, y su temple meridional los hace flemáticos y razonables. Cosa contraria a lo que sucede, por ejemplo, entre los latinoamericanos, que debido a las diversas condiciones geográficas, somos de temperamentos diversos y por tanto no somos tan razonables. No por lo menos en cuestiones afectivas.
De hecho, más allá de la originalidad y trivilidad implícitas en la creación de este museo, está el avance cultural de cierto tipo de sociedades y su impacto en las identidades individuales. Es decir, que una sociedad donde los problemas básicos de las subsistencia están medianamente superados, el tiempo sobra para dedicarse a otro tipo de actividades y pensamientos; de hecho el tiempo sobra tanto, que provoca pavor tenerlo en demasía, porque siempre el tiempo de ocío y el pensamiento han mantenido una relación muy estrecha.
Sin embargo, en los tiempos actuales pensar no es una de las actividades más preciadas entre los amplios sectores sociales, porque el pensar conduce a la reflexión y está necesariamente a la introspección. Y la instrospección conduce, a su vez, a una conclusión sospechada, intuida, pero temida: la conclusión del vacío existencial.
De ahí la pertinencia de un museo que se dedique a las tragedias del amor, a exponer la verdadera esencia del amor, que es el drama. Siempre es mejor atenuar la realidad, verla a través de los ojos de otro, que enfrentarla por si mismo, sentir su peso sobre la espalda propia.
La historia que animó al grupo de artistas que abrieron el Museo de las Relaciones Rotas es prototípica de la forma en que en determinadas sociedades se enfrentan momentos trágicos como el rompimiento de una relación amorosa. Es la historia de una chica que luego de terminar con su pareja, decidió romper con un hacha todos los regalos y objetos que había acumulado a lo largo de su relación.
En lo personal pienso que es una forma bastante impulsiva y estupida de pretender olvidar. Aunque desde el psicoanálisis pudiera dársele una interpretación distinta, como un acto de violencia simbólica.
Destruir un objeto en modo alguno significa destruir un recuerdo, porque a diferencia del objeto, que es material, el recuerdo es intangible y permanece en la memoria o al menos ahí habrá de permanecer hasta que no se invente una máquina como la usada en El eterno resplandor de una mente sin recuerdos (quizá la única película donde Jim Carrey actúa realmente), para "resetear" la mente y quitándole los recuerdos malos o dolorosos.
Y bueno, hay de objetos a objetos dignos de ser destruidos o reciclados en un museo. Por ejemplo, yo siempre regalo libros y salvo la página de la dedicatoria que se puede arrancar y quemar, todo el libro continúa siendo útil; por tanto no vería la insana necesidad de querer destruirlo.
Lo mismo sucede con las cartas cuando están bien redactadas y logran trascender la cursilería para constituirse en auténticas piezas literarias (por eso abrigo que las cartas que he escrito en diversos momentos de mi vida sentimental aun sean conservadas, porque la verdad fueron bien escritas).
En cambio hay otros objetos que sí deberían irse al dispensario de la parroquia más cercana, o al carrito del ropavejero; por ejemplo las lociones, los osos de peluche, los malos discos, las pulseras y demás fetiches.
Pero eso ya estará de cada quien. Por el momento creo que es importante que cuando menos quienes me leen, sepan que en caso de que sus respectivas relaciones se terminen -que ojalá y no suceda nunca- pues ya hay una alternativa a la basura, a la quema indiscriminada de plásticos y demás contaminantes, para deshacerse de los "recuerdos dolorosos" de un amor que no fue.
P.S Aquí el link a la nota completa