25 mar 2013

Reforma a las telecomunicaciones ¿beneficios para quién?

Pasadas las sosas celebraciones de los primeros 100 días del nuevo gobierno federal, ahora el tema que ocupa el centro de la agenda pública, suministrado por la -hay que reconocerlo-eficiente estrategia de comunicación política ejecutada desde la Presidencia de la República, es la reforma constitucional en materia de telecomunicaciones que fue procesada por la Cámara de Diputados con una inusual velocidad.

Como se sabe, dicha reforma es parte de los “compromisos” signados por los principales partidos políticos nacionales y el titular del Ejecutivo, dentro del mecanismo de alineación de intereses comunes denominado “Pacto por México”.

El lado amable que justifica la incorporación de más párrafos y apartados a la ya de por sí enciclopédica Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, es la presunta necesidad pública de acotar a los agentes económicos dominantes en el mercado de las telecomunicaciones y la radiodifusión, mediante el fomento a la competencia y la diversificación de los oferentes de dichos servicios, lo cual en último término podría traducirse en presuntos beneficios para los consumidores.

Respecto a las cuestiones jurídicas y técnicas implicadas en dicha reforma, así como a sus alcances, riesgos y beneficios mucho han dicho desde hace ya mucho tiempo los expertos, abogados, economistas e ingenieros. De igual manera, sobre los actores involucrados en este tema y sus métodos de presión a los poderes públicos, así como de sus relaciones de cooperación e incluso de contubernio, mutuo usufructo y protección también ya mucho han opinado los columnistas de la prensa escrita y electrónica.

De manera que mi intención en estas líneas es centrar la atención en los aspectos residuales de dicha reforma, así como en sus posibles impactos en la vida cotidiana de la gran mayoría de personas que atestiguan como público pasivo el debate público y la disputa de poder implícita en dicho tema.

Así pues, comienzo por señalar el escepticismo en torno a las bondades de la reforma. Primero, porque introducir disposiciones particulares la Constitución es tanto como llamar a misa, porque se trata de una ley general, que como tal no se ocupa de detalles (más bien, no debería). Es decir, suena muy bonito que en la Constitución se diga que toda persona tiene derecho al “libre acceso a información plural y oportuna”; pero si no se especifica del otro lado que existe la obligación o el deber de procesar de forma “plural y oportuna” la información para proveerla a “toda persona”, ese derecho es etéreo. Además, la práctica ridícula y demagógica de los políticos mexicanos de incluir todo en la Constitución le resta seriedad y vigencia al texto constitucional, que debería de ser -según indica la teoría- una norma fundamental y fundacional; no un catálogo de buenas intenciones y corrección política.

Por otra parte, quién decide qué es lo “plural” y cuándo es “oportuna” esa información. A esa duda se responde, desde la técnica legislativa, afirmando que toca a la ley reglamentaria de la disposición constitucional ocuparse de los detalles. Y como el diablo está en los detalles, será en la Ley Federal de Telecomunicaciones donde los actores interesados ejercerán la mayor presión posible para mantener a salvo sus intereses. Por tal razón el CEO de Televisa, Emilio Azcarraga, pudo darse el lujo de declarar “bienvenida la competencia”, en el contexto de la presentación de la reforma, pues estaba plenamente consciente de que la disputa real estará en la definición de los detalles de la legislación secundaria.

Otro aspecto en el tema de las telecomunicaciones que ha sido muy mencionado es el supuesto beneficio que la competencia traerá a los consumidores, al propiciar más opciones de información y entretenimiento. Sin embargo, al respecto cabría formularse dos preguntas. La primera, porqué el Estado debería garantizar que tanto los servicios de telecomunicaciones como los de radiodifusión “brinden los beneficios de la cultura a toda la población”; y la segunda, a quién realmente beneficiará que el Estado garantice la prestación de dichos servicios en condiciones de competencia.

A la primera pregunta podría responderse con otra: ¿que no se supone que los beneficios de la cultura para toda la población el Estado los ofrece mediante la educación pública? Incluso podría formularse una más ¿qué es la cultura y por qué se da por sentado que así, mediante una conceptualización muy general, dicha cultura podría brindar beneficios? La cuestión es válida a la luz de los contenidos que actualmente se difunden tanto en los servicios de telecomunicaciones, como en los de radiodifusión. ¿Qué beneficios, por ejemplo, se desprenden de escuchar “Ya párate”, el programa radiofónico producido por MVS Radio, o “El Panda Show” de Televisa Radio? ¿Se puede denominar cultura a “Bailando por un sueño”, “La rosa de Guadalupe” o “Lo que callamos las mujeres”?

Los entusiastas de la reforma podrán objetar estas preguntas afirmando que la creación de una tercera cadena de televisión abierta diversificará las opciones. Sin embargo, mucho me temo que no importa el número de cadenas que se liciten, ni el número de canales, si lo que determina la oferta de contenidos -porque al final quienes operan los canales de televisión, las estaciones de radio y los portales de Internet son empresarios en buscar de beneficios económicos y no instituciones de asistencia social- es el perfil de la demanda, la cual en México y en Latinoamérica (basta un vistazo en YouTube a los programas televisivos que se producen en otros países de la región) está volcada hacia las telenovelas, el doble sentido y el alto contenido sexual en el que la mujer recurrentemente aparece como un objeto “saciamorbos”. En suma, la demanda está determinada por el ínfimo nivel cultural de los usuarios de dichos servicios, resultante de las lagunas, los vicios y las taras de la deficiente educación pública.

Por lo que hace a la pregunta en torno a quién realmente beneficia que exista competencia en las telecomunicaciones y la radiodifusión, hay que detenerse un momento a analizar cuál es el verdadero negocio de los prestadores de esos servicios. Para TV Azteca no lo es en modo alguno producir “Cosas de la vida”, sino la venta de los espacios publicitarios de ese programa para los anunciantes interesados en hacer llegar los beneficios de sus productos al público que consume “los beneficios de la cultura” que bondadosamente les hace llegar todas las tardes Rocío Sánchez Azuara mediante intensos e interesantísimos paneles con títulos como “Mi hermana vive de estafar a hombres casados”.

Si el mercado de las telecomunicaciones y la radiodifusión fuese más competido, ese anunciante no sólo tendría como opciones para insertar sus pautas publicitarias los programas producidos por TV Azteca (“Cosas de la vida”) o Televisa (“Laura en América”), sino en otros como “Casos de familia” producido por Cadena Tres, la televisora de la familia Vázquez Raña que mira con mucho apetito la posibilidad de ganar la concesión para operar la tercera cadena de televisión que se licitará como producto de la reforma y ofrecer su súper innovadora programación (el sarcasmo en gratis; de nada).

Así pues, a mayor competencia, los anunciantes de productos, entiéndase por ejemplo, Coca Cola, Bimbo, Alsea, tendrán más opciones de difusión de su publicidad a precios más bajos. Pero ¿y el consumidor/usuario/público? Sencillo, tendrá oportunidad de mirar la pauta publicitaria de Coca Cola en Televisa, TV Azteca, Cadena Tres o Uno TV (seguramente así se llamará la cadena de televisión de Carlos Slim). Eso es diversidad, sí señor.

Los siempre aguerridos, caricaturescos y residuales niños bien buena onda de la movilización #YoSoy132 dirán que con la reforma en comento se han dado los primeros pasos para la “democratización de los medios de comunicación”, cualquier cosa que eso signifique y cualquier cosa que entiendan por ello. Sin embargo, tratando de descifrar un poco el alcance de la tal demanda de medios más plurales, que es el adjetivo correcto que esos muchachitos deficientemente formados por sus dizque profesores universitarios, denotan al hablar de “democratización”, hay que considerar que ésta no se alcanza por efectos de una reforma a una disposición legal, sino por una asimilación cultural de los valores de la democracia: respeto, tolerancia, diversidad. Y estos y muchos otros más difícilmente se encontrarán en los contenidos de los medios de comunicación, porque no es su función, ni su finalidad ser instrumentos supletorios de la educación; sino mercadear información, entretenimiento y publicidad.

Por tal razón es que no hay mucho qué celebrar respecto al avance de esta reforma, que lo que hace es someter al arbitrio de la autoridad presidencial a los grandes poderes económicos en posesión de instrumentos estratégicos de dominación y manipulación como son los medios de comunicación, y propiciar la disminución de los costos de las pautas publicitarias al regular la entrada de nuevos oferentes de esos espacios al mercado de la radiodifusión y las telecomunicaciones.

Es, pues, otro cambio cosmético, al estilo del Presidente y su gobierno.

22 mar 2013

Se me olvidó que te olvidé

El 26 de diciembre de 1948 fue domingo. En Tamaulipas, concretamente en el municipio de González, un grupo de ingenieros y técnicos trabajaba en el ensamblaje de un puente de acero de procedencia alemana, que años más tarde generaría una intensa polémica local cuando un periodista sugiriera que había sido un regalo de Hitler "con amor".

A unos 100 kilómetros de esa localidad, nacía, en Tampico, Dolores de la Colina Flores, a quien probablemente previendo la presteza de su nombre de pila al doble sentido, alguna alma piadosa o quizá ella misma, al momento de su incursión en medio musical del centro del país decidió cambiarlo por el más amable "Lolita de la Colina", que es con el cual la conocemos quiénes durante la infancia tuvimos que padecer sus canciones interpretadas por Alberto Vázquez, Angélica María, Vicky Carr o Lupita D'Alessio, quienes eran las grandes luminarias del género "adulto contemporáneo" de la época de nuestros padres.

Tal vez en alguna ocasión posterior me detenga a escribir acerca del impacto y profundidad que ese trauma psicológico infantil tuvo en mi generación, especialmente en la educación sentimental, porque a pesar de que a los 7 u 8 años de edad escuchar las canciones de Rafael Pérez Botija interpretadas por José José era un auténtico martirio, unos 10 años después se tornó en un gusto propio. Entonces hubo algo ahí que propició pasar del odio al amor a esas canciones. Pero en esta ocasión no quisiera desvariar as usual.

De modo que regreso a la breve reseña de Lolita de la Colina, de formación profesional traductora, de oficio locutora y de vocación compositora.

Ignoro si nacer en las cercanías de un puerto influya en alguna medida en el desarrollo del temperamento y el lirismo de las personas, o si éstos son más bien producto de una especie de fortuna individual. Pero lo cierto es que Tampico, con su cercanía a Estados Unidos y su frontera natural con el Golfo de México seguramente en algo influyó en la personalidad de Lolita de la Colina, que dentro de su prolífica producción como cantautora cuenta con temas con títulos y letras llenas de nostalgia, pasión, añoranza y cierta socarronería, como "La niña tristeza", que es para ponerse a llorar amargamente cuando recuerda que sollozaba tras las faldas de su madre y de su abuela, como esos sórdidos personajes que describe Dostoievsky en sus novelas.

Pero quizá una de las canciones más emblemáticas de esa voragine de sentimientos, intenciones y pretensiones que Lolita de la Colina solía emplear como ingrediente principal en sus letras es "Se me olvidó que te olvidé", originalmente interpretada por Olga Guillot allá por 1964, con unos arreglos bastante interesantes que rayaban en el soul, el funk y el gospel a la mexicana.

Posteriormente, en 2003, el productor Fernando Trueba rescata la canción y decide incluirla en un disco con arreglos de Bebo Valdés e interpretación a cargo de Diego Ramón Jiménez Salazar, "el Cigala". De ahí para adelante vienen otras interpretaciones quizá más desafortunadas, aunque el gusto se rompe en géneros.

Como sea, el punto es que la letra de la canción retrata con una coqueta dósis de desparpajo esa situación que todo aquel que haya tenido algún momento de delirio etílico ha experimentado, es decir, la de traer al presente los recuerdos de esa persona que se creía olvidada, pero que simplemente estaba ahí, como fantasma en duermevela, en las capas más superficiales de la memoria, esperando a ser remembrada para emerger con todo el bagaje de sinsabores, ingratitudes, frustraciones y reproches; porque suele suceder que siempre es ella la victimaria y poseedora de todos los defectos y vicios que corrompieron el alma inocente y casta de quien la recuerda.

Pero más allá de ese pseudo sicoanálisis, lo cierto es que a todos nos ha pasado en alguna ocasión eso que dice Lolita de Colina. A veces sucede que mientras caminamos por la calle, hay algo en el ambiente, en el paisaje, que propicia que se nos olvide que olvidamos a esa persona que no quisieramos recordar, pero que contra toda voluntad consciente, aparece ahí donde menos se le espera.

Quizá por eso el objetivo no es olvidar, porque es imposible, sino tratar de no recordar, lo cual es bastante difícil; pero a menos que se esté dispuesto a vivir traumado toda la vida, es la alternativa más viable.

O también está la otra, más incómodamente placentera de dejarse llevar por el intempestivo asalto del recuerdo, de olvidar que se olvidó, con la plena consciencia de que será un lapsus temporal, y aceptar con cierta ironía que "la verdad no sé porqué se me olvidó que olvidó que te olvidé, a mi que nada se me olvida". Como el Santo lo hizo con Blue Demon.


12 mar 2013

Peña y el poder presidencial

Contrario a la opinión generalizada de los presuntos líderes de opinión y analistas políticos -que no precisamente politólogos- vertidas recientemente en la prensa escrita y electrónica, no encuentro motivos suficientes para laurear los primeros 100 días del actual gobierno federal, ni las expectativas generadas a su alrededor.

Las causales de tal escepticismo tienen sustento analítico en los siguientes factores, que para su mejor exposición han sido divididos en dos aspectos, uno político y otro económico.

En el primero de ellos se puede vislumbrar, detrás de la bien elaborada estrategia de comunicación política e imagen que ha sido diseñada y dirigida desde la Oficina de la Presidencia de la República específicamente hacia sector de la opinión pública más informado y analítico, un intento por reconcentrar el poder que la institución presidencial había perdido por efecto de reformas al marco constitucional que establece sus facultades, así como por el ineficaz ejercicio de la autoridad por parte de los Presidentes de la República surgidos de la alternancia.

Tal reconcentración si bien apunta a conferir eficacia al proceso decisorio, conlleva el riesgo de restauración de prácticas antidemocráticas ancladas a la figura presidencial durante la prolongada etapa de gobierno en la cual el Presidente era visto como el jefe político único de todo el país al cual debían de someterse todos los demás liderazgos formales y de facto.

Al respecto, pueden enunciarse las siguientes decisiones y acontecimientos ocurridos durante los 100 días transcurridos del actual gobierno:

1.- Elección de César Camacho Quiroz, ex gobernador del Estado de México –entidad de la cual es originario el Presidente y el grupo político al cual pertenece y en cual se formó políticamente- como dirigente nacional del PRI sin que mediara un proceso de competencia por dicho cargo al interior del partido.
Esta decisión permite al Presidente, o con más precisión, al grupo político gobernante, tener una comunicación directa con la estructura del partido para agilizar la toma de decisiones relacionadas con la implementación de las políticas públicas tanto en su negociación horizontal (búsqueda de consensos en la relación con el Legislativo) como en su penetración regional (negociación Ejecutivo federal-Gobernadores), así como la operación electoral que permita al partido mantener e incrementar los niveles de apoyo al gobierno.
2.- Inclusión del Presidente de la República como integrante del Consejo Político Nacional y la Comisión Política Permanente del PRI, que son las instituciones responsables del funcionamiento interno del partido y, principalmente, de delinear los requisitos de elegibilidad de los candidatos a puestos de elección popular; con lo cual el Presidente podrá tener injerencia directa en el avance o estancamiento de la carrera política de los militantes del partido, así como establecer o fortalecer los vínculos de lealtad personal y disciplina por parte de los militantes hacia el jefe del Ejecutivo.
3.- Cambio de los Estatutos del PRI para permitir un eventual incremento del IVA y la apertura del sector energético a la inversión privada, el cual fue operado precisamente por César Camacho alineando a los sectores tradicionalmente más movilizados del partido, como las organizaciones sindicales y campesinas, al proyecto de gobierno del Ejecutivo.
4.- Detención y encarcelamiento de Elba Esther Gordillo. Representa un “golpe de mano” que envía la señal a todos los grupos y liderazgos políticos que pudieran mostrar alguna oposición al Presidente y su proyecto de gobierno, en el sentido de que son vulnerables y no deben desafiar al poder político dominante.
5.- Intención de regular la capacidad de endeudamiento de los estados. Es un curso de acción contenido en el Pacto por México, que es un mecanismo mediante el cual los partidos opositores se alinean a la agenda pública del gobierno federal, mediante el cual se pretende clausurar uno de los mecanismos que durante los gobiernos de la alternancia permitieron a los gobernadores amplios márgenes de acción para tomar decisiones e implementar medidas de política pública sin contar necesariamente con la validación de las instituciones del centro. Cerrar la llave del financiamiento mediante la contratación de deuda conlleva una reducción del margen de maniobra de los gobiernos locales.

En el aspecto económico no se observan visos claros que demuestren que la intención discursiva del actual gobierno de “transformar al país”, aterrice en acciones concretas y eficaces, máxime cuando esa presunta transformación se ancla a temas sociales como la inseguridad pública y la pobreza.

Al respecto, la acción más destacada ha sido el anuncio de la “Cruzada Nacional contra el Hambre”, que en estricto sentido es un programa asistencial dirigido únicamente a paliar los efectos negativos más apremiantes de una política económica que se ha mantenido sin cambios sustanciales desde hace cuando menos 30 años.

Paradójicamente, esa “Cruzada” coexiste con la intención altamente probable de convertirse en hecho consumado de la aplicación del IVA a alimentos y medicinas, bajo una lógica fiscal difícil de asimilar precisamente para los amplios sectores populares, que no han tenido un incremento real en el poder adquisitivo de su salario en más de 30 años y, por el contrario, éste ha perdido su capacidad de compra en cerca de 70% desde 1970. A esta situación habrís que sumarle el “deslizamiento” gradual de los precios de los energéticos para controlar la inflación y presuntamente dejar de subsidiar a los sectores con ingresos medios para poder concluir que la “Cruzada contra el Hambre” y cualquier otra medida paliativa, son sólo programas de efecto publicitario, sin capacidad real para propiciar un cambio sustancial en las condiciones de vida de los sectores más pauperizados.

En relación con lo anterior se encuentra el presunto cambio en la estrategia de seguridad pública, que pretende pasar con novedosa y eficaz únicamente porque incluye apenas superficialmente el factor de prevención social del delito. Sin embargo, el aspecto reactivo de dicha estrategia adolece del mismo error que las estrategias implementadas por los últimos tres gobiernos federales, es decir, cambiar las siglas de las corporaciones policíacas y crear otras nuevas al vapor, echando mano de las tropas militares acondicionadas como cuerpos civiles, como será el caso de la futura Gendarmería Nacional.

Una estrategia eficaz debería incluir medidas de reconstrucción del tejido social, de rescate de las células básicas de interacción social como son la familia y la escuela, los espacios de convivencia, la política de vivienda y desarrollo urbano, así como el impulso al desarrollo de la economía agropecuaria.

Ya será ocasión para otro análisis la ausencia de vinculación entre la política educativa que se ha pretendido también vender como un logro y potencial palanca de desarrollo (centrándose únicamente en la educación básica, necesaria para formar ejércitos de maquiladores), con la política laboral, que debido a las reformas más recientes pareciera condenar a los trabajadores presentes y futuros a salarios de subsistencia, puestos de trabajo carentes de seguridad laboral y precaria seguridad y previsión social.

La intención de este análisis no es señalar chabacanamente los errores del nuevo gobierno, sino contrastar su estrategia de corporate branding, con la apremiante realidad nacional; ante la cual los discursos y las medidas superficiales son apenas paliativos ineficaces.

Empero, habrá que conferirle el saludable beneficio de la duda con la esperanza –término que adquiere matices escatológicos que desdibujan un pretendido análisis político- de que la sociedad más democrática o (si se quiere) menos tradicional que prevalece en México, sabrá anteponer sus reclamos y necesidades como barreras ante los eventuales intentos de restauración autoritaria.

4 mar 2013

My Sassy Girl

Acerca del colonialismo sentimental de Hollywood en Asia




La primera vez que vi My Sassy Girl, escrita por Kim Ho-sik y adaptada al cine y dirigida por Kwak Jae-yong, habrá sido a finales de noviembre de 2012. Para entonces la cinta ya había cumplido 11 años de su estreno en Corea del Sur convirtiéndose en un auténtico blockbuster; tanto, que en 2008 Yann Samuell estrenó la versión hollywoodense que, contrario a lo que se podría creer tratándose de una comedia romántica (el propio título lo delata), no fue protagonizada por Hugh Grant y Sandra Bullock, que ya están bastante seniles para interpretar a la pareja de jóvenes universitarios que se conocen por accidente, o más bien, al evitar un accidente en un andén del metro para dar paso a una convencional historia de amor que pretende venderse como excepcional sólo porque la versión original está hecha en Corea del Sur.

Hace poco tuve oportunidad de mirar nuevamente la cinta y pasarla justo por el crisol crítico, pues el cine, además de entretenimiento es –como el resto de las actividades artísticas y de espectáculo- un producto cultural que reproduce y refleja patrones de conducta, prácticas, hábitos, ideologías y cosmovisiones sociales.

En el caso de My Sassy Girl la crítica en general ha pretendido ser benevolente sólo por la nacionalidad de la cinta. Pero la fórmula de la historia es demasiado convencional. Es, a lo mucho, una variación de latitudes geográficas y de idioma de las historias que nos han contado desde Hollywood y que bien podrían ser catalogadas como las responsables de la educación sentimental global. Eso siendo demasiado amables.

Ya desde una perspectiva quizá un tanto más dura tratándose tan sólo de una crítica cinematográfica, la historia de Kwak Jae-yong es resultado del colonialismo sentimental que ha logrado instaurar Occidente en prácticamente todos los rincones de planeta a través de Internet.

A diferencia de las sórdidas historias de amor que nos ha narrado Murakami a través de Tokio Blues y Sputnik, mi amor o Hiromi Kawakami en El cielo es azul, la tierra blanca, lo que encontramos en My Sassy Girl son los lugares comunes del amor occidental: superficialidad que pretende ser dispensada por tratarse de jóvenes postadolescentes, gags previsibles, abnegación, sacrificio aparente y circularidad de la relación amorosa que rinde un cuestionable homenaje a la igualmente cuestionable y ridícula frase que sentencia “si amas a alguien…”.

Sea tal vez que la deficiente calidad del contenido de la cinta se deba al vicio de origen, es decir, al hecho de que la historia fue escrita por un blogger coreano hace más de una década.


Lo único rescatable es quizá el ligero tratamiento del tema de la contingencia como fundamento de cualquier relación humana, que no exclusivamente del amor. El destino como un “puente de posibilidades” no es una concepción original de Kim Ho-sik; ya antes los escritores románticos lo habían dicho con mucha claridad. El punto es tal vez que las amplias masas de jóvenes y adolescentes palurdos que vieron la película lo desconozcan porque su nivel cultural no va más allá justo de las novelas que tienen que ser adaptadas como guiones cinematográficos tan tristemente en boga al día de hoy.



P.S.: Caso aparte es el soundtrack de la cinta. El arreglo de Canon en Re Mayor de Johann Pachelbel y My Girl de Temptations logran crean atmósferas suaves en escenas cargadas de fruslería.