Debido a mi condición de pequeño burgués (diría Marx), intelectual orgánico (diría Gramsci), o analista simbólico (diría Reich), difícilmente me levanto antes de que comience a rayar el alba para ir a trabajar. Aunque diariamente mi radio despertador suena a las 6:30 de la mañana, no es precisamente para que me levante de la cama a esa hora; es más bien para que pueda escuchar la síntesis del noticiario que acostumbro. Sin embargo sólo la escucho entre sueños porque en realidad suelo levantarme media hora más tarde.
Así que por causa de esa cómoda situación, desde hacía mucho tiempo no había tenido la oportunidad de mirar el amanecer. Hasta hoy por la mañana lo hice nuevamente; aunque de forma involuntaria.
Sucede que el fin de semana salí de la ciudad para arreglar los términos de mi colaboración en la campaña electoral de cierto partido político (no escribo las siglas porque eso supondría reducir las posibilidades de que otros partidos soliciten mis servicios de mercenario de la política), en cierta localidad, de cierto estado, ubicado al norte del Distrito Federal.
Como estaba hasta el keke de la chamba cotidiana y las cafiaspirinas que había ingerido con una coca cola la madrugada del viernes -para poder concluir la redacción de un artículo que debía entregar unas horas más tarde- aún hacían su efecto en mi sistema nervioso, decidí que sería buena idea, una vez terminada la reunión y arreglado el monto de los emolumentos que recibiría por la prestación de mis servicios (intelectuales, aclaro, por si el asunto llegase a malinterpretarse), pasarme a visitar a mi mamá y planear algo para el resto del fin de semana. Y así sucedió.
De manera que para no hacer el cuento largo, debo decir que ya no regresé ayer domingo por la noche, sino que decidí regresar hoy lunes por la mañana. Y esa decisión fue la que me permitió mirar uno de los amaneceres más bonitos que recuerde haber mirado.
Tal oportunidad fue posible, además, porque era el tal cansancio que me embargaba el viernes por la noche, al salir de la Facultad, que decidí que sería mejor viajar en autobús a la ciudad donde habría de sostener la reunión aludida arriba.
Así que de regreso, luego del infructuoso intento de conciliar el sueño en el asiento reclinable del autobús, volví la mirada hacia la ventana y miré el amanecer.
No sé si sea normal que un acontecimiento natural tan ordinario como el inicio de un día, sea cautivador para un somnoliento pasajero de un autobús. Pero pienso que las más de las veces estamos tan absortos por el paisaje cotidiano, que llega a parecernos estático y carente de gracia, cuando en realidad encierra una enorme fascinación.
Así que por causa de esa cómoda situación, desde hacía mucho tiempo no había tenido la oportunidad de mirar el amanecer. Hasta hoy por la mañana lo hice nuevamente; aunque de forma involuntaria.
Sucede que el fin de semana salí de la ciudad para arreglar los términos de mi colaboración en la campaña electoral de cierto partido político (no escribo las siglas porque eso supondría reducir las posibilidades de que otros partidos soliciten mis servicios de mercenario de la política), en cierta localidad, de cierto estado, ubicado al norte del Distrito Federal.
Como estaba hasta el keke de la chamba cotidiana y las cafiaspirinas que había ingerido con una coca cola la madrugada del viernes -para poder concluir la redacción de un artículo que debía entregar unas horas más tarde- aún hacían su efecto en mi sistema nervioso, decidí que sería buena idea, una vez terminada la reunión y arreglado el monto de los emolumentos que recibiría por la prestación de mis servicios (intelectuales, aclaro, por si el asunto llegase a malinterpretarse), pasarme a visitar a mi mamá y planear algo para el resto del fin de semana. Y así sucedió.
De manera que para no hacer el cuento largo, debo decir que ya no regresé ayer domingo por la noche, sino que decidí regresar hoy lunes por la mañana. Y esa decisión fue la que me permitió mirar uno de los amaneceres más bonitos que recuerde haber mirado.
Tal oportunidad fue posible, además, porque era el tal cansancio que me embargaba el viernes por la noche, al salir de la Facultad, que decidí que sería mejor viajar en autobús a la ciudad donde habría de sostener la reunión aludida arriba.
Así que de regreso, luego del infructuoso intento de conciliar el sueño en el asiento reclinable del autobús, volví la mirada hacia la ventana y miré el amanecer.
No sé si sea normal que un acontecimiento natural tan ordinario como el inicio de un día, sea cautivador para un somnoliento pasajero de un autobús. Pero pienso que las más de las veces estamos tan absortos por el paisaje cotidiano, que llega a parecernos estático y carente de gracia, cuando en realidad encierra una enorme fascinación.
Mirar como la luz poco a poco se abre paso entre la oscuridad, mientras que el cielo raso cambia su oscura tonalidad por una gama de rojos que expanden sus haces hacia el horizonte, difuminándose lentamente, para confundirse con el débil azul que se adivina entre el fulgor de las estrellas, es realmente un privilegio. El privilegio de admirar el cotidiano milagro del nacimiento de un día nuevo.
P.S. Por cierto, aprovecho la ocasión para hacer un anuncio publicitario:
“Se asesoran campañas electorales, movimientos sociales, gobiernos oposiciones a nivel municipal, estatal, federal e internacional. Si tú, estimado lector, tienes aspiraciones políticas y quieres convertirte en el futuro presidente de tu municipio, de tu asociación de colonos o de la camarilla de grilleros de tu trabajo que invariablemente presionan al jefe por un aumento, no busques más: ¡yo tengo la solución!
Además cobro bara bara.
2 comentarios:
Es bueno que sepas disfrutar de las cosas que en apariencia son sencillas o cotidianas.
Me gusta tu anuncio clasificado, este es un buen medio para capitalizar tu potencial.
Saludos
El amanecer... caray que ordinadio, jejeje no es que le haya faltado sustancia a este post, sino que yo ya venia preparado hasta con un sandwish de jamon para disponerme a la densa lectura as usual, pero pues ahora fue rapido y de facil digestion, la lectura, no el sandwish por que ese apenas lo he mordido.
y....digame usted, ¿donde esta la lista de precios? páseme una comanda por favor... déjeme ir apuntando.
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