Antes de continuar con mi elucubración acerca del infausto gentilicio que nos quieren imponer a los habitantes de la Ciudad de México, y del Distrito Federal en general, quisiera aclarar que yo no soy, o cuando menos evito serlo concientemente, del tipo de defeños insufribles que cuando van a algún otro estado del país hacen su mejor esfuerzo por caerle mal a toda la gente.
En la medida en que he aprendido que el respeto precisa de la abierta disposición al entendimiento y la comprensión, siempre que visito otro estado me doy a la tarea de observar, conocer y aprender. En otras palabras, trato de aplicar la máxima de los viajeros: al lugar que fueres… aunque en algunas ocasiones el acento delata.
Lo que es más, detesto el uso de esa palabreja descortés que es “provincia”, para referirme a los demás estados de la república; en su lugar prefiero la palabra “interior”, aunque también tiene sus asegunes. Y esto es así tanto por mi innata inclinación a llevar la contra, como por la obligación que me impone el conocimiento profesional de los tipos de divisiones político-administrativas en que suelen adoptar los países. Esto es, que si México fuese un Estado unitario y central, un imperio o un reinado, entonces sí cabría la posibilidad de llamarle “provincia” a los departamentos administrativos; pero sucede que constitucionalmente México es una república federal, compuesta por estados libres y soberanos en su régimen interno. Así que acá la provincia sólo existe en la mente los provincianos que así quieren ver al país.
Hecha la aclaración, regreso a mi fumada acerca del pretendido cosmopolitismo chilango, que tanto fastidia a las personas sensatas no sólo de otros estados de la república, sino también del propio Distrito Federal.
A reserva de lo que dicen los filólogos y lingüistas acerca de que si el origen de la palabra chilango es la voz maya “xhilan”, que denotaba la rebeldía del cabello de los habitantes del centro del país, o una cosa por estilo, pienso que la construcción del significado sociológico de la palabra, referente al habitante de otro estado del país que llega a residir a la Ciudad de México, tuvo su origen hacia las décadas de los cuarenta y cincuenta del siglo pasado, cuando el modelo de desarrollo económico impulsado por los gobiernos posrevolucionarios se propuso como objetivo la modernización y la urbanización del país.
Avenida Reforma, 1949
En ese periodo se registró un aumento importante de emigración desde las zonas rurales hacia las ciudades y centro urbanos del país, siendo la Ciudad de México el destino principal por diversas razones, entre las cuales sobresalían su rápido crecimiento industrial, su consolidación como el centro cultural del país y su imagen -un tanto retocada- de plataforma de movilidad social y oportunidades.
Nada menos que la pujante industria cinematográfica de la época fue la encargada no sólo de construir los clichés que todavía hoy pesan como estigmas en nuestra cultura, sino también de difundir esa imagen de urbanidad, cosmopolitismo y oportunidades de desarrollo que el régimen quería proyectar tanto al exterior del país como al interior, a fin de alardear de los presuntos cambios vertiginosos que la revolución institucionalizada traía consigo.
En ése contexto, la realidad de la migración hacia la ciudad era muy distinta de la que proyectaban filmes como “También de dolor se canta” y más parecida a la proyectada de manera muy cruda en “Los olvidados”. Además de que en estricto sentido, “la capital” estaba conformada por unos cuántos kilómetros de construcciones y vialidades no siempre ordenadas y bien planeadas, que rodeaban el centro histórico.
Los recién llegados –campesinos, obreros y jóvenes estudiantes- se establecían en los pueblos aledaños, como La Villa, Coyoacán, San Ángel o La Candelaria. En el transcurso de su cotidiana interacción entre lo urbano y lo rural, éstos nuevos habitantes fueron desarrollando pautas culturales propias que, como siempre sucede en estos casos, se reflejaron en la indumentaria, el vocabulario y la música. No eran propiamente citadinos, pero tampoco provincianos (aquí cabe el uso de la palabreja sólo como antónimo).
En ése contexto surgió el “pelado”, que sociológicamente es el antecedente directo del “chilango”. El pelado, como bien lo describió don Samuel Ramos (y después el insoportable Octavio Paz), era el individuo que vivía en los márgenes de la ciudad, una especie de paria conciente de su situación y por tanto propenso al resentimiento y la sorna.
Otra vez fue el cine el que se encargó de proyectar y estereotipar la imagen del pelado, unas veces como un hombre bueno que sabía enfrentar estoicamente las adversidades (Pepé el Toro) y, las más, como un vividor y revoltoso pero simpático (Cantinflas, Tin Tan, Clavillazo, y el colmo del mal gusto llevado al paroxismo: Resortes).
Tin Tan, el prototipo del pelado
Sin embargo, el pelado de la vida real era un tipo mucho más peligroso: misógino, grosero, resentido, pendenciero e intolerante.
Chilangus erectus
Como siempre sucede en la dinámica de la exclusión y la discriminación, el excluído y discriminado busca a alguien de condición inferior a la suya para canalizar el resentimiento y la animadversión desarrollada hacia su verdugo cultural.
Así pues, el pelado vio en los habitantes del interior del país el blanco de su desquite. De aquí motes tan despectivos como “pueblerinos”, “marías” o “indios”, que aún ahora suelen emplear algunos imbéciles. Y de aquí también los indicios del pretendido cosmopolitismo del chilango.
Por lo demás, es muy posible que en términos culturales el tránsito del pelado al chilango haya tenido lugar hacia los años setenta, cuando el crecimiento de la ciudad había absorbido a los otrora pueblos aledaños, y el crecimiento económico sostenido que durante las décadas anteriores había registrado el país, se reflejaba en proyectos de urbanización como las nuevas líneas del metro, las vialidades “rápidas” y los nuevos edificios públicos.
Esta imagen de una ciudad, quizá la única ciudad latinoamericana, pujante y en constante desarrollo, propició el surgimiento de la idea del cosmopolitismo; aunque ya hacia los años cincuenta Carlos Fuentes la había descrito en la única novela decente que ha escrito en toda su vida: La región más transparente.
No obstante, bien mirado, ése supuesto cosmopolitismo no ha sido otra cosa que un asombro provinciano disfrazado de sofistificación. Y esto ha sido así porque, con el perdón de apocalípticos e integrados, México, el país, la ciudad, desde siempre ha sido un gran pueblotote, y sus habitantes todos (aquí por supuesto que me incluyo yo) unos pueblerinos. O para que no se vea tan feo y un poco a modo de consuelo, hemos pasado de ser el pintoresco Cuautitlán que tanto impresionó en su momento a la Güera Rodríguez, a un rancho electrónico con Walmarts y Mc Donalds.
No importa el nivel de desarrollo económico o político; ni el avance cultural propiciado por las elites intelectuales. Nada de eso vuelve a un país cosmopolita si la estructura mental de la mayoría de sus habitantes sigue siendo localista, cerrada, intolerante y conservadora.
En la Ciudad de México esa estructura mental prevalece en todos los estratos sociales; nada menos que entre la así etiquetada “alta sociedad” todos sus miembros se pueden reconocer por apellidos, orígenes y acuerdos oligárquicos, como las bodas por conveniencia, que por lo demás eran práctica común entre los hacendados y los comerciantes desde la época de la Colonia, como lo demostró David Brading en uno de sus estudios.
Así que como se puede observar “lo chilango” como forma de vida no es, ni ha sido como erróneamente han pretendido hacérnoslo creer, coto exclusivo de las clases sociales populares.
En fin, que pa la otra prometo ahora sí terminar con esta bagatela pseudo analítica. Por ahora hasta aquí llego. Me voy a preparar un cafecito porque el día lo amerita.
5 comentarios:
¡Qué bárbaro Dr.! ¿Y todo esto nada más porque le dijeron que era un clásico chilango? Ni aguanta nada.
Aunque por otra parte, qué bueno que se lo hayan dicho porque toda esta reflexión está muy interesante. Y lo más curioso es que usted que tanto detesta a Paz y Monsivais, escribe como ellos.
En fin, espero la tercera parte de su texto Dr.
Cuídese y no olvide el paraguas.
Mauro
Muy buena la explicación que haces sobre los diferentes significados que puede tener la palabra chilango.
A mí tampoco me gustan los terminos chilango y provinciano porque denotan un toque de menosprecio hacia quien te refieres.
Saludos y buen fin de semana
Elisa
jajaja "provincia" si es como herencia del virreinato, pero la verdad la verdad creo que eso de que los capitalinos somso insufribles depende... la última vez que fui a Monterrey concluí que son los Argentinos de México. Creo que ya es más mito que nada, todos en todos los estados se sienten lo máximo y creen que lso otros son unos arrogantes, hasta creo que los defeños nos estamos volviendo humilditos y pidiendo perdón por "tooodos los chilangos del mundo" y pues como que tampoco hay que tirarse al piso.
Respecto a lo que me decías de los fondos de inversión, obvio las declaraciones de nuestro nada cauto presidente son preocupantes, pero es 99% seguro que Banco de México mantenga o suba las tasas de interés, y casi imposible que le haga caso a Calderón y las baje, lo del fondo no es tan mala idea si escoges bien, todo es mejor que dejarlo en el colchón.
Saludos
Ramos que bueno es, Paz que insoportable, Fuentes, quién era Fuentes?
Re bien su ensayo. Yo chilango por provinciano. ahpra soy un chilando desterrado y acogido en sus tierras natales.
jajaja me entretuvo mucho tu escrito de hoy, no cabe duda que siempre se aprende algo nuevo.
Me alegra ver que no eres de los que usa la palabra "provincia" como mucha gente.
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