El próximo 26 de septiembre se cumple un año de los lamentables hechos
ocurridos en Iguala, Guerrero, en los que según estimaciones no oficiales
perdieron la vida siete personas, veintisiete más resultaron heridas y al menos
43 se encuentran desaparecidas.
Como es sabido, en los acontecimientos estuvieron involucrados un grupo
de estudiantes de una escuela normal rural ubicada en Ayotzinapa, las
corporaciones policíacas de los municipios de Iguala y Cocula, dos células de
la delincuencia organizada en disputa por el control político y criminal de la
región y el alcalde de Iguala de filiación perredista; aunque presuntamente por
omisión también habrían estado involucrados otros funcionarios públicos
estatales de Guerrero, lo que obligó a que en el momento más álgido de las
reacciones y movilizaciones sociales nacionales e internacionales que
desencadenó este acontecimiento, solicitará licencia a su cargo el gobernador
de la entidad, Ángel Aguirre, quien tres años atrás había ganado la elección
luego de renunciar al PRI y ser postulado por el PRD.
La tardía reacción del Gobierno Federal ante lo que en un primero momento
evaluó como un conflicto local provocó una serie de críticas y acusaciones por
parte no sólo de los agraviados, sino también y principalmente de sus
adversarios políticos, quienes contrastaron el discurso oficial de
transformación entendida como modernización, fundamentalmente dirigido hacia el
exterior para ensalzar el Mexican Moment,
con la situación de violencia y vulnerabilidad del estado de Derecho en amplias
regiones del país.
En medio de ese contexto comenzó a cobrar fuerza la idea de que el Estado
mexicano tenía responsabilidad en los acontecimientos, en gran medida por el
antecedente reciente de junio de 2014 en el cual presuntamente el Ejército
habría “abatido” (es el verbo
oficialmente empleado en el caso) a un grupo de delincuentes en una comunidad
perteneciente al municipio de Tlatlaya, Estado de México. Fue así como apareció
la consigna “#FueElEstado” en las movilizaciones que durante los meses
siguientes a los hechos de Iguala ocurrieron en varias ciudades del país y del
mundo, dando pauta a un debate a medio camino entre lo académico y lo
ideológico entre intelectuales militantes en el oficialismo y la oposición.
Hasta ahora dicho debate no se ha resuelto, pero la distancia temporal y
la disponibilidad de mayor información dan pauta para revisitarlo desde una
perspectiva analítica desprovista, en la medida de lo posible, de inclinaciones
hacia una u otra posición con el objeto de allegar a usted, estimado lector, de
elementos mínimos para formarse un juicio equilibrado.
Así pues, en principio habría que considerar que hay múltiples
definiciones de Estado elaboradas en su mayoría desde perspectivas
prescriptivas de lo que debería de ser y no de lo que realmente es. Sin
embargo, para no entrar en vicisitudes conceptuales que propicien más confusión
que claridad, hay que decir que el Estado es la organización política que se da
la sociedad a sí misma, o bien, en que le es impuesta desde el exterior. Esta
organización ha tomado múltiples formas a lo largo de la Historia en función
del grado de complejidad organizativa de la propia sociedad (tribus,
comunidades, feudos, etc), pero siempre articulada a partir de la distinción de
los roles fundamentales de mando y obediencia. Así, en cualquier Estado siempre
hay un grupo de individuos, generalmente reducido, que ejerce funciones de
mando y otro grupo, generalmente amplio, que obedece.
No obstante, esa relación se articula a partir de un arreglo fundacional
en el cual el grupo mayoritario se compromete a obedecer a cambio de que el
grupo minoritario que manda le garantice el derecho a la vida, o si quiere
enfocar de la siguiente manera: la garantía de no sufrir una muerte violenta;
para lo cual le autoriza el uso exclusivo de la fuerza a fin de castigar a
quienes pretendan vulnerar ese acuerdo.
A partir de esta breve noción estamos en posibilidad de preguntarnos si
el Estado mexicano tuvo responsabilidad alguna en los hechos de Iguala y al
respecto podemos articular dos intentos de respuesta.
En el primero de ellos habría que considerar que si con la consigna
“#FueElEstado” se pretende dar a entender que éste fue el autor material del crimen
y la desaparición forzada, la respuesta es sí, porque la policía municipal de
Iguala disparó en contra de los autobuses en los que viajaban las víctimas y
según la información recaba en las investigaciones ministeriales, habría
colaborado con una de las bandas criminales en la desaparición forzada de 43
estudiantes. De modo que al ser el municipio la célula básica de un Estado de
tipo federal como lo es el mexicano y al ser la policía la institución
encargada del ejercicio exclusivo de la fuerza, existen elementos claros para
inferir que sí hubo una participación activa del Estado en los acontecimientos.
No obstante, si en la referida consigna por Estado se entiende únicamente al
Gobierno Federal como responsable directo, parece que el empleo del concepto
tiene una intencionalidad política mas no explicativa.
Por otra parte, en el segundo intento de respuesta habría que considerar
si la responsabilidad del Estado es por omisión de su obligación de garantizar
el derecho a la vida de sus ciudadanos, en cuyo caso se tendría que responder
afirmativamente: sí, fue el Estado. Pero en esa lógica lo fue no sólo en el
caso de Iguala sino en muchos otros en los que su debilidad y la torpeza de los
operadores de sus instituciones han causado que regiones enteras se encuentren
sumidas en la incertidumbre y la inseguridad por el asedio sistemático de
bandas criminales.
Así pues, cuando un Estado falla en su responsabilidad fundamental es
indicio de su debilidad estructural, esto es, de que algo en sus cimientos ha
dejado de funcionar, o en el caso mexicano de que nunca ha funcionado por
distorsiones de origen, como la corrupción que da pauta a la impunidad, a la
pérdida de confianza institucional y consiguientemente a la falta de obediencia
por carencia de legitimidad. Pero en esto profundizaremos en la próxima
colaboración.
Publicado en El Imparcial 20/09/2015
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