6:48 de la tarde. Recibo una llamada en el teléfono celular.
-¿Dónde estás? ¿Estás bien?-
-Voy de regreso a casa ¿por qué?-
-Se estrelló una avioneta en Reforma y Periférico, cerca de donde trabajas.-
-¿Qué?-
-Sí. Se estrelló. Murieron cinco y hay muchos heridos.-
En ese momento pensé que era broma. Pero después recibí muchas llamadas preguntando si estaba a salvo, porque el accidente había ocurrido cerca de la oficina donde trabajo.
Afortundamente salí a tiempo; de lo contrario me hubiera tocado el caos de Masaryk y Reforma.
Ahora que he llegado a casa, me entero de que Juan Camilo Mourño iba en esa avioneta.
Las furias se han desatado. El contexto de la muerte del que fuera Secretario de Gobernación no pudo ser el más deafortunado. Un país a punto de la recesión, fragmentado socialmente y presa de sus propios miedos.
En estos momentos lo que debe imperar es la objetividad. Pero si las conjeturas resultan atinadas, aunque desde el Estado se rechacen oficialmente, el impacto en la opinión pública será muy grave. Saber que el segundo hombre más importante de la política en México fue víctima de la guerra contra el narcotráfico será un motivo suficiente para el desánimo y la paranoia.
Como humanos podemos tener diferencias respecto a los otros. Más allá del ámbito personal, en el que la prudencia y la humildad no fueron precisamente sus mejores cualidades, Mouriño fue un hombre político, de ésos que saben olfatear el momento preciso para negociar y acordar.
Sin duda su muerte es muy lamentable.
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