Sucede a menudo que algunos productos del pensamiento se nos presentan como realidades autónomas que poco o nada tienen de artificio humano, o bien, como frutos que sólo pueden ser cosechados por sembradores especializados en el cultivo de ciertas parcelas.
La filosofía, por ejemplo, es uno de esos productos. La gran mayoría de las personas consideran que el acto de filosofar es exclusivo de quienes decidieron dedicarse profesionalmente a la actividad de pensar. Sin embargo no es así. Todo tenemos la capacidad de preguntar, de inquirir acerca de aquello que nos rodea; incluso, y más importante todavía, todos tenemos la capacidad de autoreflexionar y por lo menos en algún momento de nuestra vida lo hemos hecho.
Ya desde el momento en que exclamamos esa popular frase de efecto que sentencia que “así es la vida” estamos reflexionando implícitamente acerca de las características de la existencia en el mundo; o cuando en un momento de zozobra y angustia causado por una penosa experiencia sentenciamos “cuando te toca, te toca”, cavilamos acerca de lo efímero, lo contingente y lo determinado.
El problema, en cualquier caso, no es cuán desarrollada pueda estar nuestra capacidad reflexiva y nuestra disposición a filosofar; sino más bien en la percepción inconciente de que el pensar conlleva el dolor de conocer y a nadie que no sea masoquista le gusta experimentar el dolor.
Pero el punto acá no es la capacidad para filosofar, ni el dolor de la conciencia. Eso fue sólo un recurso para ejemplificar que hay ciertas actividades para las que todos estamos provistos, y por lo tanto no debemos verlas como cuestiones ajenas o especializadas.
La invención de un personaje y su representación en el gran teatro del mundo, es otra de ésas capacidades que nos son innatas que desarrollamos casi de forma inconciente todos los días, aunque en algunas ocasiones lo hacemos también en forma deliberada.
Con todo y lo mal que me cae, debo reconocer que Octavio Paz es uno de los autores contemporáneos que se dedicaron explícitamente a reflexionar acerca de la capacidad creativa -presente con más ahínco en algunas culturas que otras- que conlleva a la construcción de un personaje, o bien de una máscara con la cual dicho personaje es representado.
En el ámbito de la filosofía política hace ya más de tres siglos Thomas Hobbes habló del actor y su importancia en el derecho contractual. Y tanto en Paz como Hobbes está presente la misma idea de la representación.
Todas las personas inventamos un personaje que representamos ante las demás; incluso quienes a si mismos absolutamente auténticos representan precisamente ésa autenticidad ante alguien más.
Inventar un personaje y representarlo es una medida precautoria muy relativa. Por una parte nos permite mantenernos a salvo de las demás personas, o más bien, de las demás representaciones; pero por la otra nos conduce a un exceso de histrionismo y por tanto de falsedad. Esto porque la mayor parte del tiempo no sabemos quién está detrás del personaje que observamos actuar ante nosotros. Y así sucede también que a mayor calidad y veracidad del personaje representado por el actor, mayor la decepción cuando éste se muestra a si mismo en su verdadera naturalidad.
Como decía Paz –otra vez, aunque me caiga mal- “un exceso de autenticidad puede conducirnos a formas refinadas de la mentira”.
No obstante, el personaje no sólo sirve para engañar, sino también para divertir y entretener. Incluso puede suceder que un mismo actor sea autor de diversos personajes y represente a cada uno de ellos según sea la ocasión que se le ponga en frente.
Rodolfo Usigli, gran maestro del teatro mexicano contemporáneo, escribió una obra en la que precisamente aborda el tema de la representación y su relación con la mentira y la falacia. Sólo que Usigli no habla de personajes y actores, sino de gesticuladores.
Para el autor de “Ensayo de un crimen” (Usigli, pues), todos somos gesticuladores, tomamos palabras que son de otros y nos las apropiamos con el objetivo de impresionar y tratar de engañar a los demás.
Desde la perspectiva de Usigli todos representamos un personaje y sabemos que los demás hacen lo propio y aún así creemos en sus palabras, con lo cual damos cabida a la falacia, es decir, a ésa figura lógica en la cual la conclusión de dos premisas opuestas es resultado de un razonamiento erróneo que trata de presentarse como acertado.
Así por ejemplo yo represento el personaje del pequeño pretencioso al que no le importa el mundo de los simples mortales, y quizá haya algún lector que lo crea y hasta lo encuentre divertido, que finalmente ése sería el objetivo de mi representación. Pero también habrá quien lo encuentre irritante y como mi amigo Mauro, me mande a la chingada por antipático, mamón y arrogante.
Pero finalmente para eso me he autoinventado. Ya si alguien más cree en mis sandeces o más bien, representa el personaje del crédulo que así lo hace, pues será muy su asunto, pero en lo que a mi hace, representaré entonces el personaje que no compra al personaje que representa al crédulo que finge creer en lo que yo quiero que crea no creer… o bueno, la idea era ésa.
La filosofía, por ejemplo, es uno de esos productos. La gran mayoría de las personas consideran que el acto de filosofar es exclusivo de quienes decidieron dedicarse profesionalmente a la actividad de pensar. Sin embargo no es así. Todo tenemos la capacidad de preguntar, de inquirir acerca de aquello que nos rodea; incluso, y más importante todavía, todos tenemos la capacidad de autoreflexionar y por lo menos en algún momento de nuestra vida lo hemos hecho.
Ya desde el momento en que exclamamos esa popular frase de efecto que sentencia que “así es la vida” estamos reflexionando implícitamente acerca de las características de la existencia en el mundo; o cuando en un momento de zozobra y angustia causado por una penosa experiencia sentenciamos “cuando te toca, te toca”, cavilamos acerca de lo efímero, lo contingente y lo determinado.
El problema, en cualquier caso, no es cuán desarrollada pueda estar nuestra capacidad reflexiva y nuestra disposición a filosofar; sino más bien en la percepción inconciente de que el pensar conlleva el dolor de conocer y a nadie que no sea masoquista le gusta experimentar el dolor.
Pero el punto acá no es la capacidad para filosofar, ni el dolor de la conciencia. Eso fue sólo un recurso para ejemplificar que hay ciertas actividades para las que todos estamos provistos, y por lo tanto no debemos verlas como cuestiones ajenas o especializadas.
La invención de un personaje y su representación en el gran teatro del mundo, es otra de ésas capacidades que nos son innatas que desarrollamos casi de forma inconciente todos los días, aunque en algunas ocasiones lo hacemos también en forma deliberada.
Con todo y lo mal que me cae, debo reconocer que Octavio Paz es uno de los autores contemporáneos que se dedicaron explícitamente a reflexionar acerca de la capacidad creativa -presente con más ahínco en algunas culturas que otras- que conlleva a la construcción de un personaje, o bien de una máscara con la cual dicho personaje es representado.
En el ámbito de la filosofía política hace ya más de tres siglos Thomas Hobbes habló del actor y su importancia en el derecho contractual. Y tanto en Paz como Hobbes está presente la misma idea de la representación.
Todas las personas inventamos un personaje que representamos ante las demás; incluso quienes a si mismos absolutamente auténticos representan precisamente ésa autenticidad ante alguien más.
Inventar un personaje y representarlo es una medida precautoria muy relativa. Por una parte nos permite mantenernos a salvo de las demás personas, o más bien, de las demás representaciones; pero por la otra nos conduce a un exceso de histrionismo y por tanto de falsedad. Esto porque la mayor parte del tiempo no sabemos quién está detrás del personaje que observamos actuar ante nosotros. Y así sucede también que a mayor calidad y veracidad del personaje representado por el actor, mayor la decepción cuando éste se muestra a si mismo en su verdadera naturalidad.
Como decía Paz –otra vez, aunque me caiga mal- “un exceso de autenticidad puede conducirnos a formas refinadas de la mentira”.
No obstante, el personaje no sólo sirve para engañar, sino también para divertir y entretener. Incluso puede suceder que un mismo actor sea autor de diversos personajes y represente a cada uno de ellos según sea la ocasión que se le ponga en frente.
Rodolfo Usigli, gran maestro del teatro mexicano contemporáneo, escribió una obra en la que precisamente aborda el tema de la representación y su relación con la mentira y la falacia. Sólo que Usigli no habla de personajes y actores, sino de gesticuladores.
Para el autor de “Ensayo de un crimen” (Usigli, pues), todos somos gesticuladores, tomamos palabras que son de otros y nos las apropiamos con el objetivo de impresionar y tratar de engañar a los demás.
Desde la perspectiva de Usigli todos representamos un personaje y sabemos que los demás hacen lo propio y aún así creemos en sus palabras, con lo cual damos cabida a la falacia, es decir, a ésa figura lógica en la cual la conclusión de dos premisas opuestas es resultado de un razonamiento erróneo que trata de presentarse como acertado.
Así por ejemplo yo represento el personaje del pequeño pretencioso al que no le importa el mundo de los simples mortales, y quizá haya algún lector que lo crea y hasta lo encuentre divertido, que finalmente ése sería el objetivo de mi representación. Pero también habrá quien lo encuentre irritante y como mi amigo Mauro, me mande a la chingada por antipático, mamón y arrogante.
Pero finalmente para eso me he autoinventado. Ya si alguien más cree en mis sandeces o más bien, representa el personaje del crédulo que así lo hace, pues será muy su asunto, pero en lo que a mi hace, representaré entonces el personaje que no compra al personaje que representa al crédulo que finge creer en lo que yo quiero que crea no creer… o bueno, la idea era ésa.
1 comentario:
Todos nos autoinventamos, no cabe la menor duda...
Sobre todo el tema de la filosofia, podria disentir un poco, podria decirte que Filosofar es muy diferente de simplemente pensar, que incluso estudiar filosofia no es lo mismo que tener la capacidad de Filosofar, que yo he visto a un aprendiz de filosofo barajar palabras con buen tino, pero que tambien he visto a un buen filosofo Crear Pensamiento (y son dos cosas diferentes)... pero en general estoy de acuerdo en que, intrinsecamente, todos tenemos las mismas capacidades y posibilidades. La cuestion esta en que algunos desarrollamos unas y otros, otras. Y tambien hay otra cuestion, segun Don Juan, y es que no todos venimos con la misma capacidad para desarrollarlas.
Yo estoy entre los aprendices... me gusta barajar palabras, nada mas.
Mas saludos!
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