Eso de alejarse del ambiente académico tiene sus consecuencias; entre ellas olvidar paulatinamente algunos términos, teorías y títulos de libros e investigaciones que pueden resultar útiles en una sobremesa; en una plática casual en los pasillos de una librería con una chica chic que piensa que piensa (con el objetivo declarado de causarle un orgasmo mental); o bien, en la redacción de un texto fatuo y pretencioso, escrito con la finalidad de brindar un momento de solaz y esparcimiento al respetable.
Lo anterior viene a colación porque hace ya bastante tiempo que leí a Llyotard y su fumada ésa de la posmodernidad, formulada allá por lejanos años setenta.
Palabras más, palabras menos, y según lo que entendí de La Condición Posmoderna y de la introducción al estudio de la posmoderniad que leí en un librito cuyo autor no recuerdo, pero que se llama Postmodernidad y está editado por Tirant lo blanc, el pensamiento posmoderno ve a la modernidad y a las demás etapas culturales por las que ha atravesado la humanidad, como grandes relatos presentes en la mente de las personas.
Con el advenimiento de la posmodernidad, esos grandes relatos llegaron a su fin y dieron paso a la simplicidad y la desestructuración de los individuos, cualquier cosa que esto signifique para los franceses, que de siempre han gustado inventar o emplear palabrejas rimbombantes pa’ referirse a cuestiones igualmente estrambóticas.
Como sea, el punto es que para los pensadores posmodernos (léase Lyotard, Vattimo, Virilio y demás hierbas), la modernidad fue una etapa prolija en la creación de lo que ellos llaman “metarelatos”, narraciones que adquieren una dimensión de temporalidad y concreción, como el liberalismo, el marxismo y el cretinismo, que más que un relato es una realidad perceptible en personajes como yo.
En pocas palabras, el metarelato es una historia creada y reproducida para legitimar la existencia de un determinado estado de cosas; por ejemplo, el metarelato del liberalismo se creó para justificar la emancipación de una clase social en ascenso que desplazó mediante la creación de un discurso y la implementación de una estrategia de toma del poder, a otra clase que igualmente había desarrollado un metarelato (el absolutismo) para justificar su hegemonía.
En el metarelato del liberalismo el hombre es presentado como un sujeto dotado de derechos por el simple hecho de ser hombre, y por tanto obligado a ejercerlos. Se trata, además, de un hombre racional que llegado a un determinado estadio histórico tiene que asumir la responsabilidad de pensar y construir su propio entorno a partir de los productos de su pensamiento, que son las ideas reificables en una realidad de normas y prácticas consuetudinarias a las que da el nombre de instituciones, las cuales habrán de garantizar su libertad y fomentar el empleo de su raciocinio.
Sin embargo, con el advenimiento de la conciencia postmoderna, ése relato llega a su fin, porque los hombres caen en la cuenta de que se trata de un discurso que por más estructurado que haya estado, no pudo ni podrá contener o eliminar las pasiones, los miedos y en general todo aquello que conforma la parte volitiva de la existencia. De modo que lo único que existe más allá de los relatos, que son producto del ejercicio y desarrollo de la razón, lo único que existe, es lo sensitivo. De aquí que algunos filósofos como Michel Maffesoli hayan comenzado a hablar de la razón sensible.
Con el fin de los metarelatos también sucumben las ideas de la universalidad y lo absoluto y se da paso, en una supuesta oportunidad para desarrollar plenamente la libertad, a lo subjetivo y a lo relativo, que es válido por el simple hecho de ser algo intuitivo.
II
Lo anterior viene a colación porque hace ya bastante tiempo que leí a Llyotard y su fumada ésa de la posmodernidad, formulada allá por lejanos años setenta.
Palabras más, palabras menos, y según lo que entendí de La Condición Posmoderna y de la introducción al estudio de la posmoderniad que leí en un librito cuyo autor no recuerdo, pero que se llama Postmodernidad y está editado por Tirant lo blanc, el pensamiento posmoderno ve a la modernidad y a las demás etapas culturales por las que ha atravesado la humanidad, como grandes relatos presentes en la mente de las personas.
Con el advenimiento de la posmodernidad, esos grandes relatos llegaron a su fin y dieron paso a la simplicidad y la desestructuración de los individuos, cualquier cosa que esto signifique para los franceses, que de siempre han gustado inventar o emplear palabrejas rimbombantes pa’ referirse a cuestiones igualmente estrambóticas.
Como sea, el punto es que para los pensadores posmodernos (léase Lyotard, Vattimo, Virilio y demás hierbas), la modernidad fue una etapa prolija en la creación de lo que ellos llaman “metarelatos”, narraciones que adquieren una dimensión de temporalidad y concreción, como el liberalismo, el marxismo y el cretinismo, que más que un relato es una realidad perceptible en personajes como yo.
En pocas palabras, el metarelato es una historia creada y reproducida para legitimar la existencia de un determinado estado de cosas; por ejemplo, el metarelato del liberalismo se creó para justificar la emancipación de una clase social en ascenso que desplazó mediante la creación de un discurso y la implementación de una estrategia de toma del poder, a otra clase que igualmente había desarrollado un metarelato (el absolutismo) para justificar su hegemonía.
En el metarelato del liberalismo el hombre es presentado como un sujeto dotado de derechos por el simple hecho de ser hombre, y por tanto obligado a ejercerlos. Se trata, además, de un hombre racional que llegado a un determinado estadio histórico tiene que asumir la responsabilidad de pensar y construir su propio entorno a partir de los productos de su pensamiento, que son las ideas reificables en una realidad de normas y prácticas consuetudinarias a las que da el nombre de instituciones, las cuales habrán de garantizar su libertad y fomentar el empleo de su raciocinio.
Sin embargo, con el advenimiento de la conciencia postmoderna, ése relato llega a su fin, porque los hombres caen en la cuenta de que se trata de un discurso que por más estructurado que haya estado, no pudo ni podrá contener o eliminar las pasiones, los miedos y en general todo aquello que conforma la parte volitiva de la existencia. De modo que lo único que existe más allá de los relatos, que son producto del ejercicio y desarrollo de la razón, lo único que existe, es lo sensitivo. De aquí que algunos filósofos como Michel Maffesoli hayan comenzado a hablar de la razón sensible.
Con el fin de los metarelatos también sucumben las ideas de la universalidad y lo absoluto y se da paso, en una supuesta oportunidad para desarrollar plenamente la libertad, a lo subjetivo y a lo relativo, que es válido por el simple hecho de ser algo intuitivo.
II
Así pues, uno de los metarelatos producidos por la modernidad, pero que hunde sus raíces en la antigüedad, específicamente en la cuna de la cultura occidental, que es Grecia, es el metarelato del amor.
El amor forma parte de una constelación de conceptos que Norbet Elías denominó los “universales humanos”, que no son otra cosa que aquellas ideas que en algún momento surgen en la mente de las personas y las culturas, tales como la libertad, la felicidad, lo absoluto y lo universal.
Sólo que a diferencia de esos conceptos, que tienen una definición específica que delimita y esclarece su significado, el amor carece de una acepción precisa y por tanto ha recurrido al desarrollo de múltiples narrativas que tienen la finalidad de justificar ideológicamente la vacuidad o la imprecisión de su contenido.
Ya desde el planteamiento del amor como un sentimiento acudimos a la construcción de una narrativa, pues ¿cómo podemos estar seguros de que lo que se siente hacia un determinado sujeto u objeto puede ser denominado como “amor” y no como correr, pensar o dormir? Incluso la propia palabra es un sustantivo y no un verbo; no describe una acción sino una indeterminación, porque un sustantivo puede ser cualquier cosa, menos una acción. Eso sí, puede ser una actuación o una representación, pero de ser éste el caso, ya no sería una realidad genuina sino una farsa o tergiversación de la realidad.
Otra narrativa que se ha construido para justificar la inexistencia de significado del amor es la que lo asocia a otros conceptos o situaciones, como por ejemplo, la sublimación o el carisma. Y a este respecto un ejemplo muy ilustrativo es el encuentro entre dos personas que con el tiempo pueden desarrollar un vínculo afectivo. En muchas ocasiones es común escuchar preguntas y tentativas ociosas de explicación acerca de los factores que propiciaron el encuentro, como que los planetas se alinearon, o las circunstancias se confabularon, cuando, en realidad, se trató de un acto meramente fortuito, en el cual no confluyeron factores causales; lo cual, puesto en perspectiva, nos llevaría a la conclusión necesaria de que el mundo, la mar de personas que lo habitan, es producto de la casualidad y no de la causalidad; a menos que se tengan en cuenta experimentos deliberados de eugenesia.
Las personas se conocen por accidente y se relacionan afectivamente por accidente. Ya todo lo demás es, como dirían los posmodernos, puro cuento; o sea, pura narrativa.
Por otra parte, las narrativas también tienen la finalidad de justificar una realidad inobjetable y por lo mismo, inaceptable: la realidad del miedo a la soledad.
Las personas se vinculan afectivamente y desarrollan una vida gregaria por el miedo a estar solas, y también por el razonamiento teleológico de que con la ayuda de otros pueden satisfacer mejor sus propios deseos y necesidades.
Pero como ésa realidad resulta muy difícil de aceptar y en muchas ocasiones condenable por considerarse utilitaria y egoísta, se construye otro metarelato: el de la entrega mutua y la fusión en una sola unidad, como si se tratase de un proceso de endosimbiosis. Sin embargo, en este metarelato se esconde una terrible aberración, quizá la más terrible de todas, que es la pérdida de la libertad y la alineación de la conciencia. Es decir, que bajo el argumento de la mutua entrega, las personas renuncian a su capacidad de autodeterminación y terminan supeditando su voluntad y su existencia toda, a la voluntad y la existencia de otro, de tal manera que en algún momento de ése proceso se desconocen a si mismas y se perciben como unidades incompletas.
En suma, las narrativas del amor pretenden esconder un hecho objetivo que igualmente ya desde la antigüedad se había percibido con toda claridad. Ése hecho es que el amor, o lo que se ha denominado con ésa palabra, es una enfermedad psicosomática, temporal y curable, pero peligrosa.
El amor forma parte de una constelación de conceptos que Norbet Elías denominó los “universales humanos”, que no son otra cosa que aquellas ideas que en algún momento surgen en la mente de las personas y las culturas, tales como la libertad, la felicidad, lo absoluto y lo universal.
Sólo que a diferencia de esos conceptos, que tienen una definición específica que delimita y esclarece su significado, el amor carece de una acepción precisa y por tanto ha recurrido al desarrollo de múltiples narrativas que tienen la finalidad de justificar ideológicamente la vacuidad o la imprecisión de su contenido.
Ya desde el planteamiento del amor como un sentimiento acudimos a la construcción de una narrativa, pues ¿cómo podemos estar seguros de que lo que se siente hacia un determinado sujeto u objeto puede ser denominado como “amor” y no como correr, pensar o dormir? Incluso la propia palabra es un sustantivo y no un verbo; no describe una acción sino una indeterminación, porque un sustantivo puede ser cualquier cosa, menos una acción. Eso sí, puede ser una actuación o una representación, pero de ser éste el caso, ya no sería una realidad genuina sino una farsa o tergiversación de la realidad.
Otra narrativa que se ha construido para justificar la inexistencia de significado del amor es la que lo asocia a otros conceptos o situaciones, como por ejemplo, la sublimación o el carisma. Y a este respecto un ejemplo muy ilustrativo es el encuentro entre dos personas que con el tiempo pueden desarrollar un vínculo afectivo. En muchas ocasiones es común escuchar preguntas y tentativas ociosas de explicación acerca de los factores que propiciaron el encuentro, como que los planetas se alinearon, o las circunstancias se confabularon, cuando, en realidad, se trató de un acto meramente fortuito, en el cual no confluyeron factores causales; lo cual, puesto en perspectiva, nos llevaría a la conclusión necesaria de que el mundo, la mar de personas que lo habitan, es producto de la casualidad y no de la causalidad; a menos que se tengan en cuenta experimentos deliberados de eugenesia.
Las personas se conocen por accidente y se relacionan afectivamente por accidente. Ya todo lo demás es, como dirían los posmodernos, puro cuento; o sea, pura narrativa.
Por otra parte, las narrativas también tienen la finalidad de justificar una realidad inobjetable y por lo mismo, inaceptable: la realidad del miedo a la soledad.
Las personas se vinculan afectivamente y desarrollan una vida gregaria por el miedo a estar solas, y también por el razonamiento teleológico de que con la ayuda de otros pueden satisfacer mejor sus propios deseos y necesidades.
Pero como ésa realidad resulta muy difícil de aceptar y en muchas ocasiones condenable por considerarse utilitaria y egoísta, se construye otro metarelato: el de la entrega mutua y la fusión en una sola unidad, como si se tratase de un proceso de endosimbiosis. Sin embargo, en este metarelato se esconde una terrible aberración, quizá la más terrible de todas, que es la pérdida de la libertad y la alineación de la conciencia. Es decir, que bajo el argumento de la mutua entrega, las personas renuncian a su capacidad de autodeterminación y terminan supeditando su voluntad y su existencia toda, a la voluntad y la existencia de otro, de tal manera que en algún momento de ése proceso se desconocen a si mismas y se perciben como unidades incompletas.
En suma, las narrativas del amor pretenden esconder un hecho objetivo que igualmente ya desde la antigüedad se había percibido con toda claridad. Ése hecho es que el amor, o lo que se ha denominado con ésa palabra, es una enfermedad psicosomática, temporal y curable, pero peligrosa.
4 comentarios:
Estimado Dr. Zúñiga, siempre he sido prudente al leer las mamadas que escribe usando a su antojo teorías e hipótesis sociales y científicas, cual autor frances de los años setenta. Pero en esta ocasión no le puedo pasar que insulte a Vattimo y a LLyotard; primero porque usted no los ha leído con el detenimiento y el método que precisan, y luego porque usted tiene la pinche enfermiza idea de que quien no piensa como usted vive en el error.
O sea, no la chingue, ¿de dónde se le ocurrió pensar que el amor es un metarelato? Entiendo que se sienta frustrado porque sus novias cuando no se le largan a otro lado, resultan ser ignomiosos juegos virtuales demasiado impulsivos. Pero eso no le da derecho a falsear una teoría y un término serio a su pinche antojo sólo para construir un sofisma que solo una bola de ignorantes pueden creerle.
Usted sabe tanto como yo que cualquier producto resultante de la construcción del conocimiento debe ser respetado porque tiene un cuando menos un sólido soporte metodológico que lo respalda.
Podrán caerle mal los posmodernos, pero eso no le da derecho a descalifcarlos o burlarse de sus teorías. Es como si yo me burlara de Hobbes y Maquiavelo, que son sus gurús del dizque realismo político. No creo que eso le gustaría.
Por lo demás, ya bájale a su desmadre; deje de preguntarse mamadas acerca de la existencia o inexistencia del amor, y de pensar en tantas otras mamadas más.
Su pinche problema es que piensa demasiado; a todo lo quiere encontrar un por qué y de todo se queja.
Supongo que es bueno ser inconforme y ser una persona pensante, pero no chingue, usted lleva al extremo esas cualidades y en ocasiones llega a ser demasiado mamón e insoportable, incluso con quienes ya estamos acostumbrados a soportarlo.
Si le digo esto es porque soy su cuate y lo estimo. Asi que ya déjese de tanta payasada y viva un poquito. Salga más allá de su pequeño círulo de libritos y cafés y verá que también hay gente interesante de la que algo podrá aprender.
¡Qué barbaridad estimado Doctor en Sabiduría del Mundo, sí que eres una princesa!
Entiendo que tus cólicos menstruales te vuelvan irritante durante algunos días, pero ahora sí te metiste al callejón sin salida y cuando eso sucede, ya sabes qué lo que corresponde en una madriza.
Pero en esta ocasión la verdad tengo flojera de responder a tus reclamos de pseudo periodista de revista del corazón, así que dejaré que alguien más, no recuerdo quién, pero definitivamente es alguien menos solemne que tú, responda por mi. Y lo cito textual, a propósito de la crítica a los autorcitos ésos que te causan orgamos mentales:
"1) Usan un lenguaje en el cual sólo ellos tienen la correcta interpretación. En serio quien diga que domina por completo la terminología lacaniana, marxista y deluziana, correo el riesgo de ser puesto a prueba y humillado por los sacerdotes. Un poco como aquel que antes de los 70s se atrevía a decir que entendía a la perfección las misas católicas en latín. O era cura, o no las entendía realmente.
2) Tienen un instrumento detector de lo Real que es más real que la realidad. Son ellos, quienes frente a las masas ignorantes pueden distinguir entre lo Real y lo no real. Los demás o hacemos doctorados en crítica cultural o nunca seremos tendremos acceso a lo Real, y seguiremos manipulados por la banalidad de lo no Real."
Saludos y grito de guerra.
Y bueno, ya que estamos en esto de los consejos, sería bueno que así como yo debo salir del mundo de los "libritos", tú entres en él aunque sea un rato, para que dejes de ser tan imbécil y manipulable por el encanto de las piernas de tu mujer. Estúpido.
Con afecto,
Ooops... Round one...
Hola soy Mariana, o mejor dicho Gomiazul. Te escribo porque hace como año y medio tu me dejaste un post en mi blog y ahora que veo el tuyo la verdad es un deleite, no sé si te agradecí en aquella ocasión pero lo hago ahora, en verdad.
Muchos podrán pensar que son mamadas, pero el valor de compartirlas es maravillos. En verdad es un placer leerte. Espero podamos platicar, tienes mucho que dar y yo apenas soy una amateur en la materia de las letras. Te dejo mi msn para estar en contacto: gomiazul@hotmail.com
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