27 jul 2009

¡Ay dolor, ya me volviste a dar!

Y sigo con el retraso en la publicación de mis textos en este lugar. Pero no ha sido por causas deliberadas sino más bien contingentes.

Sucede que me gusta escribir por las noches, cuando estoy en casa; esto en gran medida porque me permite concentrarme, aunque la calidad y el contenido de lo que escribo no precisan de mucha concentración. También escribo por las noches porque durante el día no puedo hacerlo en la oficina, sencillamente tengo mucho trabajo.

Adicionalmente, no había publicado nada porque no sé dónde me dejé la USB que no la encuentro, y por tanto no puedo guardar los textos. Y luego, porque desde la semana pasada he padecido de una lumbalgia bastante severa, que para quién no sepa de qué se trata, diré que es un dolor en la espalda baja, originado en las vértebras lumbares, que se extiende hacia la cintura, las nalgas y las piernas. Se siente horrible porque cuando sobreviene es muy similar a la garrotera que le daba al Chavo del 8: uno simplemente se queda inmóvil padeciendo un dolor espantoso.

Afortunadamente la doctora corazón se apiadó de mí y me dio una consulta virtual a través del messenger y el teléfono. Me recetó un analgésico y un desinflamatorio muscular. Todavía siento dolor, pero ya no es tan intenso como hace algunos días en los que no podía ni concentrarme en el trabajo y andaba súper irritable.

Sé que ni el extravío de la USB, ni la lumbalgia subrepticia son justificaciones adecuadas, pero también sé que este es mi blog y en él puedo escribir cuando se me antoje. Así que eso es lo que me consuela.

No obstante, en estos días que he estado casi minusválido y dopado por el medicamento, me he sentido un tanto deprimido, y por si fuera poco, el clima tampoco ayuda. Las tardes son grises, frías y lluviosas.

Pero mi depresión no tiene que ver con el sentimiento de soledad, ni con el futuro de la existencia, sino con el dolor en si mismo. Pensar que la condición del dolor físico sea una constante en la vida de las personas es bastante deprimente porque es injusto. Simplemente no merecemos vivir así. Aunque experimentar momentáneamente esa condición ayuda a sensibilizarnos acerca del infortunio de quienes la padecen.

Decía Hannah Arendt que el dolor es uno de los sentimientos humanos incomunicables, pero comienzo a pensar que su aserción no era del todo atinada. Sentimiento y sensación son dos expericiencias diametralmente diferentes. El sentimiento es psíquico, depende de nuestra voluntad vivirlo; sufrimos el dolor porque queremos. En cambio, la sensación del dolor es involuntaria y por completo fisiológica, por más que los faquires intenten convencernos de lo contrario.

Así por ejemplo, que te deje tu novia puede resultar doloroso sólo porque tú quieres que así resulte; pero ése dolor no se compara con aquel provocado por el alcohol cayendo lentamente por una herida abierta, o con la lumbalgia que paraliza todos los nervios de la espalda a tal punto que puede dejarte inmóvil.

Después de esa experiencia de dolor, que por lo demás ya había vivido con anterioridad pero no con la misma intensidad que ahora, comprendo mejor al estoicismo, que decía algo así como que nada que dependiera de la voluntad podría resultar hiriente para los hombres, lo cual es completamente cierto. Pero al final he comenzado a sospechar que somos unos vulgares masoquistas psicológicos; nos gusta experimentar el dolor emocional, somos sufridores por naturaleza, o por aculturación, como dirían los antropólogos sociales.

En el fondo, como decía Imré Kertesz, queremos sentir el dolor por la sencilla razón de que a los demás les resulta atractivo consolar a alguien que está peor que ellos, reafirmando así su sentimiento de superioridad, y a nosotros nos gusta llenar nuestro déficit de atención causando lástima, es decir, algo que incómoda y mueve a la condescendencia.

Esto puede sonar muy mafufo, lo sé, pero yo me entiendo. Y si ustedes observan un poco a su alrededor, verán que algo de verdad hay en ello. Las personas no buscamos alivio y bienestar, muchos menos buscamos la felicidad, pues ésta no es otra cosa que un instante sin dolor; de ahí que resulte tan preciada.

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