Leí los comentarios que gentilmente dejaron en mi relato “Carretera” tres de los lectores que eventualmente visitan este blog. En los tres la constante fue la extrañeza causada por el empleo de un estilo narrativo distinto al que habitualmente utilizo para escribir las sandeces que aparecen en este espacio.
La explicación para ése cambio tiene dos causas. La primera es que hacía ya mucho tiempo que no escribía algo parecido a un cuento o relato breve que me permitiera ejercitar el músculo imaginativo. Y la segunda es que la historia del conductor solitario en una carretera asolada por fantasmas estuvo inspirada en algunos hechos verídicos.
Hace un año, más o menos, en una de las primeras ocasiones que comencé a viajar a Poza Rica, Veracruz, se me ocurrió la estúpida idea de hacerlo de noche, ignorando que la neblina es demasiado espesa a esas horas y vuelve aún más riesgoso el circular por la de por si peligrosa carretera Pachuca-Tuxpan. Así que por ahí de la una y media de la mañana decidí parar en un pueblito situado a orillas del camino, todavía en el estado de Puebla que se llama La Uno.
No es por querer agregarle suspenso a mi relato, pero recuerdo que a esa hora comenzó a correr demasiado aire y el polvo se confundía con la neblina, razón por la cual decidí meterme a un comedor de esos que están abiertos las 24 horas y que son atendidos por señoras gordas que les coquetean a los camioneros que usualmente paran en esos lugares para beber café.
En lugar estaba reunido un grupo de camioneros que esperaban a que dieran las cuatro de la mañana para ir a los pueblos cercanos a cargar naranjas. Cuando me vieron entrar me saludaron amablemente y me invitaron a sentarme con ellos; me preguntaron a dónde iba y qué me había parecido la carretera a esa hora de la noche, después de lo cual reanudaron su plática, que versaba precisamente sobre fantasmas, chaneques y demás espectros que según me enteré, son muy comunes en las carreteras.
Algunas historias eran divertidas y otras sí daban miedito, como la de una prostituta que suele aparecerse en un tramo de la carretera Apodaca-Monterrey, para pedirle aventón a los camioneros y después desaparecer una vez dentro de la cabina y con el motor en marcha; o la del tipo que corre desnudo delante de los tráilers en la México-Laredo, más o menos a la altura de Zimapan, en el estado de Hidalgo.
Ésa es la primera parte de mi relato que es verídica.
La otra es una experiencia medio extraña que me sucedió un día que desafortunadamente tuve un accidente en una carretera federal, cerca de Pachuca.
Resulta que pocos minutos después de haberme impactado con mi coche contra la barra de contención, mientras subía una prolongada pendiente a casi 100 kmh, sucedió una colisión múltiple unos metros más atrás de donde yo había chocado, por causa de un derrame de diesel en el carril de alta velocidad.
Mientras que en mi accidente afortunadamente sólo me llevé un gran susto y salí ileso, en el percance que sucedió minutos después sí hubo lesionados graves; tanto que tuvieron que llegar ambulancias y bomberos. Entre el barullo de gente que usualmente se para a babosear en los accidentes, recuerdo que me llamó la atención una pareja como de unos 35 años, que vestían ropa deportiva y pasaron trotando a lado de mi coche abollado y después lo hicieron a lado de los coches del accidente múltiple sin siquiera interesarse por todo el ruido de las ambulancias y las personas que curioseaban mirando el rescate de los heridos; era como si hubiera salido a hacer ejercicio.
Lo interesante del caso es que no había ningún pueblo cercano al lugar del percance y la pareja tenía el aspecto de personas más bien citadinas. Lo más interesante todavía, fue cuando uno de los policías federales que me regañó por conducir a exceso de velocidad, antes de dejarme ir y perdonarme la multa por haber volado un pedazo de la barra de contención al momento del impacto, me dijo que el fin de semana anterior, unos metros más adelante, había ocurrido un accidente en el que habían muerto tres personas.
No sé si las personas que yo vi eran los fantasmas de aquellas otras que habían muerto ahí, o si eran personas reales para nada curiosas. Pero al recordarlo se me ocurrió escribir una historia de ése tipo.
Sé que la fórmula está muy gastada y que difícilmente puede resultar efectiva. Pero compréndame: llevaba mucho tiempo sin escribir algo parecido a un cuento.
Ya a ver si después exploro otro género y me expresan igualmente su opinión.
La explicación para ése cambio tiene dos causas. La primera es que hacía ya mucho tiempo que no escribía algo parecido a un cuento o relato breve que me permitiera ejercitar el músculo imaginativo. Y la segunda es que la historia del conductor solitario en una carretera asolada por fantasmas estuvo inspirada en algunos hechos verídicos.
Hace un año, más o menos, en una de las primeras ocasiones que comencé a viajar a Poza Rica, Veracruz, se me ocurrió la estúpida idea de hacerlo de noche, ignorando que la neblina es demasiado espesa a esas horas y vuelve aún más riesgoso el circular por la de por si peligrosa carretera Pachuca-Tuxpan. Así que por ahí de la una y media de la mañana decidí parar en un pueblito situado a orillas del camino, todavía en el estado de Puebla que se llama La Uno.
No es por querer agregarle suspenso a mi relato, pero recuerdo que a esa hora comenzó a correr demasiado aire y el polvo se confundía con la neblina, razón por la cual decidí meterme a un comedor de esos que están abiertos las 24 horas y que son atendidos por señoras gordas que les coquetean a los camioneros que usualmente paran en esos lugares para beber café.
En lugar estaba reunido un grupo de camioneros que esperaban a que dieran las cuatro de la mañana para ir a los pueblos cercanos a cargar naranjas. Cuando me vieron entrar me saludaron amablemente y me invitaron a sentarme con ellos; me preguntaron a dónde iba y qué me había parecido la carretera a esa hora de la noche, después de lo cual reanudaron su plática, que versaba precisamente sobre fantasmas, chaneques y demás espectros que según me enteré, son muy comunes en las carreteras.
Algunas historias eran divertidas y otras sí daban miedito, como la de una prostituta que suele aparecerse en un tramo de la carretera Apodaca-Monterrey, para pedirle aventón a los camioneros y después desaparecer una vez dentro de la cabina y con el motor en marcha; o la del tipo que corre desnudo delante de los tráilers en la México-Laredo, más o menos a la altura de Zimapan, en el estado de Hidalgo.
Ésa es la primera parte de mi relato que es verídica.
La otra es una experiencia medio extraña que me sucedió un día que desafortunadamente tuve un accidente en una carretera federal, cerca de Pachuca.
Resulta que pocos minutos después de haberme impactado con mi coche contra la barra de contención, mientras subía una prolongada pendiente a casi 100 kmh, sucedió una colisión múltiple unos metros más atrás de donde yo había chocado, por causa de un derrame de diesel en el carril de alta velocidad.
Mientras que en mi accidente afortunadamente sólo me llevé un gran susto y salí ileso, en el percance que sucedió minutos después sí hubo lesionados graves; tanto que tuvieron que llegar ambulancias y bomberos. Entre el barullo de gente que usualmente se para a babosear en los accidentes, recuerdo que me llamó la atención una pareja como de unos 35 años, que vestían ropa deportiva y pasaron trotando a lado de mi coche abollado y después lo hicieron a lado de los coches del accidente múltiple sin siquiera interesarse por todo el ruido de las ambulancias y las personas que curioseaban mirando el rescate de los heridos; era como si hubiera salido a hacer ejercicio.
Lo interesante del caso es que no había ningún pueblo cercano al lugar del percance y la pareja tenía el aspecto de personas más bien citadinas. Lo más interesante todavía, fue cuando uno de los policías federales que me regañó por conducir a exceso de velocidad, antes de dejarme ir y perdonarme la multa por haber volado un pedazo de la barra de contención al momento del impacto, me dijo que el fin de semana anterior, unos metros más adelante, había ocurrido un accidente en el que habían muerto tres personas.
No sé si las personas que yo vi eran los fantasmas de aquellas otras que habían muerto ahí, o si eran personas reales para nada curiosas. Pero al recordarlo se me ocurrió escribir una historia de ése tipo.
Sé que la fórmula está muy gastada y que difícilmente puede resultar efectiva. Pero compréndame: llevaba mucho tiempo sin escribir algo parecido a un cuento.
Ya a ver si después exploro otro género y me expresan igualmente su opinión.
1 comentario:
Los paraderos y merenderos de media carretera siempre son lugares repletos de un menú variadísimo de anécdotas y situaciones que en ocasiones son inspiradores de nuevos bríos para retomar el camino y otras veces causantes de retomarlo con ciertas precauciones aún psicológicas.
Cada uno de ellos tiene su propia leyenda urbana con su respectiva variopinta historia.
yo conozco los de Cuitláhuac, pueblito de vercruz cercano con la frontera poblana, con su particular y concurrido merendero. También los de Escárcega, al sur de campeche y que es la puerta de entrada a las autopsitas importantes de la península de yucatan y en este último vaya que las historias son fenomenales y van desde los chaneques hasta los ovnis, pasando por brujas y fantasmas!!!
Tu estilo es bueno, aunque hay que desarrollarlo, pero definitivamente intentar algo un poco mas extenso sin duda será muy interesante lectura.
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