Comienza septiembre, mes de fiesta nacional en un país que tiene por tradición festejar lo que en otras culturas nomás no se festeja, como la muerte, la mediocridad y la derrota.
Y no es que sea yo pesimista o negativo; más demasiado realista. En este mes vamos a festejar 199 años de ser un país de fracasos económicos y políticos, que no ha podido salir del subdesarrollo y que no ha logrado ni integrar plenamente, más allá de los simbolismos, a los elementos de su nación, ni resolver problemas crónicos como la pobreza.
Y no es que sea yo pesimista o negativo; más demasiado realista. En este mes vamos a festejar 199 años de ser un país de fracasos económicos y políticos, que no ha podido salir del subdesarrollo y que no ha logrado ni integrar plenamente, más allá de los simbolismos, a los elementos de su nación, ni resolver problemas crónicos como la pobreza.
Parte de la explicación de esa amarga situación es nuestro ethos nacional, nuestro particular modo de ser como mexicanos, y Diego Petersen, columnista de Milenio Diario, lo ilustra muy bien con su texto acerca de “Juanito”, ése pobre imbécil que ha sido títere de las elites que se disputan el poder en México.
Lo único que le faltó añadir a Petersen en su estupendo texto, es que “Juanito” es el auténtico “mexicano de a pie” y lo que hacen con él los políticos profesionales, es exactamente lo mismo que hacen con todos aquellos “juanitos” que no son iluminados por los reflectores: un ultraje permanente.
Felices fiestas patrias y ¡qué viva México!
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Juanito, nuestro espejo
Diego Petersen Farah
Nunca se quita la banda: él es parte de la banda y la banda es parte de su personalidad. Cada vez más seguido anda de corbata, pero nunca se saca de la cabeza la cinta tricolor que dice: “Juanito somos todos”. Y, pésele a quien le pese, la leyenda es totalmente cierta: Juanito no es sólo un invento de López Obrador, es una síntesis perfecta de la idiosincrasia mexicana. Juanito es como el país y el país como Juanito.
Juanito fue el instrumento para burlar la ley. Ante una decisión, considerada injusta por los afectados (no hay quien pierda un juicio y diga “qué sabio es el señor juez”), los perredistas buscaron la forma de darle la vuelta a la decisión del tribunal: ¿cómo hacemos delegada de Iztapalapa a alguien que el Tribunal dijo que había ganado la elección interna con trampa? Para eso hay Juanitos. Juanito representa ese espíritu de la legalidad burlada o de la ilegalidad acomodada, como se prefiera. Siempre hay forma de darle vuelta a la ley, siempre hay forma de actualizar la frase atribuida a Villa: “acátese, pero no se cumpla”.
Nada es lo que parece. Juanito representa otro valor muy mexicano: la simulación. Todo se puede arreglar, la cosa es simplemente tener claro que eso que ves no es, porque lo que es no se puede mostrar. Juanito es la encarnación de la cultura del prestanombres, tan común, aceptada y recurrida por nuestra clase política y empresarial. Esos terrenos son del empresario fulano, pero en realidad el que está detrás el político zutano. La candidata es la señora tal, pero nomás para cumplir con la cuota de género, luego va a renunciar y el diputado será el señor tal (por cual). Juanito es el candidato, pero la que va a gobernar es Clara. El pueblo es soberano, pero las decisiones las toma Andrés Manuel.
Los simulados también simulan. La historia de Juanito no es distinta a las que se dieron allá en los treinta y cuarenta con los prestanombres de los latifundistas o con los testaferros de la Iglesia católica. Lo que comienza como un acto de buena fe (si quieres te lo firmo ante notario) termina en pleito o despojo. El terreno era tuyo, pero legalmente ahora es mío, así que si quieres vamos mitas. Lo que está demandando Juanito, en un acto de generosidad, él sólo quiere la mitad de los puestos de la delegación. Y que no lo cuquen porque se queda con todo. En este país el verbo simular se conjuga en todas las personas del singular y del plural, y en todos los tiempos.
Todos tranzas pero todos dignos. Cuál es la diferencia entre Juanito o un subsecretario encorbatado al que agarran en la movida. Ninguna. Los dos anteponen la dignidad por delante. La capacidad para echar el rebozazo, sentirse y presentarse como paladines de la legalidad acomodada es infinita. Es parte de la idiosincrasia nacional: en este país nunca hay victimarios, puras víctimas. Y quien tenga duda que revise el santoral de la patria en los libros de historia oficial. Eso sí, en lugar de enredarse en el reboso lo héroes lo hacen en la bandera.
Finalmente, el síndrome del ladrillo. “Los mexicanos nos subimos a un ladrillo y nos da mal de altura”, decía Carlos Castillo Peraza. Difícilmente podemos encontrar un arquetipo del mareo de ladrillo mejor que Juanito. Qué pasó para que el candidato del PT, que el 24 de junio (día del santo de su otro yo) que estaba no solo consciente, sino dispuesto, a perder humillantemente la elección de la delegación de Iztapalapa, de repente se sintiera como un posible candidato a la Presidencia de la República. En 60 días Juanito tuvo un revelación (Jesucristo tardó un poco más en este proceso) y dio el sanpablazo. A San Pablo le cayó un rayo y entendió el mensaje (no dejan de asustarme las formas tan violentas que usa Dios de comunicarse con los mortales); a Juanito lo que le cayó fue un reflector de televisión y un flashazo de Cannon. Y bueno, el señor está a punto de ponerse a escribir epístolas y de comenzar sus parábolas diciendo “en verdad en verdad os digo”.
No hay nada de qué preocuparse, Juanito no llegará a la Presidencia de la República. Si Juanito toma posesión de la delegación Iztapalapa comenzará a sentir lo que es el desgaste del poder y no tardará ni quince días en sufrir la metamorfosis inversa, es decir pasar de “el gran Juanito” al inútil de Rafael. Si no toma posesión y decide dedicarse a la prédica iluminada en la que está metido ahora, se topará con la real mediatik, esto es, se dará cuenta de que su presencia en los medios no era por su carisma o su propuesta, sino porque representaba un forma de joder a Andrés Manuel. A partir del momento en que se resuelva el conflicto en Iztapalapa la droga de los medios, que tanto le está gustando, le va a costar, y ni cobrándole comisión a los empleados de la delegación de Iztapalapa que él coloque lo va a poder pagar.Nada pues debería extrañarnos de Juanito. Es una perfecta síntesis de todos nosotros, de la cultura política que encarnamos. Lo más patético de lo patético de Juanito es que no es sino una síntesis miniatura, una caricatura a escala, de lo que es el país. Juanito es nuestro espejo.
Milenio Diario, 29/08/2009
1 comentario:
te entiendo perfectamente... pero hay que verle el lado positivo a lo malo si no!! te imaginas de porsi en el pozo.. y ESCARBANDO!! jeje.. mejor sal y divertete y festeja a la manera tradicional a ver si a mi se me hace y me voy a mi pueblo :)
buen inicio de semana
saludos grandes
Su.
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