Sólo como mero apunte de presunción debo decir que mientras escribo estas líneas suena en el reproductor de música “Mais Portuant”, del álbum Bye Bye Beauté, de Coraile Clement, que les recomiendo ampliamente que lo compren o que lo bajen de algún blog de música porque simplemente está ¡poca abuela!
Ahora sí, paso a la intención de estas líneas, que es matizar un poco el texto anterior, que copié de una cadena de correo que inexplicablemente se coló a la bandeja de entrada de mi cuenta de Hotmail y que alude y explota sentimentalmente el orgullo de pertenecer a la UNAM.
Reconozco que me dejé llevar por la emoción y que, en el fondo, soy un chico influenciable, porque el texto de marras además de estar pésimamente redactado (me tuve que tomar el tiempo menesteroso en darle un retoque para no presentarlo como originalmente me llegó, porque era una cosa espantosa), contiene una que otra exageración. Aunque lo esencial, que es subrayar la calidad, el prestigio y la centralidad de la Universidad en la historia contemporánea de México, es atinado e indiscutible.
Yo tuve la fortuna de entrar a la UNAM desde los 15 años, cuando fui aceptado en el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH), allá por la mitad de los años noventa, cuando el país padecía las consecuencias sociales y económicas del “error de diciembre” y el “efecto tequila”, así como los extensos y ridículos comunicados del subcomandante Marcos, las estupideces de Zedillo y las angustias de Angélica Aragón en “Mirada de mujer”, que en ése momento era una novela transgresora y revolucionaria.
Por aquellos entonces el Rector de la Universidad era el Dr. José Sarukhan y si bien la UNAM gozaba de un prestigio un poco a la manera de la frase ésa de “crea fama y échate a dormir”, lo cierto es que empezaba a ser cuestionada y vista con malos ojos por muchos miembros del gobierno federal, que habían estudiado en instituciones privadas como el ITAM, el Tec de Monterrey, la Universidad Iberoamericana y el CIDE, que si bien no es privado, se cree que es uno de los centros de estudio de elite (aunque la verdad yo he conocido a gente de ahí que nomás no da una).
Aunque siempre quise estudiar en la UNAM, o por lo menos desde que tuve uso de razón y se me metió la peregrina idea de ir a la universidad, lo cierto es que en mis tiempos del CCH me dediqué a echar la hueva y fui un alumno promedio: ni bueno, ni malo, pero eso sí, revoltoso y chorero como todo buen ceceachero.
En mis horas libres, que eran dos al día, en lugar de irme a la biblioteca, me la pasaba platicando con mis amigos en “el lugar”, que era el nombre con el habíamos bautizado a una banca que estaba a lado de un árbol que en diciembre solíamos adornar con rollos de papel higiénico. Y en las clases, particularmente en las de teorías de la historia de sexto semestre, me la pasaba divagando acerca de pendejadas y asunto sin importancia en un ambiente entre hippioso y valemadrista. Aunque eso sí, en el CCH aprendí a estudiar yo solito, y a leer y escribir como la gente decente, gracias a mi maestra de Introducción a Lectura, Redacción y Metodología de la Investigación Documental I y II (creo que el nombre era más largo que el semestre).
Como se puede deducir de lo anterior, en el CCH nunca anduve desvelado, ni preocupado, ni bajé de peso. Eso ocurrió más bien cuando entré a la Facultad, particularmente durante los primeros semestres, pues sucedió que mi generación era la que se encontraba en el proceso de tránsito del bachillerato a la licenciatura cuando ocurrió el paro ocasionado por la torpeza del entonces Rector Barnés de Castro, que propuso la desafortunada idea de aumentar las cuotas.
Como el paro duró alrededor de un año, sucedió que cuando se reanudaron las clases había que recuperar el tiempo perdido y los profesores se ensañaron con nosotros, pues además de resarcir el tiempo, también pretendían quitarnos los ímpetus revoltosos a punta de librazos, reportes de lectura, investigaciones, exámenes y método, mucho método.
Así que durante los primeros semestres leí y escribí como loco, dormí poco, bajé de peso y me causé una gastritis que desde entonces ha sido mi compañera fiel de todas las mañanas.
También en los primeros semestres de la Facultad conocí el verdadero significado de las fiestas universitarias y de la borracheras maratónicas con tequila de a tres pesos. Pero, modestia aparte, en la Facultad a diferencia de lo que sucedió en el CCH sí me apliqué y el mío fue uno de los mejores promedios de mi generación, sin que por ello haya sacrificado memorables momentos de diversión y solaz esparcimiento.
La gran ventaja y cualidad de la UNAM es su generosidad; pone a disposición de los estudiantes todos los medios necesarios para que se formen profesionalmente, pero depende de cada uno ellos el nivel de éxito que pretenda alcanzar.
La Universidad, a diferencia de otros centros de educación superior es universidad –universitas en el sentido latino de la acepción- debido a la pluralidad que concita en sus espacios, la cual fomenta el aprendizaje en la práctica de dos valores fundamentales que son el cimiento de la formación profesional que ofrece, a saber, la libertad de pensamiento y el respeto.
La UNAM es una universidad pluriclasista. En sus aulas se aprende a convivir en la diversidad y su carácter nacional le imprime un sentido crítico al perfil de sus estudiantes, que les faculta para pensar por si mismos.
Esto último es mal visto por algunos sectores de la sociedad, pero lo cierto es que los profesionistas pasivos, formados en universidades monolíticas en las que la pluralidad social no es precisamente una de sus características principales, no le convienen a nadie porque carecen de creatividad y prospectiva.
Esto no quiere decir que todos los que estudian o han estudiando en universidades que no sean la UNAM sean unos ineptos. Nada más alejado de la realidad. Su formación científica y/o humanística puede ser tan buena o tan mala como sus propias cualidades personales se los hayan permitido, al igual que las de quienes somos pumas, pues al final termina imponiéndose el axioma que hizo famosa a la Universidad de Salamanca en el Medioevo: per natura non da, Salamanca non presta, es decir, que la universidad no quita lo pendejo.
P.S Recuerdo que en el Taller de Comunicación del CCH elaboramos un videohome bastante mafufo, en el que parodiamos el cine mudo. Al final, en los créditos y agradecimientos pusimos una cartulina que decía: "Agradecemos al Rector Barnés por haber aumentado las cuotas". El video se exhibió en el teatro del plantel, ante unos 300 asistentes entre alumnos y profesores que estallaron en carcajadas al leer la única parte cómica de nuestra producción. Eso era libertad de expresión, sí señor.
Ahora sí, paso a la intención de estas líneas, que es matizar un poco el texto anterior, que copié de una cadena de correo que inexplicablemente se coló a la bandeja de entrada de mi cuenta de Hotmail y que alude y explota sentimentalmente el orgullo de pertenecer a la UNAM.
Reconozco que me dejé llevar por la emoción y que, en el fondo, soy un chico influenciable, porque el texto de marras además de estar pésimamente redactado (me tuve que tomar el tiempo menesteroso en darle un retoque para no presentarlo como originalmente me llegó, porque era una cosa espantosa), contiene una que otra exageración. Aunque lo esencial, que es subrayar la calidad, el prestigio y la centralidad de la Universidad en la historia contemporánea de México, es atinado e indiscutible.
Yo tuve la fortuna de entrar a la UNAM desde los 15 años, cuando fui aceptado en el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH), allá por la mitad de los años noventa, cuando el país padecía las consecuencias sociales y económicas del “error de diciembre” y el “efecto tequila”, así como los extensos y ridículos comunicados del subcomandante Marcos, las estupideces de Zedillo y las angustias de Angélica Aragón en “Mirada de mujer”, que en ése momento era una novela transgresora y revolucionaria.
Por aquellos entonces el Rector de la Universidad era el Dr. José Sarukhan y si bien la UNAM gozaba de un prestigio un poco a la manera de la frase ésa de “crea fama y échate a dormir”, lo cierto es que empezaba a ser cuestionada y vista con malos ojos por muchos miembros del gobierno federal, que habían estudiado en instituciones privadas como el ITAM, el Tec de Monterrey, la Universidad Iberoamericana y el CIDE, que si bien no es privado, se cree que es uno de los centros de estudio de elite (aunque la verdad yo he conocido a gente de ahí que nomás no da una).
Aunque siempre quise estudiar en la UNAM, o por lo menos desde que tuve uso de razón y se me metió la peregrina idea de ir a la universidad, lo cierto es que en mis tiempos del CCH me dediqué a echar la hueva y fui un alumno promedio: ni bueno, ni malo, pero eso sí, revoltoso y chorero como todo buen ceceachero.
En mis horas libres, que eran dos al día, en lugar de irme a la biblioteca, me la pasaba platicando con mis amigos en “el lugar”, que era el nombre con el habíamos bautizado a una banca que estaba a lado de un árbol que en diciembre solíamos adornar con rollos de papel higiénico. Y en las clases, particularmente en las de teorías de la historia de sexto semestre, me la pasaba divagando acerca de pendejadas y asunto sin importancia en un ambiente entre hippioso y valemadrista. Aunque eso sí, en el CCH aprendí a estudiar yo solito, y a leer y escribir como la gente decente, gracias a mi maestra de Introducción a Lectura, Redacción y Metodología de la Investigación Documental I y II (creo que el nombre era más largo que el semestre).
Como se puede deducir de lo anterior, en el CCH nunca anduve desvelado, ni preocupado, ni bajé de peso. Eso ocurrió más bien cuando entré a la Facultad, particularmente durante los primeros semestres, pues sucedió que mi generación era la que se encontraba en el proceso de tránsito del bachillerato a la licenciatura cuando ocurrió el paro ocasionado por la torpeza del entonces Rector Barnés de Castro, que propuso la desafortunada idea de aumentar las cuotas.
Como el paro duró alrededor de un año, sucedió que cuando se reanudaron las clases había que recuperar el tiempo perdido y los profesores se ensañaron con nosotros, pues además de resarcir el tiempo, también pretendían quitarnos los ímpetus revoltosos a punta de librazos, reportes de lectura, investigaciones, exámenes y método, mucho método.
Así que durante los primeros semestres leí y escribí como loco, dormí poco, bajé de peso y me causé una gastritis que desde entonces ha sido mi compañera fiel de todas las mañanas.
También en los primeros semestres de la Facultad conocí el verdadero significado de las fiestas universitarias y de la borracheras maratónicas con tequila de a tres pesos. Pero, modestia aparte, en la Facultad a diferencia de lo que sucedió en el CCH sí me apliqué y el mío fue uno de los mejores promedios de mi generación, sin que por ello haya sacrificado memorables momentos de diversión y solaz esparcimiento.
La gran ventaja y cualidad de la UNAM es su generosidad; pone a disposición de los estudiantes todos los medios necesarios para que se formen profesionalmente, pero depende de cada uno ellos el nivel de éxito que pretenda alcanzar.
La Universidad, a diferencia de otros centros de educación superior es universidad –universitas en el sentido latino de la acepción- debido a la pluralidad que concita en sus espacios, la cual fomenta el aprendizaje en la práctica de dos valores fundamentales que son el cimiento de la formación profesional que ofrece, a saber, la libertad de pensamiento y el respeto.
La UNAM es una universidad pluriclasista. En sus aulas se aprende a convivir en la diversidad y su carácter nacional le imprime un sentido crítico al perfil de sus estudiantes, que les faculta para pensar por si mismos.
Esto último es mal visto por algunos sectores de la sociedad, pero lo cierto es que los profesionistas pasivos, formados en universidades monolíticas en las que la pluralidad social no es precisamente una de sus características principales, no le convienen a nadie porque carecen de creatividad y prospectiva.
Esto no quiere decir que todos los que estudian o han estudiando en universidades que no sean la UNAM sean unos ineptos. Nada más alejado de la realidad. Su formación científica y/o humanística puede ser tan buena o tan mala como sus propias cualidades personales se los hayan permitido, al igual que las de quienes somos pumas, pues al final termina imponiéndose el axioma que hizo famosa a la Universidad de Salamanca en el Medioevo: per natura non da, Salamanca non presta, es decir, que la universidad no quita lo pendejo.
P.S Recuerdo que en el Taller de Comunicación del CCH elaboramos un videohome bastante mafufo, en el que parodiamos el cine mudo. Al final, en los créditos y agradecimientos pusimos una cartulina que decía: "Agradecemos al Rector Barnés por haber aumentado las cuotas". El video se exhibió en el teatro del plantel, ante unos 300 asistentes entre alumnos y profesores que estallaron en carcajadas al leer la única parte cómica de nuestra producción. Eso era libertad de expresión, sí señor.
2 comentarios:
Como siempre es un gusto y un placer leer los comentarios que con tanto detalle nos obsequias y hasta se antoja el momento para una bohemia-charla-cafecito en donde las anécdotas seguramente serían muchas y muy variadas.
Para mi fortuna y pese a las circunstancias que me regaló la vida, puedo decir con orgullo que a mis 41, casi 42 (el 1° de septiembre espero el regalo ehhhhh!), soy estudiante universitaria matriculada en la UAM, Casa abierta al tiempo, a la mota, a los alumnos pasivos, a la generación criada con la televisión y en donde encuentro a futuros Psicólogos Sociales "mudos", irónico no?
Pero efectivamente, el prestigio de la institución no lo hace el nombre o renombre, sino el potencial del estudiante y conozco a alguien muy cercano que ha sido ejemplo para mi pese a su corta edad, (mi hermano el menor), que se formó en primaria y secundaria oficial, Vocacional, Licenciatura en Grupo Sol y terminó haciendo una maestría en el Tec, ¿cómo? con puros tanates y pagando sus estudios como todos mis hermanos yo.
Si llega un momento en el que supongo yo, todos en la universidad nos desvelamos, bajamos de peso (gloriosos tiempos aquellos, hace ocho trimestrers jijiji), y supongo que es por al euforia inicial de estar dentro, pero lamentablemente con el tiempo haces callo o concha o yo qué se y mi sobrepeso regresó y con mayores brios, pero eso si, ahora me puedo aventar un ensayo en una hora y tener también calificaciones perfectas (como clavado olímpico), sin salpicar a nadie, aunque aquí entre nos, ayuda la edad porque platico con los profes como cuates, y no como los que tienen la verdad absoluta, y a veces, sólo a veces, hasta me dan la razón.
Creo que la clave está en querer lo que haces, disfrutarlo y entregarte pero como bien dices, hacerlo sin perder la dimensión de la parte social y asistir a parrandas y borracheras, aunque aquí entre nos, yo prefiero llevar mi botellita de tequila de más de tres pesos, no vaya a ser que a mi si me mate una úlcera a estas alturas. jijiji.
Por último coincido contigo, no importa si eres Puma, Burro, Jaguar (es de la UAM), Tec, UVM, La Salle, conozco a una excelente Ingeniero egresada de la UVM que siempre ha sido machetera y está disfrutando de los resultados, y a una Economista del Poli que mis respetos en cuanto a asuntos presupuestales, y tienen lo que quieren y hacen lo que les gusta.
Yo concluiría que somos estudiantes universitarios o egresados y punto, y que a la hora de cobrar el cheque, se nota qué tanto escogiste una carrera que te llenara y no la que pensabas que te daría más lana, y si te pones la camiseta de la institución, ya ganaste una identidad más en tu currículum de yos...
En fin, el ser universitario es chido.
Saluditos y perdón por lo extenso, pero amerita.
Mi número de cuenta inicia con 096 o 96 como en aquellos tiempos, me da gusto que comentes lo positivo del colegio, a mi también me encanto y mucho, lástima que cuando entre a la Facultad de Química los mismos CCheros y prepos se la pasaban hablando mal del CCH (que mal, sin querer solo estan hablando mal de sí mismos).
Seguí mi carrera en la UNITEC por culpa de la huelga y me fué mejor, sin compañeros groseros q hablaran mal del CCH y super geniales, esta universidad me dio la oportunidad de irme a estudiar una especialidad en la Comlutense de Madrid, lo cual amplio mucho mi perspectiva y el año pasado he terminado mis estudios de maestría en Inglaterra, pero mis dos grandes dentro de mi corazón siempre serán el CCH y la UNITEC.
Recibe saludos cordiales.
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