En la lógica de que hay que presumir cuando se puede, pues les presumo que se acaba de publicar un libro colectivo en el que colaboré con un artículo.
El libro se llama Declive y reconfiguración de la democracia representativa, es coordinado por Pablo Armando González Ulloa, que es mi amigo y fue mi colega cuando yo aun daba clases en la Facultad; y está editado por Miguel Ángel Porrúa y por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.
Mi texto se llama “Democratización, realineamiento partidista y crisis de los partidos políticos en México. Apuntes para el análisis” y es precisamente un análisis de algunos de los factores que a mi consideración han propiciado esa situación de descrédito y desconfianza que padecen los partidos en este país de globos, bicicletas e influenzas.
Con toda honestidad no lo recomendaría para lectores no interesados en cuestiones políticas, porque está escrito con un estilo demasiado académico y puede resultar aburrido. Pero si alguien quiere atormentarse un rato leyendo frases como “… las tensiones críticas que han padecido los partidos políticos desde el advenimiento de la alternancia en el poder…” pues arriésguese a acudir a la librería a comprarlo, así contribuirá a que se agote la primera edición y que en una segunda ahora sí me toquen unos billetes como regalías en lugar de libros, como en esta ocasión.
Sólo hay un pequeño error en la edición, pues me cambiaron el apellido materno por otro que quién sabe de dónde lo sacaron; cuando lo leí me irrité un poco y llamé a la Facultad para aclarar el punto y en compensación me dieron una dotación de libros extra.
En fin, que una vez agotado el acto de presunción, paso ahora a quejarme como acostumbro y en esta ocasión la causa de mi inconformidad es la estúpida celebración del pírrico triunfo de la selección nacional de futbol, que le ganó a Estados Unidos en un partido jugado a las tres de la tarde, con el sol a plomo y en condición de local, es decir, en el estadio Azteca.
No es que sea “malinchista” y me niegue a reconocer los triunfos del equipo de futbol. Pero lo que me causa malestar, decepción y hasta tristeza, es que millones de personas tengan que fincar sus esperanzas y el orgullo nacional en un equipo que ni siquiera tiene un buen nivel de juego, que es rehén de los intereses comerciales del duopolio televisivo y sus pléyades de comentaristas ignorantes y barbajanes, y que es un ordinario instrumento de distracción y dominación, por muy izquierdoso y paranoico que esto pueda parecer, aunque no tanto después de leer lo siguiente.
Justamente el día que jugó la selección nacional, que las televisoras han pretendido bautizar con nombres ridículos como “el Tri de mi corazón” o “la selección Azteca”, el mega secretario de Hacienda anunció que debido a la caída de los precios del petróleo y a la recesión económica, para el año 2010 México enfrentará un déficit fiscal de 300 mil millones de pesos, que calificó como el “peor shock financiero” experimentado por el país en los últimos 30 años.
El Universal publicó desde el lunes que, debido a la caída en las participaciones federales, es decir, la lana que el gobierno federal canaliza a los estados y municipios proveniente de las ventas de petróleo y de la recaudación de impuestos, el 85 por ciento de los 2 mil 500 municipios del país están en una situación de quiebra financiera que no les permite ni siquiera pagar la nómina de sus trabajadores u ofrecer servicios públicos básicos, como seguridad pública y recolección de basura.
Por su parte, la Confederación Patronal de la República Mexicana (COPARMEX) estimó que al cierre de 2009 se habrán perdido un millón de empleos como consecuencia de la crisis económica, que en México comenzó a resentirse a finales de 2008.
Estas noticias en un país politizado, es decir, con personas interesadas así sea mínimamente en la política, hubieran sido motivo para salir a protestar a las calles. Pero en México pasaron desapercibidas por la enorme publicidad que recibió el partido de la selección.
Ya por la noche del miércoles fue común escuchar que la gente se olvidó de la crisis económica con el triunfo del equipo nacional, y en las imágenes transmitidas por los noticiarios estelares aparecían personas festejando en el Ángel de la Independencia un hecho por demás vergonzante: que la selección está en el penúltimo lugar de su grupo y que podría calificar de panzazo al Mundial.
Eso es posible porque la afición, el electorado y los consumidores mexicanos somos demasiado ingenuos (en mi pueblo emplearíamos la palabra “pendejos”, pero es muy vernácula), perdonamos todo y confiamos acríticamente en los seleccionados, los políticos y los anunciantes de productos.
Dentro de poco acudiremos a las plazas públicas a festejar 199 años de ser el país del “ya merito” y de los fracasos recurrentes, pues qué si no eso es nuestra historia nacional: un compendio de proyectos y empresas fracasadas o desviadas de su rumbo original, justo cuando estaban a punto de alcanzar el éxito.
Hace tiempo que México y los mexicanos perdimos el rumbo y si el futbol fuera una especie de indicador de esta situación, sería alarmante, angustiante y decepcionante comprobar que Honduras y Costa Rica, países apenas un poco más grandes que el estado de Chihuahua, están por encima de nosotros.
Detesto ser el aguafiestas que todo lo critica (en realidad no lo detesto, esto es más bien un recurso de corrección política para cuidar mi imagen), pero tengo que hacerlo, porque no estoy dispuesto a tolerar que la chusma palurda y apestosa siga siendo manipulada, pasiva y estúpida.
Es tiempo, después de casi 200 años de vida técnicamente independiente, de ser más exigentes con nosotros mismos, más críticos y reflexivos, pues sólo de esa manera podremos librarnos de todos esos idiotas que pretenden tratarnos como retrasados mentales, a sabiendas de que estamos habituados a aceptar cualquier cosa, como una selección nacional de futbol integrada por una bola de gatos arrogantes, pretenciosos, ineptos y faltos de cultura, que además tienen sobrenombres de criminales de reclusorio: el “bofo”, el “vasco”, el “parejita”, etc.
P.S. Esta vez creo que sí me excedí, pero era necesario.
El libro se llama Declive y reconfiguración de la democracia representativa, es coordinado por Pablo Armando González Ulloa, que es mi amigo y fue mi colega cuando yo aun daba clases en la Facultad; y está editado por Miguel Ángel Porrúa y por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.
Mi texto se llama “Democratización, realineamiento partidista y crisis de los partidos políticos en México. Apuntes para el análisis” y es precisamente un análisis de algunos de los factores que a mi consideración han propiciado esa situación de descrédito y desconfianza que padecen los partidos en este país de globos, bicicletas e influenzas.
Con toda honestidad no lo recomendaría para lectores no interesados en cuestiones políticas, porque está escrito con un estilo demasiado académico y puede resultar aburrido. Pero si alguien quiere atormentarse un rato leyendo frases como “… las tensiones críticas que han padecido los partidos políticos desde el advenimiento de la alternancia en el poder…” pues arriésguese a acudir a la librería a comprarlo, así contribuirá a que se agote la primera edición y que en una segunda ahora sí me toquen unos billetes como regalías en lugar de libros, como en esta ocasión.
Sólo hay un pequeño error en la edición, pues me cambiaron el apellido materno por otro que quién sabe de dónde lo sacaron; cuando lo leí me irrité un poco y llamé a la Facultad para aclarar el punto y en compensación me dieron una dotación de libros extra.
En fin, que una vez agotado el acto de presunción, paso ahora a quejarme como acostumbro y en esta ocasión la causa de mi inconformidad es la estúpida celebración del pírrico triunfo de la selección nacional de futbol, que le ganó a Estados Unidos en un partido jugado a las tres de la tarde, con el sol a plomo y en condición de local, es decir, en el estadio Azteca.
No es que sea “malinchista” y me niegue a reconocer los triunfos del equipo de futbol. Pero lo que me causa malestar, decepción y hasta tristeza, es que millones de personas tengan que fincar sus esperanzas y el orgullo nacional en un equipo que ni siquiera tiene un buen nivel de juego, que es rehén de los intereses comerciales del duopolio televisivo y sus pléyades de comentaristas ignorantes y barbajanes, y que es un ordinario instrumento de distracción y dominación, por muy izquierdoso y paranoico que esto pueda parecer, aunque no tanto después de leer lo siguiente.
Justamente el día que jugó la selección nacional, que las televisoras han pretendido bautizar con nombres ridículos como “el Tri de mi corazón” o “la selección Azteca”, el mega secretario de Hacienda anunció que debido a la caída de los precios del petróleo y a la recesión económica, para el año 2010 México enfrentará un déficit fiscal de 300 mil millones de pesos, que calificó como el “peor shock financiero” experimentado por el país en los últimos 30 años.
El Universal publicó desde el lunes que, debido a la caída en las participaciones federales, es decir, la lana que el gobierno federal canaliza a los estados y municipios proveniente de las ventas de petróleo y de la recaudación de impuestos, el 85 por ciento de los 2 mil 500 municipios del país están en una situación de quiebra financiera que no les permite ni siquiera pagar la nómina de sus trabajadores u ofrecer servicios públicos básicos, como seguridad pública y recolección de basura.
Por su parte, la Confederación Patronal de la República Mexicana (COPARMEX) estimó que al cierre de 2009 se habrán perdido un millón de empleos como consecuencia de la crisis económica, que en México comenzó a resentirse a finales de 2008.
Estas noticias en un país politizado, es decir, con personas interesadas así sea mínimamente en la política, hubieran sido motivo para salir a protestar a las calles. Pero en México pasaron desapercibidas por la enorme publicidad que recibió el partido de la selección.
Ya por la noche del miércoles fue común escuchar que la gente se olvidó de la crisis económica con el triunfo del equipo nacional, y en las imágenes transmitidas por los noticiarios estelares aparecían personas festejando en el Ángel de la Independencia un hecho por demás vergonzante: que la selección está en el penúltimo lugar de su grupo y que podría calificar de panzazo al Mundial.
Eso es posible porque la afición, el electorado y los consumidores mexicanos somos demasiado ingenuos (en mi pueblo emplearíamos la palabra “pendejos”, pero es muy vernácula), perdonamos todo y confiamos acríticamente en los seleccionados, los políticos y los anunciantes de productos.
Dentro de poco acudiremos a las plazas públicas a festejar 199 años de ser el país del “ya merito” y de los fracasos recurrentes, pues qué si no eso es nuestra historia nacional: un compendio de proyectos y empresas fracasadas o desviadas de su rumbo original, justo cuando estaban a punto de alcanzar el éxito.
Hace tiempo que México y los mexicanos perdimos el rumbo y si el futbol fuera una especie de indicador de esta situación, sería alarmante, angustiante y decepcionante comprobar que Honduras y Costa Rica, países apenas un poco más grandes que el estado de Chihuahua, están por encima de nosotros.
Detesto ser el aguafiestas que todo lo critica (en realidad no lo detesto, esto es más bien un recurso de corrección política para cuidar mi imagen), pero tengo que hacerlo, porque no estoy dispuesto a tolerar que la chusma palurda y apestosa siga siendo manipulada, pasiva y estúpida.
Es tiempo, después de casi 200 años de vida técnicamente independiente, de ser más exigentes con nosotros mismos, más críticos y reflexivos, pues sólo de esa manera podremos librarnos de todos esos idiotas que pretenden tratarnos como retrasados mentales, a sabiendas de que estamos habituados a aceptar cualquier cosa, como una selección nacional de futbol integrada por una bola de gatos arrogantes, pretenciosos, ineptos y faltos de cultura, que además tienen sobrenombres de criminales de reclusorio: el “bofo”, el “vasco”, el “parejita”, etc.
P.S. Esta vez creo que sí me excedí, pero era necesario.
1 comentario:
Felicidades de verdad por tu logro que como madre substituta también me llena de orgullo.
Por otro lado se merecen una mentada de idem a los que sin tomar el cuenta el daño emocional, cambiaron el nombre de la de a deveras y te dejaron con mucho padre y progenitora incierta.
A final de cuentas lo importante es la publicación y para el tomo de tu mami, con pluma y letra de molde, derechita y bien hecha, le pones sobre el error el nombre correcto y ya verás que aun así, el orgullo nadie se lo quita.
F E L I C I D A D E S.
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