Comenzaba a caer la noche. Los últimos rayos del sol agonizaban entre las montañas y eran continuamente eclipsados por las ramas de los árboles que poblaban el paisaje serrano.
El largo convoy serpenteaba por las laderas de esas altitudes a buena marcha. Desde la amplia ventana se podía admirar la espléndida vegetación y al interior de los vagones las animosas conversaciones que habían iniciado un par de horas atrás, cuando el tren había iniciado su jornada, gradualmente dejaban su lugar al silencio. Los pasajeros comenzaban a dormitar arrullados por el leve movimiento que producían las ruedas avanzando sobre los rieles, o a recogerse en sus pensamientos y cavilaciones debido a la atmósfera introspectiva que siempre se genera al viajar largas distancias.
Ella se había sentado junto a la ventana, casi al final de uno de los vagones intermedios que albergaban a unos cincuenta pasajeros distribuidos a largo de las dos filas de los espaciosos asientos reclinables.
Su mirada se hallaba pérdida en algún punto de ése magnífico paisaje exterior, mientras sus pensamientos se habían concentrado en un solo objetivo: su encuentro con él.
Habían transcurrido seis meses desde que se despidieran emotivamente en la misma estación a la que ella llegaría a la mañana siguiente. Seis largos meses en los no hubo un solo día en el que ella no evocara su tierna mirada, sus caricias y sus gestos siempre dulces y cautivadores.
La separación fue tortuosa para ambos, pero tenía que suceder así porque ella supo anteponer a sus sentimientos la necesidad de superarse personalmente al acudir a una universidad de la capital para continuar sus estudios. Él no lo entendió, era imposible que lo hiciera, y el día que la vio partir, seis meses atrás, no pudo más que dar rienda suelta a su instinto y expresar su tristeza con auténticos aullidos de dolor y desesperación.
Pero ese amargo momento quedaría subsanado a la mañana siguiente, cuando se encontrarían nuevamente.
En eso había concentrado ella sus pensamientos. En los besos y las caricias con que lo colmaría cuando lo tuviera otra vez entre sus brazos.
Tal era el amor que sentía por su french poodle.
El largo convoy serpenteaba por las laderas de esas altitudes a buena marcha. Desde la amplia ventana se podía admirar la espléndida vegetación y al interior de los vagones las animosas conversaciones que habían iniciado un par de horas atrás, cuando el tren había iniciado su jornada, gradualmente dejaban su lugar al silencio. Los pasajeros comenzaban a dormitar arrullados por el leve movimiento que producían las ruedas avanzando sobre los rieles, o a recogerse en sus pensamientos y cavilaciones debido a la atmósfera introspectiva que siempre se genera al viajar largas distancias.
Ella se había sentado junto a la ventana, casi al final de uno de los vagones intermedios que albergaban a unos cincuenta pasajeros distribuidos a largo de las dos filas de los espaciosos asientos reclinables.
Su mirada se hallaba pérdida en algún punto de ése magnífico paisaje exterior, mientras sus pensamientos se habían concentrado en un solo objetivo: su encuentro con él.
Habían transcurrido seis meses desde que se despidieran emotivamente en la misma estación a la que ella llegaría a la mañana siguiente. Seis largos meses en los no hubo un solo día en el que ella no evocara su tierna mirada, sus caricias y sus gestos siempre dulces y cautivadores.
La separación fue tortuosa para ambos, pero tenía que suceder así porque ella supo anteponer a sus sentimientos la necesidad de superarse personalmente al acudir a una universidad de la capital para continuar sus estudios. Él no lo entendió, era imposible que lo hiciera, y el día que la vio partir, seis meses atrás, no pudo más que dar rienda suelta a su instinto y expresar su tristeza con auténticos aullidos de dolor y desesperación.
Pero ese amargo momento quedaría subsanado a la mañana siguiente, cuando se encontrarían nuevamente.
En eso había concentrado ella sus pensamientos. En los besos y las caricias con que lo colmaría cuando lo tuviera otra vez entre sus brazos.
Tal era el amor que sentía por su french poodle.
3 comentarios:
Tengo una teoría muy interesante respecto a las personas que aman a los animales.
Alguien que ama más a un perro o a un gato que a un ser humano, mmm, no creo que sea digno de mi confianza porque creo que equivocaron la especie jijiji
Saluditos.
Es bueno incursionar de repente en el cuento, te queda muy pero muy bien.
Saluditos
Que tierno!!!
¿Será que bajo ese disfraz de shrek se encuentra un gentil hombrecillo con dulce corazón ?
Me gusto es muy a mi estilo, parece que guarda sus secretitos!
Saluditos azucarados, aunque esta vez parece que ya no los necesita tanto, veo que ya van dando resultado... jajaja
Cuidese, hasta la próxima!
Créeme que creo que cualquier "perra" (la hembra del macho perro, por supuesto - las otras, pues no sé-), sin importar su raza, su color ó su "pedigree", estaría muy feliz de que le escribieran un poema así, de que la recordaran así, de que la esperaran así cuando ésta llegara de culminar sus estudios en la Universidad de la capital... Jajajaja.
Qué buen post!!!... Volviste a escribir como me gusta... como nos gusta a tus fans.
Saludos.
Paola
Publicar un comentario