17 jun 2010

El síndrome de Benito Juárez (a propósito de lo que podría ocurrir en el Mundial) III

Definitivamente no pudo haber un mejor día que éste para publicar la tercera y última parte de mi texto acerca del síndrome de Benito Juárez y lo que podría suceder en el Mundial. Hoy 17 de junio de 2010 la Selección Mexicana de fútbol ganó el segundo partido de la primera fase del torneo mundialista con marcador de 2-0 contra Francia, y uno de los anotadores encaja perfectamente en la etiología del síndrome que aquí nos ocupa. Efectivamente, me refiero a Cuahtémoc Blanco.

No obstante, para entender los porqués del síndrome del presunto benemérito de las Américas (esos colombianos y sus ocurrencias) es preciso revisar su etiología, la cual está estrechamente relacionada con la biografía personal de Juárez de la que ya escribí en el post anterior.

Así pues, el síndrome de Benito Juárez hace referencia a esa situación en la que un mexicano triunfa a pesar de todo y de todos, incluso de él mismo; lo cual más que la regla es la excepción en un país dónde el clasismo y el ethos mala leche e hijo de la chingada propician que la estructura de oportunidades de movilidad social sea demasiado reducida.

De ahí que una primera característica del síndrome sea que cuando el mexicano que lo padece triunfa, primero se maree por lo abrumador que resulta el aroma del éxito y luego se pase de rosca con las demás personas que están en la búsqueda de una oportunidad, sencillamente porque considera que deben sufrir lo mismo y padecer las mismas vejaciones. De modo que en lugar de facilitarles las cosas, se las complican y les ponen más trabas.

En el caso de Benito Juárez era bien evidente el malestar que le causaban los indígenas que se resistían a ser “civilizados” por sus políticas liberales, no obstante que en sus inicios en la vida pública se había dedicado a defender a comunidades mixtecas y zapotecas, en conflictos que sostenían con grandes hacendados por la propiedad de determinadas tierras en diferentes regiones de Oaxaca.

Otra característica de esta enfermedad endémica es que sólo es reconocida cuando el paciente ya tiene los síntomas avanzados y entonces irresponsablemente el resto de la sociedad contribuye a agudizar sus mareos a través del reconocimiento de su hazaña, a tal punto de sublimarla y considerarla como una gesta heroica. Ejemplos recientes de esta situación son Noé Hernández y Rosario Espinoza, ambos medallistas olímpicos. El primero ganador de medalla de plata en la disciplina de caminata, en los juegos de Sidney 2000, y la segunda ganadora de medalla de oro en Beijing 2008.

La verdad es que no sé cuál de las dos historias se la más conmovedora, al punto de robar alguna lágrima a los espíritus mas sensibles, porque ambas son ejemplo de tenacidad y persistencia. Pero veamos primero la de Noé Hernández, quién horas después de haber alcanzado fama internacional relataba en una entrevista lo siguiente:

“Todavía no me caía el veinte. Pasaron varias horas de que gané la medalla y cuando me fui a dormir vino a mi mente cuando tuve que hacerle a la albañilería para tener algo de dinero.

Tenía que levantarme a las cinco de la mañana para ir a hacer colados y terminaba con los pies hinchados, curtidos por el cemento”.


Noé Hernández

Más adelante, en el mismo trabajo periodístico su madre relataba que:

“Si no encontraba trabajo, entonces él tenía que exprimir los cinco o diez pesos que yo le daba. Mi muchacho tenía que comprarse, hasta seis meses antes de los juegos de Sydney, tenis de medio callito o esperar a que alguien se los regalara. Y todavía tenía que aprovechar cada plato de comida que le daban en el centro de entrenamiento, porque aquí en casa sólo había sopa y frijoles”.

Por supuesto, después de que ganó como siempre sucede en este país, todo mundo quiso colgarse de su triunfo personal y estoico, de manera que el pobre Noé, nada habituado a los ajetreos de la fama, se mareó.

Rosario Espinoza

La historia de Rosario Espinoza es tanto o más conmovedora, pues se trata de una joven originaria de La Brecha, una comunidad rural cercana a Guasave, Sinaloa, quien ganó la medalla de oro no obstante que unos días antes en plena concentración con la Delegación Mexicana que asistía a los juegos de Beijing, se había enterado se la dolorosa noticia de la muerte de su abuelo que la había apoyado para que se dedicara a practicar ese deporte. Luego, el mismo día que ganó la medalla sus padres relataron que debido a su escasez de recursos no podían darle el dinero completo para sus pasajes entre La Brecha y Los Mochis, donde tenía que acudir un determinado número de veces por semana a entrenar, de manera que para poder llegar a su destino tenía que hacerse la dormida en el camión.

Y así como éstas hay muchas más historias de mexicanos que padecen el síndrome de Benito Juárez, el cual, en lugar de volverlos más humildes y sensibles para abrirle las puertas a otras personas en busca de oportunidades para desarrollarse personalmente, los ha vuelto codiciosos y clasistas.

Por supuesto que no se trata de una situación generalizada, afortunadamente, pero sí ayuda a comprender el por qué de nuestro clasismo y nuestro aspiracionismo mala leche. No hay peor enemigo para un mexicano que otro mexicano.

Ahora, lo interesante del Mundial es que podríamos enterarnos de que el síndrome de Benito Juárez, como sucedió con el virus AH1N1, haya sido salido de México para difuminarse por otras latitudes del orbe. Y en ese caso me quedaría claro que el principal portador y agente de contagio es Cuauhtémoc Blanco, el jugador más veterano de la Selección (trans)Nacional, que de después de haber tenido un origen humilde en un barrio popular de la Ciudad de México, ahora se conduce con prepotencia, lenguaje procaz y un deleznable mal gusto.

Al final, como diría esta señora aburrida, Cristina Romo Hernández, que acostumbra lucrar con el apellido de su esposo, José Emilio Pachecho, quien es un brillante escritor: aquí nos tocó vivir…

Ya nada más para cerrar, a continuación mencionaré a algunos célebres personajes de la cultura popular que han padecido el síndrome de Benito Juárez: José Alfredo Jiménez, Juan Gabriel, Vicente Fernández y Vicente Fernández, ya si algún lector se le ocurre otro nombre más, pues hágamelo saber.

P.S. Como que ya me está regresando el gusto por la escribidera, quizá tenga algo que ver la frase esta atribuida a Arthur Miller, que dice algo así como: la mejor forma de olvidar a una mujer es convertirla en literatura.

P.S. Bien por la UNAM y el campus que abrirá en León, Guanajuato. Es un gran paso para liberalizar a esa zona del país. Bien también por el gobernador, Juan Manuel Oliva, que demuestra que no todos los panistas son oscuros, conservadores y temibles personajes.

1 comentario:

Unknown dijo...

Suele suceder...comparto la idea de que el peor enemigo de un mexicano es un mexicano y creo que el mejor ejemplo ahora es el duopolio televisivo que dirige a la selección...
Lamentablemente así son las cosas..
un saludo!

pd. y si se vé que el gusto por la escritura está regresando..