19 may 2008

A propósito del golpismo

Aquí la segunda parte de mi reflexión acerca del golpismo.


Golpismo: un breve acercamiento teórico


La diferenciación entre golpe de Estado y golpismo es un punto de inicio en este ejercicio de revisión teórica.

Se le denomina golpe de Estado a un acto de fuerza pensado y ejecutado por uno de los poderes públicos (Legislativo, Ejecutivo, Judicial, Ejército) con la finalidad de derrocar al gobierno constituido, es decir, aquel que fue electo y conformado acorde a las reglas y procedimientos establecidos por la Constitución.

El golpe de Estado. Un acto de fuerza.



Al respecto, el golpe de Estado rompe el orden constitucional e instaura un régimen de excepción, esto es, una situación en la que uno sólo de los poderes estatales, generalmente el Ejecutivo, se arroga de facto para si las facultades de los otros poderes y gobierna por medio de decretos.

Se le denomina golpe de Estado precisamente porque es asestado por una institución del régimen en contra del orden constitucional.

El golpismo, por otra parte, es una estrategia emprendida por un actor político -no necesariamente por una institución- en contra del gobierno constituido, sea para causarle problemas de gobernabilidad, sea para provocar su deposición.

A diferencia del golpe de Estado, que generalmente es ideado y ejecutado con rapidez mediante un acto de fuerza, el golpismo se proyecta como una estrategia de mediano plazo que si bien no recurre a explícitos actos de fuerza, sí emprende acciones que buscan generar una respuesta violenta por parte del Estado, con la finalidad de crear inestabilidad y proyectar una imagen de persecución y represión.

La región latinoamericana ha sido prolija en ejemplos de ambos fenómenos, relacionados con actitudes, conductas y liderazgos políticos identificados con la autocracia.

Durante buena parte del siglo XX, Chile, Brasil, Argentina y Paraguay padecieron dictaduras militares instauradas mediante de golpes de Estado en contra de los gobiernos constitucionales que habían sido electos democráticamente.

Golpistas.


Sólo hasta los años ochenta y noventa la región experimentó el retorno de la democracia a través de procesos de cambio de régimen conocidos como transiciones políticas, revestidas cada una de ellas, de sus propias particularidades.

En lo que hace al golpismo, no sería un despropósito afirmar que es el principal problema político que tiene frente a si las emergentes democracias latinoamericanas. Esto es así debido a que el ejercicio de las libertades políticas y la formación de gobiernos electos por la vía de las urnas, no son elementos suficientes para compensar la pobreza y la desigualdad social que propiciaron las políticas de ajuste de corte liberal ortodoxo, aplicadas tanto por los gobiernos autocráticos como por los primeros gobiernos democráticos, para hacer frente a la crisis fiscal del Estado detonada en los años ochenta.

Carlos M. Vilas, un destacado politólogo argentino, define al golpismo como “golpes de pueblo; la ira y la insatisfacción popular expresan el vacío que hay entre las demandas sociales y las respuestas institucionales ­[…] la calle saca a un presidente, pero no pone a otro, porque el sustituto es elegido a través de medios constitucionales. La protesta se unifica por el repudio a lo que está, como el llamado voto bronca, que luego se esfuma, pero no hay una fuerza de similar eficacia que proponga una alternativa de cambio profundo. Son sacudidas que no alcanzan un eje político que articule las demandas”.

Al respecto, aunque con sus respectivas particularidades, los casos de Bolivia (el movimiento de indígenas productores de coca, liderados por el actual presidente Evo Morales), Argentina (los bloqueos carreteros realizados por los desempleados conocidos como piqueteros, en respuesta a las medidas financieras tomadas por el gobierno del presidente De la Rua), Venezuela (el intento frustrado de golpe de Estado liderado por el actual presidente Hugo Chávez, en febrero de 1992) y en menor medida Brasil (las huelgas de los sindicatos siderúrgicos lideradas por el actual presidente Luiz Da Silva) resultan muy ilustrativos.

Del golpismo a la institucionalidad.


En estos casos el factor común ha sido el éxito relativo de la estrategia golpista, que ha llevado a sus líderes a asumir posiciones de poder, y en la mayoría de los casos, asumir posturas institucionales al percibir la presión que las formas y los procedimientos del ejercicio del poder imponen a quienes serán sus titulares temporales.

Por otra parte, al plantearse como objetivo la deposición del gobierno electo democráticamente por efecto de la presión callejera, el golpismo concita la polarización social en la medida en que se contrapone a la voluntad popular mayoritaria expresada en las urnas.

Movilización de piqueteros.

Así pues, en contrapunto al modelo de democracia liberal, el golpismo promueve la democracia plebiscitaria que se caracteriza por la permanente movilización de la sociedad para votar y legitimar acciones de gobierno que pueden vulnerar abiertamente el orden constitucional, las garantías individuales, e incluso, el ámbito privado, aduciendo el interés general y la primacía de la colectividad por sobre las individualidades.

Este modelo de democracia es el mismo que en su momento, J.L Talmon caracterizó como democracia totalitaria (Jacob Lieb Talmon, The origins of totalitarian democracy).

Así, al primar la comunicación “directa” con la sociedad mediante el diálogo con los representantes de los sectores que la integran -lo cual no es más que la reedición del viejo mal crónico llamado corporativismo- el modelo democrático impulsado por el golpismo supone prescindir del juego democrático en el que intervienen los partidos políticos y las reglas para la competencia electoral. De manera que detrás de la estrategia de hacerse del gobierno mediante la insurrección popular, el golpismo anida la pretensión de suspender o aplazar la sucesión periódica en el poder, característica de las democracias liberales.

Por otra parte, el crecimiento e incluso el éxito del golpismo en América Latina ha sido posible debido a la incapacidad de las elites gobernantes para diferenciar entre el uso legítimo y razonable de la coacción estatal y la represión arbitraria, para impedir el uso de la violencia con el fin de “imponer cambios políticos, chantajear al poder legítimamente elegido o paralizar la ejecución de las decisiones legales de los órganos del Estado y de los tribunales” (Juan J. Linz, The problems of democracy and the diversity of democracies).

Asimismo, el golpismo ha florecido debido a la debilidad de la vida institucional de las noveles democracias, a políticas públicas ineficaces en el combate contra la desigualdad, a la insatisfacción de las expectativas y los resabios de clientelismo, paternalismo y corporativismo prohijados por los gobiernos autoritarios.

Este es, pues, el cuadro mínimo que caracteriza al golpismo.

A partir de estos elementos se habrá de analizar el movimiento político encabezado por Andrés Manuel López Obrador, a fin de visualizar qué tanto se asemeja a una estrategia golpista y cuál podría ser su curso posible.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me has aclarado algunas dudas sobre los términos golpe de estado y golpismo, ya que en ocasiones se utilizan indistintamente, siendo que cada uno refiere sus particularidades.
Esperamos la siguiente parte de la publicación de este análisis.
Un saludo
Elisa.

LicCARPILAGO dijo...

Altamente didáctico.

por aqui sigo ahora mas que antes.