Nunca he estado en una zona de guerra. Y confieso que nunca me gustaría estarlo. Sin embargo, la sensación producida por el ambiente que se vive en algunos parajes de Culiacán, Sinaloa, debe ser muy similar al que prevalece precisamente en una zona de guerra.
Ya lo había dicho el presidente Calderón. Pero desde la lejanía y la comodidad del centro del país, eso de la tantas veces declarada “guerra contra el narcotráfico” sonaba más bien a eslogan barato para promocionar su gobierno. No obstante, basta ver la gran cantidad de patrullas y efectivos policíacos y militares que deambulan por las calles y carreteras aledañas a Culiacán, para darse una idea de que esta vez parece que va en serio la persecución del Estado en contra de la delincuencia organizada.
Durante el vuelo, a más de 18 mil pies de altura (que quién sabe cuánto será en metros), recibí las primeras recomendaciones de sobrevivencia apenas pusiera un pie en suelo sinaloense. Un señor de unos sesenta y tantos años, que había venido al Distrito Federal a arreglar un asunto relacionado con su pensión, me advirtió con el acento golpeado propio de los habitantes del noroeste del país: “si vas a un restaurant o a un lugar de esos donde ahora bailan los jóvenes y encuentras a una muchachona chula, aguas, no te la quedes mirando demasiado si está acompañada de algún tipo, o se te va a armar la bola; si vas a manejar y una camioneta o un coche se te atraviesa a la mala, no digas nada, sólo sigue manejando, allá no es la capital, allá si les dices algo, en la siguiente esquina te esperan con el cohete (la pistola, pues) y seguro te truenan. Ándate con cuidado mi’jo; en Sinaloa hay gente buena, pero ‘ora la cosa se ha puesto medio fea”.
Después la plática se tornó más amable. Pero en ese momento no pude evitar tragar saliva angustiosamente.
Ya a la llegada al aeropuerto pude comprobar que como decía mi senil compañero de viaje, la cosa en Sinaloa está “medio fea”: grupos de militares, agentes aduanales, afi’s y policías locales haciendo rondines por las salas, los pasillos, los estacionamientos y las inmediaciones del aeropuerto, mirando hacia todos lados con más angustia que circunspección.
Al salir al estacionamiento de la sala de llegadas nacionales, ya sin el aire acondicionado del interior del edificio, lo primero que sentí fue el bochorno de los 36 grados que ése día, según el dicho del locutor de la estación de radio que Carolina había sintonizado en su coche, asediaban a la población de Culiacán. Y eso que el cielo estaba nublado y se pronosticaba una lluvia torrencial por la tarde-noche.
En el boulevard que conduce del aeropuerto hacia la casa de Caro pude observar la obvia ostentosidad de los “señores”, es decir, los narcotraficantes de poca monta que se encargan de distribuir la droga por las diferentes zonas de la ciudad; lo cual desde luego da una idea de la magnitud y la rentabilidad de la industria ilegal más productiva del país. Si un traficante menor o un pistolero a su servicio, gana el dinero suficiente para adquirir una camioneta con valor de más de 20 000 dólares, no resulta difícil imaginar la cantidad de dinero y poder que ejerce un verdadero capo de esa industria ilegal.
De hecho la situación adquirió para mí un matiz de tristeza, angustia y resignación al leer la nota de ocho columnas del diario local, al día siguiente. En ella se daba cuenta de que los policías ministeriales amenazaban con realizar un paro de labores porque ¡no tenían chalecos antibalas! O sea, cómo podrían esos agentes realizar bien su trabajo si, efectivamente, la posibilidad de morir por una bala perdida es tan real incluso para un transeúnte ordinario.
Y bueno, considerando el calibre del armamento que utilizan los pistoleros del narco, eso del chaleco antibalas la verdad no es más que un amuleto de la buena suerte, por lo demás fácilmente traspasado por las más de 40 balas que dispara una sola ráfaga de un fusil AK 47.
Hacía la tarde, después de comer unos taquitos de leche y queso bañados en una salsa picosita, preparados por la mamá de la Caro, fuimos a caminar por la “isla de orabá”, un pequeño parque rodeado por los ríos Humaya y Culiacán. Porque habrán de saber mis estimados lectores que Culiacán es una ciudad que se originó y creció en las inmediaciones de tres ríos y un lago. Eso y su cercanía al océano pacífico (la bahía de altata se ubica a una media hora de Culiacán) hacen que el clima de la ciudad sea caluroso y húmedo prácticamente durante todo el año, sin importar que en esta temporada se dejen caer unos chaparrones impresionantes, por la enorme cantidad de relámpagos y truenos que los acompañan.
Ya lo había dicho el presidente Calderón. Pero desde la lejanía y la comodidad del centro del país, eso de la tantas veces declarada “guerra contra el narcotráfico” sonaba más bien a eslogan barato para promocionar su gobierno. No obstante, basta ver la gran cantidad de patrullas y efectivos policíacos y militares que deambulan por las calles y carreteras aledañas a Culiacán, para darse una idea de que esta vez parece que va en serio la persecución del Estado en contra de la delincuencia organizada.
Durante el vuelo, a más de 18 mil pies de altura (que quién sabe cuánto será en metros), recibí las primeras recomendaciones de sobrevivencia apenas pusiera un pie en suelo sinaloense. Un señor de unos sesenta y tantos años, que había venido al Distrito Federal a arreglar un asunto relacionado con su pensión, me advirtió con el acento golpeado propio de los habitantes del noroeste del país: “si vas a un restaurant o a un lugar de esos donde ahora bailan los jóvenes y encuentras a una muchachona chula, aguas, no te la quedes mirando demasiado si está acompañada de algún tipo, o se te va a armar la bola; si vas a manejar y una camioneta o un coche se te atraviesa a la mala, no digas nada, sólo sigue manejando, allá no es la capital, allá si les dices algo, en la siguiente esquina te esperan con el cohete (la pistola, pues) y seguro te truenan. Ándate con cuidado mi’jo; en Sinaloa hay gente buena, pero ‘ora la cosa se ha puesto medio fea”.
Después la plática se tornó más amable. Pero en ese momento no pude evitar tragar saliva angustiosamente.
Ya a la llegada al aeropuerto pude comprobar que como decía mi senil compañero de viaje, la cosa en Sinaloa está “medio fea”: grupos de militares, agentes aduanales, afi’s y policías locales haciendo rondines por las salas, los pasillos, los estacionamientos y las inmediaciones del aeropuerto, mirando hacia todos lados con más angustia que circunspección.
Al salir al estacionamiento de la sala de llegadas nacionales, ya sin el aire acondicionado del interior del edificio, lo primero que sentí fue el bochorno de los 36 grados que ése día, según el dicho del locutor de la estación de radio que Carolina había sintonizado en su coche, asediaban a la población de Culiacán. Y eso que el cielo estaba nublado y se pronosticaba una lluvia torrencial por la tarde-noche.
En el boulevard que conduce del aeropuerto hacia la casa de Caro pude observar la obvia ostentosidad de los “señores”, es decir, los narcotraficantes de poca monta que se encargan de distribuir la droga por las diferentes zonas de la ciudad; lo cual desde luego da una idea de la magnitud y la rentabilidad de la industria ilegal más productiva del país. Si un traficante menor o un pistolero a su servicio, gana el dinero suficiente para adquirir una camioneta con valor de más de 20 000 dólares, no resulta difícil imaginar la cantidad de dinero y poder que ejerce un verdadero capo de esa industria ilegal.
De hecho la situación adquirió para mí un matiz de tristeza, angustia y resignación al leer la nota de ocho columnas del diario local, al día siguiente. En ella se daba cuenta de que los policías ministeriales amenazaban con realizar un paro de labores porque ¡no tenían chalecos antibalas! O sea, cómo podrían esos agentes realizar bien su trabajo si, efectivamente, la posibilidad de morir por una bala perdida es tan real incluso para un transeúnte ordinario.
Y bueno, considerando el calibre del armamento que utilizan los pistoleros del narco, eso del chaleco antibalas la verdad no es más que un amuleto de la buena suerte, por lo demás fácilmente traspasado por las más de 40 balas que dispara una sola ráfaga de un fusil AK 47.
Hacía la tarde, después de comer unos taquitos de leche y queso bañados en una salsa picosita, preparados por la mamá de la Caro, fuimos a caminar por la “isla de orabá”, un pequeño parque rodeado por los ríos Humaya y Culiacán. Porque habrán de saber mis estimados lectores que Culiacán es una ciudad que se originó y creció en las inmediaciones de tres ríos y un lago. Eso y su cercanía al océano pacífico (la bahía de altata se ubica a una media hora de Culiacán) hacen que el clima de la ciudad sea caluroso y húmedo prácticamente durante todo el año, sin importar que en esta temporada se dejen caer unos chaparrones impresionantes, por la enorme cantidad de relámpagos y truenos que los acompañan.
Lo único bueno del clima de Culiacán, pero malo para mí según la advertencia que recibí durante el vuelo, es que las chicas andan por la calle con diminutas minifaldas y playeras escotadas. Hasta la Caro, que tanto desprecia la apariencia física (claro, porque ella es guapa), andaba con ropa ligera.
Hacia la noche, después de haber sido sujeto de un minucioso interrogatorio por parte de los papás de Carolina, que me preguntaron hasta el nombre del sacerdote que me bautizó, fuimos a la zona picuda de Culiacán, a un Café cuyo nombre me fue imposible no asociarlo a un recuerdo: el Café Paloma.
Ahí, además de sostener una charla muy divertida con la Caro y su prima, me sentí seguro, pues un Café sería el último lugar que un nacotraficante escogería para hacer sus mamarrachadas. Un Café es a un nacotraficante gandalla, malvestido y fanfarrón (con todo y camionetota y chica guapa pero idiota incluidas), lo que la luz del día a un vampiro.
Después regresamos a la casa de Caro, y como siempre sucede cuando se está de visita con un amigo que se frecuenta poco, nos quedamos platicando hasta las 3 o 4 de la mañana.
Al siguiente día me esperaba una larga jornada de turismo.
P.S Al final tuve una entrevista muy tersa, con un tipo muy amable que sólo hizo las preguntas necesarias. Ya a ver qué sucede después.
4 comentarios:
changos....me acabo de despertar, tuve abierta tu pagina como 2 horas pues al leer unos cuantos renglones de este post quede dormido....ufff.
jajajajajja genial el comentario de arrizzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz....
creo que me paso lo mismo
No os preocupeís, ocasionales lectores. A mi también me da sueño cuando leo las transcripciones de las conversaciones del messenger, que luego ponen en otros blogs... es que, por qué habrá gente tan inconciente, como ésos y como yo?
Por lo demás, gracias por aumentar el número de visitas en el contador que instalé.
Un saludo de mi para ustedes.
Oye Vic... caray que gran post este.
ahora que ando desempleado -y gracias a este post- voy a ver si me hacen alguna entrevista de trabajo por alla en el norte.
Chance y me contratan por alla y como prestaciones me dan para manejar una Kalashnikov Atomática modelo 1947... aunque como estan las cosas no se si me contraten sin experiencia.
Saludos
Publicar un comentario