Hacía mucho tiempo que no intentaba escribir decentemente. Hoy me he dado ese gusto y este es el resultado:
Harán tres años
Por el agreste y desolado camino sólo se oía el monótono golpeteo de los cascos de los caballos.
Ocasionalmente, el vuelo de algún pajarillo surcaba el claro y extenuante cielo veraniego en busca de la generosa sombra de un árbol.
Por su frente, sucia y arrugada, resbalaban lentamente discretas gotas de sudor que luego se confundían en la desaseada barba que cubría sus mejillas.
A pesar de la inclemencia del sol del mediodía, en su rostro no se adivinaba ningún signo de malestar. Por el contrario, se diría que, bien mirados, en sus labios se dibujaba una tenue sonrisa; una de ésas que son inescrutables pero definitivamente producidas por el recuerdo de algo grato.
-Por estos días harán tres años, estimado Sancho.- dijo sin desviar la mirada de algún indeterminado punto de la lejanía.
El pequeño y rechoncho escudero, que se ocupaba en refrescarse la frente con el paño que previamente había humedecido en su cuba, se mostró sorprendido con el comentario del viejo caballero.
-¿Decías, mi señor?- preguntó con un tono de genuina curiosidad, mientras que aquél se acomodaba sobre su desgastada y crujiente silla.
-Si Sancho, por estos días harán tres años que la soñé… tres años, Sancho. Cómo pasa el tiempo.-
-Perdona mi señor, pero no alcanzo a entender a qué te refieres.- respondió el contrariado escudero.
-Es muy simple, mi fiel ayudante. Por estos días harán tres años que la soñé a ella. A Dulcinea.- El viejo caballero dejó escapar esta última palabra con un dejo de añoranza, mezclado con una pizca de melancolía y otra tanta de gratitud, mientras en sus ojos, que seguían firmes en la contemplación de una imagen etérea, se reflejó un extraño brillo.
Rústico, como todo escudero, Sancho dio por toda respuesta una sonrisa de incomprensión. Pero al cabo de un momento preguntó:
-Señor, ¿cómo es que puedes recordar un sueño que tuviste hace tres años? Supongo que debió ser muy importante; de otra manera no me explico por qué aun lo tienes presente en tu memoria.
-Eso es lo más extraño, querido amigo- respondió el viejo volviendo por fin la mirada donde su gordinflón asistente.- No consigo explicarme por qué un sueño, que es por definición algo irreal e insustancial, aun perdura en mis recuerdos. Aunque… si te lo narrase… quizá eso me ayudará a descubrir por qué aun lo recuerdo. ¿Quieres escucharlo?- preguntó con optimismo el senil hidalgo.
-Nada hay más interesante en esta hora del día que escucharte, mi señor.- respondió Sancho con un discreto tono socarrón.
-Hace tres años, por estos días -comenzó a narrar el viejo- soñé que en un mundo extraño, un mundo del futuro talvez, me encontraba con una mujer. Toda ella era belleza e inteligencia. Aunque también emoción incontrolada.
Su nombre era Dulcinea.
Yo, mi querido Sancho, que mejor que nadie sabes cuánto aborrezco eso que los comunes llaman amor, nada más mirar sus ojos, en los que se podía entrever la eternidad, caí perdidamente enamorado. A mis años y con la experiencia acumulada, me sentí ridículo. No lo niego.
Pero sucedía algo muy extraño, amigo mío, porque Dulcinea era un sueño dentro de mi sueño. Algo imposible dentro de lo irreal. Yo lo sabía, y aún así no me detuve. Me dejé arrastrar, cual hojarasca al viento, por las corrientes de la imaginación y la fantasía. Ésas que conducen a mundos posibles, donde lo que no es, no ha sido ni talvez será, adquiere una dimensión de existencia tan sólo por el hecho de ser imaginado.
Era tal la atracción que en mi generaba Dulcinea, ése producto de mi inconciente, de mi desbordada imaginación, que no me importó que fuera irreal y que estuviera dentro de un sueño. A lado de ella me vi en esta edad avanzada, compartiendo mis últimos días; y justo cuando el sueño dentro del sueño comenzaba a ser feliz, desperté de él; y luego desperté del sueño en el que me soñaba soñando.
Pero la imagen de Dulcinea me pareció tan real, tan vívida, que por un momento creí que ése sueño me había sido inducido por una ninfa, que ésa noche se había dignado a visitarme.-
Dicho esto, el viejo caballero bajo la mirada y la concentró en sus arrugadas y exangües manos, que sujetaban la desvaída rienda de Rocinante y permaneció en silencio.
-Señor, como sabes, no soy buen entendedor, y menos aún buen observador. Pero veo que el relato de ése sueño te ha puesto melancólico. Y la verdad no veo por qué, si los sueños como lo dijera alguien, no sé quién, sueños son.
Tú sabes a qué me refiero.- dijo el escudero en un intento de devolver a su señor un poco de la vivacidad que ése recuerdo y el inevitable paso del tiempo le habían robado.
-Lo sé Sancho. Y apreció tu intención. Pero la verdad es que no me siento triste, ni me ahogo en la melancolía. Es sólo que me resulta extraño comprobar que aun cuando eso que llaman amor, en el remoto caso de que existiese, sólo dura lo que tiene que durar –así sea sólo un instante en un sueño, el recuerdo que genera, como si se tratase de un tatuaje en la piel, perdura toda la vida. Y en estas cercanías mi ocaso, no sé si el amor exista o no; o si recordar sea bueno o sea malo. No lo sé.- dijo el pobre viejo sin apartar la mirada de sus enclenques manos y prosiguió:
-Pero de algo sí estoy convencido, Sancho: si el amor existiese necesariamente tendría que ser muy parecido a eso que sentí en mi sueño por Dulcinea.-
Después de haber pronunciado estas palabras, el señor de la Mancha volvió a levantar la mirada hacia el porvenir, apuró los costados de Rocinante y cabalgó unos pasos delante de su escudero.
Sólo los cascos interrumpían el silencio.
2 comentarios:
Jorge Luis Borges dijo en algún decálogo para escritores: Evita las parejas de personajes groseramente disímiles o contradictorios, como por ejemplo Don Quijote y Sancho Panza, Sherlock Holmes y Watson.
Saludos afectuosos
Tal vez solo Dulcinea y tu pueden entender lo que verdaderamente sucedión en ese lapso de tiempo...
Tal vez ella también soñó contigo, y de forma inexplicable también te recuerda cada vez que hace un día soleado, por que alguna vez quiso caminar contigo por ese parque donde viste parejas felices riendo... También estoy segura que te recuerda cuando llueve, por que ella imaginaba besarte alguna vez bajo la lluvia... Y más segura todavía de que te recuerda muchisimo, y se juzga a sí misma por hacerlo, por sentirse ridícula e infantil...
Casi estoy segura que Dulcinea también recordó que hace tres años se encontró contigo en ese mundo que ambos soñaron, imaginaron y luego crearon para compartir allí sus deseos, sus pasiones, sus anhelos... Allí donde se amaron tanto...
Dulcinea también lloraría y mucho, si leyera esto que escribes de ella, que aún la recuerdas después de tantas despedidas, después de tantos reencuentros, después de tantos días...
Por fortuna el amor dura lo que tiene que durar (según nomeacuerdoquien), "Tres años"...
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