24 nov 2008

Acerca del chovinismo literario

Una querdísima y persistente visitante de este espacio de naderías y asuntos sin importancia, deslizó cierto reclamo acerca de mi irreverente forma de referirme a los escritores de culto entre los asiduos lectores de antologías literarias.



La verdad es que sí soy irreverente e insolente. Pero no es en modo alguno una actitud irreflexiva, producto de mis impulsos, fobias y filias intelectuales. Se trata más bien de una cuestión de ejercicio crítico, de anticlericalismo y antidogmatismo; o si se quiere y aunque suene atemorizante, de jacobinismo antiidolátrico (whatever it means).
Producto de nuestro precolombino pasado religioso politeísta y de nuestra desgracia de ser el producto de la mezcla entre el animismo y el naturalismo prehispánicos, y del catolicismo pueblerino de los conquistadores españoles, es nuestra insana costumbre de rendirle culto a los ídolos, colocándolos en un pedestal y recubriéndolos de una áurea de divinidad.
Eso, según Freud en mi muy particular interpretación del único texto que he leído de él, que es Totem y Tabú, constituye el cimiento de un tipo de sociedad sumisa, reverente y temerosa. No es casual que a lo largo de la historia de América Latina la constante, más que la excepción, haya sido una forma de dominación vertical y autocrática. En el siglo XX tuvimos nuestro PRI, nuestro APRA, nuestro ARENA; ahora, en el siglo XXI tenemos nuestro socialismo bolivariano, nuestro peronismo reciclado perfumado con Chanel No. 5 y vestido con Vanity, y desde luego, nuestro priísmo en su vertiente vieja y reprobable, y en su vertiente nueva y también reprobable.
De modo pues que está en nuestros genes sociales la tendencia al culto hacia los ídolos; ésos seres que están más allá de las cualidades y aptitudes de los simples mortales... o al menos eso queremos creer, o nos han hecho creer.
En ése contexto adquiere cierto tinte anarcoíde el dadaísmo intelectual; la destrucción de los ídolos como un mecanismo de liberación de la pleitesía y la sumisión. Así que en la tradición del mesianismo, de la cual también somos herederos, yo me asumo como un jacobino antiidolátrico que pretende la liberación de las masas, del yugo de las antologías literarias, diseñadas desde la oficina de algún tenebroso burócrata del correspondiente ministerio de educación pública.
Mirar a Fuentes, a Vargas Llosa, a García Márquez, a Frida Khalo y al panzón apestoso ése que tenía por marido (Diego Rivera, creo que se llamaba), como mortales falibles que eructaban y soltaban pedos, es ponerlos en la misma dimensión humana en la que el resto de la sociedad desarrollamos nuestra existencia. Sin ídolos que dicten voluntariosos designios, cada quien es dueño de sus actos y de las consecuencias que generen. Cada quien puede mirar a la realidad desde su lugar dentro de la misma, e imaginar mundos y realidades diversas que vayan más allá del "realismo mágico", o el "vanguardismo" o el simple cretinismo de los ídolos.
De eso se trata la irreverencia, nada más.
Pero no hay que confundirse. No se trata de lanzarse a criticar a lo puro güey. Aunque de antemano sé que es cierto, no puedo decir que Fuentes es un imbécil sólo porque me cae mal. Es preciso leer su obra, compararla con la de otros autores de su generación, conocer un poco de géneros y figuras de estilo, de estructuras narrativas para poder formar una opinión propia.
Pero incluso esto es algo que estamos perdiendo con el auge de los libros desechables e intrascendentes, que pasman al pensamiento y la imaginación.
Al respecto, y para finalizar, quiero citar textualmente a Vargas Llosa, que con todo y que me cae mal, debo reconocer que es un tipo que se ha mantenido firme en su idea de que el valor que debe de primar por encima de todos los demás es la libertad. Vargas Llosa, a propósito de todo lo anterior dijo lo siguiente:
“Hoy en día está de moda un tipo de novela ligera, light. […] Si El Código da Vinci al final a ti te produce un extraordinario placer y lo que buscas son obras que sean equivalentes, entonces tú nunca vas a poder leer el Ulises de Joyce, nunca vas a leer a Proust, ni vas a gozar con Borges. Yo creo que esas otras lecturas en cierta forma te vacunan, así como las telenovelas te pueden cancelar completamente la sensibilidad para gozar de un tipo de teatro de gran refinamiento, por ejemplo. Porque esas obras, algunas muy bien hechas, que te capturan la atención muy rápidamente, son obras descomplicadas, que no ponen en ejercicio tu inteligencia ni tu capacidad de raciocinio, que no te plantean dudas o problemas. Son una agradable ensoñación, casi como tomarse un tranquilizante: te descansan, te sedan un poco, pero eso crea lectores pasivos, lectores que son los espectadores de telenovelas. ¿Qué inconveniente tiene eso?: que rápidamente puedes llegar a descubrir que si eso es lo que te interesa, entonces ¿para qué leer? Hay un cine, una TV que te da eso mismo. La buena literatura necesita lectores que sean activos, que estén dispuestos a enfrentarse a la complicación, que trabajen codo a codo con el autor, con su imaginación, con sus conocimientos, para poder disfrutar cabalmente la obra. Cosas como El Código da Vinci están totalmente reñidas con eso, es una literatura de otra naturaleza.”

5 comentarios:

LicCARPILAGO dijo...

citando a un barroco cronista taurino: "...presenta derrame hemático en los belfos del cornúpeta" que en lenguaje ordinario no siginfica mas que "al toro le esta saliendo sangre por el hocico".

Asimismo, la buena lectura no es para todos.
la mala si, hasta de los que gustamos de la buena lectura.

Decía mi maestro de mkt que si la gente "ordinaria" sabe uno o dos sinónimos, la "extraordinaria" dobla la cantidad y los "excepcionales" escriben buenos libros.

LicCARPILAGO dijo...

se me olvido:
"jacobino antiidolátrico"

jajajaja.

Anónimo dijo...

¡Eso es todo Dr.! Así es como me gusta leerlo: irreverente, corrosivo y puntilloso.

Aunque tengo la malsana sospecha de que su odio hacia Fuentes y Monsivais fue porque no lo aceptaron en sus tertulias... o por lo menos en el caso de Monsi, porque no le respondió a sus llamadas telefónicas de media noche.

Pero tiene razón, aunque no entendí ni madres eso del jacobinismo antiidolátrico. La verdad es que en eso de inventar términos usted es muy bueno.

En fin, me da gusto saber que aun conserva el espíritu combativo.

El sábado en medio de los alcoholes ya ni le dije, pero está invitado al brindis de fin de año, que ahora nos lo adelantaron para el 13 de diciembre. Ya nos pondremos de acuerdo.

Cuídese.

Mauro

Anónimo dijo...

Interesante tema, estoy de acuerdo con lo que expresas en este espacio; más bien tengo mucho en común acerca de las obras literarias. Dejame comentarte sobre cierta hazaña que tuve hace tiempo cuando colaboraba en el departamento editorial (gracias a la ineptitud, a la diletancia de quienes manejan el departamento fui "desterrada" de ahi) cierto pseudoescritor -sus libros está como para llorar y muy fuera de contexto lo que quiere publicar- hizo comentarios más tontos, más estúpidos sobre los libros de Harry Potter, El Señor de los Anillos y demás libros de éxito comercial, ya sabrás tú.
Hagame el refavron cabor, como puede decir que es un exitazo literario!! cuando no sabe diferenciar entre un buen libro y un pésimo libro. Sopas!!! Con esta clase de gente, aquellos que dicen llamarse "escritores".
Como la ve??
Saludos maese

Anónimo dijo...

Respira profundo y cuenta conmigo: 1,2,3,4,5,6,7,8,9 Y 10.... Ya?.

Take it easy!.

Jacobino antiidolátrico!!
jajajajajaja!!, ay Víc, como te dije el otro día que hablamos por teléfono, deberías hacerte tu propia secta: los Victorianos... ahora agregale es "antiidólatras" y queda perfecta.

Es más, yo me uno!.

Paola