20 jul 2010

Que esté viejito no lo justifica

Quienes han seguido en forma más o menos regular –tan regular como lo permiten mis intermitencias- este blog, saben que cada que puedo defiendo y presumo a la UNAM porque, sin el afán de ser arrogante (aunque resulte difícil creerlo), es la mejor universidad del país según sus resultados académicos, su producción científica y su reconocimiento internacional. Sin embargo, el amor a la Alma Mater no debe ser motivo de autocomplacencia ni autoconsentimiento, porque hacerlo sería renegar precisamente de una de las principales herramientas que se aprenden a emplear en sus aulas, es decir, la crítica.

Resulta que el rector José Narro declaró hace poco que el país no merece lo que le pasa,  refiriéndose a los problemas nacionales, lo cual está muy bien que lo denuncie aprovechando la resonancia que tiene su voz entre la clase política debido al cargo que ostenta. Sin embargo, antes de andar metiendo su nariz en temas de alcance nacional, debería de atender la problemática que padece la Universidad en su interior, pues así como el país no se merece la desigualdad, ni la pobreza, ni la exclusión, ni todos los males que le aquejan, la UNAM no merece que a sus alumnos los asalten adentro de los campus, que la burocracia de las Facultades, Institutos y Centros de Investigación y Difusión de la Cultura absorban cantidades groseras del presupuesto en sus sueldos y prestaciones, cuando bien podrían canalizarse a becar a estudiantes de alto desempeño, ni merece que los partidos políticos traten de intervenir en su vida interna con un afán desestabilizador y de disputa de poder en un campo que debería de ser estrictamente académico.


En el número actual de Letras Libres aparece publicada una entrevista a Guillermo Sheridan, uno de los principales y escasos críticos de la UNAM desde dentro de la propia UNAM. Ahí hace un diagnóstico bastante puntual de los problemas que aquejan a la Universidad y que ponen en franco peligro su viabilidad como el principal proyecto educativo que se ha ideado en el país, lo cual no quiere decir que no existan otros exitosos y dignos de ser tomados en cuenta, como el sistema del ITESM que el propio Sheridan menciona; sólo que en una nación como la mexicana, donde las posibilidades de movilidad social son cada vez más escasas, acceder a la educación superior privada es realmente un privilegio o un sacrificio que muy pocas familias pueden realizar. De manera que la universidad pública y en particular la UNAM como modelo a seguir, tiene que superar sus propios obstáculos para poder ofrecer esa oportunidad a las generaciones presentes y futuras de jóvenes que aspiran a mejorar su situación y la de su entorno a través de la educación profesional.

El rector Narro, si realmente está comprometido con el futuro del país debería de comenzar por intentar poner orden en su propia casa y dejar de lado los discursos de lugar común que lejos de refrendar el papel de la Universidad como “conciencia crítica” lo demeritan. 

La UNAM no es sinónimo de revolucionarios de lápiz y cuaderno, ni de activistas apestosos y barbudos practicando el onanismo mental en salones y explanadas, con invectivas del siglo pasado; si realmente se pretende honrar a esa institución y conservar su calidad de Máxima Casa de Estudios, se deben dejar de lado los dogmatismos, los fundamentalismos, los integrismos y lo más importante: los cretinismos de todos los intelectuales (in)orgánicos que se han arrogado para sí el monopolio de la palabra de todos los universitarios.

La Universidad es plural, abierta y tolerante; en ese espíritu debe de dar cabida a todas las expresiones del pensamiento filosófico, humanístico y científico y no encerrarse en fórmulas anquilosadas que despiden un tufo a formol.

Debe de asumir los valores de la competencia, la eficacia y la transparencia, sin renunciar necesariamente a todos los demás que difunde y reproduce. No puede ser un feudo cultural en medio del avance de la modernidad, porque su tarea fundamental es precisamente estar a la vanguardia y marcar el derrotero por el que se debe conducir al país.

Pero eso no se hace pronunciando discursos bonitos como los del rector Narro, sino haciendo dos cosas muy fáciles pero muy difíciles a la vez: que los estudiantes estudien y que los profesores enseñen. Y son difíciles por todo lo que implican en cuestión de vencer obstáculos burocráticos, de egos personales y de taras mentales.

Que Narro esté viejito no justifica que diga chingaderas, con todo respeto. 

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