El 23 de abril se instituyó
formalmente por la UNESCO como el día para fomentar la lectura y la industria
editorial a nivel mundial. Así que cada año en esa fecha, desde 1996, varios
países organizan una serie de actividades relacionadas con la lectura y con el
ambiente literario.
Existen muchas formas de
acercarse a la cultura y de producirla, pero quizá una de las más notables y
prolijas es la formada por la diada escritura/lectura; y no sólo a nivel
propiamente narrativo, sino también de divulgación, reflexión e investigación
científica; de ello las bibliotecas son una muestra evidente.
A través de un libro se plasman
ideas, experiencias, hipótesis, pensamientos, sentimientos. Es un objeto físico
en el que toman forma visible elementos invisibles. Es la concreción de lo
abstracto y permite la posibilidad de la trascendencia del ser en el tiempo.
Eso son los clásicos.
No obstante, no hay que
generalizar. En los libros también quedan plasmadas ideas insulsas e
intrascendentes como pareciera ser el caso de aquello a lo que da cabida la
industria editorial contemporánea que, en tanto tal, responde a las exigencias
del mercado y basa su oferta en remedios artificiales para las patologías sociológicas
y psicológicas producidas por el vivir cotidiano, que hay quienes catalogan
como posmoderno, pero que desde otras perspectivas resulta realmente difícil clasificar,
porque las causas de aquellas patologías continúan siendo tan básicas como el
miedo, la incertidumbre y la ausencia de sentido e identidad.
De ahí que en la hora actual sea
común encontrar títulos tan deleznables como “El monje que vendió su Ferrari” o
“Caldo de pollo para el alma”, que extrapolan el pragmatismo propio de la
cultura norteamericana la experiencia de lo cotidiano que se viven en otras
latitudes, en las que la falta de un sentido crítico posibilita la adopción de
las recetas fáciles para la “superación personal” que permita al individuo
integrarse al ciclo de producción económica sin mayores contratiempos y sin
conciencia de su lugar y condición en dicho proceso.
Leer siempre es bueno, pero
depende del tipo de lectura qué tan bueno pueda ser. Escribir es bueno, pero si
sólo se hace como un afán bestselleriano se sacrificará la calidad ante beneficio
económico y se dará pauta a la formación de un lector acrítico y visceral.
No habrá mejor homenaje para
honrar al libro en su día, que señalar esa condición y propiciar su
modificación.
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