A todos los que hemos sucumbido a las redes sociales, que
curiosamente y contrario a la percepción imperante, existían aun antes de
Facebook y Twitter, nos ha pasado que por temporadas encontramos tremendamente
aburrido andar fisgoneando en la vida de nuestros amigos o conocidos.
Sencillamente ya no encontramos interesante hurgar en sus
fotografías o en las actualizaciones de su estado o incluso, en los casos de
los amigos que son todavía más farolones
que los que tienen cientos de fotos y emplean la aplicación foursquare, ni
siquiera nos llama la atención enterarnos de los lugares en los cuáles comieron
y las esquinas en las cuales orinaron borrachos.
Cuando eso sucede, los usuarios de las redes sociales que aun
tenemos un poco de sentido común y evitamos eZcRiviR AsI (que por cierto, es
muy laborioso), tenemos la opción de escribir en un blog. Como es mi caso.
Sucede que es viernes por la tarde. Estoy en la oficina.
Técnicamente debería estar haciendo algo provechoso como revisar los pendientes
para la próxima semana o algo parecido. Pero lo cierto es que estoy aburrido. Y
si he decidido escribir este post es simplemente por dos razones: la primera es
entretenerme en algo lúdico y la segunda es hacerte perder el tiempo a ti,
estimado lector. Aunque supongo que coincidirás conmigo en lo que escribí al
inicio de este texto.
Incluso ahora mismo me viene a la mente la duda acerca de
qué hacíamos cuando no existían Facebook, Twitter, Hi5 y todas esas cosas para el
ocio virtual. Al respecto, apenas vagamente recuerdo que solía platicar con las
personas a mí alrededor. Pero eso era en el tiempo en el que platicar con algún
desconocido en forma presencial aun no era percibido en forma sospechosa como
ahora paradójicamente sucede.
Lo paradójico reside en que, ahora, preferimos platicar con
los amigos de nuestros “amigos” del Facebook, aunque nunca los hayamos visto,
ni sepamos absolutamente nada de sus filias y sus fobias, que darle la
oportunidad a la persona que cotidianamente comparte el elevador con nosotros,
de la cual por lo menos sabemos en piso trabaja o en qué número de departamento
vive.
Supongo que son de esas paradojas de la Modernidad en las
que tanto suelen hacer hincapié aquellos teóricos sociales que alguna vez leí. Y
ahora que lo recuerdo, qué buenos eran esos tiempos. Había discusiones con
contenido, argumentos encendidos, replicas vehementes. Incluso había un
vocabulario que aspiraba a la exquisitez. Eran los días, parafraseando a un
escritor que aparentemente nunca plagió a nadie, de las batallas en el
desierto. Últimamente he andado entre la nostalgia y pañuelo.
En fin, que cuando Facebook aburre siempre queda escribir.
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