Mientras el aire soplaba con liviana intensidad, meciendo
suavemente las ramas de los árboles, en el horizonte se observaba con claridad
el lento inicio del andar de la luna llena en esa clara noche de octubre.
Sentado sobre una roca, el discípulo se hallaba plenamente
entregado a la contemplación de ese sublime paisaje cuando subrepticiamente un
recuerdo pasó con gran velocidad por su mente.
Había pasado tanto tiempo desde aquella experiencia que
tenía la aparentemente plena seguridad que se hallaba enterrada en el más recóndito
lugar de su memoria. Pero aun a pesar de la instantánea fugacidad, todo aquello
vino nuevamente a su presente.
Sin duda, era el preludio de algo que, al igual que en ella
ocasión, sería irónico, cómico y mordaz.
Por eso es que lo vemos ahí, sentado sobre la roca con el
semblante apacible. Si observamos bien, podremos ver en los labios del discípulo
la curvatura causada por una discreta sonrisa…
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