Marx, Carlos, no Groucho (pausa
para una cápsula mental: qué anticuado resulta citar al filósofo alemán en
estos tiempos; es como acordarse de “Chispita” ahora que Lucero es la novia de
Jaime Camil en la telenovela que dan en el canal 2 de Televisa, en la que él se
caracteriza de drag queen)… Marx
–vuelvo al hilo de mi exposición- iniciaba el 18 Brumario de Luis Bonaparte, escrito seguramente allá por 1851,
entre Moby Dick y el péndulo de León Foucault, citando a Hegel con aquella
famosa frase respecto a que la historia se repite dos veces; la primera como
tragedia y la segunda como farsa.
Desde luego que el viejo de las
barbas (Marx, no Santa Claus) se refería a los grandes acontecimientos y personajes. Sin embargo, un párrafo más
adelante en la misma obra afirmaba que si bien los hombres hacen su propia
historia, no la hacen a su libre arbitrio, sino condicionados por las
circunstancias actuales y las que les han sido heredadas por el pasado.
Más allá de que Marx y Hegel
puedan caernos gordos por pretensiosos y oscuros, no podemos negar que hay gran
lucidez en su diagnóstico. De modo que tal vez hubieran sido más respetados y
conocidos por el grueso de la masa palurda que todo lo infesta si a sus
reflexiones no les hubiesen puesto cotos de exclusividad para los grandes
sucesos y los grandes hombres. Esto debido a que en la vida cotidiana de los
ordinarios mortales que poblamos este yermo infértil a pesar de las lágrimas
sobre él vertidas llamado mundo, la historia también suele repetirse a veces
como tragedia y a veces como farsa.
Es decir que en ocasiones el Cosmos,
el Destino, el Karma (como ahora vulgarmente se emplea esta palabra para
denotar una situación inexorable como las leyes del Universo) o –si se
prefiere- Dios, confabulan para producir circunstancias similares a
experiencias pasadas en la vida de las personas, aunque con matices
cualitativamente distintos.
Donde generalmente resulta más
fácil adquirir conciencia de esto es en la experiencia amorosa, coquetosa,
sentimental o como el gentil lector que ahora gasta su tiempo en leer esta
baratija mental quiera nombrarle. El punto es que, en ese tipo de situaciones es
en las que se puede observar con mayor claridad cuándo algo adquiere tintes
trágicos y cuándo tintes cómicos o banales.
Es como cuando, en la
adolescencia, donde todo es inocencia y campo fértil para sembrar la delicada
planta de la experiencia, se suscita el primer desamor cristalizado en
sentimientos no correspondidos.
Todos en alguna ocasión sentimos
cómo el alma abandonaba a nuestros cuerpos al escuchar ese primer “no”, o el
todavía más lacerante y lastimoso “sólo te quiero como amigo” pronunciado por
la musa que durante meses y quizá hasta años fue la fuente de arrebato poético
y desbordamiento lírico.
Ya las segundas ocasiones el
golpe pasa y es menos seco. Hay quienes incluso hasta aprenden a disfrutarlo y
a vivir en ese estado de inmunidad sentimental que es el estoicismo. Ya en
estas ocasiones la musa portadora de la primera experiencia trágica se
convierte en la bufona a la cual se le pueden escribir poemas como “Una carroña”
de Baudelaire o letras todavía más domingueras como la de “La tumba falsa”, o
ya en el límite del paroxismo “Que chingue a su madre la que no me supo amar”.
Pero hay otras veces en las que
lo cómico de la experiencia toma la forma de un deja vu. Y es tal vez cuando resulta más hilarante porque sabemos
perfectamente cómo acabará. Por eso sólo queda disfrutar el halago, proyectar
los escenarios, poner en guerra las imaginaciones y –como diría el maestro
Drexler- amar la trama.
Sea tal vez esa la palabra que
podría actualizar la vigencia de la sentencia hegeliano-marxista: la trama
sucede dos veces, una como tragedia y una como comedia. Tal vez hasta en las
mismas latitudes…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario