26 ago 2015

Jacobo Zabludovsky y el terrible juicio de las redes sociales

Hace un par de semanas en una entrevista para el diario italiano La Stampa, Umberto Eco cimbró a la opinión pública global con una carga de profundidad al declarar que las redes sociales le han dado el derecho de hablar a “legiones de idiotas” que se sienten “portadores de la verdad” pontificando sobre prácticamente cualquier tema con la misma pretendida autoridad intelectual de un premio Nobel. Como era de esperarse, además de generar una intensa polémica, el autor de El nombre de la rosa fue sentenciado al escarnio público por esas mismas huestes que criticó con dureza.

Si bien sus palabras hicieron blanco justo en el centro de un fenómeno cada vez más frecuente y preocupante como lo es la presteza de las redes sociales para elaborar y difundir juicios poco sustanciales fundados en información tergiversada o tendenciosa, lo cierto es que también plantean entre líneas un debate en torno a los alcances de la libertad de expresión como punta de lanza de lo que podría considerarse como la democratización del conocimiento y de la propia información, que ha dejado de procesarse en las mesas de redacción de la prensa, en las oficinas de alguna agencia gubernamental o en los cubículos universitarios. Ahora es creada, modificada o inclusive eliminada en línea por comunidades virtuales de aficionados -que no necesariamente expertos- a diversos temas.

Lo anterior ha propiciado la creación de una multiplicidad de versiones de la realidad que lejos de cultivar el conocimiento y nutrir a la opinión pública lo distorsionan y la confunden, respectivamente; amén de fomentar una especie de absolutismo moral desde el cual también se juzga y condena a todo aquello que no comulgue con los valores de la versión de la realidad escogida.

Esto último es lo que ha sucedido recientemente en México con el lamentable fallecimiento de Jacobo Zabludovsky, personaje con claroscuros -como sin duda los tienen todos aquellos que han participado en la arena pública- pero ineludible en las futuras reconstrucciones históricas del México contemporáneo.

Apenas un somero asomo a las redes sociales es suficiente para notar cómo ese fenómeno denunciado por Umberto Eco se ha reproducido fielmente: cientos de usuarios de Facebook y Twitter formulando juicios ligeros y poco informados sobre un periodista que fue simultáneamente obra y artesano de su propio tiempo.

No se adelante el lector a concluir que el resto de las líneas de este texto son una apología de Zabludovsky en contra de las huestes de portadores de la verdad que lo han acusado de manipulador de la verdad y vocero oficioso de gobiernos poco o nada comprometidos con la libertad de expresión y la democracia, porque no es la intención; como tampoco lo es aportar combustible a la pira en la que su tribunal inquisitorio ha decidido condenarlo.

Más bien la intención es invitarlo a colocar al personaje en su tiempo histórico y formarse una opinión informada y equilibrada. Es cierto que como el único comunicador de alcance nacional en la etapa embrionaria de la televisión hizo mutis en muchos acontecimientos informativos; pero también lo es que desempeñó un rol fundacional en el periodismo profesional cuya enseñanza se instituyó a nivel universitario hacia los años cuarenta.

Por otra parte, la relación entre el periodismo y el poder tiene dos facetas: una de fiscalización y denuncia de los excesos de los gobernantes y otra de contubernio y ocultamiento de la información. A lo largo de su extensa trayectoria Zabludovsky conoció de cerca esas dos caras y fue precisamente su sensibilidad para identificar el momento de cambiar y su capacidad para rectificar, lo que lo mantuvo vigente hasta el momento de su partida.


Difícilmente habrá entre los cientos de sus inquisidores alguno que tenga esa habilidad y talento.

El Imparcial 05/07/2015 

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