Hace
unas semanas en un evento de la industria acerera realizado en la Ciudad de
México, los asistentes a uno de los paneles de trabajo cuestionaron con mucho
interés a un reconocido comentarista político acerca de los posibles candidatos
presidenciales hacia 2018, a lo que éste respondió que aun era muy prematuro pensar
en aspirantes definitivos, pero que sin duda uno que estará en la boleta
electoral de junio de ese año será Andrés Manuel López Obrador como candidato
del partido que él mismo fundó. Pero de eso a que tenga posibilidades reales de
ganar ya es otra historia que depende de muchos factores, los más de ellos
ajenos al propio López Obrador. Y si bien el 2018 aun está muy lejos, no está
de más plantear algunas consideraciones que le orienten a usted, estimado
lector, en el intento de comprender el complejo panorama que se observa de aquí
a esa fecha.
Así
pues, lo primero que hay que tener en cuenta es que el universo de aspirantes
pese a parecer demasiado amplio, en realidad se circunscribe a los actores que
actualmente se desenvuelven en el escenario político nacional; esto es, que
difícilmente podrá surgir un aspirante fuerte a la silla presidencial de los
candidatos –principalmente a gobernadores- que triunfen en los comicios locales
de 2016 y 2017. Aunque el control territorial que adquieran los partidos a
partir de los resultados de esas elecciones será un factor estratégico para la
articulación de las estrategias de campaña y por consiguiente, de sus
posibilidades de triunfo.
A
partir de esa premisa fundamental es que las encuestadoras han comenzado a
realizar algunas mediciones, en las cuales es necesario aprender a diferenciar
entre el nivel de conocimiento de un personaje y su intención real de voto.
Así, el que un aspirante sea el más conocido no significa que sea el que
concentra la intención más alta del voto, pues ésta depende entre otros
factores de los niveles de aceptación (conocidos como “positivos”) o de rechazo
(“negativos) de su imagen. El caso de López Obrador es muy ilustrativo de esta
situación. En varias encuestas aparece como el aspirante más conocido, pero
también como el que más negativos concentra (ya si las encuestas están bien
diseñadas o responden a una intencionalidad específica de quien las realiza o
quien paga su realización, es otro aspecto que quizá en alguna otra oportunidad
se podría abordar en este espacio). Lo anterior se refleja en su intención real
de voto que está por debajo del 30% y concentrada principalmente en zonas
urbanas del centro-sur del país.
Por
otra parte y pese a que discursivamente por lo menos desde los años noventa del
siglo pasado los partidos mexicanos se movieron hacia el centro, la inclinación
ideológica de la sociedad mexicana hacia el centro-derecha también es un factor
que influye en forma decisiva en la conformación de la preferencia efectiva del
tal o cual aspirante. Para sustentar esta afirmación basta con observar que en
las últimas tres elecciones presidenciales (2000, 2006 y 2012) el PRI y el PAN
han sumado en promedio más del 65% de la votación nacional, y si bien el PRI es
un partido perteneciente a la Internacional Socialista que agrupa a los
partidos de izquierda del mundo, en los programas de gobierno diseñados e
implementados por los representantes surgidos de este partido se observa
claramente un cariz conservador.
Por
lo que hace a una eventual candidatura independiente para la Presidencia de la
República, en la cual la opinión pública coloca a personajes como el recién
estrenado gobernador de Nuevo León, el ex titular de la SER Jorge Castañeda o
al ex rector de la UNAM Juan Ramón de la Fuente, lo cierto es que lejos de
contribuir a superar la atadura institucional de la democracia mexicana a los
partidos políticos, podría propiciar la continuidad de uno de estos en el poder
debido a la fragmentación del voto, ante la cual la disciplina y la lealtad
partidista además del control territorial que mencionamos líneas arriba, se
vuelven factores estratégicos para sacarle el mayor provecho a ese situación
pues en un escenario de una votación fragmentada la capacidad de movilización y
el tamaño de las clientelas de los partidos se vuelve crucial. De ahí la
conveniencia de que en un futuro no muy lejano se tenga que discutir con
seriedad la introducción de la segunda vuelta electoral para la elección
presidencial, con la cual se evitaría el triunfo de un candidato con menos del
30% de la votación.
En
tanto, las posibilidades de que un fenómeno político-electoral como el del
“Bronco” se pueda replicar a nivel nacional son muy acotadas.
Publicado en El Imparcial 09/10/2015
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