Observar sistemáticamente el acontecer político supone la predilección de meter la nariz en todos lados, políticamente hablando, claro está.
Entre los múltiples requerimientos que plantea el análisis político, además del carácter flemático y arrogante del analista, sobresalen: el mínimo conocimiento de las ideologías políticas, del desarrollo de los procesos históricos y políticos que explican por qué una sociedad funciona de una manera y no otra; pero sobre todo, cierto apego a la objetividad a fin de evitar que los juicios de valor influyan en el tratamiento del problema que es objeto del análisis.
En esta ocasión, pasaré por alto todos esos requerimientos -menos el del carácter flemático y arrogante (porque es inherente a mi personalidad)- para poder exponer mi opinión acerca de los excesos que el Estado mexicano, en su proceso de recentramiento en el escenario nacional, está cometiendo en perjuicio de sus ciudadanos, es decir, toda la bola de calderonistas, lopezobradoritas, carlosfuentistas y octaviopacistas que habitamos este pintoresco país de globos y bicicletas.
Mi estimado amigo Luis, que amablemente se fuma las barrabasadas que suelen aparecer en este espacio, me sugería en uno de sus comentarios que abordarse el tema del liberalismo en uno de mis textos.
Con la promesa de abordarlo de forma más detenida en un texto futuro, aquí haré un sucinto esbozo de qué va más o menos el liberalismo, porque está íntimamente relacionado con mi oposición respecto a los proyectos y dictámenes de ley que se discuten -y eventualmente aprueban- tanto en el Congreso federal, como en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. Así que si bien el abordaje del liberalismo está relacionado con un tema de política local, el planteamiento de fondo pretende ser general.
La libertad, como se sabe, es una acepción polisémica y polivalente; esto es, que tiene diferentes acepciones y diferentes significados. La libertad como valor puede ser negativa, cuando existe un espacio en el que el sujeto puede actuar de la forma que mejor responda a sus particulares objetivos, o positiva, cuando ese mismo sujeto se autoafirma como amo y señor de si mismo para hacer lo que mejor le convenga.
Como concepto, la libertad puede ser entendida desde diferentes perspectivas, en función del estadio histórico, geográfico, cultural y religioso de cada sociedad. En el siglo XVIII y parte del siglo XIX la libertad fue entendida fundamentalmente como la emancipación del poder absoluto de los monarcas. Antes, durante la Edad Media, la libertad tenía una connotación fundamentalmente escatológica, trascendente: solamente el espíritu podía alcanzar la libertad cuando se liberara del cuerpo, las tentaciones y el pecado, para ir al encuentro con Dios.
A finales del siglo XIX, luego de la aparición del constitucionalismo, la libertad fue entendida fundamentalmente en su acepción política como una garantía respaldada por el Estado a sus ciudadanos. Es decir, como la garantía de que los hombres y mujeres podían creer en lo que mejor satisficiera sus necesidades espirituales e ideológicas privadas, de que podían organizarse para poder participar en la vida política, de que podían decir lo que pensaran acerca los temas y personajes públicos, sin temor a ser perseguidos o castigados.
Pero, fundamentalmente, la libertad fue entendida como la garantía de seguridad para los ciudadanos, de que el Estado no atentaría contra sus derechos y su particular espacio de autonomía individual.
De modo pues, que ser liberal supuso desde esos momentos –y aún antes, pues el liberalismo surge a finales del siglo XVII- vigilar y limitar la actuación del Estado para garantizar la autonomía del ámbito privado en el que los individuos desarrollaban sus actividades cotidianas, así como el acceso equitativo al espacio público, a todos aquellos que decidieran participar en él.
Pues bien, con este breve esbozo de lo que significa el liberalismo, se puede señalar la extralimitación del Estado mexicano en su intento de regulación del muy privado gusto por fumar desarrollado por algunas personas.
En lo personal sólo fumo ocasionalmente y estoy conciente del riesgo que implica fumar, así como del riesgo que implica cruzar una avenida transitada con los ojos cerrados, es decir, del riesgo de que mis decisiones, por muy razonadas que puedan ser, tengan consecuencias perjudiciales para mi y para los terceros implicados, como pueden ser aquellos que aspiren el humo de mi cigarro o los conductores que sufrirían tremendo susto al tratar de no atropellarme mientras cruzo la avenida con los ojos cerrados.
No obstante, ni en uno ni en otro caso, el Estado tendría que reconvenirme porque estoy ejerciendo una decisión personal.
Empero, en el caso de fumar, como se supone un problema de salud pública y una externalidad, en la medida en que su potencial costo –enfermar de cáncer pulmonar- no sólo afecta a los fumadores sino también a los que aspiran el humo que el viento se encarga de dispersar por el ambiente, el Estado está en la obligación de imponer ciertas medidas regulatorias; pero cuidando en todo momento que éstas no alteren el principio de equidad que debe privar en toda legislación.
En la legislación que actualmente se pretende imponer, tanto a nivel local en la Ciudad de México, como a nivel federal en todo el país, para garantizar los “espacios libres de humo de tabaco”, el principio de equidad se ha ignorado y la ley, además de ser absolutamente parcial, punitiva y persecutoria, promueve la exclusión y se extralimita en su intento de regulación.
Quienes por traumas personales o simple y llano afán chingativo se molestan hasta porque las moscas al volar hagan “chrrrsss”, encontrarán en esa legislación carta blanca para su jacobino placer de acusar, discriminar y excluir.
Por otra parte, prohibir fumar en bares, discotecas, billares y cantinas, es como prohibir mirarle las nalgas a las prostitutas que ejercen su oficio en la zona de tolerancia: algo absurdo y estúpido. El Estado pretende tutelar a sus ciudadanos y vigilar su esfera privada.
El argumento que se aduce para sustentar esta violación es el de proteger a los no fumadores de los riesgos implícitos en la respiración del humo del tabaco. Sin embargo, así como a las iglesias se va a rezar, a los gimnasios a ejercitar el cuerpo y a los hospitales a curar las enfermedades, así también a las cantinas se va a fumar, a beber y a charlar sobre pendejadas y asuntos sin importancia. Salvo la reserva del derecho de admisión a hombres con uniforme, animales y mujeres embarazadas, a las cantinas, bares, restaurantes y billares asisten quienes así lo desean.
Pero con la nueva legislación pareciera que se habrá de prohibir la entrada a los fumadores. Si eso no es exclusión, marginación y discriminación, entonces qué me digan qué sí lo es.
Como lo mencioné al principio, yo no fumo, o más bien lo hago eventualmente, pero reivindico el derecho que tienen los fumadores a ser parte de la sociedad y a destruir su vida de la forma que mejor les parezca, ya sea fumando, viendo televisión o contrayendo matrimonio…
Que el derecho de los fumadores, que son una minoría, choca con el derecho de los no fumadores, que son mayoría, es cierto. Pero si sólo se garantizan los derechos de las mayorías no sólo se pervierte el principio de la democracia, sino que también se abre la vía para la tiranía de aquellas, que es el puente directo al totalitarismo.
Cierto también que la libertad de los fumadores no empata con el respeto a los no fumadores. Pero es que en la vida social lo que ánima y confiere dinamismo a las sociedades es precisamente el conflicto entre valores. Y éstos, en tanto absolutos, difícilmente pueden empatar uno con otro. De ahí que se deba buscar un equilibrio entre ellos o, dado el caso, dar prioridad al que se considere más importante.
Convencido de que el respeto a la libertad debe de ser la piedra de toque sobre la que se ha de edificar la convivencia social, y convencido de que los índices de contaminación por CO2 (y otros gases pesados), los conductores ebrios, la programación de Tv Azteca y Televisa, los alimentos con alto contenido de carbohidratos, las películas mexicanas donde salen los hermanos Bichir, las relaciones sexuales sin protección, los discursos incendiarios del peje, los discursos somnolientos del Presidente Calderón, los discos de pasito duranguense (y en general toda la música que escucha el populacho jodido y apestoso), los efectos del calentamiento global, los libros de Paulo Coelho, Monsivais, Fuentes y el resto de las momias vivientes, son más perjudiciales para la salud pública, que el humo del tabaco, me revelo en contra de las pretensiones injerencistas del Estado mexicano, y me declaro anarcotabaquista.
Por el derecho de los fumadores a una muerte lenta, silenciosa y dolorosa que habrá de disminuir muy malthussianamente los índices demográficos:
Entre los múltiples requerimientos que plantea el análisis político, además del carácter flemático y arrogante del analista, sobresalen: el mínimo conocimiento de las ideologías políticas, del desarrollo de los procesos históricos y políticos que explican por qué una sociedad funciona de una manera y no otra; pero sobre todo, cierto apego a la objetividad a fin de evitar que los juicios de valor influyan en el tratamiento del problema que es objeto del análisis.
En esta ocasión, pasaré por alto todos esos requerimientos -menos el del carácter flemático y arrogante (porque es inherente a mi personalidad)- para poder exponer mi opinión acerca de los excesos que el Estado mexicano, en su proceso de recentramiento en el escenario nacional, está cometiendo en perjuicio de sus ciudadanos, es decir, toda la bola de calderonistas, lopezobradoritas, carlosfuentistas y octaviopacistas que habitamos este pintoresco país de globos y bicicletas.
Mi estimado amigo Luis, que amablemente se fuma las barrabasadas que suelen aparecer en este espacio, me sugería en uno de sus comentarios que abordarse el tema del liberalismo en uno de mis textos.
Con la promesa de abordarlo de forma más detenida en un texto futuro, aquí haré un sucinto esbozo de qué va más o menos el liberalismo, porque está íntimamente relacionado con mi oposición respecto a los proyectos y dictámenes de ley que se discuten -y eventualmente aprueban- tanto en el Congreso federal, como en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. Así que si bien el abordaje del liberalismo está relacionado con un tema de política local, el planteamiento de fondo pretende ser general.
La libertad, como se sabe, es una acepción polisémica y polivalente; esto es, que tiene diferentes acepciones y diferentes significados. La libertad como valor puede ser negativa, cuando existe un espacio en el que el sujeto puede actuar de la forma que mejor responda a sus particulares objetivos, o positiva, cuando ese mismo sujeto se autoafirma como amo y señor de si mismo para hacer lo que mejor le convenga.
Como concepto, la libertad puede ser entendida desde diferentes perspectivas, en función del estadio histórico, geográfico, cultural y religioso de cada sociedad. En el siglo XVIII y parte del siglo XIX la libertad fue entendida fundamentalmente como la emancipación del poder absoluto de los monarcas. Antes, durante la Edad Media, la libertad tenía una connotación fundamentalmente escatológica, trascendente: solamente el espíritu podía alcanzar la libertad cuando se liberara del cuerpo, las tentaciones y el pecado, para ir al encuentro con Dios.
A finales del siglo XIX, luego de la aparición del constitucionalismo, la libertad fue entendida fundamentalmente en su acepción política como una garantía respaldada por el Estado a sus ciudadanos. Es decir, como la garantía de que los hombres y mujeres podían creer en lo que mejor satisficiera sus necesidades espirituales e ideológicas privadas, de que podían organizarse para poder participar en la vida política, de que podían decir lo que pensaran acerca los temas y personajes públicos, sin temor a ser perseguidos o castigados.
Pero, fundamentalmente, la libertad fue entendida como la garantía de seguridad para los ciudadanos, de que el Estado no atentaría contra sus derechos y su particular espacio de autonomía individual.
De modo pues, que ser liberal supuso desde esos momentos –y aún antes, pues el liberalismo surge a finales del siglo XVII- vigilar y limitar la actuación del Estado para garantizar la autonomía del ámbito privado en el que los individuos desarrollaban sus actividades cotidianas, así como el acceso equitativo al espacio público, a todos aquellos que decidieran participar en él.
Pues bien, con este breve esbozo de lo que significa el liberalismo, se puede señalar la extralimitación del Estado mexicano en su intento de regulación del muy privado gusto por fumar desarrollado por algunas personas.
En lo personal sólo fumo ocasionalmente y estoy conciente del riesgo que implica fumar, así como del riesgo que implica cruzar una avenida transitada con los ojos cerrados, es decir, del riesgo de que mis decisiones, por muy razonadas que puedan ser, tengan consecuencias perjudiciales para mi y para los terceros implicados, como pueden ser aquellos que aspiren el humo de mi cigarro o los conductores que sufrirían tremendo susto al tratar de no atropellarme mientras cruzo la avenida con los ojos cerrados.
No obstante, ni en uno ni en otro caso, el Estado tendría que reconvenirme porque estoy ejerciendo una decisión personal.
Empero, en el caso de fumar, como se supone un problema de salud pública y una externalidad, en la medida en que su potencial costo –enfermar de cáncer pulmonar- no sólo afecta a los fumadores sino también a los que aspiran el humo que el viento se encarga de dispersar por el ambiente, el Estado está en la obligación de imponer ciertas medidas regulatorias; pero cuidando en todo momento que éstas no alteren el principio de equidad que debe privar en toda legislación.
En la legislación que actualmente se pretende imponer, tanto a nivel local en la Ciudad de México, como a nivel federal en todo el país, para garantizar los “espacios libres de humo de tabaco”, el principio de equidad se ha ignorado y la ley, además de ser absolutamente parcial, punitiva y persecutoria, promueve la exclusión y se extralimita en su intento de regulación.
Quienes por traumas personales o simple y llano afán chingativo se molestan hasta porque las moscas al volar hagan “chrrrsss”, encontrarán en esa legislación carta blanca para su jacobino placer de acusar, discriminar y excluir.
Por otra parte, prohibir fumar en bares, discotecas, billares y cantinas, es como prohibir mirarle las nalgas a las prostitutas que ejercen su oficio en la zona de tolerancia: algo absurdo y estúpido. El Estado pretende tutelar a sus ciudadanos y vigilar su esfera privada.
El argumento que se aduce para sustentar esta violación es el de proteger a los no fumadores de los riesgos implícitos en la respiración del humo del tabaco. Sin embargo, así como a las iglesias se va a rezar, a los gimnasios a ejercitar el cuerpo y a los hospitales a curar las enfermedades, así también a las cantinas se va a fumar, a beber y a charlar sobre pendejadas y asuntos sin importancia. Salvo la reserva del derecho de admisión a hombres con uniforme, animales y mujeres embarazadas, a las cantinas, bares, restaurantes y billares asisten quienes así lo desean.
Pero con la nueva legislación pareciera que se habrá de prohibir la entrada a los fumadores. Si eso no es exclusión, marginación y discriminación, entonces qué me digan qué sí lo es.
Como lo mencioné al principio, yo no fumo, o más bien lo hago eventualmente, pero reivindico el derecho que tienen los fumadores a ser parte de la sociedad y a destruir su vida de la forma que mejor les parezca, ya sea fumando, viendo televisión o contrayendo matrimonio…
Que el derecho de los fumadores, que son una minoría, choca con el derecho de los no fumadores, que son mayoría, es cierto. Pero si sólo se garantizan los derechos de las mayorías no sólo se pervierte el principio de la democracia, sino que también se abre la vía para la tiranía de aquellas, que es el puente directo al totalitarismo.
Cierto también que la libertad de los fumadores no empata con el respeto a los no fumadores. Pero es que en la vida social lo que ánima y confiere dinamismo a las sociedades es precisamente el conflicto entre valores. Y éstos, en tanto absolutos, difícilmente pueden empatar uno con otro. De ahí que se deba buscar un equilibrio entre ellos o, dado el caso, dar prioridad al que se considere más importante.
Convencido de que el respeto a la libertad debe de ser la piedra de toque sobre la que se ha de edificar la convivencia social, y convencido de que los índices de contaminación por CO2 (y otros gases pesados), los conductores ebrios, la programación de Tv Azteca y Televisa, los alimentos con alto contenido de carbohidratos, las películas mexicanas donde salen los hermanos Bichir, las relaciones sexuales sin protección, los discursos incendiarios del peje, los discursos somnolientos del Presidente Calderón, los discos de pasito duranguense (y en general toda la música que escucha el populacho jodido y apestoso), los efectos del calentamiento global, los libros de Paulo Coelho, Monsivais, Fuentes y el resto de las momias vivientes, son más perjudiciales para la salud pública, que el humo del tabaco, me revelo en contra de las pretensiones injerencistas del Estado mexicano, y me declaro anarcotabaquista.
Por el derecho de los fumadores a una muerte lenta, silenciosa y dolorosa que habrá de disminuir muy malthussianamente los índices demográficos:
anarcotabaquistas del mundo, ¡uníos!
P.S A mis habituales, gracias por sus felicitaciones en ocasión de mi cumpleaños. Fueron pequeños detalles con un gran valor afectivo para mi. El festejo será el viernes. Como buenos albañiles iletrados en quincena que somos, mis cuatachos y yo, nos vamos a poner a tomar cervezas en la esquina de Avenida Universidad y Eje 10, por si le quieren caer. Nada más advierto que cuando ya estamos borrachos nos da por cantar canciones de despecho e insultarnos con calificativos tan raros como "popoltiano".
P.S 2 Qué noche tan agradable la de ayer martes. Corría un airecito fresco muy suave.
3 comentarios:
Yo fumé muchisimo hace algunos años y ya desde hace bastantes mas que deje de hacerlo por problemas medicos provocados por mi mismisimo vicio.
Como todos los dias hoy sali a comer de 14:30 a 15:30 y tengo una anecdota ad hoc para este post que a continuacion les narro:
En el Restaurante me sente en la risible "Area de No Fumar" y en la mesa de enfrente se sento una señorita que pidio un cenicero y saco su cajetilla.
No dije nada porque soy altamente tolerante aunque mis pulmones no lo sea y mi nariz haya protestado manifestandose con un escurrir de mocos desde el primer aroma del cigarrillo.
Sin embargo una madre de familia que tambien era vecina de mesa protesto energicamente tanto a la señorita fumadora como al manager del restaurante. Esta señora estaba acompañada por dos niños de no mas de 7-8 años y una carreola con un bebe en su interior.
La fumadora canceló lo ordenado, recogio sus cosas y se fue del restaurante, mientras los demas contiuamos comiendo.
Reflexione y pense que con toda confianza la fumadora podria haber salido del restaurante un par de minutos a degustar su cigarrilo y regresar a comer y haber evitado la escena. O bien haber respetado el letrero y ubicarse en la sección de fumar.
Porque los fumadores si pueden hacerlo fuera del restaurante pero los Comensales no pueden hacerlo fuera del mismo!!!
Encuentro este post totalmente parcial y aunque esta perfectamente sustentado esta escudado en un intento por señalar una discriminación, que personalmente me resulta risible. Como ejemplo recuerdo al equipo de futbol polemico, aquel tri gay, que logro hacer su propio mundial, Un gran logro para la minoría sin duda, pero una gran discriminacion hacia los que no son gays... después van a querer hacer un mundial de chinos o de negros.
en lugar de que las minorías busquen su integración, siempre estan en la consecución de la auto-segregación.
Lo mismo con los fumadores.
Esta ley que afectara la economia de un modo muy importante y tambien sera la patada en el trasero que animara a los fumadores con poca fuerza de voluntad a dejar su negligente vicio.
Recordemos aquel adagio: "la salud es primero"
saludos.
y continuo pendiente de los siguientes post de este magnifico blog.
Muy interesante análisis.
La verdad, asuntos relacionados con la convivencia entre individuos, con la libertad tanto de unas personas como de otras... siempre será algo delicado.
Por un lado estoy de acuerdo en que gente que no fuma, no tiene porqué sufrir los efectos del humo del tabaco de personas a las cuales si les agrada.
Perooo tampoco es del todo, justo o correcto que se les limite de esa manera.
Como dices, que billares, discos y bares no permitan el uso del cigarro es wow! increíblemente estúpido ¬¬, no se, algo bastante inusual, como puede ser??!!!
Te lo paso de lugares de recreación familiar, o restaurantes... pero a tal extremo?
En fin, ps esperemos que todo pueda resolverse bien para ambas partes n.n
Algún día lograremos ese equilibrio, que no? o.O
Interesante sin duda el comentario que hace Juan, liccarpilago, acerca de la integración social de las minorías.
El problema es que las minorías son la línea de tensión entre el liberalismo y la democracia.
Por una parte, en tanto producto de la pretensión universalista -algunos dicen eurocentrista, pero sería discutible- del proyecto ilustrado, el liberalismo supone que todos los hombres tienen los mismos derechos y, por tanto, las mismas libertades.
De acuerdo con tal supuesto, o habría necesidad de legislar o garantizar derechos particulares, como los de las etnias o los grupos sociales minoritarios.
Sin embargo, en la democracia el respeto a las minorías es fundamental para mantener el principio de equidad implícito en la ley. De lo que se sigue que las minorías tienen que ser protegidas ante los potenciales excesos de las mayorías.
Piénsese por ejemplo en el caso de los conflictos étnicos, en los que una mayoría puede avasallar, discriminar y excluir a las minorías, mediante disposiciones legales y mecanismos de representación.
Por tanto exigir a una minoría "integrarse" a una sociedad, sería tanto como pedirle renunciar a una parte constitutiva de su identidad cultural.
Es un tema muy complejo.
Sin embargo, lo que aquí me interesa señalar, no es tanto el derecho de los fumadores a fumar y el de los no fumadores a respirar aire libre de humo de tabaco; lo que me interesa y preocupa es la intromisión, la extralimitación, que está ejerciendo el Estado a través de la legislación en el ámbito privado, en el que las personas podemos hacer lo que mejor nos venga en gana.
Que con esas prohibiciones se garantiza elevar el standard de calidad del aire que respiran los niños, inocentes criaturas que no merecen ser pervertidas por las desviaciones y consecuencias perversas de la modernidad, es también un argumento simplón, sentimentaloide y excesivamente cándido.
Los niños respiran aire contaminado, consumen comida chatarra, miran violencia televisada en tiempo real, juegan video juegos tétricos, violentos y con alto contenido sexual, ven discutir a sus padres y ansían conocer a Chabelo; qué más dañino para la salud de un niño puede existir además de todo esto?
En fin, es un debate bien interesante. Pero reivindico mi posición de rechazo a la pretensión estatal de tutelar la vida de los ciudadanos.
Saludos y gracias por compartir tu comentario.
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