De ordinario no le reconocemos a la vida el enorme valor que tiene.
Aunque parezca una obviedad, pasamos el tiempo ocupados en vivir y estamos tan habituados al proceso vital, que posiblemente hace mucho tiempo dejó de parecernos fascinante.
Sin embargo, hay ciertos momentos, infames quizá, que nos hacen apreciar nuevamente la vida con todo lo que lleva implícito.
Hoy por la tarde uno de esos momentos infames me produjo tal perturbación y sentimiento de angustia y tristeza, que realmente le agradezco a Dios estar vivo.
Mientras conducía por la carretera, de regreso a la ciudad, presencié un accidente automovilístico impactante por la magnitud y por la tragedia: cuatro muertos.
Desafortunamente en el tiempo que tengo conduciendo por las carrereteras he visto muchos accidentes, e incluso yo mismo estuve involucrado en uno hace cosa de dos años. Sin embargo nunca había visto uno tan fatal e impresionante como ése que vi hoy.
Talvez fue porque cuando pasé por el lugar recién había sucedido y apenas se aproximaban los servicios de emergencia. Talvez fue porque los tres automóviles involucrados quedaron hechos añicos, con sus partes regadas por ambos carriles de la carretera. O talvez -posiblemente eso haya sido- porque vi los cuerpos inertes, tendidos sobre el asfalto, bañados en sangre; o prensados entre los fierros retorcidos.
No lo sé. Pero fue una impresión tan fuerte, que aun ahora, después de tantas horas, no he logrado recuperarme.
Todo el camino vine pensando en las familias de esas personas, en sus mamás, sus hermanos, sus esposas, sus hijos. Ellos son los que van a sufrir cuando se enteren que la imprudencia de alguno de esos conductores hizo que 4 de 8 o 9 personas involucradas, hallan fallecido.
Sin embargo, conservé el aplomo y unos kilómetros más adelante, paré en una capilla donde encedí una veladora que, según la fe en la que crecí, ayuda a sus almas a encontrar el camino correcto hacia la salvación.
Ojalá que así sea.
Cuando llegué a casa, llamé a mi mamá y le dije lo que casi nunca le digo, ni a ella ni a las demás personas que quiero: que la amo.
P.S. No sé por qué siempre que digo que no creo en la existencia del amor, me miran como hereje, o en forma condescendiente; como si fuera un extraviado o un retrasado mental.
No creer en el amor no significa que haya renunciado a los placeres carnales del mundanal ruido.
Además, aclaro, que lo que es objeto de mi incredulidad son todas las cualidades del ideal del amor, porque todas apuntan a la perfecciòn y nosotros, los humanos, somos imperfectos; luego entonces no podemos aprehender algo perfecto.
Por lo demás, disfruto de estar con las personas que me quieren y que quiero. Aunque algunas en estos momentos andan en el norte del país: la Caro y la doctora.
3 comentarios:
Doctor, me sorprende que usted se haya sorprendido por un accidente en la carretera. Sobre todo porque tiene alma de camionero y -eso suponía hasta ahora- nervios de acero.
Recuerdo aquella vez que fuimos a Zipolite y se echó toda la noche manejando... pero bueno, debe ser la edad la que lo está haciendo sensible y humano, demasiado humano.
Respecto a lo que escribió del amor, que no le importe lo que piensen los demás acerca de lo que usted piensa. Ellos son legos y no alcanzan a comprenderlo a usted, divinidad que pasea entre los mortales...
Cuídese Doctor y espero ya verlo repuesto en la Facultad.
Mauro
Te entiendo, aveces ver esas cosas u otras cosas que la pasan al resto hacen cuiesionarse a uno mismo y su vida...
Trata de decirle a tu mama mas seguido que la quieres...
Un abrazo
el amor es una presunción, en el cual sólo creemos si lo sentimos, y sin embargo lo sentimos todos... opino que el amor es un estado mental.
de lo otro: más vale tarde que nunca, no? aunque para ello hayamos debido ver la crudeza del término de la vida.
saluditos!
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