14 mar 2008

Amor y libertad

Ayer sostuve una agria discusión con una colega –bueno, no precisamente colega de profesión, pues ella es (que Dios la perdone) comunicóloga, pero sí colega profesora- acerca de la relación entre amor y libertad.

De no haber sido porque somos dos personas maduras, concientes, profesionistas y universitarias, habríamos terminado liándonos a golpes. Pero en lugar de ese bochornoso desenlace, terminamos haciéndonos recriminaciones mutuas, que no sé por qué me hicieron recordar las canciones de Pimpinela con las que mi mamá me torturaba cuando era niño.

El punto es que ella afirmaba vehemente que el amor era la entrega total y absoluta a la otra persona; que por tanto era el resultado de una decisión segura, determinante y plenamente acertada. De manera que entre amor y libertad no existía tensión alguna, antes al contrario, se trataba de dos valores que se complementaban.

Sin embargo, yo argumentaba –y modestia aparte, con mucho más elocuencia y claridad- que amor y libertad eran dos valores mutuamente excluyentes; que esa idea de entrega total y absoluta significaba la renuncia conciente, aunque estúpidamente razonada, a la libertad, a la voluntad individual y, por tanto, a la capacidad de decidir.

Y es que ese es el gran riesgo del amor, o cuando menos, de ése cúmulo de sentimientos confusos y a veces contradictorios, a los que, al no encontrar otro nombre más preciso, les hemos denominado como amor. El amor cuando surge intempestivo e imprevisto, relega a la libertad y cercena la racionalidad. Aunque cueste aceptarlo y aunque a más de un lector oficioso le haga fruncir el ceño, hay que reconocerlo: el amor nos vuelve imbéciles.

La libertad en el amor difícilmente puede tomar parte activa, porque en estricto sentido, ni siquiera podemos escoger de quién enamorarnos. Podemos, eso sí, escoger a alguien que nos atrae, sea por la cualidad que sea; pero de ahí a escogerlo como objeto de nuestro amor, hay una gran distancia.

El amor, para ser tal, precisa de la anuencia de los dos amantes. De lo contrario sería simple obsesión. Pero además, el amor y el enamoramiento, no son dos acontecimientos y sentimientos que puedan ser planeados; es decir, uno no pone en su agenda: 6:00 p.m Cita con el dentista; 8:30 p.m enamorarme de la primera mujer que se cruce en mi camino. Es algo absurdo.

Amor y enamoramiento son dos actos contingentes, y por tanto, ajenos a la libertad individual. Son más bien, dos tiranos que intentan someter a la razón –locus de residencia de la libertad- por la vía de los sentidos.

Y eso de la entrega total y absoluta como señal clara del amor, bueno, pues es una completa, reprobable, horripilante y condenable aberración.

La entrega total y absoluta sólo puede existir en un solo tipo de amor: el amor verdadero que es el amor divino. A esa clase de amor en teología se le conoce con diferentes denominaciones: ágape, charitas, amor oblativo. Tiene una connotación salvífica y sólo Dios puede darlo. En la Cristología el mayor ejemplo de amor oblativo es la crucifixión de Jesús (que muchos protestantes, en su ignorancia del auténtico conocimiento teológico, no entienden). Y sólo en este caso amor y libertad han coincidido, pues Cristo se sacrifica a si mismo para liberar a los hombres del pecado.

Sin embargo, en el mundo de los ordinarios mortales, decir que el amor debe de ser entrega total y absoluta es un despropósito y una insensatez descomunal. Es renunciar a la libertad, a la voluntad y a la capacidad de autodeterminación. Es someterse a la tiránica voluntad de otro.

En fin, que la única relación, el único vínculo, que puede existir entre amor y libertad es la decisión.

Cuando se toma una decisión relacionada con el amor, ésa decisión debe ser conciente, razonada y sensata. Esto para que sus consecuencias, sean buenas o malas, no se conviertan después en fuentes de lamentación, autorecriminación, angustia y ansiedad.

Esa es, desde mi perspectiva, la única relación que puede existir entre amor y libertad: estar concientes de las decisiones que se toman y asumir a cabalidad sus consecuencias.

Lo demás es simplemente guión de telenovela.


P.S No sé cuántos de todos los tres que leen este espacio tendrán vacaciones la semana que viene; pero mis alumnos y yo sí tendremos.

Y bueno, la verdad es que todavía no sé si saldré de la ciudad, porque tengo que trabajar en la traducción y fichaje de unos artículos para un proyecto de investigación. Además de que eso de hacer el tour de visita familiar de repente llega a ser bochornoso, pues supone capotear preguntas incómodas del tipo “¿ya te casaste?”, “¿pero piensas hacerlo?”, “¿y tú novia, por qué no la trajiste?”.

Como sea, fiel a la tradición aprendida de mis maestros, he aquí algunas recomendaciones bibliográficas para estas vacaciones:

La catedral del mar, Idelfonso Falcones, Grijalbo. Es una novela que apenas he comenzado a leer, pero está muy buena. La historia de Bernat y Arnau Estanyol es sensacional, y el manejo de las emociones y los escenarios que hace el autor le imprimen un ritmo absorbente.

Historia del Rey Transparente, Rosa Montero, Punto de Lectura. Esta es una novela de esas que son estrictamente para pasar el rato; es decir, no hay mayor reflexión, ni mayor interés que el de disfrutar de la narración, por lo demás, muy bien estructurada. Es la historia de una campesina medieval, que para salvar la vida se disfraza de caballero y emprende una serie de aventuras muy entretenidas.

El diablo tiene nombre, Francisco Asensi, DeBolsillo. Una historia de miedito, aunque con algunos datos curiosos que vienen ad hoc con los días de guardar, pues tienen que ver con los evangelios apócrifos, el verdadero nombre del diablo y los exorcismos. La trama es súper emocionante y los tiempos de la narración atrapan inmediatamente.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

OK, chale maese!! Yo a ti, con insistencia, te voy a dejar de tarea para las vacaciones que leas Amor y Occidente eh??
Tiene algo que ver con el tema q publicaste el día de hoy.
A ver si regresando ya hayas leido por lo menos una parte.

Anónimo dijo...

Primero... a veces es más sano acabar las discusiones a golpes que con recriminaciones...jejeje

Segundo...qué casualidad. El viernes pasado me hicieron en mi oficina una cena de despedida por mi inminente mudanza a México y me regalaron "La Catedral del Mar". No tengo vacaciones, pero empezaré a leerlo, claro que si.

Un abrazo compañero.

Anónimo dijo...

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siendo ateo, agnostico y demas cosas similares, pero siguiendo la concepcion teologica, el "acto" de Jesucristo resulta el mas puro acto filantropico de la historia (filantrópico tambien en su mas puro significado)

y si, en efecto, la ecuación amor/libertad es extremadamente simple: no es ningun tipo de sintesis entre las partes, es el acto de ceder libre y cabalmente de una parte ante la otra, tolerancia por turnos, pues.

como bien lo decia pimpinela: unas de cal por las que van de arena.

jejeje... gran post.