1 jul 2008

De la tarde nublada y otras nimiedades

La tarde está nublada. Afuera, en los pasillos, todo es silencio.

A lo lejos se escucha el estruendo de los relámpagos. Anuncian la torrencial lluvia que poco a poco se irá aproximando.

En el reproductor de música suena la “Samba del olvido” de Jorge Drexler. La melancolía ronda cerca. En el ambiente se percibe su sombría presencia…

…y por si fuera poco, padezco una lumbalgia que me está fastidiando tanto la espalda, que hasta la inspiración para seguir escribiendo como compositor de trova barata, me ha abandonado.

No sé si sea a causa del clima lluvioso; o si sólo sea un reflejo o un pretexto somático para hablarle nuevamente a la doctora corazón. Pero el caso es que desde ayer mis movimientos corporales parecen los de un anciano de 90 años, con el debido respeto a los ancianos de 90 años, que ahora tienen que sufrir la payasada esa de “adultos en plenitud” con la que las politically correctness minds pretenden llamarlos, para sentirse más progresistas.

Hacía mucho tiempo que no sentía ése dolor muscular en la parte baja de mi espalda, que recorre sin piedad toda mi pierna derecha (obligándome por momentos a caminar como el Dr. House). Pero ahora ha vuelto y es tan molesto que se ubica en la zona limítrofe entre lo incómodo y lo insoportable.

Por fortuna la Yarita no me odia tanto como para ser indiferente ante mi dolor. O quizá sea su deber profesional. Pero desde la lejanía de Saltillo, Coahuila, y sin más información que la que le he dado por teléfono, me ha recetado un anti inflamatorio (Celebrex) que apenas comienza a hacer efecto y me ha dicho que tengo un déficit de potasio.

Y bueno, eso me hacer pensar retrospectivamente en la Yarita; desde su moda hippiosa y contestataria de aquellos primeros días en que nos reencontramos, por causa de una conjuntivitis que aquejaba a mi ojo izquierdo; hasta ahora, que se perfila como una exitosa internista que viste trajes formales y zapatos de tacón…

… en fin, que no sé por qué estoy escribiendo esto; quizá se deba a las primeras gotas de lluvia que comienzan a caer afuera, o talvez al viento que mece con fuerza las ramas de los árboles. O más simple aún: posiblemente se deba al hecho de descubrir que para mi el amor no dura tres años, como dice mi gurú en el tema, Frédéric Beigbeder, sino a lo mucho 24 o 25 meses, que vistos así, pues son mucho tiempo. Por eso es que hasta ahora he comprendido plenamente esa frase de Augusto Monterroso que en un principio me pareció estupida: el amor es mientras todavía no lo es del todo.

¡Pero qué diablos! Me he vuelto un chico sensible, e influenciable, además. Ya sólo falta que me ponga a leer Por qué los hombres aman a las cabronas, Los hombres las prefieren idiotas, o brutas o tontas, o como sea; o Quién se ha robado el Ferrari del monje que fue a vender queso… o una cosa de esas. Y bueno, ya que estoy en esto, y aprovechando que este infame dolor que ni siquiera me permite recargar totalmente y durante mucho tiempo la espalda en el respaldo de mi silla, me irrita; pues diré que ése tipo de literatura me jode. O sea, qué o quién es una mujer “cabrona”; ¿acaso por cabrona debe entenderse el muy psicológico terminajo ése de la “asertividad” con el que los reclutadores de recursos humanos pretenden apantallar a los miedosos solicitantes de empleo? ¿o peor aún, las “cabronas” son las que comúnmente son conocidas en los bajos fondos del resentimiento emocional como unas “hijas de la chingada”?

En lo personal no sé bien a bien qué demonios significa esa palabreja, ni siquiera en su aplicación al género masculino. Cuando me han dicho “eres un cabrón” el significado de tal adjetivo, como el de todos aquellos viperinos, ha sido polisémico. Unas veces ha denotado “arrojo”, “valor”, eficacia”, y otras, creo que las más, “hijoeputamaleducadochingativopretensiosoyarroganteporquenotemuerescabron”.

Así que aplicado a las mujeres, ignoro cuál sea el significado de su cabronez, cabroncididad o cabronería, o whatever it means. Pero sea cual fuere, la verdad es que en cuestiones de elección, yo sólo pido una sola cosa en una mujer: que piense. Nada más.

Ya si por azares del destino además de tener el intelecto de Hannah Arendt, mi prospecto de chica chic tuviera un cuerpo escultural, voluptuoso e incitante (y excitante) a abandonar mi voto de celibato temporal, pues creo que pensaría seriamente descender de nueva cuenta al mundo de los ordinarios mortales. Pero como los cuentos de hadas sólo existen en los cuentos de hadas, pues me resigno a continuar descifrando el enigmático significado de la supuesta cabronudez que a los hombres nos gusta de las mujeres.

Mientras tanto, ya me acordé que lo que en realidad quería hacer en estas líneas era explicar la frase ésa de Monterroso, que casualmente es paisano del conocido filósofo del personal del servicio doméstico, conocido como Arj.. ¡ése!, de Guatemala.

El amor es mientras todavía no lo es del todo significa que el amor es cualquier cosa menos felicidad; que dura (lo que dura dura) mientras no adquiera una forma institucional como el matrimonio o la unión libre, que de ser una expresión de rebeldía sexual y espíritu libertario, se ha convertido en otra forma de velada esclavitud y sometimiento al yugo del debito coyungal.

En momentos como éste me lamento de no haber nacido en Arabia, donde no existe la ridícula idea de la fidelidad, y ésta sólo existe en los aparatos de sonido. Es que ¿por qué tendríamos que permanecer fieles a una sola pareja, y reprimir nuestros impulsos sexuales -por lo demàs propios de nuestra naturaleza animal- ante otra persona que ejerza su fuerza de atracción sobre nosotros, débiles unidades de carbono?

Creo que la culpa la tienen Pablo de Tarso, Rousseau y Barbara Cartland. A ellos se debe nuestra infelicidad, nuestras frustraciones y la infelicidad y frustraciones de los jueces familiares, que con tantos expedientes de divorcio apilados en sus escritorios, no tienen ni las fuerzas ni los ánimos suficientes para entregarse a los salvajes aquelarres sexuales con sus secretarias, que de esta manera se convierten en fantasías quiméricas que el capitalismo se ha encargado de explotar, convirtiéndolas en una pujante industria que va desde canciones como “A ti te gusta la gasolina”, pasando por “La vecinita tiene antojo”, hasta filmes delirantes como “The secretary” o “Las edades Lulú”…

… en fin, en fin; creo que he exagerado un poco. Mejor me dedicaré a contemplar la lluvia a través de la ventana… y a padecer este infame dolor.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bien, yo soy mujer y te puedo decir, que el termino cabrona es un termino de moda, es divertido, pero innecesario.

En cuanto a lo de la fidelidad y el impulso sexual, creo que hay razón en lo que dices, yo creo que uno sólo es fiel cuando esta con la persona prescisa, para saciar el impulso y pasar un buen momento, respecto al amor, creo que primero tendríamos que definirlo y si no se puede que es lo más probable, sería necesario reinventarlo. Espero que mejores de tu dolor.

LicCARPILAGO dijo...

carambas...

¿estas seguro que lo que tomaste fue un antiinflamatorio?

se me hace que no.

como que me esta aquejando un dolorcillo parecido...

entre el amor y el sexo solo estan juliette y justine.

Saludos