No. No me refiero a los establecimientos públicos a los que las amas de casa acuden a hacer la compra de la semana. Me refiero más bien a esas entelequias que suelen mencionar con cierto toque de arrogancia los economistas y los expertos en finanzas. Y aunque ahora son efectivamente lugares no localizables geográficamente, en sus inicios los mercados eran precisamente los sitios a los que las personas acudían libremente a comerciar e intercambiar sus productos.
Ésa sería precisamente una definición básica de mercado, es decir, un lugar al que concurren libremente los agentes económicos a intercambiar bienes y servicios. Y cabría, además, poner énfasis en los sujetos que realizan los intercambios, porque son precisamente ellos los que le confieren dinamismo a los intercambios comerciales y los hacen cada vez más complejos y riesgosos.
En los últimos días, a raíz de la crisis financiera iniciada con la quiebra de algunos de los bancos más importantes de los Estados Unidos, ha sido muy común escuchar o leer en los medios de comunicación que los mercados están muy nerviosos, que hay volatilidad e incertidumbre. Y eso está muy bien bajo el supuesto de que la mayor parte de las audiencias o los lectores de la prensa son expertos en economía y finanzas; pero está muy mal si se considera que en realidad la gran mayoría de las personas apenas si sabemos que los billetes sirven o para gastarse o para ahorrarse (aunque más para gastarse), y que no entendemos a qué demonios se refieren los presentadores y expertos de CNN cuando hablan de “los mercados”, la “volatilidad” y la crisis del “sistema financiero internacional”.
En atención a esa situación es que he considerado desempolvar los escuetos conocimientos que logré captar en mis clases de Economía I y II, aprendidos en la Facultad, y de Teoría Económica y Economía Política, aprendidos en la Facultad de Economía, dónde tomé estos cursos sólo porque había una chica que me gustaba mucho. Aunque al final creo que sí sirvieron de algo.
Y bueno, entrando en materia debo comenzar por decir que del conjunto de las ciencias sociales, la única que en estricto sentido merece el status de ciencia es precisamente la economía, porque ha desarrollado métodos cuantitativos, modelos matemáticos y enfoques pragmáticos de la conducta humana relacionada con la producción y el intercambio de bienes escasos.
El viejo Marx lo sabía muy bien y por eso fincó gran parte de su teoría del cambio social en el estudio de la economía. Lo que pasa es que ahora ya nadie lo lee y sobre sus obras pesan enormes prejuicios que sólo reflejan la ignorancia de quienes los formulan.
Weber también lo supo y también dotó de cierta base de ciencia económica su teoría sociológica. Su estudio sobre la ética protestante y el espíritu del capitalismo, y desde luego su “Economía y Sociedad” son los dos ejemplos más importantes.
Y qué decir de Schumpeter y las conexiones que estableció entre economía y democracia, las cuales aunque comenzaron a desarrollarse desde los años setenta en universidades norteamericanas como la de Virginia o Harvard, por economistas como Anthony Downs, Albert O. Hirschman, James Buchanan o Douglas North, apenas hace algunos años comenzaron a difundirse como una novedad en México, especialmente en pretendidas instituciones de elite (como el ITAM o el CIDE) que pretenden obtener oro a cambio de espejitos.
En fin, que aunque la economía es la ciencia social por antonomasia, es demasiado importante como dejárselas solamente a los economistas, que por lo demás son tanto o más aburridos que los politólogos; pero eso sí, mucho mejor pagados.
Así que para poder entender acerca de los asuntos económicos no es necesario haber asistido cuatro largos años a una Facultad de Economía. Basta con tener claros algunos procesos y términos básicos.
En el caso de la tan mentada crisis financiera internacional, que bien vista no lo es tanto -no tan internacional, quiero decir- basta con entender qué es un mercado, cuántos tipos de mercados existen y cómo funcionan.
La primera ya fue resuelta líneas arriba, un mercado es un lugar al que concurren libremente los productores y los compradores a intercambiar bienes y servicios diversos.
Los tipos de mercado están en función del tipo de productos que sean objeto del intercambio comercial, por tanto pueden existir mercados agrícolas, de servicios, de vivienda, etc. Sin embargo, para evitar la confusión y complejidad que implicaría entender y analizar cada uno de esos mercados, en la macroeconomía se han clasificado en dos grandes rubros; uno es el del mercado de bienes y servicios, en el que se intercambian toda clase de objetos tangibles y trabajo físico o intelectual; el otro es el mercado de valores, en el que básicamente se intercambian títulos de valor por crédito, es decir, documentos que representan la propiedad de una parte proporcional de un bien tangible, denominado activo, a cambio de dinero, cuyo préstamo se basa precisamente en la creencia de que el documento dado a cambio realmente tiene valor, de ahí precisamente la palabra crédito.
El complejo desarrollo de la economía ha establecido una estrecha interdependencia entre ambos mercados, aunque principalmente ha sido el mercado de bienes y servicios el que se ha sujetado al funcionamiento del de valores, que depende entre otras cosas, del nivel de confianza, certidumbre y racionalidad de las decisiones tomadas por los agentes que en él participan.
La ecuación es muy básica: sin financiamiento no hay mayor producción, como tampoco hay mayor consumo, ahorro e inversión, que son las cuatro etapas del ciclo económico.
Aunque en el caso de la actual crisis económica sucede algo muy curioso y muy similar a lo que sucede con los virus informáticos. Se trata de una situación de desajuste financiero originada en el mercado de valores que ha contagiado a otros mercados de valores, pero no de una crisis estructural, es decir, de los elementos básicos que soportan la actividad económica de un país, que afecte directamente a los mercados de bienes y servicios y a la producción. Aunque, desde luego, habrá de afectarlos en algún momento, debido a que la escasez y el elevado costo del crédito se reflejará en una baja en los niveles de consumo.
De aquí que la prudencia deba de imperar a la hora de hacer pronósticos y comparaciones acerca de los alcances del desajuste financiero, pues muchos economistas que lo comparan con el crack de 1929, pasan por alto que éste fue propiciado por una caída de los precios en el mercado de bienes y servicios, que fue el que se colapsó. En ése momento se trató de una crisis estructural del sistema económico capitalista.
En contraste, lo que está sucediendo en este momento es una crisis de confianza y una escalada de movimientos financieros especulativos, es decir, de títulos de valor que aumentan o decrecen según el tipo de información que genera la actividad de los demás agentes que participan en el mercado de valores.
De hecho el inicio de la crisis en Estados Unidos estuvo relacionado directamente con la especulación acerca del valor de las hipotecas, esto es, de los títulos de valor y propiedad de las viviendas.
Pero de eso escribiré en el siguiente post, porque ya debo hacer otras cosas.
Ésa sería precisamente una definición básica de mercado, es decir, un lugar al que concurren libremente los agentes económicos a intercambiar bienes y servicios. Y cabría, además, poner énfasis en los sujetos que realizan los intercambios, porque son precisamente ellos los que le confieren dinamismo a los intercambios comerciales y los hacen cada vez más complejos y riesgosos.
En los últimos días, a raíz de la crisis financiera iniciada con la quiebra de algunos de los bancos más importantes de los Estados Unidos, ha sido muy común escuchar o leer en los medios de comunicación que los mercados están muy nerviosos, que hay volatilidad e incertidumbre. Y eso está muy bien bajo el supuesto de que la mayor parte de las audiencias o los lectores de la prensa son expertos en economía y finanzas; pero está muy mal si se considera que en realidad la gran mayoría de las personas apenas si sabemos que los billetes sirven o para gastarse o para ahorrarse (aunque más para gastarse), y que no entendemos a qué demonios se refieren los presentadores y expertos de CNN cuando hablan de “los mercados”, la “volatilidad” y la crisis del “sistema financiero internacional”.
En atención a esa situación es que he considerado desempolvar los escuetos conocimientos que logré captar en mis clases de Economía I y II, aprendidos en la Facultad, y de Teoría Económica y Economía Política, aprendidos en la Facultad de Economía, dónde tomé estos cursos sólo porque había una chica que me gustaba mucho. Aunque al final creo que sí sirvieron de algo.
Y bueno, entrando en materia debo comenzar por decir que del conjunto de las ciencias sociales, la única que en estricto sentido merece el status de ciencia es precisamente la economía, porque ha desarrollado métodos cuantitativos, modelos matemáticos y enfoques pragmáticos de la conducta humana relacionada con la producción y el intercambio de bienes escasos.
El viejo Marx lo sabía muy bien y por eso fincó gran parte de su teoría del cambio social en el estudio de la economía. Lo que pasa es que ahora ya nadie lo lee y sobre sus obras pesan enormes prejuicios que sólo reflejan la ignorancia de quienes los formulan.
Weber también lo supo y también dotó de cierta base de ciencia económica su teoría sociológica. Su estudio sobre la ética protestante y el espíritu del capitalismo, y desde luego su “Economía y Sociedad” son los dos ejemplos más importantes.
Y qué decir de Schumpeter y las conexiones que estableció entre economía y democracia, las cuales aunque comenzaron a desarrollarse desde los años setenta en universidades norteamericanas como la de Virginia o Harvard, por economistas como Anthony Downs, Albert O. Hirschman, James Buchanan o Douglas North, apenas hace algunos años comenzaron a difundirse como una novedad en México, especialmente en pretendidas instituciones de elite (como el ITAM o el CIDE) que pretenden obtener oro a cambio de espejitos.
En fin, que aunque la economía es la ciencia social por antonomasia, es demasiado importante como dejárselas solamente a los economistas, que por lo demás son tanto o más aburridos que los politólogos; pero eso sí, mucho mejor pagados.
Así que para poder entender acerca de los asuntos económicos no es necesario haber asistido cuatro largos años a una Facultad de Economía. Basta con tener claros algunos procesos y términos básicos.
En el caso de la tan mentada crisis financiera internacional, que bien vista no lo es tanto -no tan internacional, quiero decir- basta con entender qué es un mercado, cuántos tipos de mercados existen y cómo funcionan.
La primera ya fue resuelta líneas arriba, un mercado es un lugar al que concurren libremente los productores y los compradores a intercambiar bienes y servicios diversos.
Los tipos de mercado están en función del tipo de productos que sean objeto del intercambio comercial, por tanto pueden existir mercados agrícolas, de servicios, de vivienda, etc. Sin embargo, para evitar la confusión y complejidad que implicaría entender y analizar cada uno de esos mercados, en la macroeconomía se han clasificado en dos grandes rubros; uno es el del mercado de bienes y servicios, en el que se intercambian toda clase de objetos tangibles y trabajo físico o intelectual; el otro es el mercado de valores, en el que básicamente se intercambian títulos de valor por crédito, es decir, documentos que representan la propiedad de una parte proporcional de un bien tangible, denominado activo, a cambio de dinero, cuyo préstamo se basa precisamente en la creencia de que el documento dado a cambio realmente tiene valor, de ahí precisamente la palabra crédito.
El complejo desarrollo de la economía ha establecido una estrecha interdependencia entre ambos mercados, aunque principalmente ha sido el mercado de bienes y servicios el que se ha sujetado al funcionamiento del de valores, que depende entre otras cosas, del nivel de confianza, certidumbre y racionalidad de las decisiones tomadas por los agentes que en él participan.
La ecuación es muy básica: sin financiamiento no hay mayor producción, como tampoco hay mayor consumo, ahorro e inversión, que son las cuatro etapas del ciclo económico.
Aunque en el caso de la actual crisis económica sucede algo muy curioso y muy similar a lo que sucede con los virus informáticos. Se trata de una situación de desajuste financiero originada en el mercado de valores que ha contagiado a otros mercados de valores, pero no de una crisis estructural, es decir, de los elementos básicos que soportan la actividad económica de un país, que afecte directamente a los mercados de bienes y servicios y a la producción. Aunque, desde luego, habrá de afectarlos en algún momento, debido a que la escasez y el elevado costo del crédito se reflejará en una baja en los niveles de consumo.
De aquí que la prudencia deba de imperar a la hora de hacer pronósticos y comparaciones acerca de los alcances del desajuste financiero, pues muchos economistas que lo comparan con el crack de 1929, pasan por alto que éste fue propiciado por una caída de los precios en el mercado de bienes y servicios, que fue el que se colapsó. En ése momento se trató de una crisis estructural del sistema económico capitalista.
En contraste, lo que está sucediendo en este momento es una crisis de confianza y una escalada de movimientos financieros especulativos, es decir, de títulos de valor que aumentan o decrecen según el tipo de información que genera la actividad de los demás agentes que participan en el mercado de valores.
De hecho el inicio de la crisis en Estados Unidos estuvo relacionado directamente con la especulación acerca del valor de las hipotecas, esto es, de los títulos de valor y propiedad de las viviendas.
Pero de eso escribiré en el siguiente post, porque ya debo hacer otras cosas.
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