La llanura era tan extensa y árida que desde la lejanía se podía observar cómo la estela de polvo que dejaba el cortejo a su paso era rápidamente disipada por las fuertes ráfagas de viento. Comenzaba a oscurecer y unos nubarrones negros cubrían el cielo a manera de tétrico preludio de la primera lluvia torrencial en meses. Por escasos instantes el horizonte se iluminaba con los relámpagos, y los sollozos de los dolientes eran acallados por el fragor de una tormenta que descargaba toda su furia en una región vecina.
La escena parecía sacada del cuadro de algún pintor tenebrista. No eran más de 20 personas, en su mayoría mujeres mayores, encorvadas y famélicas, las que formaban la procesión fúnebre. Llevaban la cabeza gacha, cubierta con harapos sucios y malolientes que alguna vez, hace muchos años, fueron confeccionados con la forma de velos oscuros.
Cuatro hombres con rostros adustos y apagados, no por la tristeza, sino por el hambre y la desesperanza, llevaban el humilde féretro con los pies temblorosos, cubiertos por zapatos viejos, sucios y rotos, que se desgastaban aun más a cada paso lento y desfalleciente que daban con grandes esfuerzos.
El camino que conducía desde las pocas casuchas de madera y techos de asbesto que formaban la comunidad, hacia el descampado que cumplía las funciones de cementerio, era recto y agreste pues estaba cubierto por piedras poliformes, blancas y filosas, enterradas en espesas capas de polvo que eran poco perceptibles a la vista y tornaban más difícil el andar.
El llanto incontenible de la mujer de rostro abatido que era sostenida por los brazos enclenques de un muchacho de no más de 15 años, se hacía más doloroso cuando sus harapientos acompañantes entonaban la estrofa de un cántico religioso que decía: “entre tus manos/está mi vida Señor/entre tus manos/pongo mi existir…”.
Faltando ya pocos metros para llegar a la fosa que se había dispuesto para depositar el féretro, dos niños que habían salido corriendo desde el pueblo lograron alcanzar el cortejo. La niña tenía el pelo ensortijado y grasiento, la carita inocente pero compungida y las manitas y el vestido llenos de tierra, señal de que en el trayecto había tropezado por causa de las piedras escondidas entre finas capas de polvo.
Para ese momento habían comenzado a caer las primeras gotas del aguacero y los relámpagos y truenos eran más constantes. En el rostro del pequeñito era imposible advertir si la mugre que escurría por sus mejillas había sido deslavada por la lluvia o por las lágrimas que derramaba en abundancia con sollozos agudos y desgarradores.
Cuando llegaron al frente del miserable cortejo abriéndose paso entre empujones, se aferraron a la pierna de uno de los hombres que cargaban la caja de madera en la que yacía el cuerpo inánime y como si quisieran detener sus pasos comenzaron a gritar con sus vocecitas ahogadas por sollozos desesperados y angustiantes:
-¡Papá, papacito! ¡por qué nos dejaste solos papacito!-
-¡No nos dejes papito! ¡te extrañamos!-
El momento, que habría conmovido hasta al espíritu más indolente, pareció no causar efecto en el hombre a cuya pierna se aferraban como si en ella se les fuera la vida, pues con una expresión severa en el rostro bajó la mirada, los apartó con una mano y les dijo:
-¡Chamacos cabrones, ¿qué no les he dicho que no me molesten cuando estoy trabajando!-
2 comentarios:
aja! aprovechó mi estado para sorprenderme, hoy estoy más sobria y recuerdo haber leído este blog en alguna pasada oportunidad, igual recuerdo haberla disfrutado, solo que con la diferenecia de que ayer no solo sonreí, sino que reí como loquita... oups! ¡no vuelvo a experimentar!
También puedo percatarme que ya responde uno que otro comentario... parece que progresa !... ¡solo parece!
Pinche chamaco cabrón... Me llevas de la más profunda de las tristezas a la más estruendoza de las alegrías con tus textos con vuelta...
Ah qué chamaco, por eso los anda dejando uno solos para que tropiecen y se llenen de mocos mientras uno trabaja, para que crezcan. jijiji
Me gustó mijito, la verdad me gustó.
Publicar un comentario