En general se le denomina Cosmovisión a la forma en que una determinada civilización concibe al mundo, es decir, al entorno artificial creado por los hombres para su propia convivencia.
Los Mayas tenían una Cosmovisión compleja y sorprendente, muy similar a la desarrollada por los pueblos semitas de Medio Oriente en cuanto a la narrativa de la creación del mundo. De hecho, los orígenes de la civilización maya son más o menos contemporáneos con el desarrollo de las principales tesis del mazdeísmo de Zaratustra, situadas alrededor del 1500 a.C.
Así pues, dentro de la religión maya existe Nun-Yal-He, que es el dios creador del mundo. Esta deidad separa al cielo de la tierra, en una narrativa muy similar a la del libro del Génesis, que fue escrito alrededor del 1500 a.C. también.
La antítesis de Nun-Yal-He es Xilbalbá, señor del Inframundo.
Sin embargo, a diferencia de las culturas semíticas en las que la destrucción del mundo y con ella el final de los tiempos surgía de la lucha entre el Bien y el Mal encarnados en los dioses respectivos, en la cosmovisión maya el tiempo es cíclico y no lineal y si bien existe antagonismo entre el dios del cielo y el dios del inframundo, el resultado de éste no es el fin del mundo, sino el cierre de un ciclo. Así, a diferencia de las otras civilizaciones en las que existe una visión apocalíptica, en la de los Mayas el fin de una era trae consigo la regeneración del Cosmos y el consecuente inicio de otra que durará aproximadamente 5 mil años, lo cual por si mismo constituye otra diferencia sustancial respecto a los milenarismos occidentales que, como su nombre lo indica, cada mil años suponen que acabará el mundo.
Ahora, ¿qué sucedería si todo eso del final del mundo fuera cierto?
Lo primero que habría que dilucidar es si lo que acabará será el mundo o la Tierra, que son dos cosas totalmente distintas. En el primer caso, como ya se adelantó líneas arriba, el mundo es un artificio humano, diferente de la naturaleza, de la cual también formamos parte y tomamos distintos elementos para construir el mundo.
La tierra es el planeta sobre el que construimos el mundo. Una y otro son distintos y el fin de uno no significa necesariamente el fin del otro; esto es, puede acabar el mundo, desaparecer la humanidad, pero la Tierra continuará girando sobre su eje y gravitando alrededor del Sol. Pero si se acaba la Tierra entonces sí se acaba todo.
Ni una ni de otro podemos tener certeza acerca de cuándo dejarán de existir, pero sí tenemos nociones muy generales de los riesgos que podrían acrecentar esa posibilidad.
Al respecto, después de la Segunda Guerra Mundial se creó en la Universidad de Chicago el Doomsday Clock, cuya finalidad era indicar mediante las manecillas de un reloj las posibilidades de una catástrofe global que pusiera en riesgo la existencia de la humanidad.
En esa lógica, los creadores del Doomsday Clock pensaron que el final del mundo podría representarse cuando el reloj marcara las 12:00 y la magnitud de los riesgos podría medirse según las manecillas del reloj se acercasen a esa hora. Aunque actualmente estamos en las 11:45, eso no significa que exista en el horizonte próximo alguna amenaza para nuestra existencia.
En cuanto a la Tierra, gracias a los avances científicos sabemos que aún le restan unos 4.5000 millones de años, que son bastantes como para preocuparnos desde ahora.
Así y todo, resulta interesante situarnos hipotéticamente en las 11:59:59 del Doomsday Clock, o en el año 4.4999.99 y tratar de imaginar qué haríamos ante la inminencia del final. ¿Qué haríamos en lo personal? ¿Qué pensaríamos? ¿Cómo reaccionaríamos? ¿Habría arrepentimiento? ¿Resentimiento? ¿Fe?
Son todas ellas preguntas para tratar de responder en las charlas de milenarismos de café, a propósito de estos días.
P.S.: Murakami y Kundera están agotados en las librerías... comienzo a creer que el final de los tiempos sí está realmente cerca. Que las masas palurdas y apestosas que todo lo infestan consuman la literatura de ambos autores es una clara señal.
¡Paenitemini et credite evangelio!
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