La idea de la finitud de la vida ha estado presente en la conciencia de los hombres prácticamente desde su origen como especie. No debemos olvidar que aun antes de considerarnos seres racionales, los humanos somos animales y por tanto estamos dotados de intuiciones básicas (en el caso de las mujeres esas intuiciones han perdurado y se han desarrollado en forma sorprendente).
Ya las primeras especies de homínidos –hace unos 190 000 años- eran conscientes de la fragilidad de la existencia al afrontar múltiples condiciones climáticas adversas y acechanzas de otras especies mucho más fuertes y hostiles.
Sin embargo, la clave de su sobrevivencia hasta donde sus propios medios de lucha contra el entorno natural lo permitieron, fue el trabajo colectivo que, paradójicamente, también dio pauta al surgimiento de la idea colectiva del transcurrir del tiempo y a la postre, de que éste en algún momento acabaría y con él todo aquello que la embrionaria conciencia de aquellos seres primitivos les permitía concebir como totalidad de las cosas de la cual ellos formaban parte.
Así, conforme la vida social se fue volviendo más compleja, la consciencia de la condición mortal y de la finitud del tiempo fue adquiriendo la forma de productos intelectuales más elaborados, que contenían explicaciones acerca del origen de los tiempos y justificaciones de su final. De ahí que los mitos sean prácticamente consustanciales a las experiencias de lo religioso, que porta en sí la idea de una vinculación permanente con el origen, una religatio a través de distintas liturgias.
Si bien las nociones del origen y el final adquirieron distintas narrativas y matices en Oriente y Occidente, debemos en gran medida la noción del dualismo temporal al mazdeísmo que, como se sabe, es la religión fundada por Zaratustra durante la segunda mitad del Imperio Persa.
Al respecto, no hay que olvidar que Persia se situó geográficamente en una región estratégica que fue conocida como la Ruta de la Seda, a lo largo de la cual se desarrollaron distintas culturas con sus distintas manifestaciones religiosas, entre ellas la de los Hebreos que asimilaron del mazdeísmo la idea de la existencia de un solo Dios creador (para los persas es Ahura Mazda y para los hebreros es Yahveh Sebaot), que posteriormente fue retomada por los cristianos.
Sin embargo, tanto en el mazdeísmo como los monoteísmos occidentales –incluido el Islam- la unicidad del Dios creador es relativa, porque también existe una especie de lado oscuro de si mismo, un Anti Dios. En el zoroastrismo es Angra Mainyu, en el judaísmo y el cristianismo es Satanás, en el Islam es Iblis. En los tres casos, el Anti Dios es el responsable de la destrucción.
De la confrontación de ambas divinidades surgen todas las visiones milenaristas del mundo occidental.
Pero qué hay con los Mayas y en general, con las otras culturas que se establecieron en lo que ahora es América. ¿Tenían esa noción del principio y el fin del mundo y de los tiempos?
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